Punto de vista Salvatore
Acaricié la cabeza de Violeta mientras ella recobraba la respiración. Estaba empezando a recuperar la memoria; era algo que tarde o temprano iba a suceder. Le di un beso en su hombro desnudo y recosté mi cabeza al otro lado de la almohada.
Un duro nudo se atravesó en mi garganta al reconocer que la fantasía que estaba viviendo con Violeta pronto se iba a desvanecer, pues recordaría toda su vida, y yo quedaría como el peor de los individuos… Tal vez esto traería consecuencias terribles, y no estaba completamente seguro de si iba a ser capaz de asumirlas por una simple desconocida.
Me giré hacia ella y besé su espalda. Violeta de nuevo se quedó dormida, así que me levanté de su lado, me coloqué ropa, salí de su habitación y bajé al primer piso de la mansión.
Rosita estaba sentada en la gran sala viendo la novela de las seis. Me senté a su lado.
—¿Eneida María ya supo que Lizandro era su padre?
—¡No, señor! Pero lo sospecha. Es que no ha visto los últimos capítulos de la novela. Está buenísima, estas novelas latinas tienen de todo, mi señor. Por cierto, la cena ya está lista, ¿les sirvo ya?
Miré a Rosita y suspiré. Pronto dejaríamos de ser dos y seguiría viendo la novela con ella a las seis.
—Aún no Rosita, Violeta está dormida, en cuanto despierte puede servirnos.
—Entiendo, señor —Rosita fijó su mirada de nuevo en el televisor. No solamente las novelas latinas estaban alejadas de la realidad, sino que yo también. Le di una palmadita en la espalda a Rosita y me fui hacia mi despacho. Lo más sensato en este momento era que Violeta regresara a su vida normal, que su familia fuera quien le ayudara a recuperar su memoria. Y si iba a odiarme, que por lo menos supiera que yo solamente quería el bien para ella.
Levanté mi teléfono y le marqué a Leonard.
—Necesito ubicar a Xavier Branson, el padre de Violeta.
—¿Pensó mejor las cosas, señor?
Tragué entero.
—Sí, lo pensé mejor. Necesito hablar con él para que Violeta regrese al seno de su hogar. Por ninguna razón quiero que Sebastián la localice primero.
—Señor, ya había ubicado el contacto del señor Branson. Él está en Dubái; le envío el número por mensaje para que lo llame.
—Perfecto.
Colgué la llamada y esperé el mensaje de Leonard. A los dos segundos, me llegó la notificación con el número de teléfono de Xavier Branson. Sentí que mi corazón iba a salirse de mi pecho; me iba a encontrar con lo peor en ese momento. Aclaré mi garganta y, con plena claridad de lo que iba a decirle, llamé a su número de teléfono. Era una llamada internacional y se demoró un poco en contestar.
—Hola —una voz gruesa y madura me contestó al otro lado del teléfono.
—Señor Branson, mucho gusto, habla con...
—Estaba esperando su llamada, se estaba tardando.
¡Mierda! Por lo visto, el gran señor ya sabía que yo estaba llamando.
—¿Sabe quién soy?
—A la perfección, señor Bianchi. Me gusta su apellido, me gusta su compañía de autos. Recientemente le compré un auto, un Porsche de última generación, excelente máquina.
La forma en la que el hombre hablaba me causaba algo de nervios.
—Sí, es un auto de los más modernos, pero, señor Branson, no lo he llamado para eso. Yo lo llamo porque...
—¿Sí? —preguntó al otro lado con un tono de voz sereno
—Lo llamó porque su hija Mía está conmigo. Pero ella… ella
—Ella perdió la memoria y no sabe quiénes somos nosotros, ¿Qué quiere que yo haga específicamente? —Me dijo cortante
Sus palabras fueron como un puño directo en la boca de mi estómago.
—¿Qué? Pues que se haga cargo de su hija, no pretenderá que se la entregue a ese estúpido que tiene como novio, ¿Sebastián es que se llama?.
Al otro lado de la línea se escuchó un suspiro.
—Amo a Mía con todas las fuerzas de mi alma, pero justamente ahora no puedo hacerme cargo de ella. Tengo ciertos problemas, en especial con el hermano de Sebastián, Marcelo. Además —de nuevo el señor Branson tomó aire y exhaló lento—, además mi mujer está enferma y necesito dedicarme cien por ciento a ella.
Me agarré la cabeza, pensativo. ¿Qué? ¿Y yo qué tenía que ver con todo eso?
—Señor Branson, lamento mucho todo lo que está pasando y no sé cómo sea la mafia para usted, pero para mí es difícil hacerme cargo de su hija sin que se riegue sangre. ¿Está entendiendo lo que le digo? Soy un puto mafioso al igual que usted. Fue una maldita casualidad que me encontrara con ella por el camino y la tenga aquí en mi mansión sin memoria, creyendo que soy su prometido.
—Necesito que la cuide, que no permita que Sebastián se acerque a ella. Él ahora trabaja con su hermano y va a acabar con mi niña. Téngala por un par de meses mientras soluciono la enfermedad de mi mujer y prometo que yo mismo viajaré hasta Italia por ella.
—¡Puta! ¿Pero acaso no está entendiendo, Branson? Si ella recupera la memoria será fatal. Además, creo que el tal Sebastián debe estar armando un ejército para buscar a Violeta, perdón, a Mía, y yo no voy a dejar que se metan con los míos. Acabaré con el que se interponga en mi camino —respondí furioso.
—Te entiendo, pero… —La voz de Branson se entrecorto — Te ayudare con un centenar de mis hombres, te concederé mi ruta de Italia, pero es solo por un par de meses
Aquí tienes el texto con las correcciones necesarias:
—Yo no necesito rutas, Branson, yo soy el puto rey de Milán. Tengo el control de todo. No quiero que Mía me odie por lo que le estoy haciendo.
—¡Hágala feliz! Dígame, ¿mi hija no es hermosa? Es un rayo de luz que emerge en la oscuridad y que ilumina todo por donde pasa. Es dulce, es sincera, le gusta la justicia, pero sobre todo, es inteligente. Dele tiempo porque tiene un temperamento difícil, pero ojalá pudiera enamorarse de ella.
—Señor Branson, no, no puedo. Yo la cagué, sí, pero quiero remediarlo.
—Protéjala, por favor, señor Bianchi. Prometo que lo haré no solo el rey de Milán, sino el rey de toda Europa.
Xavier Branson colgó la llamada y sentí un terrible escalofrío recorrer mi ser. ¿En qué mierdas estaba metido? Ahora me tendría que enfrentar a un narco latino, sin ser mi guerra.
Pero el señor Branson, sin conocerme, me había encargado el cuidado de uno de sus más grandes tesoros. Admiraba la forma en que amaba a su esposa, pues no era capaz de dejarla sola en su enfermedad ni siquiera por su hija. Por lo visto, él sabía qué clase de persona era yo y confiaba.
Salí a la sala de estar hecho un manojo de nervios cuando, por las escaleras, iba bajando Violeta. Llevaba un suéter largo y su cabello recogido en una cola. Al verme, esbozó una pequeña sonrisa con la comisura de sus labios.
—¿Cómo te sientes? —le pregunté.
—Ya un poco mejor. No volví a tener pesadillas.
Rosita se giró desde el gran sillón; en ese momento terminó la novela latina.
—Voy a servirles la cena. Qué alegría verla, señorita Violeta. ¿Le gustan las verduras con carne?
Violeta asintió con la cabeza mientras sonreía.
—Gracias, Rosita, eres muy amable.
—Yo encantada de servirles. Pasen a la mesa, me demoro cinco minutos.
Violeta y yo nos sentamos en el comedor. Acomodó sus manos sobre la mesa y se quedó en completo silencio, pero era un silencio muy incómodo. Lo podía notar en su expresión; ella tenía intenciones de decirme algo, pero no era capaz de hacerlo. ¿Había recuperado la memoria?
Resople y la miré angustiado.
—¿Te sientes bien, Violeta? ¿Pasa algo?
—Es normal que me sienta un poco confundida. Es que la pesadilla que tuve, o el recuerdo, no sé cómo llamarlo, me dejó demasiado desconcertada. Necesito saber quién es Sebastián, necesito más información sobre mí. ¿Quién fue mi familia? ¿Mis padres? Necesito saberlo todo. Tal vez Sebastián sea mi hermano, no lo sé.
Tragué entero y recordé lo que hablé con su padre.
—Aquí estás segura y no sé quién será Sebastián. Tal vez es un recuerdo de tu infancia, pero si de algo puedo estar seguro, es que todo lo que necesitas está en esta casa, y voy a cuidarte para siempre.
—Quiero retomar mi vida, hacer mis cosas. Me siento mal, no sé cómo decirlo. Quisiera salir a la calle, reencontrarme con mis amigos, trabajar.
—Es muy pronto, Violeta. Termina de recuperarte esta semana. Después del anuncio de nuestro compromiso, todo volverá a la normalidad.
Ella suspiró y sonrió; sin embargo, aún su rostro reflejaba tristeza.
—Está bien, a decir verdad, no tengo más opciones.
En ese instante, Rosita salió de la cocina con una bandeja repleta de comida.
—La cena está aquí —dijo mientras comenzaba a servirnos. Por lo menos la comida era algo que alegraba a Violeta, porque su semblante cambió de inmediato al ver los platos.
Ni siquiera esperó a que Rosita sirviera por completo cuando ya le estaba enterrando el tenedor a su comida.
—Hum, delicioso —exclamó. Yo evité sobre pensar la conversación con su padre y me enfoque también en cenar.
Durante la cena, no dijimos una sola palabra más. Aunque mi rostro solo le mostraba sonrisas, por dentro mi pecho estaba hecho trizas. Necesitaba protegerla, cumplirle a su padre. Serían solo un par de meses, nada más, o eso dijo él.
No me quería enamorar. Alguien como yo no lo haría; es un lujo al que los mafiosos no tenemos acceso.
La vi devorarse el plato de comida sin chistar una sola palabra, ella era realmente hermosa y las palabras de su padre coincidían a la perfección, ella era malditamente sexy, pero al mismo tiempo angelical, sus ojos eran luz, y sus labios incitaban al deseo, el equilibrio perfecto entre lo terrenal y lo que te lleva al mismo cielo ¿O al infierno?