—Dime la verdad. —¿Cuál verdad? —temía su pregunta. No tenía idea de la hora, pero mi cuerpo estaba demasiado pesado y cansado. —Tus cicatrices. Quiero saber porque están allí. —No. Me tomó de los tobillos y me arrastró hasta la orilla de mi cama, abrió mis piernas con fuerza y sus dedos acariciaban mi clítoris, me miraba fijamente y entonces una sonrisa casi diabólica estalló en su rostro antes de morder ligeramente uno de mis pezones. —Vamos a jugar un juego, yo pregunto y tu respondes. Si no respondes... —¿Me vas a castigar? —dije en piloto automático, sabía lo que aquello implicaba. Llevaban castigandome durante años y aunque había tenido la noche más placentera de toda mi vida y aún no estaba cerca de terminar para él, tenía claro que no iba a dejar que me volviera a pasar— No