Papá quiero mi pastelito

1376 Words
Cuando Liam regresó de trabajar, el cansancio lo envolvía como una manta pesada, pero al cruzar la puerta y escuchar la risa de Leo, una chispa de energía lo iluminó. Se encontró con una escena que lo llenó de calidez: Leo y Bianca estaban en la sala, sentados en el suelo rodeados de bloques de colores, construyendo una torre que alcanzaba el cielo imaginario de los niños. —¡Papá! —gritó Leo, levantándose de un salto y corriendo hacia él con los brazos extendidos. Liam no pudo evitar sonreír y agacharse para recibirlo, levantándolo en el aire como si fuera un pequeño avión. La risa de Leo resonó en la habitación, y Liam sintió que su corazón se llenaba de alegría. Bianca observó la escena desde el suelo, una sonrisa suave en su rostro. Cuando Liam finalmente dejó a Leo de pie, se volvió hacia ella. —Hola, Bianca —saludó, notando que ella se veía aún más bonita que en la mañana. Su cabello caía en suaves ondas sobre sus hombros, y había una luz en sus ojos que hacía que su sonrisa fuera contagiosa. Ambos se encontraron en una mirada nerviosa, pero rápidamente desviaron la vista, sintiendo la tensión de la conexión que se había establecido entre ellos. —¿Cómo estuvo el día? —preguntó Liam, sintiéndose un poco más relajado al ver que todo había ido bien. —Espero que Leo se haya portado bien —agregó, su voz cargada de preocupación. Bianca sonrió con entusiasmo. —Fue un día increíble. Leo es un niño muy bueno —dijo, y en ese momento, Leo se unió a la conversación. —¡Ella dice que soy como un Ángel! —exclamó Leo, mirando a Liam con los ojos brillantes—. ¡Mira mi torre! Bianca me ayudó a construirla. Ambos rieron, y Liam sintió que su corazón se llenaba de calidez. No solo Leo parecía haber disfrutado el día, sino que también había creado un vínculo especial con Bianca, algo que le dio esperanza. —¿Como una Ángel? Bueno, eso suena impresionante —dijo Liam, con una sonrisa genuina—. Aunque me parece que el verdadero poder mágico aquí es el que tienen ambos. —¡Sí! —gritó Leo, con una risa contagiosa—. Bianca tiene poderes mágicos para hacer torres. Bianca se rió, con una luz en sus ojos que hizo que el estómago de Liam diera un vuelco. Era difícil no sentirse atraído por su energía y su conexión con Leo. —Solo tengo un poco de creatividad y muchas ganas de jugar —dijo ella, como si intentara restarle importancia a lo que Leo había dicho. Liam se sentó en el suelo junto a ellos, observando la torre que había crecido en medio de su sala. —Es impresionante, de verdad —comentó, y Leo sonrió de orgullo, como si el elogio fuera el mejor regalo que pudiera recibir. —¿Te gustaría ayudarme a construirla aún más grande, papá? —preguntó Leo, mirando a su padre con expectativa. —Por supuesto, pequeño constructor —respondió Liam, sintiéndose rejuvenecido por la emoción de su hijo. Mientras se unían a Bianca en la construcción, las risas llenaron la habitación, y Liam no pudo evitar sentirse agradecido. Había pasado tanto tiempo sintiéndose solo en su lucha, y la idea de que alguien pudiera ofrecerle apoyo se sentía como una bocanada de aire fresco. A medida que avanzaba la tarde, Liam observó cómo Bianca se integraba con ellos, jugando y riendo, como si siempre hubiera formado parte de su pequeña familia. . . . Bianca salió del baño con su abrigo puesto, lista para irse a su casa tras un día lleno de risas y juegos con Leo. Sin embargo, al cruzar el umbral de la puerta, se encontró con una escena que la hizo detenerse en seco. Liam estaba en la sala, de rodillas, mirando suplicante a Leo, quien estaba sentado en el sofá, con los brazos cruzados y un puchero que le hacía parecer más molesto de lo que realmente era. —¡Por favor, Leo! —decía Liam, su voz llena de desesperación—. Solo cinco minutos más. ¿Puedes calmarte un momento? Bianca no entendió lo que sucedía hasta que escuchó a Leo protestar. —¡Quiero ir a comprar pastelitos a la tienda! —gritó Leo, su pequeño rostro fruncido en una mezcla de frustración y tristeza. La frase hizo que Bianca frunciera el ceño, recordando como Leo no le había pedido dulces en ningún momento del día. Bianca se preguntó cuántas veces al día Liam lidiaba con este tipo de situaciones, y un atisbo de compasión la invadió. No había duda de que Leo había comido bien durante el día, disfrutando cada bocado de lo que Bianca había preparado. Pero con su padre era diferente. Para Liam, la carga de ser el único responsable parecía abrumadora, y la necesidad de complacer a su hijo era evidente en su rostro cansado. Liam, sin poder evitarlo, pasó una mano por su cabello, rascándose la cabeza en un gesto de frustración. —No puedo ir a la tienda ahora, Leo. Estoy tratando de... —sus palabras se desvanecieron, mientras buscaba la forma de explicarse, pero no encontraba las palabras adecuadas—. Te prometo que mañana compraremos pastelitos, pero ahora necesito que te calmes. Bianca sintió un impulso de intervenir. Aunque había sido solo un día, ya había formado un vínculo con ambos, y ver a Liam luchando con una batalla que parecía interminable le dolía. —Liam —dijo suavemente—. ¿Quieres que te ayude con eso? Liam levantó la mirada, sorprendido al ver a Bianca de pie en la puerta, su abrigo puesto y una expresión de comprensión en su rostro. —No quiero que te sientas mal, pero es que... —Liam comenzó, pero Bianca lo interrumpió. —No es un problema, realmente. Puedo ir a la tienda rápidamente y conseguir algunos pastelito para Leo. No tomará mucho tiempo. Leo, al escuchar la conversación, se giró hacia Bianca, sus ojos brillando con la esperanza de que ella pudiera resolver la situación. —¿En serio, Bianca? —preguntó, su puchero comenzando a desvanecerse—. ¿Puedes compararme pastelitos ? Bianca asintió con una sonrisa. —Sí, por supuesto. Puedo hacer eso. ¿Te parece bien, Leo? —¡Sí! —gritó él, saltando del sofá y corriendo hacia ella—. ¡Eres la mejor! Liam observó la interacción entre los dos, sintiendo una mezcla de alivio y gratitud. Había algo reconfortante en saber que Bianca estaba dispuesta a ayudar, y eso aliviaba un poco la presión que sentía. —Gracias, Bianca —dijo Liam, su tono sincero—. De verdad lo aprecio. Mientras Bianca se dirigía a la puerta, Leo la siguió, emocionado por la inminente llegada con un par de pastelitos, por suerte aun era temprano, podrían hacer alguna actividadoara gastar esa azúcar, porque de lo contrario, Leo no dormiría en toda la noche. —Voy contigo, Bianca. Puedo ayudar a escoger —dijo Leo, con su energía infantil desbordando entusiasmo. —Está bien, pequeño. Pero tienes que prometerme que serás bueno y que no correrás por la tienda, ¿de acuerdo? —le dijo Bianca, sonriendo ante su inocencia. Leo asintió vigorosamente, y Liam no pudo evitar sonreír al ver cómo su hijo se llenaba de alegría. Mientras salían, se sintió más aliviado que en mucho tiempo. Había algo especial en la forma en que Bianca interactuaba con Leo, como si supiera cómo ser la calma en medio de la tormenta. Mientras cerraba la puerta, Liam tomó un momento para respirar hondo. Sabía que la vida como padre soltero no sería fácil, pero el hecho de tener a alguien como Bianca a su lado lo hacía sentir que tal vez había una luz al final del túnel. Un camino lleno de nuevas posibilidades, tanto para él como para Leo. Se dio cuenta de que tal vez estaba listo para aceptar un poco de ayuda. Y más que eso, quizás estaba comenzando a abrirse a la idea de que la vida podía ser un poco más alegre con alguien como Bianca a su lado.
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