Y llegaron a una granja desierta que estaba a unas dos millas de la casa grande. Era muy triste observar que los techos se habían derrumbado. Allí no había más que devastación, al igual que ocurría en otra granja que visitaron a continuación. —Aquí no hay nada que no pueda ser reparado con prontitud — dijo el Conde cuando se alejaron de la segunda granja—, cuánto antes traigamos a los granjeros, mejor será. —No creo que tenga problema con tantos hombres que están siendo dados de baja en el Ejército— indicó Devona—, estoy segura de que esta tierra era muy fértil antes de que se la dejara de la mano. —Así es— corroboró el Conde—, lo que convierte en un crimen el haber permitido que se llegase a esta situación. Devona sabía que estaba molesto ante aquel estado de abandono innecesario.