—Ya le he dicho que no hay nada... que comer— dijo Devona. —Eso fue en lo primero que pensé— manifestó el Conde—. ¿Es verdad que mi tío se alimentaba casi por completo de lo que se cazaba, y que tanto él como cuantos vivían en la casa comían conejo a diario, como usted ya me ha insinuado? —Esa es, más o menos, la verdad— asintió Devona. —¿Y por qué lo tolero?— inquirió el Conde—, usted y su madre debieron rebelarse en contra de tanta tacañería. Devona no respondió y, después de un momento, el Conde dijo: —Hablaremos de eso más tarde. Permítame decirle a mi palafrenero dónde llevar los caballos, para que después traiga la comida que preparamos, aunque quizá habremos de servirnos nosotros mismos hasta que llegue el resto de mi servidumbre. No esperó una respuesta por parte de Devona, s