Christine no supo cuántas piezas de ropa se midió entre vestidos, blusas, faldas… sin contar la ropa interior. Durante aquel tiempo se había sentido como un maniquí humano al que cambiaban de ropa, sin voluntad ni voto. Cada pieza de ropa primero debía ser aprobada por él, en ningún momento ella pudo opinar. Sólo deseaba salir de allí, le dolía todo el cuerpo, quería ir a su cama y descansar un buen rato. Cuando él pagó las compras, ella suspiró aliviada, ya que había estado allí varias horas. La palabra “put’a” resonó en su cabeza, así era como se sentía, como una cualquiera a la cual se le recompensaba con ropa después de dicha noche, ¿pero acaso no lo era ya? Había aceptado dinero de su parte. —Las compras serán enviadas a mi departamento, ya que ahora vivirás allí —dijo, mient