Christine se hallaba sumamente nerviosa, como si fuese su primer día de trabajo.
No quería ver al señor Stone, no después de semejante propuesta, que seguía dándole vueltas la cabeza sin ninguna compasión.
¿No habría sido un sueño de su parte? Quizás se había quedado dormida…
Al ver a su jefe y recordar vívidamente sus palabras y lo que su tacto en su piel le provocó, se dio cuenta de que todo había sido real y que Xander aguardaba su respuesta a más tardar dos días.
“Esto será incómodo, estoy segura,” se dijo, sintiendo un nudo en su estómago.
—Señorita Reynolds, necesito que llame al señor Jules para la cita de las 2pm —avisó su jefe con su acostumbrado tono frío, que le provocó un ligero respingo.
Tan diferente a su trato la noche anterior, con esos ojos llenos de ferocidad que hacía que sus piernas temblaran como un par de gelatinas…
—¿Me escuchó, señorita? —demandó esa voz, esta vez con tono irritado—. Deje de quedarse parada como una estatua en medio del pasillo y haga su trabajo.
Christine se contuvo de rodar los ojos. ¿Por qué era tan ridículamente impaciente? Además de bipolar.
Se apresuró a hacer lo que le pedía, recordando la preocupación en el rostro de su padre al verla llegar tan tarde. Ella le había comentado que había sido ascendida a asistente y que por eso tenía tanta responsabilidades.
La noticia le había alegrado, aunque no mencionó nada de su enfermedad ni del costoso tratamiento que necesitaba. En cambio Christine sí lo recordó y un enorme nudo se formó en su garganta.
“Él merece tener una segunda oportunidad, no puedo perderlo también… ¿pero a qué precio?”
La chica se dirigió a la cuarta planta a sacar unas copias de unos documentos que según Xander, eran muy importantes, por lo cual le pidió que tuviera mucho cuidado.
Sacó las copias con esmero y de regreso a la oficina se encontró con Lucius.
Este era un chico de unos veintidós años, muy guapo y simpático que conoció el segundo día de trabajo. Iba muy apurada y sin querer chocó con él, causando que unas carpetas que tenía en las manos cayeran al piso.
—Hola, Chris. ¿Cómo estás?
—Bien, ¿y tú? —dijo ella un poco alegre por verlo de nuevo.
—No me quejo, cuéntame cómo te va en tu nuevo puesto como asistente del jefe mayor —le sonrió.
—Pues bien —dijo ella algo desganada.
—¿Segura? —cuestionó dudoso.
—Sí, es sólo que el señor Stone es un poco…
—¿Un poco qué? —dijo una voz detrás de ellos, una que ella conocía perfectamente.
Se giró y ahí estaba él, mirándola de manera desafiante.
—Un poco… un… —dijo nerviosa.
—Déjelo así, me vale poco lo que piense de mí —soltó frío, al ver la familiaridad entre esos dos—. Les recuerdo que les p**o para trabajar, no para que pierdan el tiempo chismoseando, y usted, señorita Reynolds, le estaba esperando. ¿Qué pasó con lo que le encargué?
—Todo está listo.
—Entonces sígame, espero que esto no se vuelva a repetir —le dijo a ambos antes de empezar a caminar.
Cuando por fin llegaron a la oficina, se encontraron con una mujer, la cual al ver a Xander se lanzó a sus brazos efusivamente.
Christine sintió que su rostro se endurecía un poco, sin lograr entender por qué la voz de esa mujer le provocaba tanto disgusto.
Valery había sido una de las ex amantes de Xander, pero no una
cualquiera; era una mujer elegante, refinada y muy materialista. A kilómetros se notaba que era adinerada y engreída, todo una niña rica.
—¡Xander! ¡Cuánto tiempo sin verte! —dijo la mujer con una amplia sonrisa.
—Valery, hace tiempo que no sé
nada de ti. ¿Por dónde andabas?
Toma asiento, por favor —dijo él de lo más cortés.
“Já, y a mí me trata con la punta del pie,” pensó Christine, mirando la escena con el ceño fruncido.
—Ya sabes, estuve en Francia, luego en los Ángeles, solo pasé a
saludarte, querido —dijo con coquetería.
—Es bueno verte, ¿puedo ofrecerte algo de tomar?
—Un café está bien —dijo la pelirroja.
—Señorita Reynolds, traiga un café para Valery —le ordenó Xander.
Ella puso los papeles en el escritorio y salió por el café, reprimiendo las ganas de resoplar.
“Ahora además de ser su asistente, también debo ser su sirvienta,” se dijo molesta.
Regresó a la oficina con la taza de café, pero cuando iba a ponerla en el escritorio, se le cayó de las manos, causando un desastre.
—¡Idiota! —escuchó que le gritaba aquella mujer. Christine dio un paso hacia atrás, asustada—. ¡Mira lo que hiciste, me has manchado el vestido! ¿Acaso sabes cuánto cuesta? No creo que lo sepas, tendrías que ahorrar más un año para poder adquirir una pieza como esta, ¡no sé cómo Xander ha podido contratar a una incompetente como tú!
—No fue mi intención, señorita —dijo con la garganta anudada, agachando la mirada.
—Xander, debes despedir a esta torpe, no sé cómo la contrataste, sólo mira lo mediocre que es —dijo Valery y luego salió de allí, hecha una furia.
Con cada palabra, Christine se sentía como basura, pero lo peor no había pasado, ya que también los documentos se habían dañado.
Ahora sí estaba segura de que Xander iba a despedirla.
—¿Es que no puedes hacer nada bien? ¡Maldición, ya echaste a perder estos documentos, te dije que eran importantes! Ahora tendré que hacerlo de nuevo —dijo furioso sin elevar el tono de voz, aunque sus palabras le herían de igual forma como dagas afiladas.
—Lo siento —dijo a punto de llorar, ya que le intimidaba la forma en la que la miraba.
Stone era el tipo de hombre que podía intimidar hasta el más rudo.
—Con un lo siento no se solucionan las cosas, eres una incompetente. Ahora tendré que posponer la cita de trabajo con los japoneses. ¿Sabes lo que significa? ¿Lo sabes?
—No —susurró apenas con los ojos llenos de lágrimas, y tuvo que recurrir a todo su autocontrol para no llorar enfrente de él.
—Significa que por primera vez en mi vida no podré cerrar un negocio a tiempo, por primera vez quedaré mal ante mis clientes —dijo con frustración, revolviendo sus cabellos—. Ahora limpia este desorden y regresa a tu puesto.
Soltó un suspiro, diciendo eso último un poco más calmado.
—Sí, señor —dijo cabizbaja.
—Me gusta que me miren a los ojos cuando me hablan, ¿entendió?
—Sí, señor... Stone —dijo con la cabeza en alto.
Él notó cómo sus ojos estaban llorosos, debía reconocer que quizás había exagerado un poco, aunque todavía le molestaba que
ella le hubiera rechazado y que además, tuviera la osadía de no aceptar su propuesta a la primera.
¿Es que acaso tenía que recordarle una y otra vez que no quería tenerlo cerca?
La miró disimuladamente y estaba sentada en su puesto de trabajo con la vista fija en la computadora. Tomó cinco carpetas en sus manos y se acercó a ella.
—Tome, debe redactar esto para hoy.
—Pero esos documentos ya los redacté —protestó ella.
—No le pregunté si los redactó ya, le estoy ordenando hacer un trabajo.
—Pero es que…
—Pero nada, el jefe aquí soy yo y si no le gusta, pues ahí está la puerta —soltó implacable—. También llame a los japoneses, dígale que no podré asistir a nuestra reunión ya que la incompetente de mi asistente estropeó los documentos, también dígale que me reuniré con ellos mañana. ¿Cree que puede hacer eso sin arruinarlo?
—Sí, señor Stone.
—Bien, ¿entonces qué espera? Póngase a trabajar.
Ella apretó los puños a sus costados, pensando que un acuerdo con un hombre así, aunque fuese solamente un año, sería una real y completa tortura.