Un beso robado

1346 Words
Tal como sucedió su primer día de trabajo, eran las once de la noche cuando terminó, no tenía cómo regresar y esta vez sí tendría que volver a su casa a pie. Por un momento pensó que su jefe podía comportarse como alguien decente, pero era tan frívolo y superficial como aquella mujer que lo había ido a visitar. Sabía que se había equivocado y merecía un regaño, pero que había mejores maneras de decir las cosas. Además, su “si no le gusta, ahí está la puerta” le había calado hondo, lo que hizo que el nudo en su garganta se volviera más grande. ¿Por qué le proponía aquello, si después iba a comportarse como todo un patán con ella? Le molestaba enormemente que un día la tratara un poco amable y al siguiente como si fuese su peor enemiga. “Maldito bipolar,” pensó enojada, tomando sus cosas para finalmente marcharse de allí. Las otras empleadas a su alrededor la habían mirado con compasión y hasta lástima. Todas ellas sabían del duro temperamento del CEO de la compañía, apenas podía mantener a una asistente por más de tres meses y pensaron que ella no sería la excepción. Christine caminó de manera apresurada por el solitario camino hasta su casa, con un nudo en la garganta y rogando poder llegar sana y salva. No se percató de que un auto venía siguiéndola de cerca hasta que fue demasiado tarde. —Christine… —¡Ahhh! —gritó con fuerza, cerrando los ojos. “Hasta aquí llegué, Dios mío. Me volverán picadillo” pensó con el corazón en la boca. —¡Señorita Reynolds! Esa voz… volteó a mirar, y efectivamente era su jefe bipolar, quien la miraba desde su lujoso auto con una ceja alzada. —¿Qué carajos le ocurre? —le gritó, dejándose llevar por la sorpresa y el enojo—. ¿Es que acaso quiere matarme de un infarto? —Cálmese, señorita. “¡Jódase, señor Stone!,” quería tanto mandarlo a la mierda, pero se contuvo. —¿Qué hace por aquí a estas horas, asustando a mujeres por la calle? —continuó su caminata, ignorando el hecho que él continuaba detrás de ella como un demente acosador. Quizás la analogía no era tan desacertada. —¿Podría detenerse? —le pidió él con calma—. Súbase al auto, Christine. —Prefiero caminar, gracias. —¡Súbase al maldito auto! —le ordenó subiendo la voz, pero ella sólo volteó a mirarlo para rodar los ojos—. Christine… —Deje de llamarme así —suspiró ella, cansada de ese tira y encoge—. Váyase a su casa, señor Stone. El auto adelantó un poco y se detuvo, bloqueándole el paso. Ella se contuvo las ganas de gritarle como posesa, ya que de todas formas él seguía siendo su jefe. —¿Tengo que repetirlo acaso? Sube al auto —ordenó impaciente, y ella supo que no había manera en que la dejara en paz a menos que le hiciera caso. De mala gana subió al lujoso auto, cruzándose de brazos en una actitud desafiante que logró sacarle una sonrisa a Xander. Llegaron a la casa de ella, y su jefe todavía conservaba la misma expresión. —¿Qué es tan gracioso? —espetó la chica de mala manera. —Tú —le respondió con desparpajo—. Te ves hermosa cuando te enojas, Christine. Ella trató de ignorar el escalofrío que esas simples palabras le provocaron. —Buenas noches, señor Stone —dijo sin siquiera mirarlo—. Gracias por traerme. Salió rápidamente del auto, antes de que él pudiera hacer algún movimiento o dijera algo más. Golpeó el volante con fuerza al verla entrar a su casa, reprochándose lo asno que había sido con ella por una simple torpeza. Parecía que lo poco que habían avanzado se había arruinado en un dos por tres. *** Cristine se sentía muy cansada, apenas pudo dormir y con todo el pesar del mundo se levantó de la cama para comenzar su día. Al llegar a la empresa saludó al guardia de seguridad y tomó el ascensor. Entró a la oficina y se sorprendió al ver a Xander allí tan temprano. —Buenos días —dijo un poco seria. —Buenos días, señorita Reynolds. Llega usted puntual —dijo él muy sonriente, lo cual le pareció extraño. Hizo caso omiso a su comentario y se sentó en silencio en su escritorio. Luego de organizar sus cosas, salió a comprarle el dichoso café. Su jefe estuvo ausente todo el día y ella se alegró por ello, no se sentía de humor para lidiar con sus palabras. El reloj marcó las doce y salió casi corriendo, ya que moría de hambre. Últimamente no había estado comiendo bien, el día anterior no había comido nada y muchos menos después de lo que sucedió, pero ese día se sentía con mucho apetito. Al entrar al restaurante se sentó en una mesa retirada en el fondo, y tomó el menú en sus manos para analizar las variedades. —Un filete a la plancha para la señorita —escuchó decir a un mesero, dejándole un plato en la mesa junto a una copa de vino, así como una ensalada. Ella frunció el ceño y lo miró. —Disculpe, pero yo he pedido esto. —Lo mandó el señor de allá —le dijo, retirándose. Ella fijó la vista al frente y vio que su jefe caminaba hacia ella. Xander llegó a su mesa y se sentó en una silla al frente sin esperar una invitación. —Veo que ha decidido almorzar, señorita Reynolds. Me he tomado la libertad de elegir por usted —dijo sonriendo. “Pero qué hombre más bipolar” —No debió tomarse tales libertades —dijo con el ceño fruncido. —Tómelo como una disculpa —dijo algo incómodo. Se había sentido un poco mal por la forma en la que la había tratado el día anterior, así que quiso compensarla. —¿Suele hacer esto con todos los empleados de su empresa? —No, no todos son tan hermosos como tú —dijo él, mirándola fijamente. En otra ocasión no hubiera aceptado la comida, pero moría de hambre y pronto tendría que regresar al trabajo. Empezó a comer y ciertamente Xander no se había equivocado, la comida era exquisita. Él miraba cada uno de sus movimientos muy atento, cosa que la ponía nerviosa. —Tienes unos labios hermosos, imagino todo lo que puedes hacer con esa hermosa boquita —dijo con tono seductor. Ella se atoró al escuchar sus palabras, haciendo que Xander esbozara una sonrisa amplia. —Señorita, qué será lo que pensó que se ha sonrojado de esa manera. Ella sintió que en cualquier momento iba a estallar de la vergüenza. Lo escuchó soltar una carcajada y el sonido fue tan hermoso que tuvo que levantar la mirada, anonadada. Se encontró con la sonrisa más hermosa que había visto, no supo si fueron minutos o horas que pasaron, sólo sabía que no podía apartar la mirada de aquellos labios. —¿Te gustó la comida? —le preguntó él, complacido por sus miradas. —Sí, ya debo regresar al trabajo —ella tomó su cartera para ponerse de pie. —No es necesario que regreses, vete a tu casa. Al escucharlo decir esas palabras, se aterró. —Pero, ¿por qué me despide? He cumplido con todos sus encargos —dijo asustada. Él sonrió encantador. —¿Quién dice que te estoy despidiendo? —¿No lo hace? —No. Te pido que regreses a tu casa y descanses. Esta noche tengo una cena con unos clientes importantes y te necesito allá. Mi chófer va a llevarte y recogerte. —Se lo agradezco, pero prefiero tomar un taxi —dijo y él frunció el ceño, pero al final terminó aceptando. La acompañó hasta el taxi y cuando ella se volvió para despedirse, no pudo evitar acercarse y tomar su rostro entre sus manos para robarle un jugoso beso.
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