Capítulo 33 Es mía y así tiene que permanecer Aunque desde su ángulo Sebastián solo alcanzaba a ver su espalda arqueada, sus hombros temblorosos y esas perfectas nalgas redondas que se apretaban entre sus manos, podía sentir lo que ocurría con el cuerpo de la mujer y definitivamente lo estaba disfrutando. De pronto, un destello astuto pasó por sus marrones ojos, pero fue demasiado fugaz y Lucrecia estaba tan absorta en las sensaciones de su cuerpo que jamás lo hubiera notado Estuvieron un largo rato abrazados en la misma posición, Sebastián no se atrevía a moverse ni un centímetro, ni siquiera fue capaz de sacar su entusiasmada herramienta de aquel húmedo coñito; porque Lucrecia no dejaba de menearse en todas las direcciones como una serpiente sobre él, y cada vez que intentaba hacer u