Algunas vendas cubrían las heridas de su espalda, esa mañana, después del habitual café con Bruna y sus amigas, está tomo un tiempo para cambiarle el vendaje. Había desbloqueado un extraño presentimiento, algo pasaba con ella, al divisar la silueta de su espalda desnuda en el espejo casi queda shock. No tenía marcas. —¿Cómo puede ser esto posible, señora Bruna?, sentí sus garras afiladas rozar mis costillas, la sangre brotar de mí piel. —Es maravilloso Angélica, por ahora, consideralo un milagro.—Eso le era imposible. Tampoco podía olvidar a ese hombre de cabellera roja, al principio le pareció un espectro vulgar, después cuando sus ojos lograron aclimatarse a su presencia todo su interior reaccionó de una manera vibrante. No podía negar que su extrañeza seductora la habia dejado p