Angélica
Poco a poco me acostumbraba a este lugar, aunque era algo prematuro decir que me sentía como en casa, todos eran muy amables en especial el señor Lexter. En un principio se negó a que ayudara en la casa, pero bajo mi insistencia fue cediendo, era lo menos que podía hacer, gracias a el estaba viva, con techo y comida.
Asome mi rostro a la ventana y observe lo hermoso que estaba el día, después de preparar el desayuno trataría de dar un paseo, pensé ensimismada en el destello radiante del sol, atravesando el cristal.
—Angélica no era necesario que despertaras tan temprano… — Una voz dulce me bajo de las nubes, era doña Sofía, quien estaba parada frente a la estufa preparando el café.
—Hoy preparare el desayuno, quiero hacer algo especial para el señor Lexter. – Le dije sonrojada y a la vez captando una picardía en los ojos de la ella.
—Te apoyo, es una sutil manera de conquistarlo primor. Te dejare sola para que te inspires. –Dicho esto tomo una generosa taza de café y salio de la cocina.
Luego de Salí de mi trance vergonzoso, me puse el delantal y empecé a preparar el desayuno. Esté consistía en tostadas de tortilla y salmón, huevos con tocino y jugo de naranja recién exprimida, al terminar probé todo, estaba delicioso, ahora debía esperar su llegada.
Antes de terminar de guardar alguna cosas en la/ alacena, sentí su presencia plantarse en el umbral de la puerta, volteé y clave la mirada en todo su cuerpo, recorrí mi vista por todas sus parte ¡divino!... Por momentos me avergonzaba mi reacción hacia él, me cuestionaba, como una persona que estuvo a punto de ser monja y sobre todo vivió toda una vida en un convento podía tener un deseo tan despierto por un hombre que apenas conocía, al final la conclusión era la misma no tenia vocación, ese parecía mi camino antes de no tener otras opciones, los sentimientos que se despertaron en mi al verlo cambiaron mi pensar, lo deseaba, ansiaba tenerlo para mí.
El olor excitante de su colonia mezclado con su fragancia varonil, me recordaron su presencia, me miraba como un cazador, lo que probablemente no sabía era yo que deseaba ser cazada.
Me acerque al comedor donde estaba sentado, con la excusa de llevarle un plato, mi corazón se me aceleraba con cada paso y mas con esa mirada resplandeciente atravesándome.
.—Hola señor, ¿Le sirvo el desayuno?
—¿Lo preparaste tú?. —Me pregunto con el ceño fruncido.
—¡Si!...— Mí voz salio algo trémula.
—Con una condición, debes acompañarme.—Asentí inmediatamente y busque otro plato, le serví raciones generosa, luego tome un poco para mí y me senté a su lado, sabia que no podría comer mucho con semejante frenesí en el cuerpo.
Este devoro todo, incluso repitió, lo cual me hizo feliz, espere que el plato estuviera vacío, lo tomé y me dispuse a fregarlo, cuando estaba de espalda sentí su energía más cerca y su sombra hacerse mas grande en mi presencia.
—Muy rico pero falto el postre.—Sus palabras fueron como un leve susurro, se me erizo la piel al sentir su aliento rozar mi cuello. Me gire, hay estaba su boca a centímetros de la mía.
Sus brazos me reclamaron, todo su calor me atrapo, su boca se unió a la mía, al inicio no entendía que debía hace., —Abre los labios. — Me dijo dulcemente y accedí. La sensación de su lengua enviándome fue maravillosa, me derretía ante aquel contacto; presiono más a su cuerpo contra el mio, giramos varias veces sumidos en el deleite que compartíamos, me alzo y por un leve instante me percate de que dejamos la claridad para entrar a un ambiente más oscuro. Los besos seguían, no quería separarme de ese placer que estaba descubriendo, sus manos empezaron a caminar por mi cuerpo, toco mis pechos suavemente, sentí la primera alerta que debíamos parar, pero no lo hicimos, se retiro levemente y sin yo esperarlo rasgo mi blusa, dejándome algo expuesta, me observo y volvió a besarme, besos que se fueron deslizado por mi cuello mientras el ardor entre mis piernas aumentaba.
La segunda alerta la recibí, cuando deslizo los tirantes de mi sostén, saco uno de mis pechos y los lamió como rica fresa, para luego sumergirlo en su boca, una humedad alimentaba los palpitos en mi femineidad, estaba perdida, debía tomar el control, recuperar el sentido y parar esta locura, trate de inclinarme y empujarlo pero este se pego más y tomo mi otro pezón, baje la vista para ver con la maestría que lo hacia, no tenia voluntad para zafarme de él, hasta que toco la meta, introdujo sus manos entre mis piernas, salte y dando un grito estridente lo empuje.
—¡No!... vamos muy rápido, esto esta mal. –Pronuncie agitada, apenas me salían las palabras por la exaltación, mantuve la vista anclada en la esquina contraria, no podía mirarlo a la cara, más sentía sus jadeos…y su creciente incomodidad.
— ¡Mírame! Entonces me calientas y después me rechazas, ven y terminemos lo que empezamos. –Me ordeno, mientras se quitaba la correa, bajaba sus pantalones hasta mitad de la rodilla, entraba sus manos y sacaba algo inmenso. Yo atendí a su llamado posando mis ojos nuevamente en él y observe todas estas acciones para mi perdición ¡Madre Mía!...exclamo mi voz interior, haciéndome tragar en seco, de eso era que hablaba Ana con tanto candor, la famosa serpiente placentera. Mis ojos querían salirse de su orbita, volví apartar la mirada y comencé a retroceder paulatinamente.
—¡Un ratón!…—Grite a todo pulmón, el desvío la mirada buscando el roedor y aproveche para salir corriendo cuidando no ser vista, mi blusa estaba rota, el pelo revuelto y la piel con toques rojizos, todo delataba nuestro desenfreno. Ya segura en mi habitación aun seguía recordando una y otra vez lo sucedido, los remanentes del deseo aun ardían en mis entrañas, aunque mi orgullo era mayor por lograr contenerme, posiblemente hoy debería quedarme encerrada todo el día, pensé.