Capítulo 21

1992 Words
Octavia —No podemos llegar a casa así, Sam. Detén el auto en una farmacia. —Mi voz temblaba con una súplica apenas audible, rogando para que mi hermana volviera a mí. Eran pocas las veces que Sam se enfadaba de esa manera, pero cuando lo hacía, parecía convertirse en otra persona. Generalmente, necesitaba un poco de tiempo para recuperar el control de sus emociones. Sin embargo, esta vez llevaba más de media hora conduciendo a toda velocidad, y no parecía poder calmarse. —Por favor —susurré, la ansiedad palpable en mi voz—. Me estás asustando. Al oír esas palabras, Sam finalmente apartó la mirada de la carretera y me observó. Su mirada se suavizó un poco, y noté cómo su pie aligeraba la presión sobre el acelerador. Solo asintió en respuesta y disminuyó la velocidad. Gracias a la Diosa, pensé mientras exhalaba un suspiro de alivio. La tensión en el automóvil se hizo más soportable. Habíamos dejado a Orión y Lucas en el callejón donde habíamos estado. Sam, en su ira, había enfrentado a los dos hombres y, sorprendentemente, logrado dejarlos inconscientes. Esa era la faceta de ella cuando se enfurecía, un auténtico animal dispuesto a protegernos. Frenó el auto frente a una farmacia, que se encontraba en una calle poco transitada, alejada del bullicio de la ciudad. El local era pequeño y modesto, con una fachada de ladrillos rojos desgastados por el tiempo. Un débil zumbido de neón verde parpadeaba en el rótulo de la farmacia, revelando el nombre del establecimiento: "Farmacia San Rafael". Al abrir la puerta, noté el tintineo de un viejo timbre sobre la puerta de vidrio, anunciando mi entrada. El interior estaba iluminado por luces fluorescentes blancas que daban una sensación de claridad y limpieza. Las estanterías estaban repletas de productos farmacéuticos, desde medicamentos hasta productos de cuidado personal. El aire tenía un olor distintivo a desinfectante y productos químicos. Me dirigí al mostrador, donde un farmacéutico de mediana edad, con bata blanca y gafas, estaba ocupado preparando recetas. Mientras esperaba, pude oír el sonido distante de una campanilla sobre la puerta, indicando que alguien más había entrado a la tienda. El escaparate exhibía una variedad de productos, desde cajas de pañuelos de papel hasta cremas solares. La farmacia tenía un ambiente tranquilo y sereno, un refugio de calma en medio del ajetreo de la ciudad. Era el tipo de lugar donde la gente acudía en busca de ayuda y alivio, y en ese momento, yo necesitaba urgentemente ambos. Después de comprar los suministros necesarios en la farmacia, con una bolsa de plástico en la mano, me apresuré de regreso al auto donde Sam aún esperaba. El timbre de la puerta de la farmacia sonó detrás de mí mientras cruzaba la acera, y el viento ligero de la noche ondeaba mi cabello. Cuando abrí la puerta del auto y entré, noté que Sam había bajado el volumen de la música que sonaba en la radio. Aunque seguía viéndose preocupada, su expresión era un poco más relajada que antes. La miré con aprensión antes de extenderle las pastillas y el agua. —Date vuelta, tengo que limpiar la herida. Sam se volvió hacia mí, permitiéndome acceder a la herida en su hombro. Abrí un paquete de toallitas húmedas desinfectantes y comencé a limpiar con cuidado la sangre ya seca que la cubría. —No te preocupes, no duele —me aseguró con calma mientras yo trabajaba en su herida. —¿Qué les voy a decir a mamá y papá sobre esto? —preguntó Sam en voz alta, más para sí misma que para mí —"Hola mamá, hola papá, ¿ah, esto? No se preocupen, resulta que mi cita de esta noche no era un asesino en serie, pero sí un psicópata de primera que pensó en marcarme como a una vaca". Terminé de limpiar la herida, y mi mirada se posó en el resultado. Estaba sorprendentemente curada, un rosa suave que apenas destacaba en su piel. Parecía... —Un tatuaje... —murmuré en estado de shock—. Parece un tatuaje. Mira —dije, tomando el espejo que teníamos en la guantera del auto y pasándoselo. Sam lo tomó y evaluó los daños en su hombro, sus ojos se abrieron como platos. —¿Pero...? —comenzó a decir, y luego cerró los ojos con fuerza—. ¡Cierra la boca, Nessy! —gritó, reaccionando ante lo que sea que Nessy le dijo. —¿Qué dijo? —le pregunté, nerviosa, sin saber si quería escuchar la respuesta. —Está diciendo tonterías. Algo sobre la marca del compañero, completar el vínculo y no sé qué más. Está loca. Yo estoy loca —suspiró frustrada. El teléfono de Sam comenzó a vibrar en el portavasos del auto, y ambos vimos en la pantalla el nombre de Lucas parpadeando, indicando una llamada entrante. Sam miró el teléfono, frunciendo el ceño mientras sonaba el tono de llamada. Finalmente, decidió cortar la llamada y apagó su móvil con un gesto decidido, sus manos temblando ligeramente, sus cejas fruncidas en un claro signo de frustración. —Es idiota si cree que volveré a hablarle alguna vez en la vida... —dijo Sam con amargura, guardando el teléfono en su bolso mientras apretaba los labios en un rictus de enfado. Le di una mirada tranquilizadora mientras trataba de pensar en una solución a la complicada situación en la que nos encontrábamos, y mi ceño se frunció también en un esfuerzo por encontrar una respuesta. —Cálmate. Pensemos mejor qué decirles a nuestros padres cuando lleguemos a casa —le sugerí, tratando de encontrar una solución, y puse una mano en su hombro en un gesto de apoyo. Sam parecía preocupada por la herida en su cuello y asintió mientras sus ojos mostraban una mezcla de preocupación y resignación. —Es posible que estén durmiendo a la hora que lleguemos. En los próximos días podré cubrir la herida con una bufanda o algo así. Para cuando lo descubran, diremos que es un tatuaje. Le preocupaba la reacción de nuestros padres, especialmente de nuestra madre, si se enteraban de la verdad. La idea de mantener la herida oculta con una bufanda me pareció sensata, al menos temporalmente, y asentí en señal de acuerdo. —¿No iremos a la policía a hacerle una denuncia? —pregunté, preocupada por nuestra seguridad y la necesidad de protegernos, y mi voz tembló ligeramente. Sam dudó antes de responder, mordiéndose el labio inferior en un gesto de indecisión. —¿Y permitir que mamá nos deje en arresto domiciliario? No, Vi, no voy a quedarme en casa porque ella piense que estamos en peligro. Además, los manejé muy bien allí atrás —sonrió con un toque de orgullo por cómo había manejado la situación en el callejón, y sus ojos brillaron con determinación. Aunque me preocupaba no buscar ayuda de las autoridades, entendía sus razones. Nuestra madre nos encerraría de por vida en nuestra habitación si se enterara de lo que había ocurrido. —No lo sé, tal vez deberíamos hacerlo —insistí, preocupada por la posibilidad de que fueran peligrosos, y me mordí el labio inferior en un gesto similar al suyo. Sam suspiró y me miró con determinación, su mandíbula tensa en un gesto de resolución. —Vamos a casa, Vi. Solo quiero dormir un poco —dijo, arrancando el auto y enfocándose en el camino, sus ojos cansados pero decididos. Asentí, sabiendo que no podíamos ignorar la situación peligrosa en la que nos encontrábamos. Orión me había dicho que era líder en una organización y pensé en los posibles peligros que enfrentaríamos, por suerte, Sam y yo compartíamos la misma determinación de estar alerta y preparadas para lo que viniera. *** Tres días después del baile, la herida en el cuello de Sam estaba cicatrizando, pero yo no podía evitar mirarla con una mezcla de tristeza y preocupación. Cada vez que veía la cicatriz, revivía la escena una y otra vez en mi mente. Sabía que no podíamos volver a acercarnos a ellos, a Lucas y a Orión. Era un hecho. "No puedes permanecer tanto tiempo lejos de nuestro compañero, Vi", se lamentaba Darcy, con tristeza y preocupación. "Él no es nada nuestro, Darcy", respondí con amargura, dejando claro que la conexión que sentí con Orión no era suficiente para superar lo que había sucedido. "Solo es el amigo del chico que lastimó a Sam. No volveremos a verlo jamás", sentencié con determinación. Darcy intentó decir algo más, pero lo interrumpí con un tono de voz firme. "Pero nada. No vuelvas a mencionar el tema. Por favor", le pedí, aunque me costaba ser tan dura con ella. Había sentido una conexión innegable con Orión, un vínculo que había surgido de manera inesperada. Besarlo había sido como un viaje de ida a las estrellas, y no quería bajar de esa nube. Anhelaba pasar todo mi tiempo con mis labios sobre los suyos, explorando cada rincón de su cuerpo con mi boca, adorando su piel y descubriendo cada marca que la vida le hubiera dejado. Sí, era ilógico. Tanto como el haber confiado en él y compartido mi mayor secreto en un impulso, al ver en sus ojos que podía confiar en él. Pero ahora las cosas eran distintas. No podía seguir pensando en él sabiendo que su mejor amigo había lastimado a Sam. Simplemente no podía permitirlo. —¿Salimos a correr? —preguntó Sam saliendo del baño, ya vestida con ropa deportiva que delineaba su figura. —Sí, me haría bien liberar un poco de estrés —respondí, mirándola con preocupación. —¿Sigues pensando en Orión? Sabes que él no tiene por qué ser como el idiota de su amigo, ¿no? Podrías llamarlo... Pero la idea de volver a tener contacto con Orión me hizo ponerme de pie de un salto, y agarré una campera deportiva que estaba en la silla de mi escritorio. —Primero —dije, mirándola con determinación—, no tengo su número, y segundo —continué, abriendo la puerta de la habitación—, aunque lo tuviera, no voy a arriesgarme a que el idiota de su amigo vuelva a acercarse a ti. Sam asintió, comprendiendo mi preocupación. —Bien, no me gustaría patearles el trasero de nuevo —rió Sam, siguiéndome mientras bajábamos las escaleras hacia una carrera que nos ayudaría a liberar algo de tensión. El aroma del desayuno recién preparado flotaba por la casa mientras Sam y yo nos apresurábamos a bajar las escaleras. —¡Niñas! ¡Vengan a la cocina ya! —gritó papá, su voz llenando de emoción la casa. Sam, con una expresión de preocupación en su rostro, revisó que su cicatriz no estuviera visible antes de avanzar primero. El ligero estruendo de sus zapatillas golpeando los escalones de madera me indicaba su urgencia. En la acogedora cocina, mamá estaba ocupada preparando el desayuno, mientras papá, con una sonrisa que hacía brillar sus ojos cansados, nos esperaba alrededor de la mesa para cuatro personas. La luz de la mañana se filtraba a través de las cortinas de encaje, pintando patrones de sombras y destellos dorados en las paredes de color crema. —Muy buenas noticias chicas, nos vamos unos días de campamento —anunció papá, su voz llena de emoción y anticipación. —¿Pero las vacaciones no son para finales del próximo mes? —pregunté, mirando de mamá a papá con curiosidad, mientras el aroma del café recién hecho se entrelazaba con el de las tostadas. —Sí, pero a tu papá le han dado unos días libres antes —dijo mamá emocionada, su entusiasmo era contagioso. —Cerró un gran trato y la ganancia es para pasar unos días de familia. ¡Nos vamos esta noche! Sam tenía una amplia sonrisa en el rostro, y yo no podía evitar emocionarme por la idea de escapar de la rutina y la ciudad por unos días.
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