Capítulo 12

2220 Words
Orión Finalmente había llegado el día. A partir de hoy sería el nuevo Alfa de la manada Los cazadores sagrados. Me había preparado para este día desde que nací, pero incluso con años de preparación, tenía esa sensación extraña dentro de mí que me generaba nervios. Era como si una tormenta de emociones se revolviera en mi interior, agitando mi mente y mi corazón. La responsabilidad de liderar la manada pesaba sobre mis hombros, y sentía el peso de las expectativas de todos. "Vas a estar bien. Vamos a estar bien", me recordó Ciro. Él siempre estaba allí para apoyarme, para ser mi ancla en los momentos de incertidumbre, así como también para llamarme la atención o sermonearme cuando era necesario. Sus palabras resonaban en mi mente, brindándome una sensación de calma en medio de la agitación emocional. "Lo sé, Ciro. Es que todo ha cambiado ahora", le respondí, compartiendo mis pensamientos con él. Desde que conocí a mi compañera, mi vida había dado un giro inesperado. La conexión que compartíamos, la atracción magnética que había surgido entre nosotros, me había dejado atónito. Aunque solo habían pasado tres días desde aquel encuentro, cada recuerdo estaba grabado en mi mente como si hubiera ocurrido hace una eternidad. Su olor, su piel suave y cálida contra la mía, la electricidad que fluía entre nosotros; eran detalles que me perseguían en mis pensamientos constantemente. Cada pequeña minucia, incluso el roce de su aliento en mis labios, parecía estar destinado a atormentarme con la nostalgia de su ausencia. Ya la extrañaba de una manera que me resultaba inexplicable, y no podía evitar desear su presencia en este día tan importante para mí. No sé de dónde saqué la fuerza de voluntad para no regresar a esa ciudad y ponerla patas arriba en busca de mi compañera. Tal vez tenía algo que ver con los desagradables encuentros que tuvimos en nuestro regreso al territorio. Atrapar a los intrusos fue sorprendentemente sencillo. El conductor no calculó bien y, sin darse cuenta, cruzó la línea que marcaba el límite de nuestro territorio. Desde ese momento, se convirtieron en invasores y, por lo tanto, en presas fáciles para ser capturados sin riesgo de provocar problemas diplomáticos. Inmediatamente, los arrojamos a celdas en las profundidades de nuestro territorio y confiscamos cada uno de sus objetos personales que habían estado en el vehículo. Desde entonces, los hemos sometido a un interrogatorio intenso, utilizando una variedad de métodos de tortura brutales para intentar hacerlos hablar. Sin embargo, se han mantenido firmes en su negativa a revelar información. A pesar de las pruebas que acumulábamos en su contra, permanecían en silencio, como si hubieran jurado lealtad a un oscuro código de honor. A pesar de que su silencio nos desconcertaba, encontramos un teléfono móvil y algunas carpetas que arrojaron luz sobre sus intenciones. Las fotos que encontramos en el teléfono, una vez que logramos desbloquearlo, nos dejaron horrorizados y atónitos. Las imágenes eran de la noche en que había conocido a mi compañera, capturadas desde las sombras sin que ella lo supiera. Cada foto era un cruel recordatorio de nuestra impotencia y el peligro que enfrentábamos. La visión de esas imágenes me llenó de un pánico y un shock que me dejaron sin aliento, preguntándome quiénes eran los responsables y qué más podrían tener en mente. Estaba revisando algunas de las fotos que me habían tomado durante la noche. En una de ellas, me encontraba sonriendo a dos chicas en la barra del club mientras esperaba mis tragos. Desde fuera, parecía que estaba coqueteando con ellas, pero la realidad era otra. No había pasado nada más allá de la conversación vacía y el intercambio de sonrisas cordiales. Luego, las fotos con mi chica, me llamaron la atención. Al verlas, experimenté una mezcla de emociones, que iban desde la admiración hasta la frustración. En esas fotos, ella se veía tan sensual, tan gloriosa que solo yo podía mirarla de esa manera. Parecía radiante y hermosa, y no podía evitar sentirme un poco celoso al pensar que otros pudieran contemplar su belleza. De repente, me invadió un instinto protector y posesivo. Sentía que esas imágenes debían ser eliminadas de inmediato antes de que otros "tontos" las vieran y tuvieran ideas equivocadas. No quería que nadie más tuviera la oportunidad de admirar a mi compañera de la misma manera que yo lo hacía. Pero mi mayor preocupación no era solo la cuestión de las fotos. También me inquietaba que, sin haberlo previsto o querido, hubiera puesto una diana en la espalda de mi compañera. Sabía que, en un mundo donde las percepciones pueden ser distorsionadas y las personas pueden ser impulsivas, esos idiotas podrían perseguirla o acosarla solo por haber estado conmigo en la pista de baile. Y pensar en ella indefensa y vulnerable, me partía en dos. No quería que ella se sintiera amenazada o insegura debido a nuestra conexión, y eso me llevaba a cuestionar las decisiones que había tomado en esa noche. Eso cambiaría hoy, el día en que asumiría el cargo de Alfa de la manada, y con ello, obtendría el poder y la responsabilidad que tanto había anhelado. Esto significaba que tendría a mi disposición a lobos entrenados, listos para buscar y proteger a mi compañera hasta que pudiera reunirme con ella. Anhelaba desesperadamente ese momento, el de volver a tenerla en mis brazos y nunca más dejarla ir. Un golpe en la puerta me hizo volver al presente de inmediato. —¿Estás listo hijo? —llamó mamá desde el otro lado de la puerta. Aún no le había hablado de esta chica, Vi por lo que le escuché decir a ese chico con el que se tropezó en la pista de baile. A ese que casi arranco su cabeza por tener las manos sobre mí chica. —Sí, Luna, voy saliendo —respondí mientras terminaba de arreglarme con la túnica que llevaría puesta para la ceremonia y ella entraba a la habitación. —Si bien me agrada que aún me digas Luna, dentro de 45 minutos seré la antigua Luna, sabes que amo aún más cuando solo me dices mamá. —Sí, mamá, lo sé. Te amo. —Y yo te amo a ti, mi hermoso cachorro —respondió, dándome un beso en la mejilla—. Vamos, que se te hace tarde. Caminamos juntos hasta el patio de la casa de la manada, donde todos estaban reunidos alrededor de un altar, dejando un espacio frente al mismo para que se desarrollara la ceremonia. Mi padre ya estaba allí de pie, dándome una cálida sonrisa, una que no veía desde hace mucho tiempo. "Estamos muy orgullosos del hombre en el que te has convertido, hijo. Serás un increíble Alfa, tu Luna será la mujer más afortunada del mundo, aunque no sea tu compañera dada por la Diosa," murmuró mi madre en mi mente, añadiendo las últimas palabras con evidente tristeza. La mención de mi futura Luna me hizo pensar en Vi y cómo encajaría en mi vida y en la manada. Por un momento, mis pensamientos se centraron en ella. Tenía sospechas de que ella sabía cómo me sentía con respecto a una compañera predeterminada por la Diosa Luna, y esta conversación confirmó que efectivamente lo sabía. Mi madre conocía mi lucha interna y mi creencia de que había perdido la oportunidad de encontrar a mi verdadera compañera hace 15 años. "Gracias, mamá. No te preocupes, Luna estará con nosotros en muy poco tiempo," le respondí, ganándome un ceño fruncido seguido de una mirada perspicaz. "La has encontrado," exclamó mi madre en mi mente, no era una pregunta. "Sí, mamá. Es la mujer más hermosa de la tierra," suspiré como un tonto enamorado. "Quiero conocerla, no, retira eso, necesito conocerla," dijo emocionada. "Pronto, madre. Por el momento, mantengámoslo entre nosotros," le dije, y ella me regaló una sonrisa amplia que mostraba todos los dientes. Disfruté de ese momento presente con mi madre antes de que la ceremonia comenzara. —¡Sean todos bienvenidos a esta noche de celebración! —Comenzó mi padre, y todos los ojos se dirigieron hacia él, llenando el lugar de un silencio expectante para dar inicio a la ceremonia. —Hoy estamos reunidos para ser testigos de la grandeza de esta manada. Los lobos reunidos comenzaron a aullar en respuesta a sus palabras, y la energía en el lugar creció en un constante aumento. —Hoy termina un ciclo, doy lugar y entrego de forma voluntaria mi posición dentro de la manada a mi hijo, para que continúe con el legado Alfa de la familia, bendiciendo su reinado en nuestro territorio y llevándolo aún más alto de como lo estoy entregando. Ven aquí, hijo mío. Caminé hasta el altar donde se encontraba mi padre, mis músculos se tensaron mientras avanzaba hacia adelante. Los aullidos de la manada parecían formar una sinfonía de cambio y expectativas. Sabía que este era el momento que había esperado durante toda mi vida, y el peso de mi nueva posición caía sobre mis hombros con cada paso que daba. Al llegar, me incliné sobre mis rodillas que tocaron la tierra, y sentí la aspereza del suelo bajo mis manos. Mi corazón martilleaba en mi pecho, como un tambor anunciando los cambios que estaba a punto de asumir. El viento fresco acariciaba mi piel, enviándome escalofríos de anticipación, bajé la mirada al suelo mientras esperaba las palabras que completarían la transición de poder en la manada. —Tú, Orión Larsen, Alfa heredero de la manada Los cazadores sagrados, ¿aceptas la responsabilidad de ser nuestro nuevo Alfa, actuando siempre en el mejor interés de nuestra manada, cumpliendo con tus obligaciones como tal, hasta que un nuevo heredero ocupe tu lugar? —pronunció mi padre con solemnidad, y sus palabras resonaron en el patio mientras todos los lobos presentes aguardaban en silencio. Respiré hondo y tragué saliva, consciente de la trascendencia de mi respuesta. —Acepto —respondí, dejando en claro mi compromiso. —¿Alguno de los presentes considera que mi hijo, heredero a Alfa, no cumple con los requisitos o el valor suficiente para ocupar su lugar como Alfa con honor y sabiduría? —preguntó mi padre, escudriñando con la mirada a todos los lobos reunidos en el patio. Esta era la parte más estresante de la ceremonia, el momento en que cualquier lobo podría plantarse y cuestionar mi posición en la manada. Cualquiera podría exigir combatir a muerte por el derecho de ser el nuevo Alfa. Aunque no tenía miedo a la pelea, me frustraría enormemente que alguien cuestionara mi capacidad para dirigir esta manada. Sin embargo, en esta ocasión, nadie respondió al llamado de mi padre, y el silencio en el patio se mantuvo intacto. —Bien —mi padre sonrió ante la muestra de respeto y aceptación de los demás lobos—. Levántate, hijo mío, y completemos la ceremonia en ambas formas, humana y lobo. Me puse de pie mientras observaba cómo el Beta de mi padre se nos acercaba con una copa en la mano izquierda. Mi padre recibió la copa y, dejando crecer sus colmillos, mordió su palma derecha, dejando que unas gotas de sangre cayeran en el recipiente. —Sangre Alfa que finaliza un ciclo —dijo él mientras ofrecía la copa. Luego me la entregó, y yo, siguiendo el mismo rito, dejé que unas gotas de mi sangre se mezclaran con las de mi padre en la copa. —Sangre Alfa que comienza un nuevo ciclo —respondí la copa de sangre se llenó con nuestras esencias, mezclando pasado y futuro. Era un recordatorio de que la historia de nuestra manada fluía a través de nosotros, una tradición inquebrantable. Retrocedí hasta quedar en el centro del círculo de combate. En un rápido gesto, me despojé de la túnica que cubría mi cuerpo, quedando completamente desnudo. En cuestión de segundos, Ciro se transformó en su forma de lobo, revelando su tamaño aún más imponente como el nuevo Alfa de la manada. Se acercó al altar, mordió su propia pata derecha y dejó caer algunas gotas de sangre sobre la superficie del altar como símbolo de aceptación de su papel en la manada como Alfa. Volví a mi posición en el centro del círculo, listo para presenciar la parte de la ceremonia que involucraba a mi nuevo Beta. —Mi hijo te ha elegido para ser su Beta, su compañero y aliado para liderar esta manada y dirigirnos hacia un mejor futuro. Tú, Lucas Vidar, ¿aceptas el llamado de tu Alfa, para trabajar codo a codo con él, cumpliendo tus obligaciones con Alfa, Luna y tu manada? —preguntó mi padre, mirando a Lucas con seriedad. —Acepto —Lucas respondió con seguridad en su voz, aceptando su rol con determinación. Esta vez, fue el padre de Lucas quien completó la ceremonia de la copa y la sangre con su hijo. Una vez terminado el rito, Lucas y yo, en la forma de lobo, nos inclinamos en señal de respeto ante el altar. —Inclínense ahora ante su manada, recuerden a quién le deben lealtad —ordenó mi padre, levantando sus manos. Cumplimos su orden en ese momento, reconociendo que, a partir de ese día, solo yo tendría el privilegio de dictar órdenes a la manada como su nuevo Alfa.
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