Para cuando era la hora del almuerzo todavía tecleaba sin parar en el ordenador, sus dedos se movían a la velocidad de la luz al tiempo que imprimía los documentos que necesitaba.
El sonido de su teléfono hizo que hiciera una pausa para verificar de quien se trataba, tenia una llamada de su amiga.
—¿Iremos a comer? —Fue lo primero que le pregunto Abigail cuando descolgó la llamada.
—Por desgracia tendré que saltarme el almuerzo —Respondió haciendo una mueca y volviéndose hacia la pantalla en el ordenador —Está resultando ser un día infernal.
Al otro lado de la línea su amiga suspiró.
—Eso suena como que el jefe la tiene aplicada contigo hoy
—Yo diría que todo el tiempo. Creo que dedica su existencia a arruinar la mia —Dijo ella poniendo los ojos en blanco —Si lo hubieses visto hoy ¡Parecía a punto de escupir fuego!
Abigail se echo a reír y Nancy sonrió negando con la cabeza
—Claro, ríete de mi desgracia —Murmuró pero tampoco puso evitar solar una pequeña risa aunque eso no haría nada por cambiar su situación actual
“Reír para no llorar ¿no?”
Nancy suspiró abatida
—Me ha ordenado un sinfín de cosas y solo tengo unas cuantas horas para tener todo listo —Dijo y agrego: —A este punto ni aunque tuviera un clon lograre terminarlo a tiempo
—¿Te puedo ayudar en algo? ¿Qué necesitas? —Le pregunto Abby y ella casi podia imaginarse haciendo un puchero al teléfono —¿Un sicario? ¿Agua bendita?
Se echo a reír.
—Es una de las ofertas más tentadoras que he escuchado en mi vida —Nancy sospeso la idea a sabiendas de que su amiga no podia ver la —Pero tranquila, estoy bien.
¿Realmente lo estaba? Miro hacia el ordenador e hizo un puchero con sus labios esperando a que ocurriera un milagro, aunque tenia mucho que transcribir, imprimir y encuadernar, sinceramente, no sabia si podría lograrlo a tiempo.
“Tienes que hacerlo, no le des el gusto” dijo una pequeña vocecita en su cabeza a sabiendas de que rendirse ahora le daría la razón al marimandón de Marcus Coleman, podría escribir aquella falta en su expediente, muy probablemente lo tomaría como una excusa para despedirla.
Nancy se estremeció. No habia luchado tanto en su trabajo y dado todo de si para rendirse ahora, no le dejaría ganar al hombre ni una sola vez. Sin embargo las ofertas de su amiga eran bastante tentadoras, debia reconocerlo. La forma en como las tres se habia conocido habia sido completamente única e inesperada, cuando lo recordaban a las tres les causaba gracia. Desde que se habia mudado a Nueva York por sus estudios, habia estado sola por mucho tiempo, demasiado concentrada en su carrera, habia sido una coincidencia cuando conoció a sus mejores amigas, Abby y Alison definitivamente habian hecho de su tiempo en NY algo increíble y mucho más divertido. Nancy conoció al par luego de clases, antojada por una hamburguesas y queriendo dejar la dieta de lado se habia dirigido al puesto de comida rápida más cercano, donde en ese entonces trabajaba Alison que era nueva usando la máquina de salsa, habia terminado asiendo un lio de ella mismo entre el kétchup y la mostaza, tanto ella como Abigail se habian apresurado en ayudarla, aun asi nada impidió que el desastre continuara y las tres terminaron embarradas hasta el cuello con salsa de tomate, mayonesa y mostaza, a pesar de oler como la hamburguesas que habai deseado ese día las tres salieron del local muertas de la risa, habian sentido una conexión que fueron alimentando poco a poco a lo largo de siete años hasta convertirse en mejores amigas.
Desde entonces estaban juntas en la buenas y en las manos, después de la pérdida del padre de Alison, ambas habia estado brindando su consuelo pero poco habian sabido de la gran deuda del padre de su amiga, mucho menos que estuvo a punto de quedarse en la calle por ello. No fue hasta la llegada y el reencuentro con un hombre que pertenecía a su pasado, su primer amor, el magnate multimillonario John Foster, que su amiga habia logrado conservar su casa, por lo que tenia entendido el hombre no habia dudado en pagar aquella deuda, por si fuera poco ahora era el esposo de su amiga y ambos tenían una hermosa bebe. La pequeña Enma habia heredado la mata de rizos negros de su madre al igual que su hermosos ojos azules, era la debilidad de sus padres y sus tias, lo supiera o no, la pequeña ya tenia a toda su familia y seres queridos en la pequeña palma de su mano.
Nancy sonrió recordando la última vez que la habia visto, habia aprovechado el fin de semana pasado para visitar a la hermosa familia, John se habian encargado de todo organizando un vuelo para las tías de su hija en tan solo un par de horas para ir a Londres. La habían pasado increíble.
Pero por desgracia luego de ello tuvo que regresar a Nueva York debido a su trabajo, no tenia intención de ser mal entendida pues amaba lo que hacia, todo fuera mucho mejor si no tuviera que soportar a cierto jefe malhumorado
De momento no tenia muchas opciones, algunas personas deben hacer más sacrificios todavía y probablemente no se quejaban tanto, pensaba ella, un ejemplo cercano para ella era su otra amiga, Abigail pasaba horas y horas trabajando en un club nocturno como camarera para poder pagar su carrera y tener un techo sobre su cabeza, no importaba el hecho de que su padre fuera rico y hubiese nacido en cuna de oro, prácticamente, cuando este se casó con su segunda esposa esta habia desplazado a Abigail a un lado y su padre habia estado demasiado enamorado como para darse cuenta de ello.
Seguro no ganaría el premio al padre del año.
Tras una breve reorganización para salir en otro momento, termino la llamada con su amiga.
—Señorita Marshall.
Paralizándose en su asiento, totalmente congelado por aquella voz que conocía tan bien levanto la mirada tragando seco y deseando con todas sus fuerzas no encontrarse con aquel rostro, pero una vez más… ¿Realmente tenia opción? Resignada a lo que auguraba aquel tono de voz que ya conocía se enfrento al par de ojos color miel que en ese momento la miraban con lo que solo podia describir con arrogancia
Instantáneamente deseo arrojarse su grapadora a la cara
—Señor Marcus…
—Ya que usted tiene tanto tiempo como para conversar por teléfono le voy a pedir que además de hacer la presentación de London, necesito que se dirigía al despacho de Elliot y traiga la segmentación de mercadeo de Nicolson —Ajusto la corbata en su cuello al tiempo que enderezaba, haciendo una pausa para mirar su reflejo en el cristal de la ventana detrás de ella —¿Cree que podrá hacerlo?
Como parte de las practicas a veces hacia ciertas tareas de asistente, habia sido lo mismo con su antiguo jefe, aunque Henrry habia sido mucho más amble y empático que el hombre ante ella. Aunque sabia muy bien que la mejor forma de adquirir conocimiento era prestar especial atención a la acciones de su superior, como el encargado de la empresa. También sabia que entre que a pesar de ello eso no la convertía en secretaria
“Unos meses más y ya no tendré que escuchar sus órdenes” repitió el mantra en su cabeza como ya venia haciendo desde un tiempo, siempre funcionaba para evitar estrangularlo con su propia corbata, esta vez resultaba un verdadero esfuerzo.
—Puedo pedirle a Rachel que…
—No era una sugerencia —Él la cortó — Quiero que vaya usted a buscarlos.
Él la miro con la mirada encendida en la mandíbula apretada antes de girar sobre sus talones y a grandes zancadas dirigirse a su despacho, no sin antes azotar la puerta detrás de si.
“Pero ¿qué problema tiene? ¿De verdad es necesario ir dando portazos por ahí como un adolescente “incomprendido”? Pensó con las manos apretadas en puños a sus costados, como un resorte se levanto de su asiento, lo mejor que pudo intento con sus manos aplacar los pequeños cabellos rubios erizados en lo alto de su cabeza, estaba segura de que su friz ahora tenia mucho que ver con la vibra del hombre de las cavernas encerrado en la oficina contigua a la suya
Suspirando se apresuro a tomar el ascensor, la oficina de Elliot quedaba en la otra ala del edificio, un edificio casi tan grande como un estadio de futbol americano
Cinco horas después había acabado las actualizaciones de los informes de progreso que habia pedido, tenía la presentación prácticamente preparada y estaba al borde de la risa histérica por lo horrible que había sido ese día.
Corrió por el oscuro pasillo del edificio ya vacío con los materiales para la presentación agarrados como podía entre los brazos y mirando el reloj. Cinco y diez.
“El señor Coleman se iba a comer mi hígado crudo”
Llegaba al menos diez minutos tardes. Como había quedado claro esa mañana, él odiaba la impuntualidad. “Tarde” era una palabra que no estaba incluida en el Diccionario del imbécil de Marcus Coleman, como tampoco lo estaban “corazón”, “amabilidad”, “compasión” o “gracias”. Y ahí estaba ella, corriendo por los pasillos con unos zapatos de tacón de aguja altísimos, a toda velocidad hacia su verdugo.
“Respira, Nancy”
Cuando se acerco a la sala de reuniones intento tranquilizar su respiración y dejo de correr, estaba segura de que encontraba jadeando en ese momento y no era para menos, habia estado haciendo malabares hacia la sala. Una luz cálida se colaba por debajo de la puerta.
Sin duda, estaba ahí, esperándola.
Con sus manos temblando a causa de la adrenalina intento pasarla por encima de su ropa para quitar alguna arruga invisible, recogió su cabello rubio en un moño alto. Tomó una gran bocanada de aire antes de exhalar, se sentia como un cerdo a punto de ir al matadero, estaba sudando sin parar y le tomo al menos un par de minutos calmar su acelerado corazón, estaba segura de que desmayándose en medio de la presentación no iba a conseguir ni siquiera un poco de pierda de parte del hombre
Sus nudillos golpearon la puerta de madera y espero su respuesta
—Adelante.
La sala de reuniones, era enorme; una pared tenía unas ventanas del suelo al techo que ofrecían una vista maravillosa del paisaje urbano de Nueva York desde una altura de dieciocho pisos. El son estaba a punto de ocultarse, y las luces en el interior eran la única fuente de iluminación en el lugar, tardo un momento en acostumbrarse a la luz golpeando sus ojos al tiempo que entraba y cerraba la puerta detrás de ella. En el centro de la sala había una impresionante mesa de madera maciza, y mirándola desde la cabecera estaba el señor Coleman.
—Buenas tardes, disculpe la demora, yo… —Se cayó abruptamente cuando estuvo a punto de darle explicaciones, sabia que era inútil y lo único que conseguiría era que él la culpara por alguna que no habia podido controlar, sabia que no lo entendería, mucho menos le importaría. Que se moleste, eso no seria nada raro.
Recuperando su valentía levanto su barbilla y camino hacia sonde él se encontraba sentado
A esa hora del día, a punto de terminar la jornada, Marcus Coleman habia renunciado a su chaqueta y su corbata que se cansaba de ajustar todo el día solo para que al final terminaba dejándola apenas colgando en su cuello. Habia remangado las mangas de su camisa hasta sus codos. Sus brazos estaban cruzados sobre su pecho mientras la observaba en silencio.
Sin mirarlo rebusco entre los papeles que llevaba consigo y colocó una copia de la presentación sobre su mesa
—¿Ya podemos empezar señorita Marshall? —Su voz salió ronca, gruesa y se filtro en su cabeza paralizándola por un momento
Todo aquello seria mucho más fácil sin el hombre no era realmente guapo
—¿Señorita Marshall? —Ahora su voz sonaba impaciente y fue suficiente para hacerla parpadear, concentrándose de nuevo
—Por supuesto —Asintió con rapidez al tiempo que daba un par de pasos lejos de la mesa