Capítulo 3 II Parte

1243 Words
“¿Desde cuándo contratamos gente tan joven?” se pregunto por un momento antes de negar con la cabeza, mientras hiciera su trabajo no le importaba la edad del chico ni de ninguno de sus empleados siempre y cuando rosaran lo legal e hicieran su trabajo, después de todo para esto último se les pagaba. Nancy trago saliva, a pesar de la situación no pudo evitar que su mirada viajara sobre su cuerpo, no podía creer lo que acaba de pasar aun cuando lo habia presenciado por si misma, repetía el momento en su mente y seguia sin poder creerlo. “Es imposible” pensó y después negó con la cabeza, no lo era porque le acaba de suceder… Y le habia gustado Lo cual no estaba nada bien Él se volvió hacia ella, ambos estaban en silencio y solo escuchaban los pasos afuera del chico de la limpieza, totalmente ajeno a la presencia de ellos en el lugar. Sus ojos se encontraron y fue como si el tiempo se hubiese detenido por un momento, la tensión s****l crepitaba a su alrededor y el calor empezó a aumentar en la pequeña habitación polvorienta, de repente Nancy recordó que no tenia bragas y aquello no hizo más que aumentar su excitación, y no fue la única que lo noto, aquel par de ojos oscuros se posaron sobre ella con abierta lujuria, tanto asi que no pudo evitar estremecerse ante su penetrante mirada. Nancy se sentia entre la espada y la pared en ese momento, un anhelo como ningún otro se instalo en su pecho combinado con el hecho de que podía sentir la necesidad aumentando entre sus piernas. Sabia que estaba mal, pero aun asi… No hicieron falta palabras para que ninguno de los dos supiera lo siguiente que pasaría, Marcus dio un paso en su dirección y se detuvo “A la mierda” Nancy tomo la corbata de seda y acercó su boca a la suya con agresividad. Sus labios eran tan perfectos como parecían: firmes y suaves. Nunca la había besado nadie que conociera hasta en el mejor ángulo, en el mejor punto de profundidad y con aquella provocación posible. La estaba haciendo perder la cabeza. Grandes manos tomaron sus caderas y la alzaron sobre un pequeño escritorio detrás de ella, el sonido de las carpetas y papeles cayendo se escucho por debajo de su acelerada respiración y no le importo, su gran cuerpo se cernía sobre ella a medida su boca seguía poseyendo sus labios de aquella manera. La parte de ella que lo odiaba se estaba disolviendo como azúcar en la lengua y la parte que quería todo lo que tuviera para darle crecía, ardiente y exigente. Su necesidad solo parecía aumentar más a medida que los segundos transcurrían. —Pídemelo. —Se inclinó sobre ella, le agarró el lóbulo de la oreja entre los labios y después le dio un mordisco fuerte pero en ese momento no hizo más que aumentar su excitación—. Te prometo que te lo daré. Lo que más ansiaba era su liberación —Por favor —A ese punto ya estaba suplicando, entrecerraba los ojos para intentar concentrarse en el único objetivo de su deseo que estaba parado en frente—. Por favor. Sí. Marcus rodeó su cuerpo con el brazo y puso sus dedos sobre aquel montículo de nervios hinchado entre sus piernas luego de levantar su falda, con la presión y el ritmo perfectos. Sentía su sonrisa sobre su nuca y cuando abrió la boca y apretó los dientes contra mi piel, Nancy perdió el poco control que habia tenido. El calor ascendió por su espalda, envolvió sus caderas hasta alcanzar sus piernas y se sacudió contra él. Apreté el cristal con las manos, todo su cuerpo estremeciéndose por el orgasmo que la embargaba y la dejaba sin aliento. Cuando por fin perdió intensidad, él salió y dio la vuelta para que lo mirara; agachó la cabeza para besarle el cuello, la mandíbula y el labio inferior. —Dame las gracias —susurró. Nancy enterró las manos en su pelo y tiró con fuerza, esperando provocar alguna reacción en él, queriendo ver si todavía tenía control sobre sí mismo o deliraba. “Pero ¿qué demonios estamos haciendo?” pensó Él gruñó, y tomo sus manos, besó todo el camino por su cuello y apretó su erección contra su estómago. —Ahora hazme sentir bien. Nancy se levanto del escritorio con piernas temblorosas y lo observo detenidamente. Parecía vulnerable y se veía realmente sexi en ese estado de abandono. Sin embargo aquello no podía estar más alejado de la realidad. Él no era nada vulnerable. Era el mayor imbécil que había pisado la tierra y le acaba de dar uno de los mejores orgasmos de su vida… Y ella estaba a punto de hacer lo mismo. Pero era más probable que el infierno se congelara a que ella hiciera algo como eso. Así que en vez de darle lo que sabía que quería, se levantó, se bajó la falda y lo miró a los ojos. Era más fácil ahora que no la estaba tocando y haciéndola sentir cosas que no tenía por qué hacerme sentir. Los segundos pasaron y ninguno de los dos apartó la mirada. —¿Qué demonios crees que estás haciendo? —preguntó con voz ronca cuando ella asomo su cabeza por una pequeña rendija en la puerta cuando la habia abierto, parecía que la sala de reuniones esta sola, al parecer el personal de limpieza ya habia terminado su trabajo. Luego se volvió hacia él y dejo que su mirada viaja por su cuerpo hasta centrarse en cierta parte de su anatomía que reclamaba su atención. —En tus sueños. Cerró la parte delantera de su blusa sin botones y se fui de la sala, rezando para que sus piernas todavía temblorosas no la traicionaran. Paso por su despacho y tomó el bolso de su mesa, se colocó puse la chaqueta e intentó desesperadamente abrocharse los botones con los dedos vacilantes. El señor Coleman aún no había salido y ella corrió hasta el ascensor confiando poder llegar antes de tener que volver a enfrentarse a él. Ni siquiera podía permitirse pensar en lo que había pasado hasta que no consiguiera salir de allí. Le había dejado que le provocara el orgasmo más increíble de su vida y después le había dejado con el peor caso de dolor de huevos de la historia de la humanidad. Si se tratara de la vida de otra persona, se habría reído hasta decir basta. Sin embargo, no era la vida de otra. “Mierda” Las puertas del ascensor se abrieron, entró y pulsó apresuradamente el botón. Después miró cómo los números de los pisos subían con rapidez. En cuanto el ascensor llegó abajo, atravesó el vestíbulo corriendo. Escuchó al pasar algo que decía el guardia de seguridad sobre trabajar hasta tarde, pero se limitó a pasar a la carrera a su lado y despedirse con la mano. Con cada paso la tensión que sentía entre las piernas le recordaba lo que había pasado durante la última hora. Cuando llego a su auto lo abrió con el mando, tiró de la puerta y se dejó caer en el confort del asiento de cuero. Me miré en el espejo retrovisor su reflejo, la angustia y el shock estaban reflejados en sus rasgos. “¿Qué demonios habia pasado?”
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