NO TE MUERAS

1428 Words
En el laboratorio trataban de trabajar con mucha concentración. Solo los esporádicos ataques de llanto de la doctora Yací rompían la armonía del recinto. Estiben intentaba consolarla, abrazándola contra su pecho, cosa que él disfrutaba mucho, ya que el olor de su cuerpo le hacía hervir la sangre. Ya había olvidado lo raro de su relación anterior; y no tenía más ganas de volver a su dimensión; ¿para qué?, aquí sería feliz. Sí, aquí había descubierto que el lugar era lo de menos si estás con la persona correcta. En cierta forma era feliz. Adoraba sentir su dulce olor en su narizota. Verla a su lado recordando todo lo que hicieron en su cama, lo llenaba de muchas emociones. Le era muy difícil centrarse en su trabajo; eso que solo tenía que hacer eran las linternas más grandes. Además de granadas de luz, también se les ocurrió fabricar una especie de escudos láser, como un videojuego futurista. Trataron de buscar la forma de recrear lo que sucedió cuando él cambió de dimensión, un portal o algo para pasar de mundo, más no consiguieron nada, tal vez porque ninguno se quería separar del otro; por eso tal vez crearon la excusa de que la única forma sería ir al laboratorio de Altares a examinar lo que sucedió en esa explosión. El pequeño problema era que estaba en territorio enemigo y el grande era que la realidad se comenzaba a resquebrajar aún más. Literal, comenzaron a salir grietas por doquier, lo cual dificultaba aún más el desplazamiento. Ya estaba jodido por tener que esquivar criaturas y estructuras holográficas, además de ver otras cosas muy raras. Pasaron los días y Yací empezó a hablar un poco más, lentamente se iba sobreponiendo. Le exigió a Pólux que colocara a su familia en un lugar muy seguro y también le pidió cerveza, mucha cerveza que al final de la jornada no les alcanzaba. A ellos no les importaba quién ganara la guerra; tenían claro que eso no tenía sentido; siempre habría dos bandos. Aunque necesitaban inventar algo que les diera la ventaja sobre Altares, para evitar que entrara a destruir otra vez la ciudad, matando a una gran cantidad de personas y también para vengar a los hermanos caídos. Así que trabajaron muchas horas sin descanso hasta que, rendidos por el exceso laboral, no aguantaron más para irse a dormir. Yací no quiso dormir sola, así que le rogó a Estiben para que compartiera su lecho, por lo cual el científico dejó volar su imaginación, pensando que tendrían un bello rato lujurioso. Entraron a un pequeño cuarto blanco con una angosta cama, tal vez previsto para el descanso de los trabajadores. Estiben en su cuento trato de besar a la doctora, pero como un baldado de agua fría descubrió que estaban muy desfasados debido a que ella le esquivó los labios. Desconcertado se acostó en la cama dura que increíblemente se endureció más porque Yací se acostó dándole la espalda. Es que él se creyó de buenas; la pobre muchacha estaba aún muy destrozada porque había perdido a sus dos hermanitos; necesitaba aún más tiempo para sanar, necesitaba cariño, no una copulación. No duraron unos segundos despiertos cuando quedaron privados de sueño debido al cansancio. Hubieran dormido toda la noche, pero Estiben se despertó, sintió muchos gritos y, como si fuera poco, la puerta de su habitación se abrió sola. Tal vez aún estaría dormido; pensó ver una mano en el aire que levitaba sujetando un poderoso cuchillo que se dirigía a su pecho; menos mal, sus malos reflejos actuaron milagrosamente, cogiendo esa mano que era como la de los locos Adams. Maldita pesadilla, intentó gritar, pero no le salía la voz; luego apareció otra mano ayudando a que el puñal lo empezara a cortar; la caliente y fría sensación de la sangre saliendo de su cuerpo hizo que despertara por completo. Comenzó a gritar muy fuerte, sin éxito, ya que nadie lo escuchaba. La doctora al fin volvió en sí porque el charco sangriento la empapó; le recordó como cuando dormía con sus hijos pequeños que la inundaban con orines, cuando bebían muchos líquidos para dormir; por eso se despertó maldiciendo: —Huy no, este señor me orina. Ella empezó a contemplar muy asustada el espectáculo maléfico de dos manos con un puñal que trataban de atravesarle el corazón a su pareja. Pensó que se trataba de una vulgar broma, solo que el olor dulzón de la sangre la hizo exaltar gritando muy alto. Por esos gritos, una mano flotante trató de taparle la boca, que ella, en reflejo; la mordió lo más fuerte que pudo; la otra mano en defensa dejó de atacar a Estiben para contraatacar a la doctora, enviándole una estocada rumbo a la yugular, que fue evitada por un empujón del científico, quien se reincorporó cogiéndole. Sin muchas opciones, también optó por morder la mano con sus escasos dientes, lo que provocó que soltara el cuchillo. Ambos mordieron tan duro que parecía que su mandíbula fuese a estallar, cuando de pronto apareció un rostro que rabiaba; era el rostro del dictador Pontón. De alguna manera había aprendido a pasar su cuerpo entre las dos dimensiones. Era exactamente eso, debido a que un soldado alertado por los gritos entró y prendió la luz, pudiendo contemplar el cuerpo de monstruo traslúcido con un rostro agónico junto a dos manos chispeantes de sangre en las fieras mandíbulas de los científicos. El dictador jaló durísimo sus manos para emprender la huida, dejando pedazos de pellejo en las fauces de las que eran sus víctimas. Volvió hacia el guardia, quien muy asustado le disparó sin lograr nada. El fiero Pontón lo empujó quitándole el fusil para finiquitar su cometido; sin embargo, al voltearse no divisó blancos, solo una cobija que le envolvía las manos, que provocaron que botara el arma. Estiben se las amarró a manera de bolsa, de modo que si materializara todo su brazo le quedaría tela dentro de la muñeca, taponando las venas… Pontón simplemente se hizo totalmente monstruo, inutilizando el truco de Estiben, liberándose de las sabanas, y se dirigió presto a agarrar de nuevo el puñal, cambiando otra vez a una mano de esta dimensión. Yaci cogió del brazo a su amado para tratar de huir de este fenómeno. Al salir, se asustó aún más, al ver a todos los científicos de su equipo destajados en el piso, que ahora estaba convertido en un charco de sangre. Su corazón latió muy rápido cuando volvió la cara como ciclista, viendo que la mano con un cuerpo traslúcido los seguía armada con ese puñal. Para empeorar todo, Estiben perdió el conocimiento por la pérdida de sangre, haciendo que ella resbalara. De repente sintió un piquete en su espalda que le dificultó respirar. Volteó para ver al dictador Pontón, que estaba materializado de cuerpo completo, dándole puñaladas, que a la vez lanzaba varias carcajadas con escasos dientes y sus ojos brillaban como pulsares. Ella sintió que ese sería su horrible final cuando vio que algo golpeó a su verdugo. Era Estiben quien milagrosamente había recuperado el sentido y, por efecto, tal vez de la adrenalina, se reincorporó para golpear con un extintor en la cabeza del cruel dictador, hasta que pronto se encontró golpeando solo el manchado piso. Estaban ahí heridos, casi muertos, pidiendo ayuda vanamente. Esperando una ayuda de alguno de los miles de guardias o alguien del palacio. Tal vez estaban todos muertos o dormidos, puesto que eran las horas de la madrugada. Como veían las cosas, solo les quedaba quedarse ahí a morir o tratar de subir por el ascensor; quizás si alguien quedaba con vida los ayudaría. Se arrastraron entre los charcos de sangre y los c*******s de sus compañeros. Con mucha dificultad subieron al elevador, lo activaron, y ya cuando iban ascendiendo, Yací expirando su último aliento. Le recitó: —Adiós, mi cielo, te amo y te amaré por siempre, dile a todos que los amo… Estíben la apretó a su pecho y llorando, desesperado, empezó a gritar: —¡No! No te mueras, yo te amo, ¡por favor que alguien me ayude! El ascenso parecía que durara una eternidad, hasta que se abrió en el primer piso, donde los guardias llegaban al escuchar los gritos, dándose cuenta de que sus compañeros, los guardias del ascensor, estaban degollados y, aún más, vieron horrorizados a los doctores tendidos en el suelo, lavados en sangre. Estiben al verlos; intentó explicarles, pero no aguantó y los ojos se le cerraron. Sintió entrar en un sueño muy profundo.
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