Con gran dificultad abrió sus ojos, para tratar de comprender su alrededor. El olor frío de la anestesia lo hizo volver a la realidad; la luz del quirófano poco a poco lo desencandiló. Vio que se encontraba conectado al suero y a una bolsa de sangre. Por lo menos sí tenían esos procedimientos desarrollados, pues también había unas veladoras sobre unos símbolos en el suelo, otras raras inscripciones en el techo, unos sahumerios de distintos aromas que no opacan al característico de la anestesia, muchos cuadros de Santos, cosas raras que él no conocía. Pero sí sabían coser, ya que todas sus heridas se encontraban muy bien suturadas. Poco a poco fue recordando todo lo sucedido, saliendo a flote su mayor incógnita en ese momento, la del paradero de su científica favorita y su estado. Aún tenía esperanza de que estuviese con vida. Entró el doctor o chamán o tal vez una especie de médico brujo, que al verlo alzando las manos, cogiéndose el cabello, hizo una mueca de asombro manifestando: —Excelente que se despertó, señor Estiben, por poco y no lo cuenta el cuento.
El científico trató de elevarse, pero fue inútil debido a que sus heridas se lo impedían, aún más que si estuviera amarrado con unas pesadas cadenas, así que solo pudo preguntar con una vocecita ronca: —¿Yací?
El doctor levantó sus manos a manera de bloqueo, extendió las palmas hacia afuera, torciendo la boca, y le contestó: —La doctora llegó prácticamente muerta; la verdad aún está en cuidados intensivos. La están tratando los mejores espiritistas. Estamos rezando muchísimo para que se recupere; el supremo líder Pólux nos recomendó que hiciéramos hasta lo imposible para salvarlos.
A Estiben, le tocó quedarse acostado en la dura camilla. Nada más era interrumpido por los enfermeros que llegaban a hacerle oraciones y a administrarle medicamentos. Mientras su cuerpo descansaba, su mente no, es bien sabido que el cerebro de un genio nunca descansa. Pero no se aguantó unas horas; desesperado como pudo, se levantó a pesar de los regaños de sus cuidadores, para ir a ver a su nuevo amor; ya no aguantaba pasar un día sin verla. Después de haber creído que ella había expirado su último aliento en sus brazos, tenía que verla para callar a la voz negativa de su cabeza que le repetía que estaba muerta, que lo estaban engañando para que eso no afectara su recuperación. Al llegar al excéntrico quirófano, adornado con fotos de Santos, veladoras y símbolos raros, allí se encontraba ella, tan linda, tan tierna, con su carita bella, sus bonitos ojitos cerrados… No obstante, los médicos no daban mucha esperanza; incluso ya habían traído el equipo de decesos. No podía permitir que muriera. No necesitó pensar mucho para ocurrírsele que en este lado la tecnología médica está bastante atrasada.
«Si logró encontrar la manera de traer cosas de mi dimensión o de llevarla seguro, la podré salvar». Estiben pensó y se quedó en esa habitación, sin importarle los constantes regaños de los doctores. Durante horas le hablaba a Yací, esperando a que despertase: —Hola linda. Por favor, por favor, recupérate, eres todo lo que soñé en una mujer; tu dulzura me alegra la vida. En verdad tú eres mi media mitad, mi complemento. A muchos les toca andar por todo el mundo buscando su alma gemela para no encontrarla. Yo te encontré en otro mundo, pero te encontré. De ningún modo puedo perderte ahora, ya no me importa nada, solo me importas tú. Me quedaría aquí en algún gobierno de cualquiera de esos países. Lo único que me haría feliz sería estar contigo. Te amo como a nadie he amado antes; haré cualquier cosa por ti, vaya y cómo no podría amarte, si en esencia tú eres yo. Somos un par de almas incomprendidas en una sola expresión…
En esos momentos Yací abrió los ojos diciéndole: “archivo corazón".
Volvió a quedar inconsciente; a pesar de los gritos y el llanto de Estiben, quien pece a hacer este show dramático, le quedaron dando vueltas esas enigmáticas palabras. Quizás sería que ella habría encontrado la solución al viaje interdimensional, solo que tal vez la ocultó para evitar que volviera con su esposa. Él también lo hubiera hecho, o tal vez se estaría creyendo otra vez de buenas. Lo que sí era seguro es que debía de tratar de hacer algo para ayudarla. Ya la cabeza no le aguantaba más la inactividad. Lo que causó que hiciera que los guardias lo llevaran al laboratorio donde aún estaban limpiando la masacre de Pontón. Todo el camino reflexionó en que tenía que irse como fuera para el laboratorio del maligno de Altares. Lo complicado era que tendría que adentrarse en territorio enemigo. Por otro lado, ese país en la otra dimensión ya había sido conquistado por el emperador Rodríguez. Podría hacer que me llevaran en un avión. Aunque es imposible debido a la diferencia vibratoria dimensional, no podría abordar ningún vehículo. Solo lo traspasará. Esto lo hizo caer en la cuenta de que cuando Rodríguez los envió en esa misión espía, nunca estuvieron acompañados por agentes de Pólux, o sea que el plan siempre era el de utilizarlos como localizadores para la artillería pesada. Fueron engañados vilmente por el presidente de una insaciable hambre de poder. Así le quedaba claro que tampoco podía confiar en ninguno de los políticos, pero que los necesitaba porque ellos poseían los medios. Llego justo a tiempo para observar que estaban introduciendo en una bolsa al helado c*****r del antes, temido por muchos y amado por otros, “el dictador Pontón”. El muy estúpido poseía gran poder político y económico; como si fuera poco, adquirió esta condición única de poder trasladar su cuerpo a voluntad entre dimensiones, con lo que pudo conseguir lo que quisiera, un suceso lamentable para él, que se obsesionó de manera estúpida con Estiben y yacía.
El científico convaleciente se quedó observándolo, cuando de pronto saltó tocándose la cabeza con ambas manos. Les advirtió a los soldados: —Alto, no se lleven ese c*****r, debemos analizarlo; es posible que en ese esté el secreto del traslado dimensional.
Revisó por doquier, buscando un computador, hasta que se dio cuenta de que en este mundo no había visto nada parecido; así era su buena capacidad de observación. Aunque sí se había dado de cuenta de cada lunar del bello cuerpo de la científica. Entonces se encontró lo más similar, un hermoso cuaderno rosado con un corazón rojo en su portada, ¿sería eso? Muy emocionado, un poco tembloroso, lo agarró con ambas manos, abriéndolo muy cuidadoso. Vio que en su primera página tenía dibujos de corazones; siguió leyendo sus bellas hojas que olían a la doctora; en ellas estaban consignadas cada una de sus investigaciones. Pero nada que le diera ideas que lo pudieran ayudar, solo encontró esta canción que lo lleno de muchas emociones porque supuso que estaba dirigida a él.
“El amor que en ti encontré, no lo hallé en nadie más.
El amor que en ti encontré, no lo pude olvidar.
El amor que en ti encontré no fue una estrella fugaz.
Fue un amor sincero y grande que se lleva en el alma.
El amor que en ti encontré es el motivo más grande para querer soñar.
El amor que en ti encontré no lo quiero terminar.
Quisiera poder tener tus besos y no poder despertar.
El amor que en ti encontré no lo hallé en nadie más.
El corazón de Estiben latió emocionado, lo que le daba más motivos para encontrar la forma de ayudarla.