Salieron corriendo. Huyendo en dirección opuesta a los disparos, fue muy difícil debido a que David entró en shock, lo que causó que Orión entrara en acción con todo su potencial. Le tocó cargarlo, hasta que unas cuadras más adelante se encontraron frente a frente con el ejército de Pólux, quienes ya se dirigían a pelear la batalla. Ellos supusieron torpemente que ya estarían a salvo, que iban a ser protegidos por sus compatriotas, pero estos, también confundidos por el estrés y el miedo a la muerte, los recibieron a disparos, asesinando vilmente a los hermanos de Yací, quienes se encontraban delante de Estiben y la doctora, quien gritando desconsolada se desmayó en shock.
Estiben por poco sale acelerando, solo que una fuerza misteriosa y desconocida hizo que sin pensarlo se echara al hombro a la doctora, para luego huir rápidamente entre los escombros, sin darse cuenta de que tropezó con una piedra, cayendo de bruces con su preciada carga en un sótano de una ruina.
En aquel sótano estuvieron refugiados escuchando como afuera sonaban disparos y gritos agonizantes. Se podía oler el dulzón de toneladas de sangre, pero esto no bastó para que la doctora volviera en sí.
Pasaron horas o tal vez minutos horribles, hasta que al fin cesaron los gritos y disparos. Estiben de manera sigilosa, salió a revisar, para sufrir la gran desilusión de que el ejército de Pólux había sido reducido a polvo… Los otros poseían armas muy grandes que les tocaba cárgalas en varios caballos, aunque eso no fue lo que más le sorprendió. A la cabeza estaba ni más ni menos que Altares junto a un raro ser que lo vio, declarándole:
—Señor Estiben, eres el personaje que me quería encontrar.
Su voz era familiar; aquel que se le fue acercando era una especie de persona con partes de monstruo, de estructura sólida y traslúcida. Aún no podía distinguir de quién se trataba, así que le preguntó como siempre lo obvio:
—¿Quién es usted?
El misterioso ser se detuvo mirando al cielo; empezó a tocarse la panza con ambas cosas que parecían manos-pinzas y lanzando unas largas carcajadas, para finalmente anunciar:
—Me hiere mis delicados sentimientos al no reconocerme, pues yo soy tu adorado dictador Pontón.
Viéndolo de cerca, se podía ver que era como si estuviera en ambos planos a la vez; tal vez la explosión que envió a Estiben a este mundo, ese lo dejó entre ambos planos o algo parecido.
Estiben se encontró perdido; estaba rodeado por un poderoso ejército; la ciudad prácticamente había caído; tal vez estaría derrotado, ¿ahora quién lo salvaría? Acaso alguno de sus superhéroes favoritos, a los que en sus historietas siempre llegaban en momentos cruciales como este.
Evaluó la situación; sabía que si intentaba escapar sería un blanco de mil disparos; tan solo su única opción sería rendirse para luego buscar la forma de tratar de escapar. De pronto, su divagación fue interrumpida cuando vino el propio Altares caminando suave, con los brazos abiertos y una gran sonrisa, mencionándole:
—Estimado doctor Estiben, Me alegra mucho verlo. Es una maravilla poder encontrarlo. Fue sorprendente descubrir que estabas en esta dimensión. Lástima que los soldados que envié a buscarlo fueron muy toscos e insensibles. Tal vez yo también me exalte mucho, cuando descubrimos que tal vez habías pasado a esta dimensión. Sumado cuando encontramos a mi amigo, el dictador Pontón, transformado completamente en un monstruo mixto. Además, que yo sabía que vendrías aquí a entregarle nuestra idea a este blando de la rata de Pólux. Me fascina que consigas sobrevivir a tantas penurias, pues yo no soy animal como mi contraparte; sé reconocer el talento que usted tiene de sobra. Además, me identifico con usted, ya que también yo soy muy curioso; he pasado días con sus noches estudiando su mundo. Es fascinante cómo un puñado de hombres mejoró tanto una civilización. Me fascinó la historia del país llamado China, que se llama así porque un campesino llamado Chin inventó la primera arma que disparaba balas, con la que destronó y expulsó a los bárbaros invasores. Cosa que lástima que aquí no sucedió, por eso tenemos ese gran imperio mongol. También que James Walt aquí fue mujer, en una época de oscurantismo en que las mujeres no podían ser intelectuales; fue quemada en la hoguera junto a su infernal máquina de vapor. Aquí tuvimos grandes genios como Edison o Tesla, pero faltaron otros para que nuestra civilización fuese como la de ustedes. Es increíble cómo una persona hace la diferencia. Tampoco tuvimos guerras mundiales, no hubo un Hitler ni nada parecido, pero ahora tenemos luz, ahora gracias a ti y a la doctora Yací. Podemos acceder al conocimiento de su universo; por eso pudimos elaborar mejores armas, vehículos y otras cosas. Sabes una historia que también me fascinó; fue cómo un país hizo que otro de gran orgullo, donde sus súbditos eran capaces de inmolarse por su emperador; le tocó rendirse porque le detonó dos poderosas bombas cuyo poder fue tan grande que cada una redujo a polvo a una gran ciudad en cuestión de segundos. Es maravilloso ver las posibilidades; no sé cómo a ninguno de los otros imbéciles no se les ocurrió. Se dejan cegar del hambre de poder, como este fenómeno que está obsesionado por demostrar que su r**a es superior porque es pura, una idea muy estúpida. A estas alturas de la evolución no existe tal cosa; todos tenemos en nuestro árbol genealógico de todo un poco; somos un salpicón viviente, y con estos bobos conceptos han cometido varios genocidios. Sé que en mi país la gente no quiere a los extranjeros, cosa que yo utilicé para llegar al poder; tampoco lo he tratado de cambiar porque es muy fácil manejar a las masas por sus sentimientos, sobre todo odio y miedo. Bueno, me salí de contexto; el caso es que me fascina aprender; para mí ya triunfaría teniéndolo a usted; solo me faltaría su contraparte y me daría vuelta atrás; me marcharía triunfante.
Estiben recordó que había dejado a la doctora en esas tenebrosas ruinas; sin duda alguna, ella sería su heroína, la que podría salvarlo, solo que esta esperanza de Marchito se perdió cuando llegaron un grupo de soldados, quienes venían marchando felices, trayendo un gran paquete, el que al estar cerca se pudo ver que tristemente se trataba de su adorada doctora Yací.