–Pero tu mamá, fue lo bastante generosa como para invitarlo por segunda vez– sugirió Lucrecia. –No fue generosidad. ¡Esperaba que se prendara de mí! Pobre mamá, siempre ha sido demasiado optimista. –¿Y por qué no?– protestó Lucrecia–, después de todo, tú eres muy bonita, Elizabeth. –Pero definitivamente inmadura– respondió Elizabeth arrugando la nariz–, además, la idea me aterrorizaría. Jamás me casaría con el aburrido Marqués. ¿Te imaginas algo peor que tener un esposo, que bosteza de manera continua en tus narices? Elizabeth se detuvo antes de añadir con aire reflexivo: –De cualquier modo, alguna vez tendrá que casarse. De otro modo, ese odioso de Jeremy Rooke heredaría Merlyncourt– de pronto Elizabeth se llevó los dedos a la boca–. ¡Oh, me olvidaba que es amigo tuyo! ¡Perdóname! −