Su hermano la miró con una expresión divertida.
─Tengo la impresión, Caroline, de que has venido a hablar conmigo de Merlyncourt− respondió el Marqués, a quien no se le escapaba nada, pese a su expresión de perezosa indiferencia.
−Así es− confirmó ella−. ¿Cómo lo adivinaste? Eres muy transparente, querida mía. Yo creí que venías a verme a mí y que tu interés se refería a mi persona.
−Tú también estás involucrado en lo que te voy a decir. ¿Tienes idea siquiera de lo que está sucediendo, Alexis?
–¿Acerca de qué?− interrogó.
–Lo que está haciendo Jeremy– contestó su hermana.
–Jeremy!– la voz del Marqués se hizo aguda–, pagó sus deudas hace apenas un mes. ¡No es posible que se le haya acabado tan pronto lo que le dí! Si es así… entonces, esta vez lo dejaré que vaya a la cárcel.
–No se trata de dinero− aclaró la Condesa–. Al menos, no en forma directa.
–Deja de hablar en enigmas, Caroline, y explícame, de una vez por todas, qué ha hecho Jeremy para perturbarte así…
La Condesa de Brora contuvo la respiración un momento.
–Se está jactando, y creo que con razón, de que va a casarse con Lucrecia Hedley.
Por un momento el Marqués pareció comprender. Ella explicó:
−Lucrecia Hedley es la muchacha que con su padre viven en la Casa Dower. Como tú sabes, el padre es dueño no sólo una casa que ha pertenecido a nuestra familia durante generaciones, sino también de quinientos acres de terreno en el corazón mismo de nuestra propiedad.
Se detuvo a respirar antes de continuar.
–Te das cuenta de lo que eso significa, Alexis? Tendrás a Jeremy sentado, como quien dice, a tu puerta. Se jactará de ser el dueño de parte de Merlyncourt ¡De hecho ya lo piensa así! Pero si se casa con esta muchacha, se convertirá, en una espina que no podrás arrancarte nunca. No puedes negar eso.
–No lo niego. Pero, ¿por qué no me lo dijeron antes?
–Porque tú nunca muestras interés en lo que sucede en nuestra propiedad– contestó hermana–, y yo andaba por el Norte, con William.
Miró a su hermano con expresión suplicante:,
–¡Alexis, no puedes permitir eso! Sabes muy bien que fue una lástima que papá permitiera que ese individuo comprara la Casa Dower y viviera casi encima. ¡Eso ya fue bastante malo! Pero… ¡tener a Jeremy ahí sería insufrible!
Había en la voz de la Condesa una nota de horror, que no sorprendió al Marqués. Ambos detestaban a su primo Jeremy Rooke, que era el presunto heredero del Marquesado, no sólo había cometido cuanto crimen social podía cometerse, sino que también estaba endeudado en forma permanente.
El Marqués lo había salvado de la prisión tantas veces, que ya había perdido la cuenta. No había depravación que Jeremy no practicara y el Marqués comprendía que su hermana no exageraba al sentirse horrorizada ante la perspectiva de que ese hombre pudiera vivir junto a ellos.
–Dime con exactitud lo que ha sucedido– dijo con voz controlada.
–Fue la Duquesa de Devonshire quien me lo dijo tan pronto como llegué a Londres. Consulté con varios amigos y todos me lo corroboraron… Jeremy dice que pronto será dueño de quinientos acres de Merlyncourt, además de convertirse en un hombre muy rico.
–Sir Joshua Hedley es muy rico, por supuesto…
–¡Es enormemente rico!– exclamó la Condesa–. ¡No existe la menor duda al respecto! Y la muchacha es joven. Supongo que ella no se da cuenta de qué clase de hombre es Jeremy, o tal vez tanto ella como su padre quieren relacionarse aún más con Merlyncourt.
El Marqués guardó silencio y su hermana exclamó:
–¿Cómo pudo nuestro padre hacer algo tan absurdo como vender la Casa Dower? ¡Nunca lo comprenderé!
–Me imagino que Hadley le ofreció un precio tan atractivo que no pudo resistir a la tentación. ¡Pero, diablos! No voy a permitir que Jeremy me espíe detrás de cada árbol, que camine por mi propiedad como si fuera suya.
–El será el dueño de una parte– contestó su hermana con amargura.
–¿Pero, ¿cómo puede esta muchacha sea como fuere, querer casarse con un hombre como Jeremy?– preguntó el Marqués.
–No creo que sea decisión de ella. Debe ser su padre quien está arreglándolo todo. Supongo que para quienes no lo conocen tan bien como tú y yo, Jeremy es un buen partido. Si tú no te casas, será el quinto Marqués de Merlyn.
Se hizo el silencio por un momento y entonces el Marqués agregó:
–Te aseguro, Caroline, que no tengo la intención de permitir que Jeremy herede.
La Condesa lanzó un pequeño grito y se levantó del sofá.
−¡Oh, Alexis, estaba segura que lo dirías! Esa es, desde luego, la solución, pero temí que no estuvieras de acuerdo.
−¿De acuerdo con qué?– preguntó el Marqués sorprendido.
−¡Con casarte tú con la muchacha! ¿No te das cuenta de que es la solución perfecta?
−¿Casarme con quién?– preguntó el marqués, aunque conocía muy bien la respuesta–a esa pregunta.
−¡Con Lucrecia Hedley!– contestó impaciente su hermana–. He hecho averiguaciones y me han dicho que es muy atractiva, y dejando de lado la conducta de sir Joshua, la muchacha es de buena cuna. Después de todo, su madre era una Rathlin.
−No fue un buen matrimonio para la hija de un Duque.
−Por el contrario, estoy segura de que el Duque se sintió feliz con esa unión. Le venía muy bien un yerno rico. Los Rathlin, como la mayor parte de las grandes familia s, estaban siempre al borde de la quiebra, y siempre he sabido que Lady Mary Hedley, adoraba a su esposo, de cualquier modo, ella ya ha muerto y lo importante es que la muchacha trae buena sangre en las venas.
Como el Marqués no comentara nada, su hermana continuó:
–Los Hedley eran terratenientes, pero plebeyos. Cuando sir Joshua heredó enormes plantaciones en Jamaica, era de esperarse que tratara de casarse con una mujer de la Nobleza.
El Marqués, pensativo, se acercó a su hermana.
–¿De veras estás sugiriendo que la única manera para impedir que Jeremy se instale en la Casa Dower es que yo me case con esa muchacha? ¡Pero es una locura!
–No creo que lo sea– protestó la Condesa–. Tienes que casarte con alguien, algún día. Debes procrear un heredero, a menos que estés dispuesto a que Jeremy ocupe tu lugar. Después de todo, es la única forma de recobrar la Casa Dower y los quinientos acres de tierra.
–A cambio de mi libertad– gruñó el Marqués torciendo un poco los labios.
–A cambio de echar para siempre a Jeremy de nuestra propiedad– agregó Caroline Brora–. ¡Cuando pienso cómo se ha portado ese hombre, cuando pienso en lo que ha dicho y ha hecho, no puedo tolerar la idea de ver su horrible figura asomándose entre los arbustos de Merlyncourt!
El Marqués se echó a reír, pero no había mucho humor en su risa.
–¡Vaya que lo detestas, Caroline!
–¡Lo odio con toda mi alma! Pero debes reconocer que esta vez ha sido muy listo.
–Explícate, por favor.
–Para empezar, en conquistar una rica heredera. No olvides que Lucrecia Hedley es hija única y me dicen que cada año, sir Joshua se vuelve más y más rico. Según anda comentando Jeremy por ahí, la dote que ha fijado para su hija es de medio millón de libras.
–¡Cielo Santo!– exclamó el Marqués, abandonando por un momento su indolente actitud.
–Es una fortuna, ¿verdad, Alexis? Una fortuna que tú podrías emplear muy bien. Faltan todavía varios cuadros en esta habitación. Nuestra vajilla de plata sigue todavía en venta en la calle Bond. Tus caballerizas están casi vacías. Hay docenas de cosas excelentes que podrías hacer con ese dinero.
–Suenas como todas las tentaciones de San Antonio concentradas en una mujer–replicó el Marqués.
Su hermana prosiguió:
–¿De qué otra manera podría convencerte de que tu deber, no sólo para ti mismo, sino para toda la familia , es evitar que Jeremy mancille un solo centímetro de Merlyncourt?
–Déjame pensarlo– contestó el Marqués con lentitud.
–¡No hay tiempo que perder!– exclamó su hermana–. Jeremy está pregonando a diestra y siniestra que su compromiso matrimonial será anunciado en cualquier momento.
–¡Cielos, Caroline! ¿Puedes imaginarme casado con una muchacha recién salida de la escuela? ¿De qué podríamos hablar ella y yo?
–No creo que sea así. Pasó el invierno anterior en Bath, según recuerdo, y estuvo en Londres por algún tiempo, durante la última temporada.
–Veo que tienes todas las respuestas, Caroline. ¿Y si me dices todo lo que sabes sobre ella?
–Por supuesto, me ocupé en averiguar todo lo posible. Es muy atractiva, pero desafortunadamente para ti, es morena– la Condesa miró con aire malicioso a su hermano antes de agregar–, tu debilidad por las rubias es bien conocida, mi querido Alexis. Déjame recordar tus amores de los últimos años. Lady Jersey, la Duquesa de Devonshire.
−Ya basta, Caroline.
La voz del Marqués tenía un tono de autoridad que su hermana no se atrevió a contrariar.
–Dices que la muchacha es morena– puntualizó–. No tiene importancia, continúa.
−Debes recordar que la Duquesa de Rathlin, la madre de Lady Mary, era francesa–prosiguió Caroline–, eso explica que la muchacha tenga el cabello oscuro. Pero creo que, por lo demás, es muy atractiva. Ha sido muy bien educada. Sir Joshua se ha encargado de ello y, después de todo, debe haber heredado algo del talento de su padre. Tal vez te sea tan antipático como lo es para mí, Alexis, pero…
–Pareces olvidar que yo no lo conozco– la interrumpió el Marqués–. Decidimos… o más bien, tu decidiste, al morir papá, que no tendríamos relación ninguna con los Hedley.
−Sí, por supuesto lo recuerdo– asintió la Condesa a toda prisa–. Pero conocí asir Joshua en vida de papá. Es un hombre apuesto y muy culto. En realidad, si me dieran a escoger, preferiría tenerlo a él viviendo en la Casa Dower, en lugar de Jeremy.
−Eso no necesitas decirlo. Por lo que a mí se refiere no han representado ningún problema durante el tiempo que tienen de vivir allí. Excepto, desde luego, que Hedley está dispuesto a pagar mejores salarios y a emplear más hombres en sus tierras, de los que yo puedo darme el lujo de pagar y emplear en las mías.
–Todo eso cambiará cuando te cases con Lucrecia– observó su hermana.
–Pareces muy convencida de que yo aceptaré tu descabellado plan– comentó el Marqués con cierto resentimiento.
−Su hermana levantó las manos.
−¿Qué otra alternativa?– preguntó–. Excepto dejar que Jeremy se salga con la suya e invada Merlyncourt.
–No, por supuesto… jamás podría permitir eso!– exclamó el Marqués.
–Yo sabía que tú no podrías soportarlo más que yo– declaró Caroline Brora–. Y ahora permíteme informarte, Alexis, que no hay tiempo que perder. Debes pedir la mano de la muchacha inmediatamente, de otro modo nos arriesgaríamos a que Jeremy, que no es ningún tonto, la lleve al altar antes que puedas impedirlo.
El Marqués apretó los labios y, con un sentido de profundo alivio, su hermana comprendió por la actitud firme de su barbilla que estaba decidido a impedir que el audaz plan de su primo fuese coronado por el éxito.
Extendió la mano y la apoyó en el brazo de su hermano.
–Lo siento, Alexis– murmuró–. Lamento en verdad que tengas que casarte con una mujer de la que no estás enamorado. Pero tú sabes tan bien como yo, querido hermano, que pasas muy poco tiempo en círculos sociales donde podrías conocer a las jóvenes más adecuadas.
–Me daba perfecta cuenta de que tendría que casarme algún día– contestó el Marqués–, pero puedo asegurarte, Caroline, que en estos momentos, la idea me mata de aburrimiento.
Capítulo 2–Las confirmaciones siguen llegando!– exclamó Elizabeth, llena de excitación–. Todo el condado va a venir y será un baile aún más espléndido que el que mamá ofreció para mi hermana Anne.
–Papá me decía que fue una fiesta espléndida– sonrió Lucrecia.
–Tendremos más de quinientos invitados– exclamó Elizabeth con entusiasmo–. Pero, desde luego, el aburrido Marqués rechazó la invitación.
–¿El Marqués de Merlyn?– preguntó Lucrecia.
−¡Tu vecino!– contestó Elizabeth−. Yo tenía la esperanza de que viniera, pero debí haber adivinado que consideraría nuestra fiesta indigna de él.
–Pero, ¿por qué?–preguntó Lucrecia.
−Te lo contaré, si quieres saberlo– respondió Elizabeth–. Mamá estaba muy ansiosa de que asistiera a la fiesta de Anne. ¡Había pensado que sería un marido muy adecuado para ella! De todos modos, cuando rechazó la invitación, mamá ordenó a mi hermano Henry que hablara con él en el Club.
–¿Y qué dijo?– preguntó Elizabeth con curiosidad.
–Dijo: “Mi querido Henry, hay tres cosas que me aburren soberanamente, los caballos indómitos, el vino verde y las muchachitas inmaduras”.
Lucrecia se echó a reír.
–Supongo que tu hermano nada pudo responder.
–Nada– añadió Elizabeth–, ¡y mamá se puso furiosa! Después de todo, papá es el representante real en el Condado y es un hombre de gran importancia en toda la región. Cualquiera hubiese pensado que el Marqués aceptaría aunque más no fuera por elemental cortesía.