Napoleón tenía un odio fanático a los ingleses. Se había enorgullecido de tener prisionero a alguien tan distinguido como Lord Beaumont. La noticia de que había escapado debía haber puesto sobre alerta a los soldados que guardaban la costa norte de Francia. Era evidente que Su Señoría trataría de regresar a Inglaterra. Debía haber miles de soldados buscando a hombres cuya descripción pudiera corresponder a la de Lord Beaumont y su hijo, por bien disfrazados que estuvieran. Casi habían llegado al pueblo cuando el Marqués redujo el paso, para detenerse bajo de un árbol y escrutar a su alrededor. El lugar era poco más que una aldea. Había unas cuantas casas de pescadores en torno a una pequeña Iglesia de piedra gris, y una Hostería. −¿En dónde los va a encontrar?– murmuró Lucrecia. −En e