Capítulo 5

1852 Words
 —Dime, Dani… —sonrió ampliamente la pelirroja—, ¿vas a ir conmigo? —Prefiero quedarme en casa a jugar videojuegos —respondió fastidiado. —Por favor, ¿cómo va a ser más importante un tonto videojuego, que ayudar a tu mejor amiga a escoger los zapatos para su boda? —Lo siento Patricia, pero esta vez no lo haré, busca a alguien más. Algo en el tono que usó Daniel, le dio a entender a la pelirroja que habían llegado a un punto decisivo, pero no estaba segura de en qué aspecto. —¿Qué te ocurre? —frunció el ceño, extrañada. —No es nada… si no tienes más que decir déjame seguir con mi juego en paz —contestó, sintiendo ganas de colgar el teléfono en ese instante, pero algo, una pequeña luz de esperanza se lo impidió. —¡Dime de una vez que te ocurre! —replicó ella, enfadada—. ¿Acaso quieres que cancele mi matrimonio? Daniel se sintió harto. La relación entre Patricia y él iba a terminar de todos modos y prefirió hundirse con honor.  Iba a decírselo. Lo haría y que pasara lo que fuera, ya no había marcha atrás. —Juntemonos en diez minutos en el café de siempre —dijo tan frío, que ella se sorprendió. Él nunca era así. —Está bien… —y escuchó cómo Daniel terminaba la llamada. Algo pasaba allí… pero sólo lo sabría cuando se encontrara con él. *** Eduardo Olivera se despertó en una casa más que conocida, pero que no era la suya.  A su lado, como ya era habitual, estaba la figura semidesnuda de Paula, que aún dormía. Estaba de espaldas y el contraste de su cabello y pálida piel la hacía lucir casi como un ángel. No pudo evitar sonreír, pero… por más que lo intentara, habría deseado que esa figura fuera otra vez Karen.  Arghh… estaba demasiado confundido.  En realidad, amaba pasar tiempo con Paula y en sus encuentros, se sentía realmente amado y deseado, pero seguía anhelando a Karen.  La extrañaba, necesitaba estar a su lado, rozar otra vez su piel, oler sus cabellos con perfume de cereza. Ahh… era algo complicado. Ese plan sacado del infierno se estaba volviendo contra él y cada vez sería más difícil salir de todo este lío. Lo sabía, eso terminaría mal. De pronto, notó como ella se volteaba. No podía despegar esa sonrisa boba de su cara. ¡Cuantos no habrían deseado una sola noche con esa mujer! Era como un sueño, y ella solo tenía ojos para él. —Edu, ¿ya estás mejor? —preguntó tan tímida como siempre. Aunque eso solo sucedía en las mañanas, por las noches era una fiera salvaje de pasión y desenfreno. —Sí, claro, ya sabes… sólo fueron unas copas de más —rió, con las manos detrás de la nuca. Aquel era un despertar glorioso para cualquiera, pero la consciencia estaba destrozando al rubio por dentro. No podía estar en paz ni un segundo. Aún así, se quedó en casa de Paula hasta que llegara el momento de irse a trabajar. Debía recompensar la ayuda de la pelinegra. Cualquier otra chica lo habría abandonado en la calle, ebrio y sin dinero, pero no ella. —Eduardo… —¿Eh? ¿Qué ocurre, Paula? —preguntó el rubio, que andaba por el apartamento de la pelinegra como si fuera suyo y aún a medio vestir. —Debo irme —le dijo casi como un susurro, aún algo avergonzada por verlo así, a pesar de todo lo que había pasado entre ellos. —¿Irte? —frunció el ceño—. ¿Por qué? —Hoy debo trabajar en la mañana, con Marco, Martín y… con… con Karen —soltó lo mejor que pudo. Le era demasiado triste ver el brillo en los ojos del rubio cada vez que la nombraba. Eduardo bajó la vista y la sonrisa de su rostro desapareció por un instante. —Entiendo…  —rascó su cabeza unos segundos, pensativo—. ¿Sabes? Deberías tomarte el día libre, como un permiso administrativo. Ya sabes, para descansar. Ella lo miró a los ojos y vio como la enorme sonrisa volvía a su lugar, por lo que sonrió también. —Vamos, yo soy el jefe y te autorizo a ello… o mejor, puedes ir conmigo por la noche… sería muy aburrido estar solo entre tantos ebrios —bufó, tomando su teléfono—. Mira, ya estoy llamando al idiota de Martín. Sonó el tono de la llamada aún sin contestar… pero siguió esperando. *** Al otro extremo de la ciudad, Martín Ojeda manejaba su lujoso auto.  Acababa de recoger su traje de novio, era un fastidio, pero lo hizo de todas maneras. Por alguna extraña razón sentía que nada de lo que hacía tenía sentido ya. Todo era una farsa. Sólo podía ser él mismo con… ella. La causa de todos sus problemas actuales. Si no fuera porque le hervía la sangre de pasión y deseo cada vez que se miraban, no habría dudado ni un segundo en apartarla de su lado de una vez. Pero no podía y era consciente de eso. Un mensaje llegó a su teléfono y en un alto lo leyó. «Karen está en mi casa, me dijo que quedaron de verse en la biblioteca a las diez, pero dudo que haya despertado, si deseas verla no dudes en ir a mi casa, ella de seguro estará allí. Vanessa» Martín se quedó pensando por un segundo, hasta que un estridente bocinazo lo volvió a la realidad.  Sin medir mucho las consecuencias, dio la vuelta y se dirigió a casa de Vanessa. Se iba a arrepentir, pero no podía evitar seguir sus instintos más bajos. Karen despertó por el insistente sonido de alguien llamando a la puerta.  Se levantó sin pensarlo mucho, con la cara pálida y el cabello revuelto, llevando encima solo una enorme camiseta y las piernas descubiertas. Abrió sin siquiera mirar y sintió como alguien se le abalanzaba. No escuchó nada. Ni un saludo, ni una palabra… sólo constantes besos y caricias. Cuando su acto desesperado hubo acabado, Karen se cubrió con una sábana y miró cómo el pelinegro se colocaba los zapatos y abrochaba su cinturón. —Martín… Él se volteó para verla de forma casi indiferente. No, no le era indiferente, pero jamás sería como otros hombres, especialmente Eduardo, que fastidiaban a cada segundo diciendo lo que sentía.   Era suficiente con lo que acababa de suceder… La chica entendió que él deseaba que ella siguiera hablando, para descubrir qué era lo que realmente quería… pero no se animó a preguntárselo.  «¿Me quieres?»…. Esa era la inquietud que torturaba su mente, pero no podía decírselo. —Recuerda que hoy debes volver a trabajar, tus vacaciones terminaron… —dijo el pelinegro y luego, acomodó su camisa para comenzar a abotonarla. —Y… Eduardo…  —Él está mejor. No le he dicho nada —se encogió de hombros como si nada—. Tu turno comienza en una hora, igual que el mío y el de Marco. Si quieres puedo llevarte, pero sólo esta vez. Ella acentuó con la cabeza y comenzó a vestirse. Le parecía algo extraña la repentina amabilidad de Martín, pero no tenía otra opción más que aceptar. Martín y Karen salieron juntos y se dirigieron al estacionamiento. Ella iba a su lado y le tomaba el brazo con cariño y por alguna razón, él se lo permitía. Daniel iba bajando para tomar su motocicleta y llegar al café donde se encontraría con Patricia, pero logró ver a Martín con la castaña subiendo al auto. Vio como se besaban. Lo vio todo… y sintió asco, un odio infinito hacia el pelinegro que tenía todo lo que él no.  Colocándose el casco, pasó por el lado de ellos sin que notaran su presencia.  No armaría un escándalo, ahora tenía cosas más importantes qué hacer; como revelarle a su mejor amiga a punto de casarse que la amaba desde siempre. *** Cuando Martín entró en el auto y Karen se sentó cómoda, empezó a sonar su teléfono. Casi quedó pálido al ver el nombre de Eduardo en su llamada entrante. Lo peor vino a su mente. «Nos vio… lo sabe todo… está furioso…» Todo, lo pensaba todo. Aún así, con la angustia y los nervios que esa maldita situación le provocaba, contestó. —¿Eduardo? —¿Idiota? Al fin contestas, te he estado llamando. —¿Qué quieres? —dijo, intentando sonar frío como de costumbre. —Estoy con Paula y me ha dicho algunas cosas —el frío recorrió la espalda del pelinegro, que ya imaginaba lo peor. Su consciencia estaba destruyéndolo poco a poco. —¿Y eso qué? ¿Qué quieres? —Ella me dijo que hoy… hoy vuelve Karen… —apretó la mandíbula—, y… yo quisiera que me dejes ir con Paula por la noche. Creo que aún no estoy listo para verla, ¿sabes? —Me lo imagino… —Si la ves, dile que me llame o… que venga a mi casa. —No te preocupes, lo haré.  —Gracias, sabía que podía contar contigo —soltó en tono animado y luego colgó. Eduardo rascó la cabeza al verse solo y comenzó a buscar su camiseta. —¡¡Paula!! ¡¡Ven!! ¡¡Ya arreglé todo!! —gritaba buscando a la pelinegra, pero ella estaba en el baño llorando por lo que acababa de escuchar. Ella escuchó los gritos y con fuerza, limpió su rostro y salió con una sonrisa para encontrarse con el alegre rubio. No lo podía evitar, lo amaba. En el auto, Martín volvía a respirar. —¿Era Eduardo? —Sí… me dijo que lo llamaras… —soltó con indiferencia. —Tal vez deba hacerlo —susurró ella, pero el pelinegro no logró escuchar. Detrás de ellos, el chico de la motocicleta los seguía, al menos para ver a dónde se dirigían y ver bien a la chica. De pronto, notó que el auto se detenía en la entrada del estacionamiento, provocando un atasco. Karen miraba impactada el traje que estaba en el asiento trasero. —¿Eso es un traje de novio? —No es asunto tuyo, no te metas, Karen —soltó frío. —Respóndeme. —Que no molestes… —¡¡DETÉN EL AUTO!! Martín frenó de manera brusca, algo asombrado por la actitud de la chica que creía en la palma de su mano… ella abrió la puerta y se bajó comenzando a caminar. El pelinegro la imitó y caminó tras ella, rodeado de bocinazos y gente que les gritaba por las malas que se movieran, luego, a la vista de todos –incluyendo a Daniel–, comenzó la discusión. —Dime… —insistió ella—, ¿eres el novio de alguien? —¿Acaso eso cambiaría algo? —espetó Martín con ironía—. No veo que el hecho de ser novia de Eduardo, te haya detenido para abrirte de piernas conmigo. —¿Qué no te das cuenta? ¡¡Eduardo y yo nunca estuvimos comprometidos!! —exclamó, algo histérica por la situación—. ¿TE VAS A CASAR? —¡¡SÍ, ME VOY A CASAR CON OTRA ¡¿Y QUÉ?! —¡¡¿CÓMO PUEDES DECIR ESO?!! —lo miró boquiabierta—. ¿NO VES QUE PLANEAS CASARTE CON ALGUIEN?... ESO ES ALGO SERIO… ¡NO PUEDES JUGAR CON LA GENTE ASÍ! —¿Y QUIÉN DICE QUE ES CON ELLA CON LA QUE JUEGO?  Karen se quedó fría. Nunca nadie la había tratado tan mal, de hecho; estaba tan anonadada por la situación, que ni siquiera le prestaba atención al barullo a su alrededor. —¡¡SE LO DIRÉ A ELLA, MARTÍN!! ¡¡¡SE LO DIRÉ TODO!! —Hazlo, no me interesa, ella jamás me ha interesado —se encogió de hombros con frialdad, una que le heló la sangre.  —¡Y A EDUARDO! —¡¡SI LO HACES, TE ARREPENTIRÁS…!! —No, sé que él podría perdonarme a mí, pero a ti jamás… —alzó la barbilla con determinación—. Te quedarás solo, Martín. ¡¡YA LO VERÁS!! —le gritó y tomó el resto de sus cosas. Sin duda, tendrían una tensa jornada laboral. Por su parte, Daniel escuchó todo. Contento con la situación, porque ya conocía el punto débil de Martín: su amigo Eduardo.  Por hacer sufrir a su mejor amiga y amor de su vida, lo haría sufrir a él y ya sabía cómo hacerlo. Le diría a ese tal Eduardo la verdad… y lo haría después de su cita con Patricia. Ya no le importaba nada.   
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