Capítulo 4

1842 Words
Vannesa observó a su compañera dormida entre un montón de libros. Ella también deseaba dormir, pero antes, debía ir a casa de Marco para buscar algunas de sus cosas. Tal vez era muy pronto para eso, pero prefería no dilatar más la situación. Habían terminado y era mejor no dar más largas a lo insalvable. Karen ya se había rendido ante el sueño hacía rato. No se sentía capaz de estudiar hasta el amanecer, eso era demasiado para cualquiera, así que no logró escuchar a su compañera cuando salió. Vanessa se puso un abrigo encima, retocó un poco las marcas de sueño que tenía en el rostro, y con el amanecer sobre ella, decidió ir a la casa de Marco Riviera para recoger unas cosas y poder hablar con él sobre lo que había pasado. Suspiró. Sería sin duda una larga conversación. Mientras caminaba, recibió un mensaje de Éric, al parecer, él tampoco podía dormir: «Vanessa, lo que ha estado pasando entre nosotros está mal. Creo que deberíamos dejar de vernos. No es que no lo haya disfrutado, pero pienso que es lo mejor. Éric» Se quedó pasmada por lo que acababa de leer, pero no logró detenerse. Seguía caminando con rumbo fijo a la casa de Marco. Quizás… quizás para pedirle perdón. * Susana abrió poco a poco los ojos. Tenía una resaca horrible y le dolía la cabeza como los mil demonios. Poco a poco se fue acostumbrando al dolor y pudo distinguir que no estaba en su habitación... Momento... ¡¡No estaba en su habitación!! ¿Dónde diablos estaba? Se miró de pies a cabeza. Sólo llevaba su corta falda y una camiseta ajustada, casi transparente, que solía usar debajo de su enorme suéter blanco. Parecía que “alguien” se había tomado la molestia de desvestirla, quitarle los zapatos, las medias y dejarla en la enorme cama, que resaltaba en una habitación que no podía ser descrita de otra forma más que «SENSUAL». Sí, esa era la habitación más sensual que había visto en su vida. Ni en catálogos de hoteles de luna de miel se habría esperado algo mejor. Sólo esperaba que nada hubiera ocurrido entre ella y el individuo desconocido que la llevó hasta ese lugar. Ahora que lo pensaba, no recordaba absolutamente nada. Sólo que había ido al bar de siempre para ver a Marco, que él le había hablado un poco y que luego ella huyó. Sólo eso estaba en su mente. Luego, recordó una imagen de besos fogosos e intensos… que seguramente había soñado. Ahh… qué más da. Decidió levantarse poco a poco y recorrer el lugar para ver si el hombre o quizás mujer (nunca se sabe en estos días) que la había traído, seguía allí. Avanzó un par de pasos, cuando pudo escuchar nítidamente la voz de Vanessa. —¡Qué me dejes entrar! Necesito unos de mis libros. —Ya lárgate de aquí, no quiero verte. Si deseas tus mugrosos libros, te lo enviaré por correo, escribe tu dirección y ponla debajo de la puerta —espetó el hombre de manera seca. —¡¿Cómo puedes hacerme esto?! —gritó ella, fúrica. —Voy a cerrar la puerta, quítate —respondió una voz glacial. —Espera… —sonó ahora conciliadora—, quiero hablar contigo de nosotros… de darnos una nueva oportunidad. Susana miraba la escena en shock. Primero, por la inesperada petición de Vanessa y luego, por pensar que estaba en la casa de Marco, aunque ni siquiera recordaba cómo había llegado allí. —Si deseas hablar, ven al bar en la noche, ahora déjame solo. —¿Por qué quieres que me vaya? —la mujer alzó de nuevo la voz—. ¿Hay alguien aquí? No aguantó más y empujó a Marco. Logró entrar y quedó frente a Susana, que por su atuendo, daba a entender que ella y Marco acababan de pasar una divertida e interesante noche. —¡¡¡TÚ!!!  —Va-Vanessa… —dijo la castaña, aturdida. Marco estaba hirviendo de rabia. Nada había resultado como deseaba y ahora, su anhelado reencuentro era destruido por la presencia de ésa chica, con la que ni siquiera se acostó. Si al menos se hubiera acostado con ella, el plan hubiese salido más o menos como quería, pero no, tuvo que llevarse a esa chica que se notaba más perdida que nunca y ahora Vanessa, estaba enojada y a la vez, herida. —¡¿Qué mierdas haces aquí?! —le gritó a su ex amiga—. No, espera, hasta la pregunta ofende. Rió de manera histérica, luciendo bastante fuera de sí. —Y-yo no… —Susana no sabía cómo explicar lo que pasaba, ni ella misma lo sabía. —¡Quita esa cara de borrego a medio morir, que no te va! —exclamó Vanessa, presa de un cúmulo de sentimientos a los que no podía darle forma—. Eres una mosca muerta, la peor de las traidoras, rata desvergonzada, tú… —Ya se va —espetó Marco fríamente, logrando un sobresalto en la castaña—. Ella ya se va, Vane. Hablemos, ¿sí? —Era lo que tanto querías, ¿no? —habló Vanessa sin prestarle atención a Marco, la forma tan despectiva cómo la miraba, achicó el corazón de Susana—. Víbora rastrera, ¡me las vas a pagar! —¡Basta, Vanessa! —Marco soltó un hondo suspiro, tratando de tomar por el brazo a su ex, pero ésta se retorció y luego de darle una mirada fúrica a ambos, se dirigió a la salida pisando fuerte. Con su orgullo herido, salió del apartamento de Marco más rápido que un rayo, dejando a esos dos enfrentando sus problemas.  Jamás pensó que el castaño podría reemplazarla tan rápido y eso la hizo desear más que nunca recuperarlo, y así, vengarse de Susana y también de Éric, por ser un cobarde. Mientras, la castaña miraba a Marco confundida y asustada… además de herida por su manera fría de tratarla. —¿Qué hago aquí, Marco? —tragó saliva, mirándolo casi con miedo. Con esa pregunta, él volvió a entrar en razón.  No era culpa de esa chica, sino de él por querer apresurar tanto las cosas. Lo bueno, es que ella parecía no recordar nada y así, podría manipular la verdad a su antojo. Esto se iba a complicar cada vez más… *** Éric se encontraba sentado al borde de su cama. Vivía solo, así que poco le importaba la apariencia que tenía en esos momentos: algo bebido, sin afeitar y con el cabello revuelto. En sus manos tenía una fotografía de él y Marco, de pequeños. Sonrió al ver la casi inexpresiva mueca en el rostro del castaño, que se suponía debía ser una sonrisa. Su hermano había cambiado mucho desde entonces y ya no era el chico raro y agresivo que solía ser en la escuela, todo gracias a sus amigos. Suspiró. No entendía por qué había llegado a entrometerse en la única relación estable que Marco había tenido. Lo conocía, era tímido y su relación con las mujeres era patética. No se parecían en nada el uno al otro. Pero Vanessa… le había parecido tan encantadora, que por un momento –y ayudado por el alcohol–, olvidó que pertenecía a su hermano y se empeñó en tenerla. Aunque claro, jamás pensó que ella cedería tan fácil.  Sí, algunas veces se miraban de reojo durante las cenas familiares a las que Marco solía asistir con mucho esmero, pero pensaba que era un inofensivo coqueteo que siempre tenía con muchas otras mujeres. Pero… esas cenas, ese intercambio de teléfonos, esos mensajes, esas miradas prohibidas fueron el principio del fin.  Había traicionado a su propio hermano y ahora, no podía conciliar el sueño. Debía hablar con él, y con ella. Por lo que volvió a escribirle a Vanessa: «Debemos hablar. ¿Quieres tomar un café» Desde el otro extremo de la ciudad, Vanessa escuchó el sonido de un mensaje y lo leyó.  Aún no se recuperaba de la impresión de haber visto a Marco con la que había sido su mejor amiga y los deseos de que él volviera a su lado, se hacían cada vez más fuertes. Cuando leyó por segunda vez el mensaje, notó que era de Éric. Sintió algo extraño en su pecho y estómago. Era algo que le pasaba cada vez que recibía un mensaje de él o cuando sólo se rozaban por casualidad en alguna cena. Pero ahora tenía un presentimiento. Aún así, contestó: «Ya dijiste que no deseabas estar conmigo… ¿para qué vernos?» Luego, llegó la respuesta. «Debemos aclarar algunas cosas, y no resisto pasar el día sin verte» Ella sonrió como una tonta. Acordó un lugar para verlo, tomó una profunda inspiración y cambió el rumbo de su caminata.  *** Por su parte, Marco ideaba en su mente algo que le hiciera deshacerse rápido de Susana, para poder volver a hablar tranquilamente con Vanessa. Jamás pensó que ella iba a recapacitar tan pronto, pero lo había pasado hace un rato era prueba de su racha de suerte. —Cuando saliste del bar, noté que Eduardo te había preparado su “trago especial” y que te caerías en la calle tarde o temprano… —explicaba, un poco incómodo por tener que mentirle—, por eso te seguí y te traje a mi casa. Si hubiese sabido dónde vivías, te habría pedido un taxi —le dijo, con una indiferencia que apuñaló el corazón de la castaña. La sonrisa se borró de su rostro y todas sus expectativas, se derrumbaron en un santiamén.  Fue muy tonta al pensar que en algún momento él se fijaría en ella, aunque fuera por mero despecho. Simplemente no era tan bonita como Vanessa, no estaba a su altura aunque quisiera. Groseramente, Marco la ignoraba, observando la pantalla de su celular. De forma impulsiva decidió enviarle un mensaje a Vanessa, movido por los eventos de aquella mañana. «Lamento lo que pasó. Hablemos en el bar. Estaré allí hasta las ocho» Enviado. Leído. «De acuerdo» Fue la respuesta, y de alguna manera, la ilusión volvió al corazón de Marco. De pronto, recordó que la castaña aún estaba allí. —Susana —dijo casi entre dientes, recordando que ella no tenía la culpa—, debo irme a trabajar y ya estoy algo retrasado, si quieres te llevo a tu casa… —Yo… bu-bueno… —ella mordió sus labios de manera nerviosa—, había una razón por la que fui al bar anoche. Me dijeron que estarían los tres administradores y que podría… —parecía algo tímida e incapaz de pedir lo que deseaba… y aquello estaba desesperando e irritando al castaño. —¿Qué? ¡¿QUÉ?! —Yo deseaba pedir un empleo… de lo que fuera… —dijo al fin, algo sonrojada—, soy muy buena aseando o…  —Falta una camarera, pero debo discutirlo con Eduardo y Martín —volvió a usar un tono formal y distante—. Vuelve en dos días al bar o yo te llamaré, dame tu número… Ella lo anotó en los contactos de su agenda, y poco a poco el alma, le volvió al cuerpo.  Sí, era una masoquista que trabajaría con el hombre que amaba y que jamás le correspondería a sus sentimientos y sí, probablemente el trabajo iba a apestar, pero sus opciones laborales se agotaban.  Esta era la única salida. —Susana, cuando dije que estaba retrasado, hablaba en serio —espetó de manera seca, volviendo a perder la paciencia—, vístete y trae tus cosas, nos tenemos que ir ya. Recordando su atuendo, ella corrió precipitadamente hasta la habitación.  Por instinto, Marco la observó marcharse. No lo había notado tanto en la noche cuando casi estuvieron juntos, pero ella tenía un cuerpo encantador, y con esa pequeña minifalda, se le notaba un buen trasero. Se sintió algo vulgar al pensar en ello, pero se dijo que no había nada de malo en mirar algo llamativo. Se sonrió.  Después de todo, siempre había tenido buen gusto. Sin duda, Susana se vería encantadora con el uniforme del bar.  
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