Capítulo 3

1920 Words
Eduardo observó salir a Marco, aún sentado en la barra del bar.  Bebía un poco de whisky y tarareaba la música del lugar… algo que siempre hacía las noches en que él era el encargado. De pronto, alguien se sentó a su lado. Era alguien bastante familiar. —Pero si es el idiota de Martín —rió el rubio bebiendo otro trago. El pelinegro lo miró preocupado. Era evidente en sus ojos que las cosas no eran como de costumbre, pero, como siempre, Eduardo no lo notó. Estaba preocupado por la situación de Marco y en el fondo, era mejor que lo estuviera. —Qué tal ha estado la noche —preguntó de forma seria el pelinegro. Eduardo se volteó por un momento para verlo y luego, le dio una sonrisa leve. —Como siempre… sin ella es más aburrido —respondió algo desganado. La culpa era evidente en el rostro de Martín. ¿Cómo podías decirle a tu mejor amigo que te acostaste con su novia mientras estabas borracho? O… ¿cómo decirle a tu propia novia que a semanas de casarte, te habías acostado con otra mujer?  Uff… en su mente había muchos problemas. Por eso odiaba beber. Aunque… era evidente que Karen lo deseaba desde hace mucho tiempo. Si no, ella no habría llegado hasta ese punto. Normalmente, Martín y Eduardo compartían el mismo turno en el bar, mientras que Marco se encargaba de vigilar en la noche, porque para él era mucho más sencillo permanecer despierto. Pero ese día, el castaño no pudo quedarse en la noche y dejó a Martín solo en el lugar… con ella. Karen era una camarera bastante atractiva. Captó la atención de su amigo de inmediato… hasta que por la persistencia del rubio, terminaron siendo novios. Martín no negaba que en ocasiones la miraba mientras ella atendía o se inclinaba para servir… observando esa perfecta figura y la piel descubierta que el uniforme dejaba a la vista.  Pero nunca pensó en llegar a traicionar a Eduardo, hasta que esa fatídica noche, las copas se le pasaron. Marco no estaba… el bar debía cerrar… llovía… la música era suave y un simple roce accidental desencadenó todo. La única que vio los besos desesperados entre esos dos fue Paula Castillo, la otra camarera del bar. La más ignorada y la menos popular… y aquello le rompió el corazón. No por ella, si no por el rubio que tanto amaba. No pudo seguir viendo la escena que esos dos tenían y se fue. Esa noche fue fatal para todos… Sí, esa noche… Vanessa conoció a Éric. Martín traicionó a su mejor amigo, Karen confesó su error… Eduardo planeó una venganza y… Paula fue ilusionada. Todo un problema. El punto más importante, era que aunque Karen confesó lo que había hecho, jamás le dijo a Eduardo con quién lo había engañado y… ése era el peor tormento para Martín Ojeda.  Ver la cara de sufrimiento de su amigo todos los días, sin poder confesarle la verdad y mucho menos decirle que después de ese encuentro, hubieron muchos más, lo estaba matando lentamente. —Estás pálido, idiota —interrumpió el rubio a su amigo, que seguía envuelto en sus propios pensamientos. —Sólo estaba pensando, es todo… —Piensas mucho… por eso eres un idiota —bufó. —Mejor deja de beber… no es sano. —¡Y a ti que demonios te importa! —soltó Eduardo de manera despectiva, de repentino mal humor—. Deja divertirme… este es mi bar y debo disfrutarlo. —Lamento recordarte que compartes “tu bar” conmigo y con Marco… —alzó una ceja el pelinegro. —Marco —susurró el rubio, recordando al castaño. Sabía que se iba a meter en un gran problema por culpa del dolor y la traición… justo como él. —¿Le ocurrió algo? —Vanessa lo dejó por Éric —soltó desganado, recordando su propia situación. Martín abrió levemente los ojos. Las reacciones de Marco a veces asustaban. —Supongo que no hizo ninguna locura… —lo miró con desconfianza–, como tú. —De hecho, hizo exactamente lo mismo… ahora debe estar disfrutando mucho con la amiga de Vanessa, una tal Susana. —Lo dudo mucho —torció los labios, incrédulo—. Marco es más astuto que tú. —Pues eso hizo… sufre… —gruñó el rubio, ordenando otro whisky. —Deja de beber ya, idiota —insistió el pelinegro. Eduardo no dijo nada y se quedó mirando un punto fijo en la pared. —¿Qué pasó con Paula? —preguntó Martín sin mayor preámbulo. —Cree que está conmigo… salimos, disfrutamos y luego, cada quién se va por donde vino, sólo eso —se encogió de hombros como si nada—. Pronto volveré con Karen, así que será mejor que despidas a Paula, ¿sabes? No quisiera verla aquí todos los días después de esto. —Karen no volverá contigo, Eduardo —chasqueó la lengua el pelinegro—. Ya deberías entenderlo. —¿Y tú qué sabes? —espetó el rubio de mal humor—. ¿Acaso hablas mucho con ella? «No sabes cuánto» pensó para sí mismo su amigo, pero no le respondió. —Sólo deja en paz a Paula… ya lograste lo que querías. Karen ya lo sabe, ahora deja a esa chica en paz, idiota —terminó el pelinegro, parándose de una vez.  Ya no soportaba la culpa y esa conversación, lo hacía sentir como una verdadera basura. Por pararse de prisa, no logró escuchar un leve susurro del rubio. —La dejaría si pudiera, pero ya no puedo… —y volvió a beber más.   *** Paula avanzaba nerviosa por las mesas del bar. No quería mirar a Martín a los ojos.  Era su jefe y estaba segura de que él también la había visto esa noche, lo que la aterraba, pues sentía al pelinegro observándola justo en ese instante, pensando quizá en cómo comprar su silencio. Por otro lado, lo único que deseaba era decirle la verdad a Eduardo, pero no sabía cómo. Al parecer, ni Martín ni Karen pensaban confesarlo… al menos hasta ese momento, sin pensar siquiera en cómo se sentía el rubio. Alzó su vista un poco y vio a Eduardo apoyado en la barra del bar. Definitivamente, estaba más que borracho. Ya faltaba poco para cerrar el local y pronto tendría que irse. Le preocupaba mucho el estado de él. Si Martín no lo llevaba a su casa, ella lo haría… a pesar del dolor que eso le causaba. Allí estaría Karen, como todas las noches. Paula estaba consciente de que era sólo un pasatiempo para el rubio. Lo sabía… lloraba todas las noches por ello, pero no podía evitar la efímera felicidad que todos sus encuentros le causaban.  Cómo él le juraba amor, cómo acariciaba dulcemente su mejilla… cómo la besaba con tanta intensidad, como si fuese real. Quizás pensaba en Karen cuando hacía todo eso, pero ella lo amaba de verdad y, si podía ayudarlo a olvidar un poco a la castaña, aún a cambio de su propia felicidad… ella lo haría con gusto. Era una débil, patética y sin dignidad, pero no podía evitar dejarse llevar por esa locura con el rubio que tanto amaba, aunque sabía que eso… un día le costaría demasiado caro como para poderse recuperar.  De pronto algo la trajo a la realidad. —¡¡¡TEN MÁS CUIDADO!!! —le gritó un hombre brusco.  Paula se aterró. Por estar mirando a Eduardo, desparramó el licor en la pierna del sujeto sin siquiera darse cuenta. —Lo-Lo lamento señor… —dijo en un hilo de voz, mirándole con preocupación. El hombre sonrió altaneramente. —Con eso no basta… ven aquí. Ella se asustó con su sonrisa felina. Los amigos del sujeto se reían y uno, se levantó para acercarla al hombre. —Eres un encanto… mira qué sexy estás hoy —su sonrisa libidinosa no le agradaba para nada. —Por favor, se-señor… —ya estaba más que asustada. Martín no se veía por ningún lado. De seguro estaba en la oficina, arreglando unos papeles y Eduardo… Eduardo tampoco estaba en ningún lugar. El hombre la tomó de la cintura, apegándola a él, pero cuando iba a atreverse a tocarla, alguien le rompió una botella en la cabeza. Todos los hombres voltearon amenazantes para vengar esa acción. A sus espaldas estaba Eduardo, ebrio y extremadamente furioso. —Paula, quédate donde estás —le ordenó a la pelinegra. Aún tenía la botella rota en la mano, pretendiendo usarla como una navaja. —No debiste meterte con nosotros… niño rubio —bufó uno de ellos. Eduardo rió con sorna, esos tipejos no eran nada para él. —¡¡Será mejor que se larguen!! —ordenó una voz seria desde el segundo piso. Era Martín, apuntando con un arma, ésa que tenían para situaciones de emergencia como esta.  Era defensa propia. Los hombres se miraron entre sí y con una mueca de disgusto, abandonaron el lugar pateando sillas y cerrando la puerta de un solo golpe. Cuando estuvieron afuera, los tres pudieron respirar. —Paula, ¿Estás bien? —preguntó el rubio, corriendo hacia ella. Le tomó los hombros y la miró a los ojos… ella sólo se sonrojó y se escondió en su pecho. Estaba muy aterrada. El rubio se sintió extrañamente vulnerable.  A pesar de su estado casi borracho, era capaz de caminar y distinguir todo, aunque en ocasiones se mareaba ligeramente. Aún así, estaba seguro de que su corazón latía extrañamente con más fuerza.  Debía ser la adrenalina… o eso esperaba. Sin más, cerraron y terminaron su turno. Aunque más cosas debían pasar. *** Lejos, Patricia hablaba por teléfono con su mejor amigo Daniel. Faltaban dos semanas para su boda… pero sentía a su prometido Martín algo distante. —¿Debería hablar con él? —¿Por qué siempre me preguntas lo mismo? —el hombre chasqueó la lengua con desdén—. Ya sabes lo que opino. —Yo lo amo —dijo ella de manera obstinada. —Que tú ames a alguien no significa que esa persona te ame a ti —respondió el moreno molesto. Aquello le recordaba su propia situación. —¿Entonces por qué va a casarse conmigo? —preguntó triste la pelirroja. —Tú se lo pediste desde el principio… desde que lo asediabas, ¿recuerdas? —puso los ojos en blanco, sin poder creer que aún no se diera cuenta—. Desde que me obligaste a hablar con él para poder acercarte, desde ese momento. La interesada siempre has sido tú, Pat. —Entonces él no… —No. Se escuchó un suspiro. Era duro escuchar vez tras vez la realidad con la esperanza de que las cosas cambiaran. Pero no siempre el amor es correspondido, a pesar de la intensidad de los sentimientos de una de las partes. —Ya nadie me amará jamás —dijo ella, sollozando. —Tú no lo sabes… —respondió él, deseando confesarle lo que sentía, pero no era capaz. —Yo lo sé… si hubiera alguien, ya me lo habría dicho, ¿no? —dijo con ojos llorosos. —Probablemente, cuando olvides al idiota de Martín… alguien aparecerá y te tratará como lo mereces —dijo, conteniendo nuevamente lo que sentía. —Eres el mejor amigo que jamás he tenido —sonrió la pelirroja, ahora un poco más calmada.  —Lo sé… —respondió él, aceptando su realidad. *** Era tarde, pero para dos estudiantes de medicina, dormir no era una opción. Vanessa y Karen estaban en casa de la primera para terminar un trabajo sobre la regeneración celular… pero había otros temas pendientes. —No sabes cómo se siente —dijo Vanessa, tirándose en la cama. Estaba exhausta. —Claro que sí… —No, tú aún no le dices a Eduardo que lo engañaste con Martín. —Tú tampoco lo habrías hecho… —dijo en tono acusatorio—, si Marco no hubiese llegado en ese momento, jamás lo sabría. —Sí, pero pensaba terminar con él… —torció los labios—, ya sabes… Karen sonrió de forma pícara, haciéndola sonrojar un poco. —Dime… —hizo un gesto dubitativo—, ¿qué tiene Éric mejor que Marco? —No lo sé… —soltó un suspiro—, supongo que es todo, la forma en la que me trata, como demuestra sus emociones... todo. —¿Marco no es así contigo? —No, él es diferente —rodó los ojos—, demasiado serio, formal... —¿Aburrido? —alzó una ceja su amiga. —Sí, aburrido. —Entiendo… Karen se acostó en el piso boca arriba. A ella le ocurría exactamente lo opuesto. Eduardo era un fastidio… siempre pegado a ella, no la dejaba respirar… en cambio Martín, le daba ese misterio y pasión que tanto la atraían. Sin más se miraron y sonrieron. El amor no era algo que ellas pudieran programar… como lo que estaban estudiando. Todo era química cerebral mezclada con algo misterioso.  Miraron la hora, debían seguir con su trabajo.
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