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1125 Words
Ever.   Sus manos acariciaban mis brazos y sentía que me estaba quemando. Sentir su piel junto a la mía me provocaba un sin número de sensaciones nunca antes vividas. Mirar todo su cuerpo tan solo ahora con una prenda me volvía loco. Si anteriormente pensé que su tono de piel era hermoso, me doy cuenta de que esa no es la palabra, era deslumbrante. Tenía lunares por doquier los cuales si comenzaba a besar terminaría llenando de besos su cuerpo entero.   Verla temblar ante mis caricias, hoy aprendidas por ella, me hacía sentir privilegiado. Su cuerpo reaccionaba ante placeres nunca antes probados de manera sublime, su barriga de vez en cuando convulsionaba por mis besos mojados en su pelvis, en el centro de sus senos y justo cuando mis dedos tocaron su feminidad. Era mi nena preciosa, la estaba haciendo mía y me disfrutaba lentamente recorrer cada parte de su cuerpo como con nadie.   Me pidió que no jugara con ella pero era imposible no hacerlo, ella nunca había sido tocada y de mi parte me vería como un animal que ni siquiera entrenara la zona un poco antes. Es decir, otros hombres se enfocarían en adentrarse de inmediato sin explorar el área o más bien, acondicionarla un poco antes, todo por obtención de placer apresurado. Me parecía demasiado sana, inocente y sobre todo pura, sin embargo estaba siendo tocada por mí y sentía la manera en que me limpiaba, la diferencia entre ellas y esas otras mujeres de clubes nocturnos era del cielo a la tierra. Eleonor tiene la piel más suave de la historia, es sumamente delicada, frágil y encantadora.   Sabía que tenía miedo, por eso le tomé los labios y los saboreé con el fin de nunca olvidarme de su sabor, aproveché el momento de su concentración y pasión en nuestro beso y metí lentamente primero un dedo en ella. La sentí gruñir entre el beso pero no me soltó. Su lubricidad me facilitó la entrada y poco a poco pude darle movimiento a mi dedo en su interior.   Quería que se sintiera plenamente segura y cuidada en mis brazos, no quería ver dudas en sus ojos más que decisión.   Sus manos se aferraron a mi cabello, mordió mis labios y se escondió en mi cuello jadeando muy bajo. Ese era otro detalle, me ponía a mil por segundo cuando emitía tan solo un gemido. Sentía incluso hasta mis testículos dolerme, la presión de mi pene querer salir contra la tela me ponía mal.   Finalmente volví a adentrar mi otro dedo, ahora tenía el índice y el mayor dentro de su v****a.   —Ever... — susurró contra mi cuello. Su aliento caliente más sus labios húmedos con su voz agitada me hicieron poner los pelos de punta. Me moví en su interior sintiéndola apretar más mis cabellos, gimió con fuerza esta vez y se intentó mover para zafarse de mi agarre.   Besé todo su cuello y dejé lamidas por sus senos escuchándola jadear volviéndome cada vez más loco.   —Me estas matando pequeña— esta vez quien gruñó fui yo.   Ella con sus manos buscó el látigo de mi pantalón y empezó a intentar quitarlo. Para facilitar las cosas saqué mis dedos de su interior y los llevé a mi lengua, ella me miró totalmente roja. Sus labios se entreabrieron y pude ver sus ojos ponerse mucho más achinados. Me puse de pie y por completo delante de ella me bajé ambas cosas al mismo tiempo, el pantalón y el bóxer.   La vi asombrarse cuando mi masculinidad quedó ante sus ojos, se apoyó de sus brazos y retrocedió en la cama tapándose con la sábanas.   Volví al colchón y gateé sobre su cuerpo acorralado debajo del mío. Posicioné mi mano en su barbilla y la obligué a mirarme a la cara ya que seguía petrificada en mi masculinidad. Sonreí ante la correspondencia de sus bellos ojos.   —Tranquila, nena. Si supieras lo hermosa que te ves justo ahora—la traté de calmar un poco haciéndola sentirse segura de sí misma. —No te cubras, siento celos de esa sábana— le hice a un lado la cobija.   Con la punta de mis dedos terminé de sacarle la última prenda que le quedaba, acaricié sus muslos, disfruté de que fuera pequeña pero con mucha carne para agarrar.   Me posicioné entre sus piernas, llevé sus manos a cada lado de su cabeza y la miré a los ojos con lujuria, me iba adentrar en ella, iba a conocer sus paredes, su interior. Si pudieran apreciar lo hermoso que se ve su cabello rojo esparcido por las sábanas blancas, sus ojos verdes brillantes, sus pequitas entre nariz y mejillas. Me enloquecía.   Tomé sus manos y entrelacé nuestros dedos. Podía ver a la perfección como su pecho subía y bajaba, estaba ansiosa, temerosa, nerviosa...   Me acerqué lo suficiente a su oído.   —Te prometo que voy a cuidar de ti todos los días de mi vida—   Poco a poco me fui tratando de adentrar en ella pero estaba muy estrecha. Sentí sus piernas apretarse y su cuerpo tensarse debajo del mío.   —Tienes que relajarte, soy yo, tu Ever. ¿No confías en mí? Soy tu boxeador pero también el caballero de tus sueños — ante mis palabras la sentí aflojarse.   —Confío en ti, plenamente —   La positividad del momento, el romance en el lugar, el ambiente cariñoso entre nosotros dos hizo que mi entrada en ella fuera más fácil aunque para ella un poco molesta cuando finalmente pude entrar la cabeza. Al sentirme, su cuerpo dio un brinco debajo del mío, la escuché quejarse escondiéndose en el hueco de mi cuello. La miré a los ojos, estaban cristalizados, como si fuera a llorar, sus manos me apretaban muy fuerte.   Empecé poco a poco a moverme muy suavecito, en realidad nunca me había sucedido esto. Yo nunca había actuado así con ninguna mujer. Ella era mi primera virgencita.   Besé sus labios, los cuales me recibieron deseosos y entre jadeos que al principio me parecían de dolor, poco a poco fueron convirtiéndose de placer. Sus paredes se acostumbraron al tamaño y su propia lubricación hizo el trabajo más relajante.   Sentí que algo dentro de mí se había esparcido, que algo en mi pecho explotó o se movió de lugar... y creo que fue la salvedad de que ya no soy yo, ahora tengo a una linda dama a mi lado. Una que me encanta, una que me hace reír, una que me hace temblar, una que me pone el corazón a latir a mil.   La tenía debajo de mí, desnuda, en su interior, en mi casa, en mis brazos, conmigo.   —Ahora si Eleonor, me perteneces, eres sólo mía. La nena del boxeador —
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