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1433 Words
Eleonor.   Sus palabras me pusieron la piel de gallina. Me dejó sin habla, me secó la lengua, sentí mis pupilas dilatarse y hasta mis piernas temblar.   —Vamos a la cama —al ver que me quedé callada, o más bien, petrificada, entonces procedió a invitarme a dormir.   Se dio vuelta, hizo a un lado la colcha de la cama y me miró para que me metiera. Tan solo pude recorrer nuevamente los tatuajes de su pecho, de sus brazos e incluso de casi su parte baja, pues el pantalón de chándal que llevaba estaba un poco tumbado en la parte de su pelvis, justo allí tenía una cruz tatuada.   —¿Me das otro beso de buenas noches? — yo tan solo lo quería cerca, quería sentirlo de más.   Me puse de cuclillas para poder más o menos asemejarme un poco a su altura, él colocó sus ambas manos en mi rostro y unió sus labios con los míos. Últimamente sus besos para mi eran suaves y lentos, no como el primero que fue brusco y muy apasionado.   Yo rodeé su cuello con mis brazos, me apegué más a su cuerpo.   —Me estas volviendo loco, estas jugando conmigo y te vas a quemar— susurró contra mis labios juntando nuestras frentes.   —Sería un placer la verdad — acaricié su espalda, la recorrí toda sintiéndolo estremecerse bajo mi tacto.   —A la mierda! — gruñó entre dientes cargándome de repente sosteniéndome por las nalgas mientras se apoderaba de mis labios y los devoraba.   Estando de pie y conmigo en sus brazos se mantuvo unos largos segundos mientras me besaba de manera desesperada. No sabíamos cuál de los dos estaba más acelerado, nuestra respiración era agitada, y los nervios de ambos estaban descontrolados.   Nos separamos un momento por falta de aire, también me bajó de sus brazos y me miró a los ojos fijamente.   —Si continuamos luego no podré parar— me dijo colocando por primera vez sus manos en mi cintura de manera muy delicada.   —Entonces no lo hagas—me sentía como que me estaba quemando por dentro.   —¿Estas segura? Soy yo Eleonor, el boxeador que...—   —shshhshs— lo interrumpí —Así me encantas. — pasé mis dedos por sus labios. —Nadie me ha tocado antes— le informé mirándolo a los ojos fijamente.   Mordió sus labios.   —Por Dios...¿me dejarás ser el primero a mí? — sus ojos negros tomaron ese brillo que los hizo dejarse de ver apagados.   —Solo si tú quieres— no sé qué me pasaba pero, me sentía demasiado atraída por Ever. Nunca me había pasado en la vida con otro chico, y cuanto me causa gracia porque, yo siempre he sido la chica buena, pero me encantó este chico malo desde que me llamó "Nena".   —Es que ese es el problema, que no quiero, yo te deseo, te anhelo, me muero por ti. Apareciste y te metiste en mi cabeza que hasta este entonces todavía sigues ahí y ahora aquí— señaló su corazón. —Eres muy hermosa, pequeña — sus labios se posaron sobre los míos una vez más. Volví a acariciar su espalda, lo toqué suavemente.   Lo sentí tomarse su tiempo para bajar sus manos de mi cintura por mis caderas, metió sus manos por debajo de la camiseta y con la punta de sus dedos fríos acarició mi barriga. Se me hizo imposible no reaccionar ante su roce, apenas comenzaba a tocarme y ya sentía mi propia humedad.   Pasó sus manos a mi espalda y deslizó sus dedos por mi arco, ágilmente soltó el broche de mi sostén y lo dejó caer aún sin quitarme la camiseta.   Sus caricias me estaban quemado, llevé mis manos a su melena y jugué con su cabello entre mis dedos.   Sentí sus manos abarcar mis senos, cabían perfectamente en sus manos, pues eran bien grandes y yo que apenas contaba con dos limones. Sus pulgares rozaron con mis pezones obligándome a gemir entre sus labios. Me provocó soltarlos para respirar con profundidad ante todo lo que estaba sintiendo en pleno momento.   Me sacó la camiseta y me dejó tan solo con las bragas puestas ante sus grandes ojos los cuales me comieron con la mirada.   —Estas temblando pequeña— se apegó a mi cuello y me impartió calor. Sus labios húmedos me hicieron creer que mis piernas me fallarían, no podía con tanto.  —Solo soy yo, tu Ever. No hay nada de qué temer— me susurró contra mi piel repartiendo besos por todo mi pecho.   ¿Acaso no era perfecto? Me mataba lentamente con su personalidad. Fue a un tipo rudo al que vi en la guarida, uno en realidad muy guapo que me molestó, pero que también me defendió de un loco que quería joderme esa noche, el mismo que ganó la pelea y mientras lo curaba me agarró y me comió los labios como ningún otro hombre. Pero, ese mismo chico rudo de apariencia de temer, de siempre rostro enojado, de pocas sonrisas, me consoló la noche en que encarcelaron a mi hermano y me calmó como si me conociera de toda la vida, desde ahí me convencí de que fuera Zeus o Ever, me encantaba como quiera, y por eso me volvía loca, sobre todo más ahora que llevo todos estos días conociéndolo cada vez más a fondo, pero sin duda hoy que me permite conocer su lado suave en el cual me transmite seguridad, me llena de confianza y caricias, hoy se convierte en mi día favorito. Además, por supuesto, hoy pasa a ser mi Ever, mi boxeador.   Sentí mi cuerpo elevarse del suelo, otra vez me había cargado como su chiquilla. Me llevó a la cama donde me depositó con delicadeza sobre las sábanas y continuó con los besos enloquecedores sobre mi piel mientras que mis manos se atrevieron a tocar sus grandes músculos. Por Dios... tocarlos era de otro mundo, se sentían como rocas, ya veo por qué me levanta como pluma.   Me miró a los ojos, agachó la cabeza y con suma lentitud lamió mi pezón izquierdo. En realidad siempre me pregunté si las personas gemían por voluntad propia o lo hacían inconscientemente debido al placer y dicho momento, hoy me daba cuenta de que salía de lo más profundo del interior. Gemí libremente ante su lengua tibia, ante la sensación que me provocó incluso hasta en los pies.   Despiadado y maliciosamente me miró a sabiendas de lo que me provocaba. Prosiguió esta vez chupando el área como nene recién nacido haciéndome aferrarme a su cabellera.   Por Dios... por Dios...   —Ni siquiera nunca te habían...— no lo dejé terminar.   —No— de inmediato le contesté.   —¿Eres totalmente virgen? — su voz ronca estaba sumamente grave. Podía ver lo rojo que estaba su pecho, ¿caliente será?   —Tan solo yo me he tocado, y solo para ducharme— sentí su mano tras mis palabras recorrer todo mi abdomen con suma calma como todo lo que hacía para torturarme.   Me miró fijamente en todo momento, disfrutaba verme enloquecida, ya con los labios resecos y entreabiertos. Esos ojos destilaban pasión, estaba encendido en llamas pero a la vez estaban calmados y se veían tiernos.   —¿Y aquí? Nunca te has tocado aquí ni siquiera —pasó sus dedos por encima de la braga haciéndome temblar, si, otra vez más.   Tragué.   —Ni siquiera ahí — le confirmé.   Lo noté sorprendido, muy, pero a la vez contento por ello.   —¿Por qué tardaste tanto en ir por mí? ¿Por qué tardaste tanto en visitar la guarida? ¿Dónde estuviste todo este tiempo, Eleonor? — subió por mis labios, los cuales besó esta vez con desesperación, con sed, con hambre.   Sentí su mano recorrer el látigo de mis bragas, los pelos se me pusieron de punta cuando sentí que me hizo la tela a un lado y por arribita pasó las puntas de sus dos dedos por mi parte íntima.   Solté sus labios para tomar aire pero también para suspirar por todo lo que causó en mi al momento de tocarme de esa manera en aquella área. Su tacto... era él... Ever.   —Estas muy mojada, nena— podía sentir como sus dedos resbalaban en mi zona.   Giré los ojos cuando sentí que me hizo presión y masajeó mí clítoris. Se atrevió a morder mis labios mientras disfrutaba mirarme a la cara.   —No juegues, por favor—   —Sin juego no hay diversión. No me pidas eso, nena—
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