CAPÍTULO DIECISÉIS
No se podía decir lo mismo de Norton.
Roose redujo la velocidad de la carreta y la condujo bajo la cubierta de árboles bajos agrupados alrededor de rocas irregulares y cantos rodados. Saltando, estiró la espalda antes de echar un vistazo al herido Norton. La cabeza del hombre colgaba sobre su pecho, un rastro de saliva mezclado con sangre salía de la comisura de su boca. Roose levantó la cabeza del hombre por la barbilla y contuvo el aliento. “Ojalá hubieras podido llevarlo con el Doc. Está mal señorita. Muy mal”.
Ella sollozaba, con la cara entre las manos. “Es mi culpa”, dijo. Debería haberlo atendido mejor en casa, pero insistí en que fuera a casa del doctor. Una de las heridas estaba enconada y no tenía los medios... Miró al herido Norton y soltó un largo y estrem
