Capítulo 2

1643 Words
Todo comenzó con una hermosa boda en una bella iglesia, el lugar era simplemente único, el sueño de muchas jovencitas, pero no el mío, o quizás comenzó mucho antes que ese día, simplemente no lo sé, en este momento ha dejado de ser importante. La música sonaba por todo el lugar mientras la novia, es decir yo, entraba suavemente bajo la atenta mirada de todos, sus miradas me ponían incómoda, hacían que mi piel pícara y tuviera ganas de vomitar. El largo vestido blanco que vestía se movía arrastrándose sobre la alfombra al caminar, mi pasó era lento haciendo evidente que no quería llegar al altar y trataba de postergarlo tanto como le fuese posible, pero eso no era totalmente mi culpa, mi padre el Conde Enrique Catalán, era el que guiaba mi caminar, y él lo hacía tan pausadamente para que todos me viesen y se burlarán de mí, a cada paso parecía ir más despacio, quería llorar, pero a nadie le importaba lo que yo quisiera. Después de varios minutos que parecían eternos la ceremonia inició, a nadie le importaba realmente, ni a mí, y eso que yo soy la novia. —Sí, acepto —fue todo lo que dije durante la ceremonia y me límite a cerrar la boca por el resto de la ceremonia. —Por el poder conferido en mí, yo los declaro marido y mujer —exclamó el sacerdote con solemnidad. Se que todo es solo un espectáculo y lo único que los demás desean es asistir a mi funeral. Así que la ceremonia culminó con el corte del pastel, y con las felicitaciones de los presentes, a la misma vez que soltaban insultos por la comisura de sus labios, ellos sabían que los estaba escuchando, pero no les importaba, solo era un sacrificio, una niña ilegítima que merecía morir, el pensar en eso hacía que me doliese el pecho. Todos sabían que este matrimonio estaba destinado a fracasar, incluso yo lo sabía y no solo por la falta del deseo de casarnos entre nosotros. Por lo que todos estaban ansiosos por ver qué eso pasará de una vez, me lanzaban miradas venenosas, a la vez que le lanzaban miradas coquetas a mi nuevo esposo, sin importarles que las estuviese mirando. El rey había organizado este matrimonio, entre su sobrino mayor, el hijo del hermano de su esposa y yo, la hija de un conde, la chica que poseía una belleza inusual, mi largo cabello plateado caía como una cascada por mi espalda, mis ojos violetas se veían melancólicos, mi piel era pálida, cómo si nunca hubiese recibido la luz del sol directamente. Era una chica simplemente hermosa para muchos y tétrica para otros, no sé cuántas veces había escuchado a los demás llamarme niña demonio o niña fantasma. Mi cabello plateado ahora estaba trenzado hasta la nuca en dos pequeñas trenzas por encima y por debajo de la oreja, entretejidas con hilo de plata. El resto se dejó fluir suelto. Mi vestido era marfil suave al tacto, de seda pesada bordada con oro real en los bordes. Varias runas de protección fueron tejidas en la rica tela de mi elegante velo. Tenían mangas largas elaboradas y de campana grande. Me veía realmente hermosa en él. Solo esperaba estar tomando la decisión correcta, aunque de hecho no tenía opciones sobre todo el asunto. «No quiero morir» Esa belleza especial era una marca característica de la primera esposa del rey, en cada generación se buscaba a una chica que cumpliera con esas características, y para mi desgracia la chica de esta generación era yo. Un matrimonio sin amor que estaba destinado a acabar con la vida de la mujer, es decir mi vida, y todos estaban ansiosos por ver mi muerte, a nadie parecía importarle que yo también fuese una persona, después de todo solo soy una hija ilegítima de un conde caído en desgracia. Y cómo dicta la tradición, Alfonso, quien era mi nuevo esposo y yo levantamos el cetro del rey, este emitió un brillo intenso y dorado, el cetro había aceptado a Alfonso como su nuevo portador y futuro rey. Antes de darme cuenta la fiesta había terminado, ahora era una mujer casada, mi esposo era un hombre apuesto, su cabello n***o, su piel blanca y sus ojos azules, lo convertían en un hombre cotizado, el sueño de muchas chicas, pero no el mío, ya no sé cuántas veces he pensado esa frase en los últimos días. Durante unos segundos había tenido esperanzas en este matrimonio, pero todas mis ilusiones fueron brutalmente aplastadas por la cruda realidad. La casa tradicional de la familia Vargas fue diseñada siguiendo el estilo de las viviendas de sus antepasados, con techos altos abovedados, grandes pilares, alfombras ornamentadas y tapices que adornan las paredes y el suelo. El piso de la mayoría de los lugares de su casa era elaborados mosaicos de azulejos, las habitaciones y suites privadas de la familia en madera rica y oscura. Había enormes ventanas del piso al techo en toda la casa, cubiertas con pesadas cortinas de seda oscura. La mayoría de las paredes interiores eran de piedra, con algunas de ellas enyesadas para dar calor y permitir el color en forma de pintura. El camino a la mansión en la que iba a vivir desde ahora fue pesado, compartir un carruaje con quién ahora era mi esposo fue incómodo, ninguno dijo nada, cada vez que me animaba a hablar con él, solo bastaba con que abriera la boca y aún sin emitir un solo sonido él se giraba a verme con el entrecejo fruncido y una mirada gélida, lo que me hacía callar y agachar la cabeza. Cualquier esperanza de un matrimonio feliz había sido destruida, cuando llegamos al territorio de mi esposo, fui dirigida rápidamente a la habitación que a partir de ese día ocuparía. Era una alcoba grande, con una cama adosada y elegante. Después de cambiar mi vestido de novia por ropa más cómoda y ligera me senté a esperar a Alfonso, el cual decidió no aparecer en toda la noche. Antes de darme cuenta había caído dormida mientras lloraba amargamente por lo que a partir de ese día sería mi vida. A la mañana siguiente, fui despertada por un fuerte estruendo, me levantó aturdida y miré inmediatamente a mi alrededor confundida y asustada sin saber que te estaba pasando, los golpes que estaban dando a la puerta eran fuertes, como si quisieran tumbarla, eran impacientes como si la persona que estuviera tocando estuviese molesta y se quisiera desquitar con la puerta. *Boom boom boom* Los golpes no se detenían, eran feroces, me quedé sentada en la cama mirando fijamente la puerta, sin atreverme a mover un dedo, estaba asustada y no sabía qué hacer, pero los golpes no se detenían. —¡Despiértate de una vez! —exclamó una voz áspera y ronca, a la vez que volvía a golpear la puerta con fuerza. No reconocí esa voz, cosa que no me extrañaba ya que era la primera vez que estaba en la mansión, lo único de lo que estaba segura es de que esa voz era de una mujer mayor. Con voz temblorosa y tímida le contesté: —E… estoy des… despierta. —¡Entonces sal de una maldita vez! —Volvió a gritar la voz, ahora más furiosa. —Ya… ya voy. Me levanté de la cama titubeante, al ver mi aspecto en el espejo, recordé lo que había pasado. ¡Estaba casada! Me había casado y había pasado mi noche de bodas completamente sola, olvidada como un trapo sucio que fue tirado después de ser utilizado. —¡Muévete! —gritaron, el grito me hizo dar un pequeño salto devolviéndome a la realidad. —¡S… SÍ! Corrí de manera tambaleante a la puerta, en el momento en que se abrió la puerta, una mujer mayor entró dando tumbos, y con una extraña mezcla de gracia de un jabalí salvaje y una gacela consiente de su entorno, camino con paso seguro y pesado hasta el centro de la alcoba. —Ya era hora que te despertarás. —Di… disculpe, pe… pero ¿quién es usted? —¡Cómo que quien soy yo! mocosa estúpida, métete esto muy bien en esa obtusa cabeza tuya, soy la jefe de sirvientas, mi nombre es Katerina Claver, y me llamarás señora Katerina. La mujer llamada Katerina Claver era una dama de alrededor de cincuenta años, su larga cabellera castaña estaba jaspeada y firmemente sujeta en un apretado moño sobre su cabeza, a parte de su cabello, no había nada más que delatará su edad. Su ropa pulcra, delataba claramente su posición en la mansión. Y era claro que no sería amable conmigo. —Lo… lo lamento —le dije en un suave susurro, disculpándome una vez más, no quería que mi nueva vida empezara así. La mucama hizo oídos sordos a mis quejidos, yo solo retorcía los dedos de mis manos mientras la miraba de soslayo sin saber que hacer. —No tengo todo el día, muévete niña, aún tienes que limpiar los pisos. —¿Disculpe? —¿Es que acaso estás sorda o eres estúpida? Ooh ya sé, creíste que serías la señora de esta casa, te equivocaste muchachita estúpida, ahora ¡muévete! Ya sabía yo, que no sería la nueva duquesa, a nadie le importo y nadie me quiere, me harán limpiar este lugar hasta el día de mi muerte. Algo golpeó mi espalda y me hizo caer de rodillas, las palmas de mis manos escocían, antes de poder levantarme oí a alguien llegar a mi lado. —Ya despertaste, ya era hora, prepara mi desayuno y lava mi ropa —la nueva voz era demasiado familiar. No podía creer a quien estaba viendo frente a mí, ¿Qué hacía ella aquí? ¿Por qué Valery estaría aquí?
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