El salón estaba lleno de todos los nobles del reino, la música sonaba por todo el lugar, las personas charlaban y reían mientras bebían vino. Yo solo me encontraba en una pequeña esquina del salón, completamente sola, todo parecía ser normal, hasta que un grito rompió la calma del lugar.
—¡Quiero el divorcio! —gritó mi esposo en medio del salón de fiestas, mientras me arrojaba un fajo de papeles a la cara. Un pequeño ardor recorrió mi mejilla, al llevar una de mis manos al lugar donde me estaba doliendo, unas pequeñas gotas de sangre cubrieron mis dedos, no pude evitar verlas un poco asombrada.
Detrás de mi futuro ex esposo se encontraba su amante. Llevaba un vestido muy escotado y ceñido al cuerpo, era una mujer hermosa si no fuese por la malévola sonrisa que tenía en los labios, y su personalidad tan podrida podría ser una de las jovencitas más bellas de todo el reino, su sonrisa se ensanchaba a medida que los gritos de Alfonso subían de intensidad.
Me quedé en silencio por unos minutos, no porque me importara particularmente esta situación, simplemente todo se me hacía tan sub real.
Todos en la sala me miraban y se reían sin disimulo de mi situación, entretenidos por el espectáculo que estaban viendo, nadie sentía pena por mí, la esposa engañada y desechada como basura, seguramente esperando a que llorara, pero no les daría la satisfacción de ver mis lágrimas. No lloraría, no frente a todas esas miradas repugnantes.
—… —no dije nada y lo dejé despotricar tanto como quisiese, la forma en que su rostro se ponía rojo por la ira, era demasiado graciosa, quería reírme de la cara morada rojiza de ese infeliz.
—No me importan tus malditos chantajes o lloriqueos, quiero el divorcio —volvió a gritar, como si no lo hubiese escuchado la primera vez, sabía que lo había oído, aun así, lo grito para humillarme más, sabía que no me lo estaba imaginando, podía ver el brillo de malicia en sus ojos y en los de su amante. Ni siquiera había dicho nada, solo escuchaba en silencio sus estupideces.
—Sabes que el rey no lo aceptará —había llegado a hacer las paces con ese hecho, el rey jamás dejaría que nos divorciáramos, está no era la primera vez que me pedía el divorcio, y cada vez el rey se había negado a concedérnoslo, vez tras vez mi esposo había ido ante su tío para pedirle que nos conceda el divorcio y en cada ocasión este se negó inmediatamente.
—El rey está indispuesto, y la reina ya ha dado su aprobación —el tono condescendiente que uso era obvio que pensaba en mí como alguien estúpida, o solo quería mofarse de mí aún más, como si la vergüenza que estaba sintiendo no fuese suficiente.
«Así que lo está haciendo a las espaldas del rey»
Me agaché y tomé los papeles que me había arrojado momentos antes, más que un divorcio, esto en realidad sería una anulación de nuestro matrimonio. Y aunque no se había dicho de esa forma, todos lo sabían, sobre todo porque la pareja de mi esposo estaba embarazada. Los papeles parecían estar en orden, y agradecí ese hecho desde lo más profundo de mi corazón.
—De acuerdo —le dije firmando los papeles después de revisarlos detenidamente, sabía que legalmente no tenía derecho a nada, aun así, Alfonso fue tan amable de darme una pequeña propiedad en la cual vivir.
Mi ahora exesposo me ha pedido el divorcio desde el día siguiente al de nuestra boda, siempre actúa como si yo fuera la que lo obligó a casarse conmigo, como si yo hubiese querido casarme con él.
Los papeles me fueron arrebatados ni bien los había firmado, la sonrisa burlona de Valery se ensanchó en el momento en el que me los habían quitado, cuando me las quito me empujó hasta hacerme caer al suelo.
Al caer el golpe me lastimó el tobillo, mi pie punzaba de dolor, quizá aquella caída fue una bendición disfrazada, el dolor que estaba sintiendo había hecho que la sonrisa que quería escapar de mis labios quedara prisionera entre ellos.
Sentí que un gran peso había sido levantado de mis hombros, me levanté e hice la mejor reverencia que había hecho en mi vida y solo le dije.
—Con su permiso me retiro, su majestad.
—No intentes robar nada de la casa de mi prometido —gritó Valery, en este punto eran obvias sus intenciones tras ese alarido.
—Por supuesto que no lo haré, solo tomaré mis cosas y me marcharé —no tenía casi nada a mi nombre, pero tal vez pudiese llevarme un par de joyas que el rey me había regalado y venderlas.
—Nada en esa casa te pertenece, nunca has sido mi esposa más que por nombre —y por supuesto que Alfonso tendría algo de decir al respecto.
—Entendido su majestad, en ese caso si el carruaje está listo en este momento me marcharé y no volverá a saber de mí.
«Finalmente soy libre»
No cabía en mí de la emoción, pero debe resistir, cualquier cosa que dijera o hiciera podría arruinar este maravilloso momento. Pero tenía que salir de ahí ya, no quería que cambiarán de opinión o que algo ocurriese y evitará mi huida.
En cuanto abandoné el salón para subir en el carruaje la sonrisa que estaba reprimiendo me venció, ya no soy más una esclava ahora soy libre, quería gritar de la emoción, pero sabía que no debía hacerlo. Cerré las cortinas para que nadie viera mi felicidad, todos aquellos que me vieran pensarían que era una mujer desconsolada que había perdido el amor de su marido ante otra mujer, lo gracioso es que no puedes perder algo que nunca has tenido para empezar.
Y así sin quererlo, empecé a recordar el cómo caí en ese infierno, no que mi vida antes del matrimonio fue la mejor, pero, aun así.