*Ring ring*
Mi teléfono no dejaba de sonar, llamando la atención de todos los presentes. Mi rostro ardía bajo su mirada. Saque el teléfono de mi mochila, pero para cuando logre sacarlo la llamada se corto.
«¿Mamá? Ella casi nunca me llama a esta hora, ella sabe que normalmente aún debería estar en clases»
Le devolví la llamada y ella me contesto casi al instante. Se podía escuchar su aliento entre cortado en el auricular, aunque trató de mantener una voz calmada, era obvio que estaba asustada.
—Adán cariño, ¿Dónde estás?
—Estoy en el centro.
—¿Estás solo? ¿De qué color es tu camiseta?
—Estoy con Esteban, mami hoy tenía examen tuve que ir con camisa no podía usar camiseta y es blanca —mi respuesta pareció tranquilizar a mi madre, ya que su suspiro de alivio fue claro.
—No es nada cariño, solo regresa a casa con cuidado.
«Que llamada tan rara»
Después de asentar el teléfono una extraña necesidad de ir a casa me invadió, algo estaba pasando y mi mamá no quería decírmelo por teléfono, con las manos temblando y con un escalofrío guarde mi celular, Esteban se había acercado a mí, y me estaba diciendo algo que no lograba entender, después de un par de minutos finalmente me recompuse, y salimos del lugar.
—¿Pasó algo? —preguntó Esteban preocupado.
—No estoy seguro, mi mamá sonó aliviada cuando supo que estaba usando camisa y estaba contigo, quiero, quiero ir a casa.
—No te preocupes, si no te molesta, puedo ir contigo, hace mucho que no veo al enano.
—¡Que no le digas enano! —en cuanto le grite el empezó a reír, y su risa hizo que me calmara, no sabía que estaba pasando, pero no ganaría nada con alterarme en ese momento, Esteban me fue contando anécdotas y chistes aligerando el ambiente.
El trayecto fue corto, en cuanto abrí la puerta mi pequeño saltó a recibirme, tenía lágrimas en sus ojitos, detrás de él salieron mis abuelos. Ambos me abrazaron con fuerza, sus rostros estaban pálidos y sus manos muy frías.
—¿Qué está pasando?
—Cariño, por que no llevas a Oliver a tomar su siesta, y después conversamos —quise protestar, pero al ver la mirada seria en los ojos de mi abuela, solo pude morder mi lengua y asentir. Oliver empezó a cabecear, no sabía si era porque a esta hora normalmente tomaba la siesta o era por el cansancio que lo que sea que estuviese pasando le hubiese ocasionado.
Cuando regrese al salón, mis abuelos estaban en completo silencio, cada pocos segundos Esteban intentaba empezar una conversación, pero no recibía ninguna respuesta.
—Ahora sí me van a explicar que esta pasando.
—Cariño, todo esta bien, solo fue un susto —mi abuela no sabía que más decir, me veía, luego veía al abuelo y finalmente volvía a verme a mí, estaba jugando con sus manos, una clara señal de que estaba nerviosa.
—Adán, recuerdas en que estaba trabajando tu padre —asentí con la cabeza, tarde me di cuenta que la vista del abuelo estaba clavada en la mesita que estaba frente a él.
—Sí, era un trabajo para el estado, ¿cierto?
—Sí, hubo algunas complicaciones, mientras tu padre trabajaba hubo un cambio de alcalde, el nuevo alcalde no le ha pagado a tu padre —algo más debía estar pasando porque.
«Si fuese solo un mes o dos no estarían tan asustados»
—¿Desde hace cuanto no le pagan?
—Ya 6 meses, tu papá vendió su maquinaria, y varias de sus propiedades, pero aún así... —la voz de mi abuelo empezó a temblar casi al final, mientras mi abuela empezó a llorar. —Tu papá se endeudo mucho por este proyecto, una de las personas a las que tu papá le debe contrató a unos tipos.
—¡¿Qué?!
—Ellos llamaron a tu papá, le dijeron que te estaban siguiendo, que estabas en la cafetería de la universidad, solo y con una camiseta rosa, ellos, bueno ya te puedes imaginar lo que le dijeron a tu papá.
—¿Él está bien?
—Sí, sufrió un desmayo por el susto, pero nada grave, ya esta mejor, pero debes tener cuidado, no sabemos lo que esa gente pueda hacer.
—Quiero ir a verlo.
—¡No puedes hablar enserio! —la persona que gritó no fue ninguno de mis abuelos, fue Esteban, que se había levantado de golpe y me sacudía por los hombros, como si con eso intentara que cambiase de opinión.
—Tengo que ir, necesito ayudarlo en lo que pueda —trató de insistir un poco más, pero parece que se dio cuenta que no iba dar mi brazo a torcer y con un soplido de frustración, dijo.
—Bien, pero yo voy contigo.
—¿Qué? ¡No puedes hacer eso es peligroso!
—¡Lo es aún más para ti! ¡No puedes ir solo! ¡¿Y el enano, ya has pensado si lo llevarás contigo o se quedará?!
—Se quedará, no quiero arriesgarlo —en mi exaltación no había pensado en mi bebé, seguramente no sabia que estaba pasando había visto a todos muy alterados y eso debió asustarlo y provocar que llorara.
—No creo que el enano vaya a estar tranquilo si te vas.
—Entonces... ¿Qué hago?
—Iremos juntos, los 3, yo lo cuidaré y te ayudaré a solucionar este problema, nos iremos mañana a las 5 am, así estaremos a las 8 pm en tu ciudad natal. Me iré a comprar los boletos y a preparar mi maleta, señor José, mañana puede ir a dejarnos.
Antes de poder volver a negarme, Esteban cogió sus cosas y salió de la casa, mis abuelos me abrazaron para tranquilizarme, todo el alboroto despertó a mi pequeño, lo tomé entre mis brazos y me negué a volver a soltarlo.
—Cariño, se que estas preocupado, pero todo va a salir bien, ya verás —mi abuela trataba de motivarme y consolarme, recosté a mi bebé un rato más y me quede mirándolo dormir, se veía tan hermoso y pacífico, que no quería que nada le pasase.
Acaricie su mejilla regordeta, mientras le hacía una promesa silenciosa.
«Mi amor, siempre te cuidaré y estaré a tu lado, no dejaré que nada te pase»