La boda

1063 Words
Nicolas Al día siguiente hice mi rutina diaria como siempre, y bajé a desayunar. Hoy no tenía ganas de ir a correr por la fiesta de anoche, así que decidí no hacerlo. Rosa ya había servido la mesa y estaba listo para disfrutar mi desayuno, cuando mi padre entró. —Buenos días, hijo —me saludó, a lo que yo le mostré una sonrisa de lo más fingida, como todas mis sonrisas— Tenemos que hablar. Suspiré, estoy seguro de lo que quería hablar y no estaba de ganas como para discutir en el desayuno, pero tampoco podía escapar, de todas formas teníamos que discutirlo. —Dime —dije cortante y me llevé el primer bocado a la boca. —Emma y tú se casan en una semana —escupí lo que me estaba llevando a la boca por lo inesperado que había sido eso. ¿Era en serio? Sabía que tenía que casarme pronto, pero igual no dejaba de sorprenderme y menos que sería el mismo día de mi cumpleaños. —¿Qué? ¿Una semana? ¿El día de mi cumpleaños? —mi padre asintió tan tranquilo, como si fuese lo más normal del mundo casarse con alguien por conveniencia/obligación, mientras se llevaba un trozo de comida a la boca. ¡Por Dios, era mi vida! ¡Era mi cumpleaños! —El mejor regalo que podrías tener, es Emma —dijo encogiendo los hombros así de relajado, llevándose otro bocado. ¡Es que no puede ser! Emma acababa de joder mi desayuno, joderá mi cumpleaños y estaba seguro que también lo hará con mi vida. “Joder, la odio. Será una pesadilla estar casado con ella,” pensé, apretando los puños a mis costados. “Solo espero que estos malditos 6 meses pasen volando” No podía estar seguro de eso, pero era obvio que esa maldita mujer iba a disfrutar mi disgusto durante este tiempo, se notaba a leguas que me odiaba tanto como yo. *** Emma Si hace un tiempo atrás me hubiesen dicho que me casaría con el hijo de mi jefe, me hubiese reído en sus caras. Pensé que esto de la boda sería algo íntimo, el juez, Nicolas, el señor Russell y su familia y yo, pero no; la madre de Nicolas a quien conocí hace tres días, insistió en hacer una reunión con sus familiares y algunos conocidos en el jardín de la mansión. “Qué bien, la boda del año,” pensé con disgusto. Estaba algo nerviosa, pero debía recordar que lo hacía para darle una lección al tonto de Nicolas y por qué no, ganar algo de dinero para mudarme a un mejor apartamento. Afortunadamente, en el pequeño tiempo que conocí a su familia, nos hemos caído bien. La señora Alba era la suegra que todas deseaban, era súper amable, tenía un físico estupendo, y a sus 57 años con tres hijos se mantenía en forma. Nancy, la hermana melliza de Nicolas, era muy linda. La cuñada perfecta; tenía los ojos marrones igual a los de Nicolas y su padre, el cabello castaño igual a su padre. La señora Russell tenía el cabello n***o como la noche, era alta y delgada, su cuerpo es impresionante y con el vestido que traía puesto, sus curvas se delineaban a la perfección. Nicolas también tenía lo suyo, era muy, muy guapo, podía ser egocéntrico, un hijo de papi o lo que sea, pero no iba a negar lo atractivo y sexy que era. Se notaba que ha trabajado para mantener ese cuerpazo y eso que no lo había visto desnu... en fin. Los invitados ya habían llegado y esperaban ansiosos la famosa boda, entre ellos Jane, quien me arregló junto a Nancy en un maquillaje sencillo por petición mía: solo un poco de polvo y rímel, mi cabello lo recogieron en un moño que colgaba hacia mis hombros. Llevaba un vestido blanco lleno de flores, yo hubiese preferido uno n***o porque más que mi boda, esto es estar de luto o muerta de camino al infierno, directo hacia los brazos de satán, en este caso, Nicolas Russell. Pero según ellas, era mi boda y tenía que lucirme. Así que aquí estaba, frente al altar, si es que eso se llama de esa forma, escuchando las palabras del juez de paz. —Me alegra mucho que hayan decidido firmar este contrato —dijo y nerviosa, volteé a ver a mi jefe, quien se puso serio. —¿Qué… contrato? —intervino mi "suegro", mirando hacia todos. Por supuesto que el juez no era falso, pero sabía que esto no era más que un matrimonio falso, un contrato por seis meses. Seguro los documentos que firmaremos lo decían, así como estaba segura que habría uno falso donde decía que el matrimonio era real por si acaso. El juez sonríe. —Contrato de amor, por supuesto —aclaró y suspiré aliviada, notando que el señor Russell también se relajaba un poco—. Casarse también es un contrato, pero uno donde las parejas sellan su amor firmando un papel. ¿Entienden, jóvenes? —Claro, claro —murmuré y escuché a Nicolas decir lo mismo. El juez siguió con su discurso barato, y yo quería que esto acabara ya, no soportaba los malditos zapatos de tacón. Empecé a desesperarme mientras pasaron algunos minutos, pero luego vi la enojada cara de Nicolas y se me pasó. Es más, sonreí como si estuviera feliz de estar allí. El juez pasó al fin a la pregunta que todos habían estado esperando y vi la intriga en el rostro del señor Patrick Russell. —Señorita Emma Benedict, ¿acepta por esposo al Señor Nicolas Russell? Fijé mi mirada en él, vi súplica en sus ojos para no aceptar, sin embargo, sonreí triunfante porque no pensaba darle el gusto de no aceptar y ceder a su chantaje. —Sí, acepto —respondí fuerte y claro, segura. Seguido, el juez le hizo la misma pregunta a Nicolas, quien observó fulminante a su padre y a mí, hasta que no le quedó de otra que terminar por aceptar. —Los declaro marido y mujer, pueden besarse. ¿Besarse? ¿Dijo besarse? Ok, esto no estaba en el trato, pero en ninguna boda se ha visto que los novios no se besen, así que hago, mejor dicho, hicimos el mejor esfuerzo de todos los esfuerzos y nos… besamos.
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