Los aplausos de los invitados se hicieron presentes, mientras nos colocábamos los anillos.
No podía dejar de ver el mío, era hermoso, tenía un diamante en el medio lo cual lo hacía brillar. Luego firmamos los papeles y los aplausos no dejaron de sonar, mientras los invitados se nos acercaron a felicitarnos.
Pobres, creían que esto era real.
—Estoy feliz, al fin te casaste, amiga —habló una Jane melancólica.
¿Pero qué le pasaba?
—Esto es un contrato, Jane y lo sabes, dentro de seis meses acabará.
—¿Quién sabe lo que pueda pasar? —me guiñó un ojo.
—Nada. No pasara nada, Jane y deja de leer tantos libros y de ver tantas novelas baratas y tontas, por favor, o te volverás loca.
—Tú dirás lo que quieras, pero ya verás que tengo razón —sonrió ampliamente—. Cuando tengan hijos, no te olvides de mí para su madrina.
Abrí mi boca para hablar, pero fui interrumpida por mi suegra.
—De nuevo bienvenida a la familia, hija —habló con los ojos llorosos, a lo que yo afirmé con una sonrisa de lo más fingida—. Bueno, ahora a disfrutar.
Claro, a disfrutar.
Pobre señora engañada, sé que me iba a odiar cuando supiera la verdad.
Jane me había acompañado al departamento a recoger mis cosas y las llevamos a la mansión Russell, la que por seis meses sería mi casa.
Se despidió con un “pase lo que pase, solo déjate llevar y usa protección, no querrás tener bebés tan pronto, ¿cierto?"
Menuda despedida, ella y su creencia en que pasará algo más.
Nos quedamos hasta que el último invitado se fue, estaba cansada y los zapatos me apretaban mis pies así que decidí quitarlos en el momento que mi "amado" esposo miró mi calzado en las manos, me tomó bruscamente del brazo.
Los meseros que recogían todo vieron esto, pero a él no le importó en absoluto.
—En este momento te pones los zapatos —él siseó, venenoso—. Esta no es una actitud digna de mi esposa, a leguas se nota lo corriente que eres.
—Espera sentado, no vaya a ser que te canses al estar de pie, no pienso ponerme estos zapatos solo porque al señor se le antoja, y te aconsejo que dejes de lado esa actitud que tienes conmigo, porque todo mundo te está viendo y no vas a querer que piensen que estamos en peleando, cuando se supone que debemos babear miel —sonreí falsamente.
Él me soltó y miró a los meseros que rápidamente regresaron a sus tareas, comencé a caminar tranquilamente, pero mis oídos captaron los pasos largos de mi esposo.
—Pon esos zapatos en tus feos pies, no vas a entrar a la casa con las patas sucias, porque te recuerdo que tendrás que pasar por el jardín —dijo molesto.
—No puedo creer que seas tan terco, muy bien, no me pondré los zapatos y la única opción que tienes es cargarme como dicta la tradición —mi sonrisa con sorna lo irritó cuando lo sugerí—. ¿Entonces, querido? ¿Qué esperas para cargarme? Lo supuse, no lo vas a hacer.
Seguí caminando, pero me sorprendí en el momento que las manos amplias de Nicolas me tomaron y me alzaron sin ninguna dificultad.
Todos aplaudieron en el momento en que vieron a la "feliz" pareja de recién casados.
Nunca había tenido esta clase de atenciones y ahora lo aprovecharía, a pesar que sabía bien que todo era más falso que la virginidad de mi abuela.
Entramos a la casa y a la habitación que las empleadas habían preparado previamente, una cama amplia estilo victoriano nos esperaba, las cortinas que la rodeaban estaban apoyadas de unas columnas que se elevaban muy alto.
Esto sí que es lujo.
—Bueno —él me tiró y caí de culo—, ahora te vas a cambiar, tienes que dormir a mi lado y eso no se encuentra en discusión.
—Eso sí que no —me levanté, mientras masajeaba mi trasero—. No pienso compartir la cama contigo, estás loco si crees que detrás de las puertas vamos a ser un matrimonio funcional, ambos sabemos que este matrimonio es más falso que lo que fabrican en China.
—Por favor, no te creas la gran cosa —él me sujetó del brazo y me puso cerca de sus labios—. Escucha muy bien, para que yo me acueste contigo tengo que estar borracho y drogado, eres mi esposa pero jamás serás mi mujer. ¡Jamás!
Un beso fue arrebatado sin previo aviso, era desesperado y hambriento; su lengua se coló en mi boca, pero después me empujó lejos con repulsión.
Nicolas limpió sus labios con total desprecio y abrió sus manos con un ego muy inflado.
—¿Te fijas? No me provocas absolutamente nada, querer estar contigo es como desear follar a un témpano de hielo. Estás muy lejos de alcanzar los requisitos que quiero para abrir tus piernas y cogerte.
—I-idiota —siseé con voz temblorosa.
Él soltó una carcajada alegre.
—Aww, deja de ser tan ilusa, Emma, no despiertas nada en mí más que el asco —su sonrisa de suficiencia era insoportable, quería borrarla de su estúpida cara.
—Tus palabras no me duelen —sonreí, aunque por dentro mi pecho punzaba—. No siento nada por ti y me da igual si no te atraigo como mujer. Es incluso mejor, porque así no voy a tener que acostarme con alguien que se cree con rostro de ángel, pero la realidad es que eres más feo que caca de burro.
Me desvestí delante de él y pude ver que comenzó a verme de pies a cabeza. Así que no le atraía, ¿eh?
Ya sabía yo, los hombres dicen eso del diente al labio, pero siempre buscan como querer cogerte si tienes un físico deseable ante sus ojos.
—Cierra la boca que se te cae la baba —lo miré de reojo, mientras usaba mi lencería—. ¿No que no te atraía? Por favor, es más que obvio que mentías y no te atrevas a negarlo.
—En época de guerra cualquier hoyo es trinchera, definitivamente eres una vulgar y corriente al desnudarte de esa forma delante de mí —resopló, con el rostro enrojecido.
Pero qué imbécil es.