La casa o más bien mansión de los Russell es hermosa, de un color blanco perla con paredes de ladrillo. Posee ventanas también blancas y enfrente, una fuente desprendía grandes chorros de agua dándole un toque muy refinado.
Este era el cielo de Dios.
—Señorita, por aquí por favor —Gerald, el chófer, me conduce a la puerta y entramos.
—¡Qué bueno que ya estás aquí! —el señor Russell se me acercó y me ofreció su brazo, el cual tomé encantada.
Miré por toda la sala buscando a los demás pero no había nadie más que el señor Russell y algunos empleados. Mi jefe pareció darse cuenta.
—No, no hay nadie más aquí. Quise que primero se conozcan mi hijo y tú para que vayan interactuando, ya luego te presentaré a toda la familia.
—Claro.
—Pero vamos, que te mostraré el lugar —afirmé levemente, mientras mi jefe me muestra el lugar.
Mis ojos recorrieron aquella sala y no podía dejar de sorprenderme; el recibidor era precioso y podía darme cuenta que del otro lado había una chimenea.
Habían varios cuartos más arriba, el piso era de un color mármol brillante, que le daba un espectacular lujo al lugar, tenía unas columnas blancas de cerámica que sostenían el tejado, unos candelabros que colgaban de ellos pero solo era decoración.
¡Oh, por Dios! Todo mi apartamento cabía aquí.
Seguimos caminando, mientras el señor Russell me indicaba que contenía cada cuarto hasta que nos detuvimos en uno en específico, el despacho.
—He aquí el despacho, debemos entrar, dentro está mi hijo y tu futuro esposo.
Tuve que contenerme una carcajada por lo de "tu futuro esposo", este momento lo ameritaba, pero debía mantenerme lo más seria posible.
Aunque cuando mi jefe me presentó ante él, me permití al menos sonreír por la cara de "¿wtf?" que había puesto.
¡Santa virgen! Empezaba a creer que valía la pena tanto sacrificio.
—Nicolas, ella es Emma Benedict, la mujer que dentro de poco será tu esposa.
El señor Russell se hizo a un lado y hace un ademán con la mano, señalándome de arriba a abajo.
La cara de Nicolas era de "¿en serio esta es la mujer con la que me casaré?". Sus ojos se abrieron como platos y lo vi tragar grueso.
¿Cómo es posible que sus ojos se abran tanto?
—Los dejo solos para que se vayan conociendo —habló el viejo Russell.
Sin ninguna palabra más, mi jefe se marchó, dejándome a solas con este niño mimado, quien me miraba con aprensión.
Yo lo hice de manera desafiante.
—¡¿Tú?! —exclamó cuando al fin logró pronunciar alguna palabra. Le sonreí más que triunfante— ¡¿Qué mierda?!
—Sí, querido, yo —respondí como lo más obvio.
—¿Qué estás haciendo aquí?
—¿No es obvio? Seré tu esposa.
—¡Já!, permíteme reírme, por favor, ¿mi esposa tú? ¡Estás loca! ¡Jamás lo serás, nunca! Mi padre no permitirá que la estúpida, pobretona e inútil que me tiró café encima se case conmigo —sonrió con suficiencia.
***””
Nicolas
Nunca pensé que tendría que casarme por obligación, solo por el simple hecho de que mi queridísimo abuelo puso la estúpida condición de que si quería heredar todos sus bienes y patrimonios, tendría que
casarme antes de cumplir los 30 años.
Así que aquí estaba, en el despacho de mi padre, esperando que entrara por la puerta la mujer con la que me casaría, alguien que mi padre había buscado.
No sabía de dónde, cómo, ni quién era y para ser honesto, prefería no saberlo.
Quería huir de todo esto, de toda esta farsa, pero no podía, ya que si lo hacía, mi familia y yo nos quedaríamos en la ruina, prácticamente en la calle y realmente no pensaba ni quería pasar por eso.
Pensaba dejarle las cosas claras a mi futura esposa desde el primer momento, esto solo sería un paripé de vista ante la gente y mi familia, ella no será ni significará nada en mi vida.
Nunca creía que pudiera volver a amar. Desde la traición de Vivian, mi ex-novia, juré que no habrá nadie más en mi vida y me encargaré de que así sea.
Las mujeres sólo podían servir por un rato, para satisfacer, ya que si les dabas tu amor y fidelidad, terminarían por traicionarte.
¡Já! y pobre de las que se me cruzaran… ¡No!, pobre de aquella chica la cual pretendía ser mi esposa, la que de seguro lo hacía por ambición, por mis millones, por el dinero.
¿Qué otra explicación habría para que pretenda casarse conmigo sin amor, o peor aún, sin conocerme?
Pobre de ella, no viviría para contarlo.
Escuché cómo la puerta del despacho de mi padre se abría y despejé mi mente de todos esos pensamientos que me atormentaban.
Vi cómo mi padre entró y justo detrás de él estaba una jóven, la cual no logré divisar bien. Imaginé que sería ella mi esposa.
Es que no podía ser cierto, ella no. Pero estaba seguro de que en cuanto le dijera a mi padre de que ella fue la inútil que me manchó la ropa recién estrenada, la iba a despedir.
Ella parecía estar burlándose de mí, como si todo esto fuera un circo para ella o yo fuera el payaso más bien. ¿Por qué tenía que ser tan insoportable?
—Oh, se me olvidaba lo mimado que es, pero descuide, ante los ojos de su padre soy la imagen a la perfección —dijo muy segura.
—Dígame señorita… —la miré de reojo y esbocé una risa sarcástica— ¿por qué pretende casarse conmigo sin amor? ¿Es por el dinero? Dígame, ¿cuánto le pagó mi padre? Puedo darle más de lo que él le ofrece, el doble, el triple si así lo quiere... Dígame cuánto y se lo doy, así nos libramos de toda esta maldita farsa. ¡Dime!
—No quiero su cochino dinero y no, no me caso con usted por eso —alzó la barbilla.
—Buen chiste señorita "perfección", buen chiste. ¡Oh, claro!, ahora lo entiendo —ella frunció el ceño— No me diga, ¿acaso se ha enamorado de mí? iJá!, lo sabía, nadie puede resistirse a mis encantos...
Ella empezó a reír y no entendí cuál era el chiste, porque no encontraba otra explicación lógica para que ella estuviera aquí, dispuesta a participar en esta farsa.