Nueve

1009 Words
(William) Salí de aquel glorioso hueco y me desplomé a un costado de ella, agitado; removí el condón para tirarlo en el cesto a un lado de la cama, mientras la escuchaba con la respiración acelerada también. -Ven, comamos algo – me levanté de la cama, y me puse el brief. Me giré a verla, pero ella estaba dándome la espalda. Me quedé un instante embobado, las pronunciadas curvas, no dejaban lugar a dudas de dónde comenzaba cada parte de su anatomía. Esa belleza era mía… Me apresuré al carrito donde estaba la comida. ¿Por qué demonios estaba pensando en aquello? Se paró frente a mí, distrayéndome de mis pensamientos; no podía apartar mi mirada de ella, se veía tan jodidamente sexi con mi camisa. Entonces comencé a notar los detalles: la diferencia de estatura, yo media 1.91, ella debía medir 1.60; no se puso ropa interior, sus pezones se notaban debajo de la camisa, sus muslos tonificados… Mi m*****o quería ir por más. La vi comenzar a engullir descuidadamente, sólo pude sonreír ante la escena. Abrí el champagne y serví en dos copas, para pasarle una. -Brindemos: ¡porque ésta noche estás conmigo! –Y vaya que quería seguir disfrutándola. Levanté mi copa hacia ella y la vi sonreír honestamente divertida, por primera vez. -¡Porque ya no soy virgen! –Chocó su copa con la mía, solo pude reír ante su razón, y bebimos. -Qué bueno que lo estás mencionando, ¿qué piensas del sexo? –Quería saber muchas cosas, preguntar específicamente por lo que acababa de suceder, pero tenía que ser prudente… Y de nuevo no tenía idea, ¿por qué estaba siendo delicado con ella? ¿Por qué me importaba? La vi sonrojarse. -Bueno… - bajó la mirada. –No sé… ¿Puedo ser sincera? –Su rostro preocupante fijó sus ojos en los míos. -¡Por supuesto! –Le insté y se mordió el labio inferior. -Creo que… quiero más – bajó un poco la voz, pero la escuché a la perfección. Sonreí, yo también quería más, ansiaba estar dentro de ella, poseer todo su cuerpo; ella empezaba a sacar un lado demasiado primitivo de mi ser. El deseo recorría mi cuerpo, un fuego que sólo ella había encendido y a la vez sólo ella podía apagar. Le extendí la mano y ella la tomó sin dudar, caminé hacia la cama seguido por ella, me recosté boca arriba, liberando de su aprisionamiento a mi pene ya despierto. -Muéstrame, ¿qué es lo que quieres? -Sonrió de lado, y me dirigió una mirada dubitativa. -¿Puedo? -Preguntó apuntando y viendo fugazmente a mi m*****o, que erguido la llamaba. -¡Por favor! -Dije casi con suplica. Entonces sus manos fueron directo al falo, lo tomó con impericia. -No, así - sobre sus manos puse la mía, para instruirla; y aprendió rápido, pronto me hizo cerrar los ojos, disfrutando de su toque. Me sorprendió cuando sentí humedad y un poco de calidez, levanté un poco mi cabeza para observarla, esa escena excitante se fusionó con la sensación, su boca había remplazado sus manos. Una parte más de su cuerpo que me pertenecería. Entrelacé mis manos por su cabello, y la sostuve con firmeza, para poder entrar y salir a mi ritmo. Se sostuvo con una mano y la otra acarició con suavidad mi escroto, una corriente de placer me recorrió. -¡Espera! ¡Me voy a venir! -La solté, porque era inminente que llegaría al orgasmo; pero eso no la detuvo, su boca siguió haciendo su recorrido en toda mi longitud, sentía tocar su garganta, su lengua rozaba la parte baja del glande, a ritmo y persistencia. Las contracciones llegaron, su boca era mía, expulsé el semen y mi cerebro liberó las sustancias en mi cuerpo. Rápidamente la busqué, estaba relamiéndose los labios, se había tragado todo... ¡Maldición! ¡Mía! Detecté cierto orgullo en su expresión alegre, que me cautivó. Me levanté ágil, sin dejar de admirarla, para besarla con ansia. Quería más. Le acaricié el cuerpo, con mis manos, con mis labios, por enfrente, por detrás, apreté su piel con mis dedos, con mis dientes, lamí y chupé lo que quise, pero esa sensación de insatisfacción seguía en mí. Me recosté de nuevo boca arriba, y me coloqué un condón. -Ven, ¡móntame! -Se abrió de piernas sobre mí, fue ella quien buscó su entrada con mi falo en sus manos, y se empaló con fervor. Se restregaba sobre mí, después subió y bajó a placer. Su rostro no ocultaba su éxtasis, y sus sonoros gemidos me aseguraban su deleite. Sus pechos rebotaban en mis manos, rocé su piel pasando por su pronunciada cintura, hasta tomarla por las caderas, para repetir el paseo una y otra vez. A pesar de que sus ojos estaba fijos en los míos, su mirada estaba perdida, trató de decir algo, pero sólo detectaba sus gemidos, aun así entendí que estaba alcanzando la cima de nuevo. Se dejó caer sobre mí exhausta, sonreí y le acaricié la espalda, removiendo su cabello por completo hacia un lado. -¿Quieres más? -Pregunté jocoso, y escuché una risita nerviosa. Pero toda la escena fue remplazada por un asombro instantáneo de mi parte; retomó la posición, sus manos descansando en mis pectorales y el movimiento de caderas. ¿Dónde estaba el nerviosismo de hacía unas horas atrás? Me sacó y me hizo entrar en esa gloriosa cavidad, estrangulándome en el proceso. La tomé de las caderas y levantaba la mía para encontrarme con ella en el aire; el sonido de nuestros cuerpos chocando con fuerza, mezclado con el de los abundantes fluidos corporales, era afrodisiaco. -¡Dios! -Estaba en el punto más alto de la excitación, y no dudé en seguirla. Me giré con ella en brazos, para colocarla suavemente sobre la cama, salí para remover el condón y desecharlo. Tan pronto tocó la almohada se quedó dormida, y la necesidad de tenerla entre mis brazos me hizo actuar, para dormir a su lado.
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