(William)
-William, ¿puedo hablar contigo? -Fred se encontraba a unos metros de distancia de mí, sacándome de mis pensamientos.
-¡Claro! -Me recompuse, y lo seguí hasta su oficina.
-Siéntate por favor, ¿deseas algo de beber? -Me ofreció.
-No, estoy bien, gracias - respondí. Algo en su actitud no me agradaba.
-Clientes como tú me hacen ganar mucho dinero - estaba parado frente a un ventanal, observando el panorama que este le ofrecía. -Podrías pensar que los busco con desesperación, pero la verdad es que los evito a toda costa. -¿Qué quería decir con eso? Se giró y se sentó detrás del escritorio, frente a mí. -Pasaste toda una semana encerrado en esa habitación con ella. No dudo que te haga sentir el placer carnal que todos nosotros buscamos, pero tengo que cuidar a mis clientes y a mis chicas por igual. Ella está comenzando en este ambiente, por lo que quiero evitar que confunda la situación contigo. Ya no eres un niño William, sabes a lo que me refiero – tal vez por la diferencia de edades, aunque no era mucha, yo tenía 27 y el 38; pero me habló con autoridad, lo que provocó que me removiera incómodo en mi asiento.
-Para ser sincero, no sé qué es lo que me hace sentir - reconocí como un adolescente recién descubierto en una fechoría, por lo que evité su mirada.
-Necesitas alejarte de ella - volteé a verlo en una fracción de segundo, con coraje. -Es lógico que te estés confundiendo, estás compartiendo con ella a cada momento. Pero necesitas despejarte, aclarar si lo que sientes es solamente físico o estás desarrollando sentimientos por ella. Sé que estás tomando a mal mi consejo, pero lo único que quiero es evitar un inconveniente a futuro, por ti y por supuesto por ella - en todo momento su voz fue tranquila; sin embargo, lo sentí como un regaño. Se hizo un silencio incómodo, que él rompió cambiando de tema. -Alicia necesita hacer unas actividades, desde ejercicio hasta cuidados de su piel; me aseguraré que siempre esté acompañada, y regresará para las 4 de la tarde, si es que estás de acuerdo, por supuesto. –
-De acuerdo - me puse de pie, tratando de salir a toda velocidad. En la entrada el Lotus estaba esperándome, sin rastro alguno de haber permanecido sin uso por varios días. Manejé sin consciencia del tiempo y la distancia, hacia el departamento que habíamos rentado temporalmente Edward y yo.
-Hasta que te dejas ver - me recibió Edward, que estaba en la cocina tomando una taza de café.
-Espero que esta reunión no dure mucho - dije apresurado, dirigiéndome a mi habitación para cambiarme.
El día se alargó más de lo esperado, una reunión sin programación me ocupó al mediodía, y la firma de documentación por la tarde me llevó al hastío.
-¡Al fin! -Edward se desplomaba sobre el sillón de mi oficina, mientras yo seguía con la última pila de documentos por revisar y firmar. -Este viaje se alargó demasiado, ya extraño Ciudad Lambda, este fin de semana podríamos regresar - dijo emocionado.
-Puede ser - respondí sin ganas.
-¿Qué es lo que te pasa? Has andado muy ausente durante el día, sin contar todos esos días que desapareciste - no pude determinar si fue molestia o preocupación en su comentario; pero terminé de firmar y me puse de pie.
-No sé de lo que hablas. Ve programando el jet para regresar a Ciudad Lambda cuando tú consideres prudente - tomé las llaves del auto y el saco. -Hablamos luego - y salí de la oficina.
Tenía razón, mi mente se encontraba en dos lugares a la vez, y para esa hora del día, estaba ansioso por satisfacer mi adicción.
El reloj marcaba las 9 de la noche, una fila de autos avanzaba de manera fluida para permitir el acceso a la casona. Cuando atravesé la puerta de la habitación, ella estaba radiante, su amplia sonrisa me atrapó. Corrió hacia mí, abrazándome con sus brazos por mi cuello y con sus piernas por mi cintura, la sostuve por su trasero, sonriendo como un estúpido por su actitud hacia mí.
-¡Te extrañé! -Me dijo al oído.
-Yo también te extrañé - le confesé.
-¿Ya cenaste? -Se bajó de mí, aún con su sonrisa en el rostro.
-No - y no me había percatado que tenía hambre, sólo por estar pensando en ella.
-¡Qué bueno! Espero no te moleste que haya pedido algo para que cenáramos - el sonido de la puerta la interrumpió. -Esa debe ser la comida. Siéntate, yo abro - la vi casi correr hacia la puerta. La note más animada de lo normal, ella no era de las que hablaba demasiado, o tal vez ya se estaba abriendo conmigo.
Platicando de cosas banales, la cena paso rápido. De un momento a otro, se levantó de su lugar, caminando hacia mí se iba despojando del vestido, que hasta ese momento le presté atención, revelando su escultural cuerpo que hacía estragos con mi razón.
Desapareció el espacio entre nosotros, se sentó en mis piernas a horcajadas, sus manos aprisionaron mi rostro, su expresión sensual me asombró, y un beso desinhibido fue lo que terminó por unirnos. Mis manos no se cansaban de tocar su piel, mi boca anhelaba embriagarse de ella, por lo que la cargué hasta la cama, recostándome encima de ella. Quería tomarla, remover el sentimiento exacerbado de carencia. Me quité la ropa con rapidez, lo que provocaba mi torpeza al removerla; Alicia se reía de mí, tratando de ayudarme; pero es que ella no entendía mi necesidad por entrar en ella, por sentir ese refugio cálido, que me hacía encontrar un placer exorbitante. Después de la estúpida lucha con la ropa de ambos, mi glande halló la puerta al cielo, se abrió paso de manera lenta y decisiva, otorgándome una vez más el deleite de su calor. No podía diferenciar, entre los gemidos y jadeos que se escuchaban, cuáles eran míos y cuáles de ella, estaba inmerso en el frenesí del momento. Me dio una mirada que ya empezaba a conocer, estaba alcanzando la cima. Verla sumergida en ese placer, que conoció conmigo y que sólo sería yo quien se lo daría, ¡porque era mía! Hizo que la intensidad del orgasmo me atravesara de nuevo.