Tres

1030 Words
(Alicia) –¿Cuántas subieron al tren? –El esquelético me miraba a mí. -Nueve – respondí agitada. Comenzó a contarnos y ahí estábamos todas. –¡Vámonos Roy! –Gritó y fue cuando presté atención, el enfermo sexuaI tenía las riendas en las manos; con un golpe sobre los caballos, estos jalaron la carreta a gran velocidad, que hizo a todas perder un poco el equilibrio. Un camino rural fue tomado en pocos minutos de viaje. Después de lo que parecieron horas de ese camino, una cabaña se dejó ver en la lejanía, iluminada por los primeros rayos de luz solar. La carreta se detuvo frente a ella, y aunque no parecía que hubiera gente en los alrededores, ambos hombres bajaron a prisa, volteando a mirar con preocupación en todas direcciones. –¡Bájense! ¡Rápido! –Entramos a la cabaña, era pequeña, descuidada, vieja y, aunque no estaba sucia, daba la impresión de ser una pocilga. La luz entraba a placer por las ventanas y uno que otro agujero de la madera. Con la mirada escudriñé el lugar: lo que parecía ser la sala, tenía un sofá de aspecto añejo; la cocina sólo tenía una barra con una parrilla, el fregadero, algunos platos, vasos; y el refrigerador, todo pegado a la pared; frente a este, una mesa con una sola silla; había una sola puerta a lo que supuse era la única habitación, una cortina que medio cubría el baño. Mientras todas escuchábamos a ambos hombres hablar. -Regresaré en dos días, no vayas a hacer ninguna estupidez. ¡Sabes a lo que me refiero! –Ya me estaba acostumbrando a la voz autoritaria de ese tipo. -¡Oh! ¡Vamos Carl! ¿Ni siquiera a la güerita? –La voz suplicante me hizo prestarle atención, y comencé a buscar a la chica de aquella descripción. No fui la única, el aludido sacó un cigarrillo y posó la vista sobre la chica, a la que recorrió de arriba a abajo. -¡Hoy no! – Le dio una calada al cigarro. –Déjalas descansar y comer, que repongan las energías; sólo hasta entonces, ¿entendiste? –Lo apuntó con el dedo índice y la ceja enarcada, su completa expresión lo hacía ver amenazante. -Sí, sí, sí –Roy respondió de mala gana. -No pueden salir bajo ninguna circunstancia hasta que yo regrese por ustedes. En el refrigerador hay comida y agua, pueden cocinar, tomar un baño, cualquier cosa; pero todo aquí dentro, ¿entendieron? –Todas asentimos. Siempre preguntaba si habíamos entendido, tal vez si alguien desobedecía, estaría seguro que la persona sabría el por qué era castigada. Carl salió de la cabaña. El miedo por un breve momento me recorrió, porque Roy me dedicó una mirada obscura; entonces, recordé que Carl le había dicho que no cometiera ninguna estupidez, eso me hizo sentir un poco más tranquila. -¡Muévanse! ¡Cocinen algo que tengo hambre! –Roy nos gritó. Todas nos movimos torpemente, del susto comenzamos a chocar unas con otras, hasta que Vanesa abrió el refrigerador y de manera cooperativa comenzamos a organizarnos. Mayté preparó alguna invención para comer, no lucía comestible, pero una vez que lo probamos sabía delicioso, y es que la materia prima no ayudaba con la presentación del platillo. El cansancio nos alcanzó a todos, Roy nos encerró en la única habitación que había. Los colchones en el suelo, con almohadas y sábanas desordenadas, nos recibieron.Como pudimos nos acomodamos, para caer en un sueño profundo. Un golpeteo rítmico, aunado a quejidos y gruñidos me despertó. Ya había obscurecido totalmente. Algunas de las chicas continuaban durmiendo, pero otras estaban sentadas impávidamente. La situación no exigía mucho de mi ingenio, era lógico que Roy estaba teniendo sexo con la “güerita”. El día siguiente no fue muy diferente, comimos y descansamos. Conversamos entre nosotras, todas estábamos en una total incertidumbre ante el futuro, lo que provocaba temor. Y Roy no desaprovechó la noche con la “güerita”. Carl llegó a mitad de la mañana, bajó de un coche de buen aspecto y Roy salió para ayudarle con las bolsas, que parecían ser provisiones. Aunque ya habíamos comido algo, nos pidió que comiéramos dulces, era su recompensa a nuestro buen comportamiento. La noche llegó sin prisa y después de la cena metió a todas a la recámara, excepto a mí. -Ponte esto – me dijo con su voz autoritaria, me extendió un vestido y unas zapatillas. Lo tomé y me dirigí al baño, en donde la cortina apenas si te proporcionaba algo de privacidad. El vestido n***o con líneas moradas era de manga corta, sin escote alguno, ligeramente por encima de la rodilla; se me adhería al cuerpo, haciendo que mis pronunciadas curvas se marcaran de manera exagerada. Salí del baño, y la mirada lasciva de ambos hombres me hizo sentir un escalofrío espeluznante, que me recordó al día que los conocí. Carl abrió la puerta de la casa. –Vámonos – me ordenó, – antes de que éste enfermo se te lance – apuntó con un movimiento de su cabeza a Roy. -¿Me puedo despedir de Vanesa? –Solicité temerosa. -Roy, ve por Vanesa – le dijo, y sacó un cigarrillo para la espera. Me sentí muy nerviosa, porque no apartaba la mirada de mí. Roy se levantó de mala gana, llamó a Vanesa desde la puerta de la habitación y cuando ésta había salido, regresó al sillón. Abracé a Vanesa con fuerza. –Prométeme, que en la primera oportunidad que tengamos nos vamos a buscar – le susurré al oído, mientras algunas lágrimas caían. Sentí como asintió y algunos sollozos salieron de su parte. Me separó de ella, tomándome por los hombros. –Es un nuevo comienzo, no tengas miedo – me dijo y me sonrió de lado. -¡Ya vámonos! –Carl me apresuró, y tiró el cigarrillo mientras sostenía la puerta abierta. Le di una última sonrisa a Vanesa y la miré, convenciéndome que era temporal nuestra separación. Salí de la choza, y me subí del lado del copiloto. Carl se subió un momento después, encendió el motor y un nuevo viaje comenzaba.
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