(Alicia)
Salimos de la casa, llevándome por el otro extremo de la propiedad, nos dirigimos a una pequeña construcción. Pequeña en comparación con las otras, por supuesto. Nos recibieron dos mujeres, que no se separaron de nosotras. Nos cortaron el cabello, hicieron faciales, manicure, pedicura y nos depilaron completamente. Esa primera ocasión estaba avergonzada de que me vieran, y debo confesar que desconocía toda esa terminología, una muchacha como yo, sin oportunidades, no podría tener acceso a ese estilo de vida.
De regreso en la habitación, Luz eligió un conjunto de encaje n***o como ropa interior, que a decir verdad me encantó, y al parecer siempre usaría de ese estilo, ya que los cajones estaban repletos de ellos. Sacó demasiados vestidos que me hizo probarme, pero me hacían sentir incómoda, aun no estaba acostumbrada. Al final me decidí por un vestido n***o, de tirantes y sin escotes, corto y con una ligera abertura en el muslo; que Luz no validó en lo absoluto, haciéndome saber que, en su opinión, era demasiado sencillo. Me dio una cadena delgada para el cuello, con una pulsera y aretes a juego; desconocía si tenían valor, pero me gustó cómo se estaba complementando todo el atuendo. Me planchó el cabello, que si bien era liso, le dio un toque dramáticamente lacio. Le supliqué que no me maquillara de manera exagerada, a lo cual accedió, informándome que eso era algo que debía mantener. Remover el maquillaje por las noches después del trabajo, podía ser un dolor de cabeza. Para finalizar con el atuendo, me dio unos zapatos altos de cintillas en color n***o, y me dio un rápido curso de cómo caminar con ellos; pero se me daba de manera “natural”, según sus palabras. Me miré en el espejo de cuerpo completo que estaba a un lado de la puerta, la persona que se reflejaba frente a mí era irreconocible a mis ojos, no podía creer que esa era yo.
-¡No esperaba menos! ¡Luces fantástica! –Estábamos en el despacho frente a Fred, quien me extendió las manos, con una mirada dulce y una sonrisa dibujada en su rostro. Yo sonreí tímidamente y tomé sus manos, me giró en mi propio eje, en la que lo descubrí recorriéndome por completo con su vista. –En una hora conocerás al cliente que quiero que atiendas – la adrenalina me invadió abrupta, mi corazón se escuchaba hacienda retumbar toda la habitación, para que todos se dieran cuenta. –¡Cálmate bonita! –Fred me abrazó, tratando de tranquilizarme. –Tarde o temprano iba a suceder – pero sus palabras me ponían más nerviosa. –Luz, paseen juntas un rato para que esta niña se distraiga, no te le separes y nadie tiene permitido acercársele –Fred me soltó, para que Luz me tomara del brazo y me sacara de la oficina.
-¡No puedo creerlo! ¡Es cierto, eres virgen! –Me giré a verla con los ojos completamente abiertos, mientras me jalaba del brazo, caminando por los pasillos blancos. –Lo siento, es sólo que… no sé, ¡mírate! Eres una belleza andando, ¿cómo nadie nunca lo ha intentado? –
-No es que no lo hayan deseado, más bien no han tenido la oportunidad – suspiré pesadamente, recordando algunos de los eventos trágicos de mi vida.
-¡Está bien, no importa! –Me llevó al jardín, donde nos sentamos en una banquita y tomó mi rostro entre sus manos. –La primera vez es un poco difícil, sobre todo si estás nerviosa, ya sabes, pensando demasiado; así que mi consejo es que no pienses, concéntrate en lo que tu cuerpo está sintiendo, déjate llevar, trata de disfrutarlo. No quiero asustarte, pero… es posible que no sea un hombre muy delicado – me dijo con una expresión intranquila.
-No me estás ayudando – fui honesta. La primera parte había sido un buen consejo, pero cuando terminó, hechó todo a perder.
-Está bien, ya sé qué podemos hacer - me tomó de nuevo del brazo y me llevaba casi a rastras hacia la casona.
Pasábamos por la entrada principal, cuando de un auto deportivo n***o, salió un hombre de complexión atlética, muy alto y tez blanca, llevaba un pantalón de vestir y la camisa de manga larga arremangada hasta los codos. Le aventó las llaves al chico encargado del estacionamiento, con una seguridad avasallante, entonces clavó su mirada en mí. Luz me llevó a una velocidad tal, que el hombre quedó detrás de nosotras y no pude evitar girarme para observarlo; justo cuando la luz de la entrada inmerecidamente lo tocó, su cabello rojizo brilló, sus ojos penetrantes me seguían en cada paso y me sonrió de lado, coqueto. Me volví a girar, apenada, mientras Luz me seguía guiando hasta que llegamos a una gran sala, donde había un bar y música estruendosa. Muchas mujeres bailando, algunas con pareja, otras solas; hombres conversando, otros seduciendo.
Llegamos a una barra, donde vi que Luz pedía una bebida. -¿Alguna vez has tomado alcohol? –Me preguntó casi gritándome en el oído, y yo negué con la cabeza. –¡Mejor! Esto debe ser suficiente – me extendió un vaso con una bebida casi transparentosa. –No te queremos borracha, sólo desinhibida. Tómatelo todo – me ordenó. Tampoco era que pudiera negarme, así que obedecí. Cuando el sabor seco y áspero, rasgaba mi garganta a su paso, me hizo apretar los ojos e hiciera una expresión de desagrado, con la que Luz sólo se burló de mí. Me extendió su mano. –¡Dos mentas! ¡Chúpalas! –Volví a obedecer, para que terminara jalándome de nuevo, pero al centro de la pista, donde bailó conmigo. –¡Siente la música, baila! –
No sé si era por el ritmo de la música o el alcohol haciendo efecto en mí, pero comencé a sentirme despreocupada. Ya no me importaba si la gente me estaba viendo, por mi manera de bailar, la vestimenta o mi cuerpo, que siempre me había hecho pasar malos ratos. Mi pasado desapareció, y me sentí eufórica, acariciando planes para el futuro.