Capítulo 12

3704 Words
No creía la suerte que tenía pensó Dayana Wells, nunca pensó que trabajaría para el Grupo Empresarial Global San Clemente, gracias a una amiga supo que estaban solicitando una secretaria, todavía no los podía creer. Estaba muy contenta ya que había quedado entré las cinco seleccionadas de un grupo tan número. Esas cinco chicas se entrevistarian directamente con el que iba a ser su jefe. Y quién más podía ser el hombre más guapo que había visto y que la había rescatado de ese desgraciado abusivo. Gracias a Dios llegó el principe azul al rescaté de la damisela en peligro. ¿ Que mujer no se podía enamorar de un hombre así ?. —Ya, estás aquí. Dijo él sonriéndole . Dayana sintió que su corazón se aceleraba y las piernas le temblaban. — Siéntate allí, por favor. Ella ocupó el asiento que él le señalaba. Hazlo bien, se repetía. No lo hechas a perder, no hagas ninguna tontería. Tu estabilidad laboral y económica depende de esta entrevista. Mientras el hombre leía una otra vez su hoja de vida. —Dice aquí que trabajas como dependienta en la sección de cosméticos de una de las tiendas Multimarcas ¿ Es verdad?. —Si señor. Moviendo la cabeza en forma positiva. — Eso es muy importante. Continúo su futuro jefe—, porque conoces en parte la política de nuestras empresas. También sabes de ventas, has tenido contacto directo con los clientes, y sobre todo, clientes tan difíciles como son las mujeres que buscan cosméticos—. Dayana emitió una sonrió. —Sí, eso es verdad. —Sin embargo, es extraño que no te haya visto antes. Dijo él mirándola detenidamente. —Trabaje en esa departamento hasta el año pasado, y puedo jurar que recuerdo el nombre de todos los empleados. Dayana tomó aire. —Bueno, yo… soy nueva allí. Entré seguramente justo después de que usted saliera. —Seguramente. Susurró él. Dayana no pudo evitar quedarse mirando a ese espécimen. El cabello casi rubio caía suavemente sobre su frente, se notaba que no usaba gel, ni gomina, ni ninguna cosa que le diera forma, así que esta forma que tenía era natural. Tenía las cejas rectas y pobladas, y los ojos sorprendentemente verdes. Su ropa era fina y cuidada, de colores y corte sobrios, y sus manos trataban con delicadeza los papeles de su currículum. —Señorita Wells. Dijo él y la saco de sus pensamientos, dando ella un salto—, se supone que en estos momentos deberías estar hablando de ti y de lo entusiasmada que estás por trabajar para este departamento y para mí. —Ah… ¡Disculpe seño! Eh… sí, claro que estoy entusiasmada, muy entusiasmada. Ella cerró sus ojos sintiéndose momentáneamente perdida. Se había quedado mirando a su posible jefe y se había olvidado de la entrevista. Recuerda que viniste por el empleo, se reprochaba. —. La verdad… es que ese era mi propósito cuando entré a trabajar para las tiendas, pero al parecer, no califiqué lo suficiente, o no habían vacantes, así que tuve que conformarme con el puesto que había en el piso de ventas. —¿Tuviste que conformarte? —Si señor, no podía despreciar el trabajo que me ofrecían, que si bien es exigente, y de bastantes horas de pie, pero era bien pagado. —¿ Tiene familia, Señorita Wells ? Enseguida penso ¿ Por qué pregunta eso. Por Dios. —Este sí… Tengo una hija. —Y depende de ti. —Sí señor, pero ella está en la guardería, y mi mamá me ayuda muchísimo con ella. Le prometo que esto no será una distracción ni un impedimento… —Está lloviendo. Dijo Carlos Juárez, dejando a un lado su hoja de vida de Dayana y mirándola directamente. Ella miró instintivamente por la ventana, pero el cielo estaba totalmente despejado, y entonces comprendió que él sólo estaba imaginando una situación —, yo estoy en una reunión en un restaurante del centro de la ciudad, he dejado olvidados unos papeles y te llamo para que me los lleves personalmente, ya que son importantes. Pero la profesora de tu hija te llama y te dice que la niña está con fiebre alta y están muy preocupados.¿ Qué haces tú?. Dayana dejó caer sus hombros descorazonada. Bajó la mirada y respiró profundo. —Yo… le enviaría los documentos por internet a su correo, y de inmediato iría a ver qué le pasa a mi hija. —No dije que fueran documentos digitales. Dije papeles. —Si son tan importantes, me aseguraría de tener una copia digital. Contestó ella y Carlos la miró con una ceja alzada. Era guapo, se dijo Dayana, pero un poquito serio. Bien, ni modo. Otra oportunidad que se iba. —Gracias por su tiempo, Señorita Wells. —¿Es todo?. Preguntó ella—. No me ha preguntado por mi formación, ni mi experiencia en el campo. —Ya leí acerca de tu formación en su hoja de vida. Y tu experiencia no es de importancia. —Lo dice porque nunca he sido la secretaria de nadie? —Exacto. —Puede que nunca haya llevado la agenda de nadie, pero soy muy buena en el tema finanzas, a pesar de que no tenga nada que ver con mi actual trabajo, siempre estoy al tanto de lo que sucede en el mundo de la economía. —¿Es siempre tan persistente con sus superiores?. Ella se quedó en silencio de inmediato. —No señor, disculpe. Susurró tomando su bolso—. Lo siento. —La estaremos llamando. —Gracias, con permiso. Ella asintió, se puso en pie y salió. Ya afuera, miró a los demás esperando su turno para entrar. Una chica, rubia, se le acercó para preguntarle qué tal, y ella no supo qué decirle. —Probablemente es un desgraciado. Dijo y se alejó por el pasillo. Había sacrificado el día libre con su hija por venir aquí para nada. Cuando entró el siguiente candidato, Carlos estaba mirando a través del ventanal los edificios a la vista. Con una media sonrisa, recordó aquellos difíciles años en que su madre corría con él de la mano por media ciudad, cuidándolo del sol o de la nieve, poniéndolo a él siempre en primer lugar. En muchas ocasiones, había tenido que esconderse en los baños, o debajo de los muebles, o detrás de las plantas, para que su madre pudiera asistir a entrevistas, pues ella, a diferencia de la Señorita Wells, no tenía una madre a quien dejarle su cuidado. En muchos de esos lugares, cuando se enteraban de que tenía un hijo y ella estaba sola, la despedían buscando cualquier pretexto, o simplemente no la contrataban. Había sido difícil para María Guadalupe. —Señor. Dijo alguien luego de carraspear. Cuando Carlos se giró, encontrándose con una espectacular rubia de piernas muy largas, cabello de modelo y por la cintura, mirándolo de arriba abajo recordándole en cierta manera a Emma y su manera de mirarlo. Se rascó una ceja y se encaminó de nuevo a su escritorio. Todo el trabajo de aquí en adelante era tiempo perdido. Ya había elegido a la que sería su mano derecha. Eduardo estuvo de acuerdo con la elección de la Señorita Dayana Wells , pero la chica era demasiado guapa para su gusto. Sin embargo, cuando se pasaron los meses, y vio que el trato entre los dos era meramente profesional, se fue tranquilizando. No le preocupaban las mujeres con las que de vez en cuando salía Carlos, esos amoríos ocasionales no eran nada serio, ni representaban ninguna amenaza para sus propósitos, pero una mujer guapa y lo suficientemente inteligente, sabría aprovechar el tiempo para conquistar a cualquier hombre. Sin embargo, a pesar de que al principio vio en los ojos de la secretaria ese brillo de admiración, se dio cuenta de que tal vez el mismo Carlos se había encargado de que no trascendiera. Él era cuidadoso, y eso le gustaba. Se giró cuando alguien llamó a su puerta y paso seguido la abrió. Era Mike Carrie, con ojos cansados y preocupado. Su amigo estaba atravesando una difícil situación. Hacía poco, el compromiso de su hija se había roto, y ahora sospechaba que alguien estaba haciendo daño a su empresa, y no tenía ni la menor idea de por dónde empezar a buscar. No confiaba en nadie, y no sabía cómo ayudar a sanar el corazón roto de su hija. —Te ves horrible. Dijo Eduardo San Clemente sonriendo. —Y tú ¿ Crees que estás muy guapo ? —Jajajaja, es que estamos en la flor de nuestra juventud. Rió Eduardo y lo invitó a sentarse en esos muebles de caoba. Enseguida llamó a su secretaria y pidió par de bebidas, para él y su viejo amigo. —¿Cómo están las cosas?. Preguntó Eduardo. —Igual. Contestó Mike pasándose la mano por la cabeza. —¿ Elena no quiere madurar ? Mike sonrió de medio lado y meneó la cabeza. —No me imaginé que estuviera tan enamorada. De verdad, habría sido fantástico si esos dos se hubiesen casado. Estuve a punto de hacerle la vida imposible a ese malnacido por dejarla por otra, ¿pero adivina qué dijo ella?. —Que no te perdonaría si hacías tal cosa. —¿Cómo lo has adivinado? —¿Te olvidas que también tengo una hija? —¿Dónde rayos las educaron así?. Eduardo se echó a reír. —¿Y cómo sigue tu otro problema?. Mike se encogió de hombros. —Creo que no podré hacer ese trabajo solo. Necesito a alguien más. —¡No cuentes con Daniel¡. —¿Por qué eres tan posesivo con ese chico? Puede salvarme esta vez, pero estás empeñado en tenerlo de tu lado. —El chico se queda aquí. —Él podría ayudarme a encontrar al ¡maldito que me quiere hundir en muy poco tiempo! —Lo siento. Búscate otro. —Qué mal amigo eres. —Tengo que vigilar mis propios intereses. —Mientras Mariana siga al otro lado del Atlántico, no te servirá de nada. —He sido paciente. Señaló Eduardo subiendo una pierna sobre la otra—. He esperado pacientemente casi diez años. Siempre supe que esto no se daría de un momento a otro. —Estás enfermo. Eduardo se echó a reír. La secretaria entró con las bebidas de ambos y siguieron hablando. Carlos fue ascendido nuevamente. Su brillante trabajo en Marketing había posicionado las diferentes dependencias de ventas entre los primeros en el país mejorando sus ventas en un alto porcentaje. Pero en vez de dejarlo allí como ficha clave, Eduardo lo movió a un cargo de mayor responsabilidad. Ahora era su mano derecha, el jefe de control de gestión. Por encima de Carlos no había nadie más, sólo Eduardo. Dayana Wells, seguía trabajando a su lado, asombrada cada vez más con las técnicas de su jefe. Siempre era arriesgado, parecía que había perdido una partida hasta que a última hora salía con un brillante as debajo de la manga que salvaba el día. Tal como había sido con ella. Lo había creído de lo peor cuando la despachó en aquella entrevista sin esperanza de ser contratada, pero cuando llegó a su casa y saludó a su hija, le dijeron que la esperaban mañana a primera hora en el Grupo Empresarial Global San Clemente para firmar contrato. Había bailado y gritado de felicidad, y ese día pudo prometerle a su pequeña una buena escuela cuando al fin tuviera edad para entrar a una. Su madre podría dejar esos pequeños trabajos que aceptaba para ayudarle en casa, y ella podría por fin darse un respiro. De su jefe no sabía gran cosa, excepto que era de una inteligencia temible. Por alguna razón, siempre sabía cuándo alguien le mentía, recordaba detalles que a cualquiera se le escapaban, y era implacable cuando de aplicar disciplina se trataba. Sin embargo, era también muy humano. En el corto tiempo que llevaba trabajando con él, había recordado no sólo su cumpleaños, sino el de su hija, y a ella incluso le había hecho un regalo. Llena de confianza, un día incluso la llevó al trabajo y tuvo la oportunidad de verlo a él tratar con ella. Se le veía un poco torpe, pero como la niña era desenvuelta y hasta un poco coqueta, él había quedado encantado con ella. Un hombre así debía ser padre, pensó. Debía ser amado por una buena mujer que le diera una cena y una cama caliente. E hijos. Pero él parecía poco interesado en esos temas. Salía con mujeres, unas más rubias que otras, y daba regalos generosos y las llevaba a buenos restaurantes pero no se le veía realmente interesado en ninguna. En absolutamente ninguna. No era gay, eso lo tenía claro, pero tal vez se había decepcionado del amor en el pasado, o su mente ahora sólo estaba enfocada en el trabajo. Había dejado de suspirar cuando se dio cuenta de que si bien era amable con ella, no había romanticismo en ninguna de sus atenciones, ni sus regalos. Y una vez que tuvo la rara oportunidad de compartir ascensor con Eduardo San Clemente el supremo, de los supremos y que algunos veneraban como a Dios, y el muy amablemente entabló una pequeña conversación con ella. —Hola ¿ Cómo estás ? —Bien seño, gracias. —¿ Y como le va con su Carlos ? —Muy bien. Gracias a Dios. —El es un buen hombre. Comentó Eduardo San Clemente. —Tal vez, le recuerdas a su mamá y por ese motivo te dió el empleo, claro nunca pondría en tela de juicio tús capacidades. Pero cuidate mucho y no abuses de su buenos sentimientos. Ella se había quedado un poco sorprendida por la comparación entre ella y la madre de Carlos Juárez de la cual nada se sabía, ni de su familia. Tal vez debía tomárselo como un cumplido, pero no era nada bonito que te dijeran que un hombre que te gustaba, te trataba bien sólo porque le recordabas a su madre. Sonrió un poco triste. Si eso era verdad, entonces tenía sentido la prueba que él le hizo cuando la entrevistó aquella vez. A él no le interesó su experiencia o su formación, sólo le importó saber a quién ponía ella en primer lugar, si a su hija o a su trabajo. Suspiró pensando en que, afortunadamente, no se había enamorado seriamente. Tal vez debía prestarle un poco más de atención a Harold Morrison, que desde hacía tiempo notaba que se la quedaba mirando largamente, y luego, cuando le preguntaba qué sucedía, fingía no estar enterado de que ella estaba por allí. —¡Qué guapo te ves aquí! Bromeó Eduardo San Clemente poniendo sobre la mesa de café de la sala de su mansión una revista en la que se veía el rostro de Carlos Juárez que puso una mano sobre sus ojos cuando la vio. —¿Me vas a avergonzar mostrándome eso?. Rió Carlos. Hacía poco, una mujer bastante persistente y audaz había venido a él con cámara en mano pidiendo, rogando, y luego exigiendo una entrevista. Él había accedido sólo por quitársela de encima, pero no había sido mala idea del todo. Esto había subido un poco su popularidad entre quienes pensaban que no debía estar en el lugar en el que estaba ya que era demasiado joven. —Admítelo, eres fotogénico. —Los filtros digitales hacen maravillas. Negó Carlos tomando la revista y mirándola por encima. —¿Sabía que esto, tarde o temprano, sucedería?. Siguió Eduardo—. Chico, has escalado alto. —Gracias a tu ayuda, sin tí no los hubiese hecho. —No, yo sólo te brinde las herramientas, tú, solo, excavaste el túnel hasta llegar aquí. Carlos se lo quedó mirando pensativo. —Qué extraño, hablas de túneles comparándolo con mi vida, lo cual tal vez es muy apropiado,¿ pero no dices que he llegado al fin a la salida? —No has llegado a la salida. Confirmo Eduardo —¿Qué me falta para llegar, de acuerdo a tú experiencia? —No me digas que te sientes satisfecho con lo que tienes. Carlos se encogió de hombros. —Tengo más de lo que tal vez mi mamá soñó para mí. Un buen lugar para vivir, autos, dinero, y acciones en diferentes empresas. En el Grupo Empresarial Global San Clemente ya tengo un uno por ciento ¿ no lo sabías?. Eduardo sonrió. —Sí, y ya tienes voz y voto en la mesa de accionistas gracias a ese uno por ciento. Y tal vez seas un enemigo formidable si en alguna ocasión rompemos relaciones. —Puede que alguna vez rompamos relaciones. Prometió Carlos—, pero nunca me iré en contra de ti. —No, de mí no. —Míralos, qué hermosos. Padre e hijo dialogando. Me hace suspirar. Eduardo se giró al escuchar la voz de su hijo y a Carlos sólo lo miró de arriba abajo. Ricardo San Clemente, seguía siendo el mismo, feliz usando ropa extraña de diseñador, en colores extravagantes, cortes y accesorios por su cara y su pelo. Ricardo se recostó a una pared y se cruzó de brazos mirándolos con una sonrisa cínica. —Hola, Ricardo. Saludo Carlos. —Estás en el lugar que siempre quisiste ¿ verdad? .El hijo de mi padre. Tal vez como no conociste nunca un padre, tuviste que conformarte con el mío. —Tu padre es un buen hombre. Dijo Carlos poniéndose en pie—. Ya hubiese yo querido tener uno así. —Claro, claro. No he dicho nada diferente. Bien, sigan en lo que estaban, alabándose el uno al otro y echándose flores. Es patético, pero bonito en cierta forma. Ricardo los miró con desprecio y salió de la sala. Carlos apretó sus dientes molesto por la capacidad que tenía Ricardo aún de sorprenderlo. Era increíble que alguien fuera tan estúpido en este mundo. Se giró a mirar a Eduardo y entonces se preocupó. Él tenía una mano en el pecho y estaba pálido y sudoroso. —¿ Eduardo ? Preguntó sorprendido. —El… el pecho. Susurró él—. Me duele… —comprendiendo que esto eran los síntomas de un ataque al corazón, Carlos rápidamente llamó una ambulancia. Eduardo San Clemente fue internado de inmediato, y él se estuvo a su lado todo el tiempo. Llamó a Ricardo pero éste nunca contestó sus llamadas, así que sólo pudo dejarle un mensaje en su buzón. Y luego se dio cuenta de que también debía llamar a Mariana. Mariana San Clemente sintió que no podía respirar cuando escuchó el mensaje en su contestadora. Primero, le sorprendió identificar la voz de Carlos. Él nunca, nunca, la había llamado, y mucho menos le había dejado un mensaje. Y luego, cuando supo que se trataba de la salud de su padre, dejó todo, armó sus maletas y tomó vuelo a New York. Había permanecido en Italia aun luego de graduarse por pura terquedad. No quería ver a Carlos ni que él la viera a ella. Pero no había tenido en cuenta que también, estaba alejada de su padre, su ser más querido. Dudando mucho que pudiera volver en poco tiempo, empacó las pinturas y todo el material que tenía, también sus obras y sus libros. No dejó nada, y regresó. No había más opción. Por su padre, lo que fuera, y ya había sido egoísta bastante tiempo. Antes de tomar el vuelo, habló con Ricardo y le preguntó de la situación, este le había dicho que no había sido nada grave, y que su padre estaba de vuelta en casa. Como él le debía un favor, le pidió que fuera a buscarla al aeropuerto. No quería incomodar a Elena, ni Sofía, que estaba casada y en Los Ángeles, y con Emma no se hablaba mucho desde esas vacaciones en que la encontró besándose con Carlos en su cocina, así que la mejor opción era su hermano. Pero cuando llegó al aeropuerto y vio que él no estaba, supo que la habían dejado plantada. Esperó por espacio de una hora. Y Ricardo nunca llegó. Sí hubiese llamado a Carlos, este la abría ido a buscar de inmediato. De algo estaba segura, y era que Carlos viéndola en este apuro, por muy disgustado que estuviera con ella, no la dejaría esperar por más tiempo. Pero llamarlo estaba fuera de cuestión, llamarlo era empezar de nuevo con ese estira y encoge que se había vuelto su relación, y ella estaba determinada a mantenerlo a distancia, tal y como estaba ahora. No tuvo más remedio que llamar a Elena. Un taxi no era una opción; llevaba demasiado equipaje y la asustaba perder un solo objeto, así que cuando al fin su amiga se apareció con un tipo estupendo que ella no conocía, se sintió tan aliviada que quiso llorar. La abrazó fuerte y bromearon acerca de los cambios que cada una había presentado. A Elena le había vuelto a crecer el cabello, y ella, en cambio, lo había mantenido corto. A Carlos no le gustaba. —¡Estás hermosísima!. Exclamó Mariana abrazando a su amiga Elena. —Tú también estás muy bella, pero me hubieras dicho que venías… no te habría tocado esperar tanto. —Quería darles una sorpresa, pero ya ves. ¿Y quién es este hombre tan guapo?. Le preguntó mirando al sujeto de cabellos oscuros y ojos claros. Elena muy sonriente le dijo —Mariana, te presento mi novio Alberto y este extendio su mano para estrechar la de Mariana. Era un chico guapo. Mariana volteó a ver su amiga —¿ Tenías novio y no me los habias dicho ? —Tenemos poco tiempo. Entre risas, los tres tomaron las maletas de Mariana para montarlas en un carrito para dirigirse hasta el estacionamiento donde Elena había dejado el auto y se embarcaron para abandonar el aeropuerto. De regreso a casa, suspiró Mariana. No tenía ni la más mínima idea de lo que sucedería ahora en adelante, ni ella sabía si se mantendría fuerte su voluntad, o si las cosas habían cambiado para siempre. No tenía más opción que esperar y ver qué le deparaba el destino.
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