Capítulo 19

3696 Words
Carlos Juárez entró como una velocidad increíble a la Mansión San Clemente, abriendo todas las puertas de todo los salones, llamando a gritos a Mariana San Clemente. Todo el personal de la servidumbre, quedaron abismados con el comportamiento de Carlos, nunca lo habían visto así. Y él seguía gritando llamando a Mariana y abriendo puerta, tras puerta. Al escuchar los gritos, ella salió del estudio, había estado pintando a ver qué pasaba. Al verla, Carlos se echó a reír. Como siempre, ella era una inconsciente. Pero claro, por qué vestirse un poco más decente, si el que había llegado sólo era él. —¿Pasa algo? ¿Para que me buscas?. Preguntó ella, cruzándose de brazos, y Carlos se dió cuenta que tenía manchas de pintura en la piel. —¿Que si pasa algo? . Repitió él—. ¿Es en serio, Mariana? ¿ Tan ajena eres al mundo? ¿ Qué rayos pasa contigo?. —Vienes a mi casa gritando, cómo un loco y ahora me insultas. ¿No es creés que tengo derecho a preguntar qué pasa? —¿Qué pasá?. Pasa la princesa Marina ha aceptado casarse. Gritó él, y ella lo miró fijamente. Nunca lo había visto tan alterado, ni lo había escuchado gritar. Él siempre fue el hombre más calmado del mundo, el que mejor controlaba sus emociones, o la mayoría de ellas. Suspirando, miró a una de las muchachas del servicio que la miraba interrogante, y con un leve movimiento de cabeza, le pidió que los dejara a solas—. ¿Qué te piensas que eres, chiquilla?. Preguntó Carlos—. ¿ O es que estás queriendome ponerme entre la espada y la pared? ¿ Piensas acaso que si tú sólo pestañeas, yo caeré rendido a tus pies? ¿ Crees que vivo tras tu aliento y tu merced? . Mariana pestañeó con la boca abierta. Sí, había habido una vez en el pasado en que él la había gritado; fue en Boston, y él estaba bajo los efectos del alcohol y tal vez alguna droga, pues había olvidado todo luego. Pero ahora, él estaba en pleno uso de sus facultades. Y la odiaba. —Pensé… —empezó a decir ella, pero él no la dejó hablar. —Oh, pensaste que como tú habías aceptado, yo vendría aquí extasiado de felicidad a cantarte una serenata de amor. ¿ De veras toda tu vida creíste que las cosas eran así de fáciles? ¿ Que las personas se pueden comprar y desechar?.¿ Tengo que mostrarme yo feliz porque la princesa Marina se ha dignado en concederme su mano? ¿Quien rayos te hizo pensar, que yo quiero casarme contigo, Marianita? —Mi padre… —Al infierno con tu padre. Gritó Carlos, haciendo amplios movimiento con sus manos, sin importarle que los ojos de Mariana estuviesen a punto de ahogarse con sus lágrimas—. Al infierno tu empresa, al infierno tu hermano.¡ AL INFIERNO TU UUUUUUU!!. Gritó. Y enseguida se escaparon un torrencial de lágrima que rodaron por rostro de Mariana pero él no se detuvo—. ¿Tan grande es mi deuda con tu familia por haberme dado techo y comida que tengo que vender mi alma? —¡No! –susurró ella. —A el infierno tu familia. Volvió a gritar él, y ella alcanzó a asustarse un poco, retrocediendo un paso. —No hace falta que… —¿Que qué, que grite? ¿También me vas a impedir que grite? . Lo único que me ataba a ustedes era el profundo cariño que le tenía a Eduardo, pero ¿crees acaso que me siento endeudado contigo, Mariana? Nardia, la princesa del hielo. Ahora ella lo miró a los ojos con una expresión de desconsuelo—. Imposible de mirar siguió él con un tono de voz más bajo, pero no más calmado. — Imposible de soñar. Siempre subida a un pedestal demasiado alto. Eso se acabó, Mariana. Tú no vales nada para mí. Dijo él casi encima de ella, y luego de dirigirle la mirada más dura y abominable dio la media vuelta encaminándose a la puerta. Pero entonces se escuchó la voz de ella. —Son más de cien mil familias. Dijo. Carlos se detuvo, pero no se giró—. Cien mil familias, aproximadamente, se verán directamente afectadas. Él volvió a ella otra vez, dispuesto a gritarle más, pero ella se adelantó—. Yo no conozco el hambre, ni la pobreza, pero eso no te da derecho a hablarme y a tratarme así. No conozco a ninguna de esas personas, nunca trabajé con ellas, pero estoy segura de que no podré dormir si sé que soy la causante de sus miserias—. Carlos cerró sus ojos odiando sus palabras. A su mente vino el rostro de su secretaria Dayana, de quien dependía una familia, y de los otros cientos de empleados con los que había tenido que trabajar codo con codo a lo largo de todos estos años—.¿ Te crees que yo estoy subida a un pedestal? siguió Mariana, limpiándose las lágrimas con el dorso de su mano—. ¿Dónde estás tu subido entonces? ¿O es que la abundancia en la que viviste todos estos años te hizo olvidar lo que se sufre cuando no se tiene dinero, ni oportunidades?. Él la estaba mirando tan duramente, que ella pensó que volvería a gritar, pero increíblemente, él guardó silencio—. Si puedes dormir con eso en tu conciencia –siguió Mariana—, entonces es que soy mejor persona que tú. Dando por terminado su discurso, ella se dio la media vuelta y se encaminó a las escaleras, y fue turno de él hablar entonces. —Casarme contigo. Susurró él, y ella se detuvo para volverse a mirarlo—. Casarme sólo de nombre… no podré, Mariana. No podré hacerlo. Ella bajó la mirada, sabiendo lo que eso significaba. —Nuestras vidas serán un infierno . Sonrió ella con tristeza—Nos casemos o no, serán un infierno, Carlos ¿ Pero… tienen ellos la culpa? ¿Tienen que pagar todos por nuestros egoísmos? —¿Tengo que pagar yo, entonces?. Ella quiso decir algo más, prometerle algo que mitigara un poco su dolor, su decepción. Pero él se giró sin esperar respuesta, y salió con una actitud muy diferente de la que había tenido cuando entró. Apretó con fuerza el pasamanos de la escalera deseando poder ir tras él y abrazarlo. Era increíble que fuera ella la persona que más infeliz hacía a quien más la amaba en el mundo. Y eso la hacía a ella completamente desdichada. En vez de ser una fuente de alegría, luz y felicidad para él, era una pesada cruz de la que él, muy seguramente, ya estaba cansado de llevar. Emma entró al penthouse de Carlos. Éste estaba a oscuras, aunque las cortinas estaban corridas, y las luces de la ciudad se veían a lo lejos a través del ventanal. Carlos estaba aquí, pero no se le veía por ningún lado. Caminó a una lámpara de mesa y encendió su luz. Lo vio entonces. Tendido cuan largo era en uno de los sofás de la sala, sin inmutarse por la presencia de ella. —Tenemos que hablar. Dijo ella sentándose en el mueble frente a él, y Carlos la escuchó sin mover un solo músculo. —Sí. Confirmó él—, tenemos que hablar. —Esto no puede seguir así, Carlos. A pesar de lo mucho que te quiero, no puedo soportar que… —él movió su cabeza para mirarla cuando se quedó en silencio, esperando a que ella continuara—. Me duele sólo pensar que… Mariana tiene tanto poder sobre ti. Ella llora y tú corres a consolarla…¿ va a cambiar eso algún día, Carlos?. Él sonrió. Respiró profundo y se sentó en el mueble mirándola. —Emma… nunca quise hacerte daño. Sabía que esto sería un error –ella lo vio ponerse en pie y esas palabras cayeron en ella como un balde de agua fría. —¿Me estás terminando?. Él guardó silencio, y Emma se levantó también y caminó a él—.¿ Es porque te hice esa escena de celos? —No, Emma —¿Es porque, a pesar de lo bien que lo hemos pasado, no sientes nada por mí? ¿Nada? —Te quiero, pero no de la manera que tú deseas, Emma. —¿Es Mariana, después de todo?. Él cerró sus ojos sin responder, cansado del tema. —Hoy se leyó el testamento de Eduardo. Dijo encaminándose al pequeño bar. Ella sacudió su cabeza rehusando la copa que él le ofrecía, y Carlos la tomó para sí. —¿Te dejó algo?. Le preguntó Emma. Carlos hizo una mueca. —Podría decirse. Pero no se trata de bienes y riquezas, sino de responsabilidades, pesadas responsabilidades –ella lo miró interrogante—. Si no asumo la presidencia –contestó él—, la empresa se disolverá, y miles de familias quedarán a la deriva. —Asúmela, entonces. —No sabes lo que dices. —Tendrías un alto poder. Siguió ella acercándosele—. No me gusta la idea de que estés en contacto con Mariana, pero no es cualquier cosa, ¡es la presidencia de una empresa mundialmente conocida, se trata de una fortuna! —Sí, todo eso es verdad. Pero para obtener todo ese poder, y todo ese acceso a esa fortuna, debo casarme con Mariana. Emma palideció al instante, y su semblante cambió. Movió su cabeza negando y dando un paso atrás. —Dijiste que no, obviamente. Susurró. —Sí, dije que no. —Entonces no veo por qué estás pensativo. Mira, yo no soy tan rica como Mariana pero manejo mis negocios, mi familia tiene dinero. Si tú… Carlos se echó a reír. —¿En serio te estás ofreciendo a cambio de dinero, Emma?—No. Quiero decir… Si lo que te preocupa es tu futuro… —Hoy menos que nunca me preocupa mi futuro. A donde vaya, obtendré buenas propuestas, porque la gente conoce mi trabajo, y tengo muy buena trayectoria y referencias. Smith Jhonson me quiere en sus hoteles, Mike Carrie me quiere en sus fábricas, incluso Ender Jones me ha hecho sugerencias antes. Tengo a donde ir. No necesito casarme por dinero. —¿Entonces? —No podré soportar saber que dejé en la calle a miles de personas, Emma. Pensé que sí podría, pero no es así. Los ojos de Emma se humedecieron. —Pero Mariana te desprecia. Dijo ella —.¿ Eres invisible para ella, lo olvidaste? ¡Cada vez que pudo, te rechazó, y te hizo daño! —Eso lo sé yo mejor que nadie, Emma. No tienes que necesidad de repetirmelo tú. —Pero estás pensando aceptar. Todo eso de las familias, todo eso de los empleados, no es sino una historia para convencerte a ti mismo. La verdad es que estás saltando en un pie porque por fin la tendrás! —Emma, por favor… —Serás infeliz. Cuando ella no pueda complacerte, cuando ella no pueda ser la mujer que tú esperas, serás infeliz. Te conozco, sé lo que esperas de una mujer, y no soportarás a alguien tan frío como ella. Pronto te cansarás, y empezarás a mirar a otras mujeres y… No quiero eso, Carlos. Él respiró profundo y se sentó de nuevo en el mueble en el que antes había estado acostado con su bebida en la mano. —Sí, mi vida será un infierno . Contestó él, sin ánimo para llevarle la contraria a Emma, que lo vio casi espantada por la manera como él asumía las cosas. —¿Y ya? ¿Eso es todo? ¿A mí me darás las gracias y me dejarás? ¿No signifiqué nada para ti?. Él no dijo nada, y Emma se sentó a su lado y tomó su mano libre —. No te importa que te quiera hasta la desesperación?. Carlos la miró a los ojos, dejó el vaso en la mesita de centro y apretó las manos de Emma entre las suyas. Emma había sido no sólo una excelente compañera de cama por estas semanas pasadas, también una buena amiga, un escape de sus muchas frustraciones. Ahora sentía que la había usado, a pesar de que ella sabía toda la verdad acerca de él cuando empezaron a salir. Tuvo que reconocer que desde el principio había sabido que esta relación acabaría así algún día, mientras que ella, al parecer, se había hecho esperanzas. Besó sus manos y cerró sus ojos, y ella empezó a llorar, tal vez leyendo su mente, o presintiendo lo que él estaba pensando. —No me dejes, Carlos. Él siguió sin decir nada—. Mariana no te ama. Yo sí. Pondré de mí cada día para hacerte feliz. —No te hagas esto, Emma. —¡Pero yo te amo! ¿No alcanza mi amor para los dos?. Él tuvo que sonreír. Si no alcanzaba el suyo hacia Mariana, que era tan grande, tan antiguo, tan puro, dudaba mucho que funcionara con cualquier otra persona. —¿Tú dices que yo me merezco a alguien que me haga feliz, verdad?. Ella asintió.—Lomismo digo yo de ti. —No… —se quejó ella. —Te mereces a alguien que te haga feliz. Que te valore tanto que no quiera dejarte ir, que no sea capaz de pensar ni un instante en otra mujer. Porque eres maravillosa. —¡No quiero! . Te quiero a ti —No te aferres a mí. No quiero ser el objeto con el que te hagas daño. —Ese es mi problema. Él la acercó y la abrazó. Emma empezó a llorar, sabiendo que él no discutiría para que ella entrara en razón, sus métodos eran otros. Lo abrazó fuerte sin deseos de dejarlo ir. Habría empezado a besarlo de no ser porque sabía que eso sería contraproducente. Con cada segundo que pasaba y él estaba en silencio, sentía cómo se alejaba más y más. Sus brazos se estaban quedando vacíos. — No me dejes. Seguía diciendo, aun cuando sabía que no serviría de nada. Entonces pensó en Mariana. Tal vez a ella podía hacerla entrar en razón, así que se separó de Carlos y enderezó su espalda, se secó las lágrimas y detuvo su llanto. —No te vas a casar con ella . Sentenció—. No puedo permitir eso. —¿Qué harás? —No lo sé. Pero no te casarás. Se puso en pie y caminó hacia donde había dejado el bolso. Luego, salió del penthouse. Carlos la observó salir y sólo respiró profundo mientras tomaba de nuevo su copa y le daba un trago. Se recostó al mueble y permaneció allí, en silencio y quieto por largo rato. Emma llegó a la Mansión San Clemente y esperó en la sala a Mariana. Cuando ella bajó, la encontró con los ojos enrojecidos. Ella había estado llorando. —Tú tienes que parar esto. Dijo ella, y Mariana sólo la miró a los ojos. —¿Sabes lo que ha sufrido Carlos por tu culpa?. Detén esto. Sólo lo harás más infeliz de lo que ya es. Mariana respiró profundo y caminó para sentarse en uno de los muebles. En un extremo, estaba el piano caoba, y ella sólo pudo ver allí al par de adolescentes que una vez tocaron una melodía, sonrientes, tal vez no felices, pero sí en mejores circunstancias que ahora. —Si yo tuviera la más mínima sospecha de que tú sientes algo por él, no te lo pediría, Mariana. Pero como me consta que en vez de amarlo, lo desprecias, te lo digo. No te cases con él. —¿Sin importar si esas miles de familias se ven afectadas? —¿Me vas a decir entonces que todas esas personas desconocidas son las que te motivan a destruir la vida de un hombre? —¿Tiene que ser así?. Pregunto Mariana, colocandose de pie—. ¿No puedo hacerlo feliz entonces? ¿ Ni siquiera un poco? —¡Tú no lo quieres!. Exclamó Emma mirándola a los ojos, y entonces, en un segundo, y por un casi imperceptible cambio que hubo en la expresión de Mariana. Emma tuvo que contenerse. Con el corazón latiendo aceleradamente, elevó una mano y la apretó en un puño en su pecho—. ¿Porque… tú no lo quieres, verdad, Mariana? . La vio apretar los dientes, pero, aunque se mantuvo en silencio, le sostuvo la mirada. —¿Por qué nunca contestas cuando te hago esa pregunta?. Preguntó Emma con voz susurrante, como si no pudiera hablar más alto—. Así fue hace años, cuando éramos apenas adolescentes. Ahora que lo pienso, nunca, nunca contestaste; sólo salías con excusas—Mariana esquivó al fin su mirada, y Emma se acercó a ella y le tomó los antebrazos con algo de fuerza para llamar su atención—. Dilo de una vez por todas. Dilo! Di: “no amo a Carlos”, y todo habrá acabado. Diana empezó a sentir el dolor por el apretón de Emma en sus brazos, pero se mantuvo en silencio. Emma vio que ella apenas si pestañeaba, y eso colmó su paciencia. —Hasta cuándo vas a ser asi. –Grito—. ¡Cuándo, cuándo vas a admitir tus sentimientos! ¡Lo quieres o no lo quieres! Es muy fácil de decirlo. Y te juro por mi vida que si me lo pides, jamás se lo diré a nadie, pero por amor de Dios, ¿Mariana dime qué sientes exactamente por él? —¿Te ayudará en algo saberlo?. Preguntó con voz quebrada. —¿Crees que soy capaz de meterme con el hombre que una amiga ama? No soy ese tipo de persona. Pero hasta hoy, tú siempre te has mantenido en silencio, y sólo has actuado haciendo parecer que él no te importa, y cada vez que te hago la pregunta directamente, te comportas justo como ahora. Pero hoy, Mariana, hoy no me iré de aquí hasta sacarte la maldita respuesta! DILO! Por un demonio, ¿dime que no lo quieres, y déjanos en paz ?. Emma siguió gritándole y exigiéndole, y Mariana aguantó la falta de sensibilidad y el vendaval de reclamos que llovió sobre ella. Cuando Emma bajó su cabeza llorando por el silencio que ella guardaba, Mariana cerró sus ojos. —No puedo. Contestó con un hilo de voz. Emma detuvo su llanto y la miró en absoluto silencio, permaneciendo quieta. Mariana clavó su mirada en ella, y Emma tuvo que retroceder un paso. Nunca había visto tanto sufrimiento junto en una sola persona, era una mirada desgarradora y desnuda, que incluso llegó a asustarla—. No puedo complacerte en eso. Yo… —ella se puso la mano en la garganta, y Emma notó que la mano le temblaba violentamente—. De mi boca jamás saldrán esas palabras. —¿Por qué?. Susurró Emma soltando sus brazos, como si sintiera temor de la ola de energía que salía de ella. —¿Porque estaría diciendo una terrible mentira, una mentira que me secaría el alma ?. Ya lo hice una vez, Emma y lo pagué con lágrimas de sangre. —Te refieres a… —Nunca me oirás decir algo así. Dijo Mariana con voz más firme, aunque con una lágrima bailando en sus ojos, amenazando con caer—. No me pidas que te diga eso que quieres oír. No puedo hacerlo. El silencio se prolongó entre las dos, que se miraron como midiéndose la una a la otra para una batalla. Mariana permanecía de pie frente a ella, y aunque temblaba visiblemente, la determinación en su mirada era formidable. —Entonces…. Preguntó Emma con voz débil—¿ lo quieres? –Mariana apretó sus labios como intentando controlar sus músculos faciales para que no se contorsionaran por el llanto. —Yo… cuando pienso en él… —susurró Mariana— sólo pienso en que es mío. Él es mío. —¿Qué? —¡No puedo renunciar a él!. Gritó Mariana al fin—. Nunca he podido hacerlo, ya no puedo permitir que siga a tu lado, no puedo! A pesar de todo, a pesar de mí misma! No puedo! ¡Es mío! ¡Es mío…! –luego de decirlo, el llanto venció a Mariana, que se dobló sobre sí misma hasta que cayó de rodillas en el suelo. Emma la miraba pasmada. —Es sólo una simple posesión, o… —se detuvo cuando supo que ella no le respondería. Mariana no necesitaba ponerlo en palabras, y Emma, que sabía lo que era amar, la entendió. Quiso hacerle muchas preguntas, había muchos interrogantes alrededor de la actitud de Mariana. ¿Por qué había permitido que él sufriera de esa manera entonces ¿Por qué dijo que él era invisible? ¿ Por qué lo dejó unirse a ella en una relación, si sabía perfectamente lo que pasaría entre los dos? . Lamentablemente, no tenía todas las piezas del rompecabezas, a pesar de ser una de sus amigas más cercanas. Sin embargo, tal vez eso se debía a que se había distanciado de ella por Carlos. Desde que Mariana la vio besarlo en su cocina, la amistad ya no fue igual. Tal vez Elena sí tenía idea de lo que la hacía a ella alejar al hombre que supuestamente amaba. Tenía que ser algo terrible, si se estaba sacrificando a sí misma. Y si todo se debía a un sacrificio, entonces Emma al fin había obtenido su respuesta. Esta era su derrota. Acababa de perder a Carlos para siempre, y el corazón le dolía de un modo espantoso. Con pasos inseguros y apresurados, como si de un puente que se destruyera a cada paso que ella daba se tratara, huyó de la sala de la mansión San Clemente. No sólo acababa de perder a Carlos, sino también a su amiga, porque de algo estaba segura: ella no sería capaz de volver a estar cerca de Mariana San Clemente como antes.
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