Capítulo 16

3731 Words
Carlos entró a la clínica y sin perder tiempo se dirigió a la sala de espera en la que Mariana caminaba de un lado para otro. Cuando lo vio entrar. ella corrió hacia él y lo abrazó. —Estas aquí. Dijo llorando y recostando su cabeza en su pecho, ahogando sus sollozos sobre su camisa. —Aqui estoy. Susurró abrazándola. Ella no dejaba de llorar, los hombros le temblaban, y él no tuvo más remedio que esperar a que se calmara un poco. —Tengo tanto miedo, Carlos. Dijo ella alejándose un poco y sin mirarlo—. No quiero perderlo, no quiero… — No digas esas cosas. Todo va a estar bien. Eduardo es un hombre muy fuerte.—. Ella negaba agitando su cabeza. —No lo creo. Lo vi muy mal, Carlos. Tan mal que… me asombra que aún los médicos no hayan salido para darme la mala noticia. No es negativismo, es que en verdad pensé que mi padre moría en mis brazos… Es horrible. Suusurró ella secándose las lágrimas—. Esa sensación es horrible… —¿Estabas con él cuando sucedió?. Mariana volvió a negar, y sintió las manos de Carlos acomodarle su cabello tras la oreja. Cerró sus ojos y respiró profundo sintiéndose más reconfortada, con Carlos aquí todo era diferente, ella tenía en quien apoyarse, a quién contarle sus dudas y temores. Él había sido en el pasado su mejor amigo, y esa era del tipo de amistades que no importaba cuánto tiempo pasara, cuántas cosas sucedieran en medio, siempre se buscarían el uno al otro… y se hallarían. —Yo… Carlos… Tengo un terrible presentimiento. —¿Que presentimiento? —Esta mañana salí a comprar unas cosas y cuando llegué a la casa, vi a Ricardo salir. Lo llamé y no me prestó atención, iba furioso por algo. Así que… me imaginé que venía de discutir con papá. Fui a verlo para preguntarle qué había sucedido ésta vez. Lo hallé en el suelo, sufriendo un paro cardiaco, Carlos... Ella se detuvo para contener sus sollozos, y Carlos le puso una mano en el hombro apretándolo con suavidad. Ella respiró profundo y miró lejos entrecerrando sus ojos, como recordando algo—. La jarra del agua estaba rota en el piso. Dijo—. No caí en cuenta de eso, sino hasta ahora. —Se le habrá caído en su apuro de tomarse las pastillas para detener el ataque–ella sacudió su cabeza. —El frasco de pastillas estaba sobre el escritorio, cerrado, y papá estaba a varios pasos de los fragmentos de vidrio… Carlos –dijo ella, mirándolo a los ojos con una nueva luz, y mostrando el temor que le producían sus propias ideas—,¿ no crees que Ricardo haya sido capaz, verdad? –Carlos, cerró sus ojos e hizo una mueca. —Lamentablemente, creo a tu hermano capaz de cualquier cosa. Sé por qué discutían; tu padre canceló las cuentas de tu hermano. En el último mes estuvo llamándolo para que volviera a casa, y Ricardo nunca atendió sus llamada, ni respondió ningún mensaje. Así que Eduardo se vio en la obligación de dejarlo sin dinero para que volviera aunque fuera a reclamarle. —¿Y entonces, Ricardo le estaba reclamando? ¿Tan fuerte fue la discusión que papá tuvo un paro cardíaco? —La salud de tu padre estaba muy deteriorada. —¡Aun así! Él se estaba tomando sus pastillas puntualmente! —Mariana… —Si Ricardo es el culpable… —Nos estamos apresurando a lanzar juicios… —¿Está aquí acaso? Lo he llamado cientos de veces! —Ya, ya –intentó calmarla él, paseando su mano por su brazo, y en ese momento llegó Elena. Mariana al verla, se volvió a ella y caminó a su encuentro. Elena le dio palabras de consuelo, y Carlos se sentó en un mueble pensando en lo que Mariana le acababa de contarle. ¿De verdad Ricardo sería capaz de provocarle a su padre un infarto? ¿ O de no ayudarlo mientras estaba sufriendo uno? ¿ O de las dos cosas?. Eduardo siempre mantenía sus pastillas a mano siempre. Era testigo de que Mariana lo obligaba a llevar consigo una reserva de pastillas fuera a donde fuera y si estaba en casa, era aún menos factible que él no tuviera cerca su medicina, y una jarra de agua con la que tomarla. Miró a Mariana y a Elena abrazarse. ¿Si Eduardo fallaba ahora, qué sería de todos? Pasaría la empresa a manos de Ricardo y seguramente. Mariana se devolvería a Europa, y él… Él tendría que buscarse otro empleo. Dudaba mucho que Ricardo le permitiera seguir en el Grupo Empresarial Global San Clemente luego de todo lo sucedido entre los dos. Si no podían verse sin que él lo insultara, menos podrían trabajar juntos. Y entonces sonrió.¿ Trabajar juntos? Ricardo no sabía hacer nada. De repente salió un doctor —Mariana San Clemente y Carlos Juárez. Llamó un doctor llegando a la sala de espera con una planilla en las manos. Mariana casi corrió a él en espera de noticias, y Carlos se puso en pie poco a poco esperando no escuchar lo peor. —El paciente desea hablar con ambos. —¿Qué?. Pregunto Mariana—¿Está bien? —Si, pero está muy delicado. Informó el doctor—. Una operación sería demasiado riesgosa e inútil; hemos logrado estabilizarlo, pero él insiste en hablar con ustedes dos. Así que, síganme, por favor. El doctor dio la espalda, y Carlos sintió la mirada interrogante de Mariana, pero no la miró, sólo siguió al médico, que los condujo a través del pasillo hasta una habitación bastante amplia. Carlos entró primero, y encontró a Eduardo con una manguera de oxígeno puesta en su nariz, muy pálido, y con el rostro como si estuviera sufriendo mucho dolor. Abrió sus ojos y lo vio. Carlos se acercó más, y tomó su mano cuando él la tendió. —Estás aquí. Susurró Eduardo. Carlos sonrió al ver que era la misma frase de Mariana. —¿Por qué te asombra? ¿ En qué otro lugar en el mundo debería estar cuando mi padre está enfermo?. Eduardo sonrió. —No, no soy tu padre. ¿Qué más hubiese querido yo?. Dijo Eduardo ladeó su cabeza a él—. Habría dado mi vida porque lo fueras ¿sabés?. Por tener el orgullo de decir que por tus venas corre mi sangre. Carlos cerró sus ojos sintiendo tristeza en su corazón. Él también hubiese dado cualquier cosa por ser verdaderamente su hijo. —Pero tú eres mi padre . Dijo Carlos con voz suave, y apretando un poco más su mano—. Eres mi padre en todos los aspectos que importan. No podría quererte más si me hubieses engendrado. Por mis venas no corre tu sangre, pero en mi corazón están todas tus enseñanzas, y eso vale más que unos cuantos genes para mí. Una lágrima corrió por las sienes de Eduardo, que cerró sus ojos. Mariana que había estado observándolos desde un rincón, tuvo que contener un sollozo. Nunca había imaginado el alcance del cariño que se tenían esos dos, y ahora lo comprobaba. Eran muy parecidos, Carlos y su padre. Se parecían en la forma de ser, de consagrarse a su trabajo, de amar a las personas y castigarlas. Estaba visto que así no corriera la misma sangre, no garantizaban tener el mismo juicio para hacer las cosas, ni para alcanzar las metas, pues Ricardo era tan diferente a ellos como lo era la noche del día. —Mariana. Susurró al verla, y ella no dudó en acercarse, sentarse al otro lado de la camilla y tomarle la otra mano. Ahora Eduardo tenía a uno y a otro a cada lado, tomando cada uno sus manos —Eso. Susurró cerrando sus ojos—. Los dos aquí… Es perfecto. . —Eduardo. Empezó a decir Carlos, sintiendo la mirada de Mariana. —Tengo una pregunta que hacerte. —Hazla. —¿Sabes quién es mi padre, verdad?. Eduardo sonrió. —Sí, lo sé. —¿Y por qué…? —Se lo prometí a tu madre. Le prometí que nunca te lo diría. Pero no temas, lo descubrirás pronto. No hay nada oculto bajo el sol. Ahora que tengo a ambos aquí a mi lado, quiero decirles algo. Carlos lo miró confundido. Todavía estaba pensando en que Eduardo sabía la identidad de su padre, pero no pensaba decirla. Cuando Eduardo movió su cabeza mirando a Mariana, volvió a prestarle atención. — No tengas miedo, no te dejaré desamparada. —Papá. Sollozó ella, llevándose la mano a sus labios y besándola. —No dejes nunca de pintar, no dejes nunca de soñar mundos raros. Muéstrale a todos de lo que eres capaz. —Te lo prometo. Lloró ella, sabiendo que serían las últimas palabras que oiría de su padre dirigidas a ella. —Y Carlos… —¿Señor? —Estás a la mitad de tu viaje. Dijo sonriendo—. Si ya no tienes esperanzas, si ya todo lo diste por perdido, entonces estás cerca de tu destino. —¿ Cómo?. Preguntó él, confundido. Pero no escuchó respuesta, pues en el mismo instante, la mano que él sostenía entre las suyas se hizo pesada y flácida. —¿Eduardo?. Lo llamó él. —¿Papá?. Gritó Mariana y luego se recostó a su pecho llorando y llamándolo, aun cuando sabía que no le contestaría nunca más. Carlos soltó la mano y dio unos pasos alejándose de la camilla, cerrando sus ojos para no ver la imagen de Mariana llorando sobre el pecho de su padre muerto. Las enfermeras llegaron pronto, y él tuvo que tomar a Mariana y sacarla de allí, escuchar su llanto y llorar él en silencio. Se sentía como si de verdad hubiera perdido a su padre. Lo que le había dicho no había sido mentira, Eduardo era en verdad su padre, así lo sintió hasta el último día. Y como Ricardo no se apareció por allí a pesar de las llamadas ni los mensajes, y dado que, aunque se hubiese aparecido, no habría servido de mucho, él mismo se hizo cargo de todo lo necesario para llevar el cuerpo de Eduardo a una sala de velatoria, su cuerpo sería llevado a Crestwood. Allí estuvieron todos; Mike, su hija y su yerno. Sabrina la hermana de Alberto, y Williams su novio, Sofía y Smith. Jordanys, se mantenía un poco alejado de todos y parecía no mirar a nadie demasiado fijamente. También se encontraba Susana, quien trabajó tantos años a su lado y algún otro del personal de servicio de la casa. Dayana, su secretaria; y otros ejecutivos y empleados del Grupo Empresarial Global San Clemente. A su lado estuvo Emma todo el tiempo, recordándole comer, invitándolo a sentarse de vez en cuando. Pero él no era capaz de detenerse, y mucho menos de sentarse. Estaba claro de que su dolor era sobrepasado sólo por el de una persona, Mariana Ella se fue calmando poco a poco, tal vez resignándose o decidiendo que no podía seguir llorando sin parar. Mariana tendría que enfrentarse ahora a muchas decisiones. La junta directiva jamás aprobaría que Ricardo tomará el control de la empresa, y si él se empeñaba, ésta se dividiría, y la empresa entraría en crisis. Acudirían a Mariana para que tomara partido, y ella tendría que asumir responsabilidades para las que no estaba preparada. Eduardo había tenido mala suerte con sus herederos, Ricardo uno era un bueno para nada y Mariana sufría dolor de cabeza cada vez que pensaba en números. No tenía ninguno apto para que lo sucediera en la presidencia. Sabía que se acercaba un momento de crisis para la empresa por la que Eduardo trabajó toda su vida, y, afortunada o desafortunadamente, él ya no estaría allí para ayudar. Miró a Mariana largamente, pensando ¿Qué sería de ella? ¿Qué haría?. Le lloverían muchas propuestas. Muchos, con tal de obtener el poder que representaba ser el Presidente de las empresas, le propondrían casarse con ella. Y Mariana tendría que hacerlo o se iría a bancarrota. Pintar puede que la sostuviera, pero tal como él mismo había dicho antes, eso le tomaría cierto tiempo. ¿Se casaría Mariana con el hijo de alguno de los otros accionistas, o con ellos mismos? ¿Decidiría vender su parte? ¿Qué haría ella? —¿Ella estará bien?. Le preguntó Emma tomando su brazo, y él se giró a mirarla. Se había quedado mirando a Mariana sin pensar en nada más, típico de él. —Disculpame, por favor. —¿Por qué amor?. Él a miró tratando de deducir si esa calma que ella mostraba era real, o sólo una máscara. ¿Podría alguien soportar tanto sin explotar? —He tenido que ocuparme de todo esto, y estar pendiente de ella. —Está pasando un momento terrible. Todos debemos ser solidarios y prestarle nuestro apoyo. Además, el que murió era también importante para ti. Carlos sonrió a medias y Emma lo abrazo muy fuerte.—. Te amo, Carlos–susurró ella, y él frunció el ceño un poco confundido. ¿Qué se supone que debía decir él?. Cuando se separaron, ella sonreía como si fuera la mujer más feliz del mundo y quisiera besarlo allí mismo. A la distancia, vio a Mariana salir de la sala de velatoria donde se encontraba el cuerpo de Eduardo con Elena pisándole los talones. ¿Se sentía bien ella? El entierro de Eduardo, se realizó esa misma tarde, en el Cementerio Angle Circle, en el panteón de la familia San Clemente al lado de los restos de esposa Mía San Clemente. Fue una ceremonia sencilla, pero muy sentida, donde Ricardo jamás hizo acto de presencia. Cuando ya todos se fueron retirando Mariana aprovechó la oportunidad para tener una conversación silenciosa con su mamá. Antes de sepultar a Eduardo, ya todo estaba repleto de grande ramos de rosas blancas. Carlos se alejó un poco y caminó hacia la tumba de su mamá, al contrario del panteón de los San Clemente, María Guadalupe sólo tenía unas flores marchitas. Carlos se preguntó¿ Quien se las había traído?. Se quedó mirando la lápida y de sus labios salió un susurro. —Hola, mamá. Y luego se dio cuenta de que no tenía mucho que decir. Respiró profundo mirando el cielo azul primaveral y metió ambas manos en sus bolsillos—. Supongo que ya lo sabes –sonrió Carlos—. Me gustaría pensar que en el más allá estás con él, y se están saludando como viejos amigos. Este hombre se merece el cielo, y si estás con él ¿mejor, verdad? Se quedó mirando la tumba largamente, con la mente en blanco, sintiéndose un poco perdido. No había imaginado que Eduardo San Clemente significara tanto para él. El haberle prometido obedecerlo en todo le había dado un norte a su vida, una guía. Ahora él no estaba, y no sabía qué camino tomar. Tendría que meditar seriamente en las decisiones que debía tomar de ahora en adelante, pues ya no tenía la protección de nadie; ahora sí, como a sus diecisiete años creyó erróneamente, estaba solo. Afortunadamente, no era un niño, ni tenía las manos vacías. Se había conseguido un título y mucha experiencia en el campo laboral. Amigos influyentes y gente que le debía favores. Tenía un camino recorrido, aunque ahora se preguntaba qué seguía. —Hiciste bien –le dijo a la tumba de su mamá—. Eduardo lo hizo bien. Gracias por dejarme con ese hombre que se convirtió en mi papá… y con respecto al otro… de verdad que estoy cansado de preguntarme por él. Realmente, estoy cansado de todo. Parece que entre más lucho por las cosas que quiero, éstas más se alejan de mí. Dejó salir el aire y le dio la espalda a la tumba de su madre, sin embargo, siguió hablando —. Tal vez deba mandar todo al carajo y sólo observar. Me doy por vencido con el destino incierto que me a tocado vivir. En los siguientes días, Mariana no estuvo sola ni de día, ni de noche. Pero era extraño, pues estar sola era lo que verdaderamente quería, al menos por un momento. Elena y Sofía prácticamente se habían instalado en la mansión, y se turnaban para cuidar de ella, pero aquello no era justo. Sofia tenía su vida y su hogar en Los Ángeles. Smith se había devuelto, y ella se había quedado para cuidar de su amiga. Y Elena estaba planeando una boda, y además tenía un trabajo por el que responder, pues no había renunciado a él, como se habría esperado, para organizar su fiesta. Estaba interrumpiendo las vidas de ambas, y eso era egoísta, así que dos noches luego del entierro de Eduardo, habló con ellas. Sofia había estado hablando por teléfono con su esposo, y Elena revisaba unos documentos cuando ella llegó a la sala comedor. —Hola Chicas. Las saludó, y ambas la miraron solícitas—. ¿Van a estar aquí indefinidamente? —No. Contestó Sofia—. Hasta que te sientas mejor. —Ya estoy mejor. —Está todo demasiado reciente. Dijo Elena negando, y guardando sus documentos—. Queremos asegurarnos de que… —Ya estoy bien. Estaré bien. Y si me convierto en una carga para ustedes, será terrible para mí. —¿Qué planeas hacer, Mariana?. Preguntó Sofia y Mariana se sentó en su puesto de siempre. Miró con nostalgia el espacio donde antes se sentaba su padre. Mike está haciendo todo lo posible para localizar a Ricardo. En cuanto éste aparezca, se leerá el testamento. Al parecer, hay una cláusula que exige que todos debemos estar presentes para su lectura. —Y ese bastardo no se digna en aparecer. —¿Y qué harás luego?. Volvió a preguntar Sofia. Mariana se encogió de hombros. —En Italia me ofrecieron un lugar donde podré trabajar. —¿Trabajar? ¿O pintar? —Es en una galería. Allí puedo… —¡Pero tu sueño es pintar! —Pintar es costoso. —¿Y acaso estás en una mala situación financiera. Pregunto Elena preocupada. —No, pero he caído en cuenta de que hasta ahora, siempre he dependido de otros para sobrevivir. Tal vez es momento de que… __Mariana sé lo que quieres decir. La interrumpió Sofia —También yo me he sentido así. Pero a veces los frutos de nuestro esfuerzo toman más tiempo de lo esperado. Y tu trabajo es de esos que necesitan madurar, o añejarse. No te rindas, si dejas de pintar… serás desdichada. Mariana sonrió con tristeza. —De todos modos, no puedo tomar una decisión sin antes saber el contenido del testamento de papá. —Eso será obvio. Sonrió Elena—. Una parte para ti, y otra para Ricardo. Ricardo despilfarrará lo suyo en menos que canta un gallo y lo tuyo podrás dejarlo en manos expertas para que lo administren bien. En alguien que confíes, además Mariana respiró profundo, pues la única persona que se le venía a la mente era Carlos y estaba segura de que él no querría ocupar ese lugar. —Me han desviado del tema. Se quejó ella—. Les ruego que vuelvan a sus vidas, y a sus casas. No me hagan sentir más culpable por retenerlas aquí— Elena y Sofía se miraron, y Mariana elevó una ceja—. Prometo que no me hecharé a llorar, ni intentaré suicidarme, ni ninguna otra locura. —¿Estás segura? —Totalmente segura. —Esta bien. Suspiro Elena, recostándose al espaldar de su asiento—. Pero no dejaré de venir a verte de vez en cuando. —Está bien. —Y yo te llamaré constantemente. —No hay problema. Las tres se miraron y sonrieron. — Gracias por ser tan excelentes amigas. —Somos hermanas. Dijo Sofia y Mariana sonrió aceptando aquella verdad. Elena se sentó al lado de Alberto y le dio un beso en los labios. —¿Qué haces aquí?. Preguntó él, extrañado, pues antes le había dicho que esta noche lo pasaría con Mariana otra vez. Elena saludó a Jordanys y a Carlos que estaban en la misma mesa. Se habían citado en un bar que se había vuelto el favorito de todos, por el ambiente y la cercanía a los tres. —Mariana, nos corrió. —¿Qué?. Pregunto Alberto extrañado. —Quiere estar sola –y esto lo dijo mirando a Carlos, que sólo levantó su vaso de whisky y bebió un poco—.¿ Cómo van las cosas en el Grupo Empresarial Global San Clemente?. Le preguntó Elena, y él sólo se encogió de hombros. —Como te podrás imaginar, luego de la muerte de Eduardo y sin conocerse su última voluntad, todo el mundo está al borde de los nervios. Algunos accionistas se están uniendo para hacer fuerza y reclamar el poder. Está siendo todo un poco caótico. —¿Nada que aparece el heredero?. Pregunto Jordanys, y Elena se dió cuenta que tenía su bebida casi intacta. —Nada. Lo que sabemos, al menos, es que no ha salido del país. Carlos volvió a mirar a Elena que cuchicheaba algo con Alberto. Tenía curiosidad, pero no se atrevía hacer la pregunta que quería en voz alta. Sin embargo, imaginarse a Mariana sola en la mansión lo inquietaba. Ella realmente había estado muy mal durante todo el sepelio de Eduardo. Empezó a mover sus dedos sobre la mesa y miró su reloj. Eran las nueve de la noche. Alberto pidió una bebida para su novia, y la camarera llegó luego con ella. Hablaron de temas triviales, y los minutos fueron pasando muy lento para Carlos, que quince minutos después después miró de nuevo su reloj, colocó un dinero en la mesa, y pidió que lo disculparán. —Deja eso, yo invito. Dijo Alberto pero Carlos sonrió negando y simplemente se fue. Jordanys sacó un billete de cincuenta dólares y lo puso sobre la mesa. —¿ Qué, también te retiras ?. Preguntó Elena. —No. Sólo inicio una apuesta. Cincuenta dólares a que se fue para la casa de Mariana San Clemente. Alberto se echó a reír. —Apuesta que vas a ganar. Ya todos sabemos a dónde fue Carlos Juárez.
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