Capítulo 15

4020 Words
Carlos entró al bar y rápidamente busco a Jordanys y lo vió sentado en una mesa y sentó al frente de él. Llamó al mesero para que le trajera una bebida. Se habían puesto de acuerdo con Alberto para verse allí esta noche y tomarse unos tragos, pero él no había llegado. —No vendrá. Contestó Jordanys cuando le preguntó por él—Dijo que algo surgió. Seguramente Elena le puso la pierna encima y lo perdimos. Carlos se echó a reír. Todavía a veces le sorprendía el sentido del humor de Jordanys. —No podemos reprochárselo. Están en una especie de luna de miel. —Se casarán pronto. Informó Jordanys pero Carlos no se mostró sorprendido. Emma ya se lo había contado, y había dejado el tema de los matrimonios flotando en el ambiente de un modo que le hizo pensar que tal vez ella esperaba una proposición pronto. Su bebida llegó y él le dio un largo trago. —Estás pensativo. Dijo Jordanys mirándolo con la cabeza ladeada. —¿Te parece? —Tienes esa expresión. Carlos sonrió. —Parece entonces que esta noche seremos tú y yo solamente. Jordanys estiró sus labios en un beso. —Prometo no decepcionarte. Carlos se echó a reír—. No dejo de pensar… —empezó a decir Jordanys, pero de repente se quedó en silencio, y Carlos lo miró esperando—. No, no es nada. —Adelante; tal vez tú y yo no seamos íntimos, pero puedes hablarme con confianza de cualquier cosa. Eres mayor que yo, y a mí me enseñaron a respetar a los ancianos. Jordanys soltó la risa, y llamó de nuevo al camarero mostrándole su vaso vacío. El mesero se acercó y lo lleno de nuevo el vaso con whiskey—¿Estamos planeando embriagarnos?. Le preguntó Carlos—No, que yo sepa. Pero si tienes algún motivo, yo te acompaño. Carlos lo miró un poco ceñudo. —¿Tienes problemas con la bebida, amigo?. Jordanys lo miró a los ojos. —¿Problemas con la bebida? —En cada historia que he escuchado de ti en el pasado, estás ebrio, o muy cerca de estarlo. Y realmente, no recuerdo un día que no te viera con mínimo una cerveza en la mano. Jordanys dejó el vaso lentamente sobre la mesa. —No tengo problemas con la bebida. —Esta bien. Mientras tú mismo estés seguro de eso, supongo que no hay problema. —¿Y si los tuviera…?. Carlos lo miró. —¿ Crees que rechazaré a un amigo alcohólico? . Jordanys negó meneando la cabeza, respiró profundo y echó la cabeza hacia atrás. Como siempre, Jordanys llevaba su barba poblada y cerrada recortada con cierto cuidado. Al principio había pensado que lo hacía por dejadez, pero ahora se preguntaba si realmente le gustaba su barba así. No todos los hombres podían darse el gusto de dejarse la barba crecida, pero él sí. —Estuve hablando con Alberto. Siguió diciendo Carlos—. Al parecer, no has aceptado trabajar en H&H. ¿Me preguntaba si rehusarías una propuesta mía?—. Jordanys no lo miró, sólo cerró sus ojos—. Ya veo que tampoco la aceptarás –concluyó Carlos—. No puedes culparme si siento un poco de curiosidad; eres abogado, pero no quieres trabajar en lo tuyo, en cambio, aceptas esos empleos de medio pelo… —Carlos,¿ viniste aquí para sermonearme? ¿O sólo estás aprovechando que Alberto no está para tomar su lugar? . Carlos respiró profundo y se recostó en su asiento. —No. No quiero sermonearte. No soy quién. Sólo esperaba poder comprenderte, para así ayudarte. —Tienes bastante con tus propios problemas.¿ Por qué quieres ocuparte de los míos? —Porque somos amigos. Sonrió Carlos. Jordanys sonrió también, aunque negando. —No, no quieres meterte en mis problemas. Déjalos tal como están. —¿Para siempre?. Preguntó Carlos y Jordanys lo miró uniendo su entrecejo. —Qué es “para siempre”?. Según tú —No lo sé. Hay dos opciones para ti: hasta que seas un anciano indigente y cascarrabias, o hasta que éstos te consuman antes de llegar a viejo. —Por lo que veo no tengo salida. Sonrió Jordanys levantando su vaso para darle un trago, pero Carlos notó que cuando lo tuvo cerca a los labios, volvió a dejarlo sobre la mesa. Se estuvo en silencio mirando la bebida con los labios abiertos como si fuera a decir algo, pero tal vez no encontraba las palabras, o el valor, o la confianza. Carlos respiró profundo y guardó silencio. Jordanys tenía razón; bastante tenía con sus propios problemas. Hoy había sido un día horrible después de haberse tenido que ver con Mariana en su oficina y decirle lo que pensaba de su galería de arte. Ver cómo se puso cuando no superaba cómo sus sueños se destrozaban no lo dejaba en paz, pero había tenido que hacerlo. Sin embargo, él, en el pasado y ahora, había encontrado una razón para seguir adelante. Mariana lo estaba enloqueciendo; Eduardo y ahora Emma también lo estaban enloqueciendo. Pero para él, era sólo recordar a su madre para volver a ponerse en pie y seguir. ¿No tenía Jordanys siquiera eso? Unas mujeres miraban al par de hombres sentados y les lanzaban miradas insinuantes y gestos provocativos, pero los dos parecían estar en otro mundo, con sus bebidas casi intactas y en silencio. Concluyeron que eran gays, a lo mejor resolviendo sus problemas de pareja, y los dejaron en paz. —Señorita Hamilton, bienvenida. La saludo Susana, al verla bajar de su auto. Elena caminó con paso elástico a la entrada de la mansión. —Me dejaste preocupada, Susana. Dijo Elena, entrando—. ¿Dónde está Mariana? —En su estudio. No ha salido de allí en días. —¿Ni para comer?. Susana sólo apretó sus labios, y Elena se encaminó a la segunda planta de la mansión. Llamó a la puerta, pero nadie le contestó, así que empujó para entrar. Dentro estaba Mariana, luciendo, como siempre que se dedicaba a pintar, una blusa de tiras sin sostén, y shorts. No importaba si hacía frío afuera o no, éste era siempre su look para pintar. Ella estaba de perfil a ella, con los cabellos saliendo de sus pinzas y ganchos para retenerlo en su lugar, manchada de pintura tanto en la piel como en la ropa, descalza, y con una espátula pequeña en la mano mirando fijamente un lienzo sobre su caballete. Era una imagen inspiradora, excepto porque sabía que dentro de esa mujer que ahora parecía inspirada, había un corazón roto. ¿Qué había pasado ahora? —Hola, artista. Mariana se giró. La miró y sonrió. —Hola. No te esperaba por aquí hoy. —Quería verte. —Lo siento. No lo sabes, pero cuando estoy consagrada a un proyecto, me aíslo del mundo. —Y de la comida, y de la cama. Mariana la miró de reojo. —Susana te fue con cuentos. —Está preocupada. —Estoy bien. —Es por eso que estás así delgada, entonces. Yo pensando que estabas haciendo alguna dieta extrema. ¿Estás bien, amiga?. Mariana asintió enérgicamente, y metió la espátula en un pequeño montón de óleo que tenía sobre su paleta. Elena miró entonces el cuadro y se acercó más. —¡Vaya! Qué preciosidad! —No lo he terminado. —Pero está hermosísimo Mariana… ¿Tienes un tatuaje?. Preguntó Elena cuando ella se dio la vuelta y le pudo ver la espalda. Mariana se giró inmediatamente. —Ah… No, es… Quiero decir… sí. Me tatué… —Déjame verlo. —No… —Vamos, Mariana. Quiero ver tu tatuaje.¿ Qué es? Sólo vi una línea. —¿No decías algo de mi cuadro? ¿Cómo es que una tontería como un tatuaje te importa más?. Elena la miró un poco inquisitiva, y se volvió a girar hacia el cuadro. Mariana la había reñido por esconderle cosas cuando se fue a Los Ángeles, pero ahora ella estaba guardando secretos. Respiró profundo y analizó la obra. Era un paisaje nocturno. Parecía ser una calle en medio de un parque. Había farolas, gente caminando con paraguas, sin rostro, ni expresión, ni demasiados detalles, pero todo armonizaba tan bien, los colores eran tan vivos, que parecía algo más que una noche de invierno en alguna ciudad del mundo. Miró en derredor, y se dio cuenta de que había más cuadros descansando sobre las paredes, en el piso sobre las mesas, la habitación era grande y se podría decir que un setenta por ciento estaba llena de cuadros. Casi todos eran con la misma técnica, pero diferente temas. Había paisajes urbanos, paisajes rurales, aves, personas caminando en diferentes rumbos. En verdad Mariana había estado muy ocupada. —Me gusta. Y éste, me encanta. —¿De verdad? — ¿Pagarías por él?. Elena se echó a reír. —Definitivamente, sí. —¿Si lo tuvieras en casa, dónde lo pondrías?. Elena pensó la respuesta. Cuando se casara con Alberto, deberían cambiarse de casa a una más grande. Ya lo tenían planeado. Sabrina muy pronto se iría a la universidad, pero Alberto insistía en guardarle una habitación a su hermana, y no había opción con la abuela Angi, él no la dejaría sola jamás. Así que, si querían, en el futuro, tener hijos, deberían buscar una casa con las suficientes habitaciones para ellos. Y este cuadro quedaría perfecto en la sala en la que sus hijos se criarían, donde celebrarían las reuniones, donde invitarían a sus amigos y amigas. —En la sala. —¿De verdad? ¿Lo pondrías ahí? —Claro, que sí. Animaría cualquier ambiente. Es… triste, porque es un paisaje de noche y se sabe que hay llovizna, pero a la vez… es alegre por los colores… porque la gente camina de prisa, porque hay mucha luz. Mariana sonrió, y Elena pudo ver que no era una sonrisa de satisfacción, ni de felicidad. —Carlos creé que mis cuadros no se venderán no me los dijo así pero me dió entender que soy un fracaso como pintora. —¿Qué? ¿Porque dices eso? —El, fue quien hizo el estudio de mercadotecnia para una posible galería donde yo expondría mis cuadros. Según, él me arruinaría y de paso arruinaría a papá. —¿Te dijo eso sin ver tus cuadros?. Eso no es profesional —Se lo propuse que le diera una mirada a mis pinturas y dijo que no, que éso era una perdida de tiempo. Contestó Mariana y extendió la mano para aplicando un color azul en un cielo que estaba pintando. —. No soy famosa, nadie puede decir que tiene un cuadro mío con orgullo. —¿Dónde está ese informe que realizó Carlos?. Mariana lo señaló, y Elena se encaminó al mueble donde estaba la carpeta. Ya estaba manchado de pintura, pero igualmente lo tomó y lo hojeó. Había cifras, unas debajo de otras, donde se mostraba el valor del alquiler de los sitios disponibles para la galería, costos de personal, costos de mantenimiento, costos de la materia prima. También había un estudio del mercado potencial, y otro estudio acerca del producto. Era un trabajo donde detallaba todo, demasiado bien hecho, lo que podía esperarse de Carlos Juárez. Pero le faltaba algo. Algo muy importante. —¿Y tú… aceptaste este resultado?. Sin decir nada. —No sé de esas cosas. Los número no son mí fuerte Ya que lo has visto… ¿Cuál es tú opinión? —No puedo decir nada con sólo una mirada. Tal vez deba estudiarlo más detalladamente. —No. Tú ahora estás muy ocupada con las cosas de tu boda. —Pero Mariana… —Déjalo así amiga. Ya nada importa. —Te prometo que en cuanto tenga un tiempo, lo detallaré, y te vemos que podemos hacer. Puede que los números digan una cosa, pero algo he aprendido, y es que cualquier cosa se puede vender. Cualquier cosa, Mariana. Y tus cuadros son maravillosos… y sólo he visto éstos que están aqui. Ella volvió a sonreír, y se giró de nuevo para dedicarse a su cuadro. Elena quiso ir a ella y abrazarla, decirle que todo iba a estar bien. Mariana aparentaba calma, pero sabía que por dentro estaba gritando, y deseando romper cosas. Afortunadamente, tenía su pintura y sus espátulas y pinceles para controlar la locura. Eduardo suspiró mientras observaba a Mike guardar los documentos en un sobre, y luego en su maletín de cuero. —Creo que es la quinta vez que cambias tu testamento Dijo sonriendo Mike mirando a su viejo amigo—. Espero que sea la última vez. —¿Eso indica que ya quieres que me muera, para dejarte en paz? —No amigo jamás. Eres mi amigo de toda la vida. Es sólo que espero que ya estés satisfecho. Ser tu albacea me producirá unos cuantos dolores de cabeza. Eduardo hizo una mueca. Los documentos reposaban en el despacho de su mansión, pues esta conversación había preferido tenerla en privado con su amigo. —¿Quién dice que moriré primero que tú?. Bromeó Eduardo. — Recuerda que el albacea tuyo soy yo. —Lo cual muestra que soy un tonto. Debí elegir a alguien más joven. Eduardo se echó a reír, y se recostó en su asiento. Había tenido prisa hasta hoy. Ya él sabía que estaba viejo y en cualquier momento podría partir de este plano terrenal, le quedaba poco tiempo, era consciente de eso. No le asustaba la muerte, le asustaba el estado en que quedaban los vivos cuando él se fuera. Empuñó repetidamente su mano izquierda sintiéndola adormecida sin dejarse ver de Mike. Miró su reloj, y vio que era la hora de su medicamento, pero no quería tomárselo delante de su amigo. —Sabes que tus hijos te odiarán por un tiempo, y será a mí a quien vengan a llorarle.—Definitivamente, te estás llevando la mejor parte. Tú te mueres y ni te enterarás de nada. —No te quejes tanto, amigo mío. —Tal vez sólo no quiero que mi mejor amigo me deje. Eduardo lo miró con una sonrisa triste. —Fue una buena vida, a pesar de todo—. Mike negó. —Pudimos haberla aprovechado mejor. —¿De qué manera? —Yo… tal vez habría salvado la vida de mi mujer si descubro ese cáncer a tiempo. Y tú… habrías mandado los millones de Mía al infierno, y te habrías casado con aquella muchacha de piernas largas. Eduardo rió entre dientes. —Tal vez reencarnemos, y podamos hacer las cosas que no pudimos hacer. —Ojalá. —Es por eso que no quiero que mis hijos sigan cometiendo errores. No quiero que dejen ir su felicidad, que sigan el mal ejemplo de su padre. Por eso toda esta locura .Mike suspiró. —Te entiendo, créeme que te entiendo. Se puso en pie con el maletín en la mano, y Eduardo quiso ponerse en pie, pero de repente se sintió muy cansado. Sin embargo, para no preocupar a Mike, hizo un esfuerzo y lo siguió a la puerta. —Llámame pronto, y juguemos una partida de Ajedrez. Le pidió Mike. —Claro, que si. —Y deja de esforzarte tanto. Jubílate. Eduardo rió de nuevo. —No. Hasta el último día de mi vida, trabajaré. Sacrifiqué mi felicidad por esa empresa. Mí sacrificio tiene que servir para algo. —No crees esas palabras. Dijo Mike—. Nada hará que valga la pena. —Es un instrumento, y lo estoy usando. —Bueno, en eso te concedo la razón. Nos vemos, Eduardo. —Nos vemos, Mike. Mike se giró y se encaminó a la salida de la mansión, que conocía muy bien. No le reprochó a su anciano amigo que no lo acompañara hasta la misma salida; Eduardo había intentado disimularlo, pero no se sentía bien en el momento, así que mejor dejarlo descansar. Cuando subió a su auto, vio que otro llegaba a la mansión. Era un auto Mc Laren P1, costosísimo, y de él bajaba Ricardo. Suspiró y miró el maletín, dentro del cual había una copia del testamento de Eduardo Todas las otras copias habían sido destruidas en favor de éste. Esperaba que los propósitos de su padre llegaran todos a su fin, y ese chico enderezara su camino. —¡Papá!. Gritó Ricardo, aporreando un poco la puerta del despacho privado de Eduardo al abrirla, y provocando que la píldora que este había puesto en su mano se cayera al piso. Suspirando, Eduardo buscó otra dentro del frasco, pero ya no quedaba ninguna. Había otro frasco en otro lugar… —Hola, Ricardo. Llevabas días sin venir a casa. Dijo Eduardo con voz pausada mientras abría el aparador cercano a su escritorio. Estaba seguro de que Mariana había dejado allí el otro frasco de pastillas. —¿Se puede saber por qué rayos has bloqueado mis tarjetas?. Gritó Ricardo—. Soporté que en el pasado les pusieras un límite, y luego que lo redujeras hasta casi hacerme pobre. ¿ Por qué rayos estoy sin dinero? ¡Has bloqueado todas mis tarjetas. No tengo dinero. —Creí que estabas en Nueva Zelanda. —¡Tuve que trabajar para conseguir el billete de regreso y poder venir a reclamarte! —La gente normal trabaja, Ricardo . Contestó Eduardo. Encontrando al fin el frasco de medicamentos. —¡Pero yo no tengo por qué pasar por eso!. Gritó Ricardo. —Lo hiciste a propósito. Admítelo, viejo decrépito. —Sí. Lo hice a propósito. He bloqueado todas tus tarjetas. —¿Por qué ? ¿ Para qué ?. —Para hacerte regresar. Dijo Eduardo, luchando por abrir el frasco. Sus manos estaban temblando, y sentía que el brazo dolía más—. Surtió efecto –sonrió—. Estás aquí. —No intentes manipularme con el dinero. Gritó de nuevo Ricardo con el rostro contorsionado de furia. Eduardo miró a su hijo, y notó que además de un nuevo look, él tenía un nuevo aro con un diamante en su oreja derecha. —¿Para qué querías que regresara?. Siguió gritando Ricardo—. Tú no me necesitas aquí para nada! —Hijo… No se trata de que te necesite, o no… —¿Para qué?. Continuó Ricardo con sus gritos—. Tienes a Carlos no? Constantemente está allí, dispuesto a besar o lamer de tus zapatos. ¿Para qué me quieres a mí?. No te es suficiente Mariana con sus ojos bonitos llamándote papá?. Eduardo caminó hasta la jarra de agua dispuesta en una pequeña mesa, pero Ricardo la tomó y la alejó de él. —Hijo, necesito tomarme esta pildora. —No. Restablece primero mis tarjetas. —Ricardo… —Sólo te tomará unos segundos. Llama a los bancos, di que fue un error. Deja todo de nuevo en la más absoluta normalidad. —No haré eso. Ante esas palabras, Ricardo tiro la jarra de cristal al piso, haciéndola estallar en mil pedazos. Eduardo frunció el ceño. —¿Qué has hecho? —Quiero ahora una asignación mayor que la que tenía al principio. ¿Tú no puedes quitarme mi dinero?. —De todos modos. Contestó Eduardo con voz suave—, es mi dinero. Yo lo trabajé. —No me vengas con historias ridículas. El dinero era de mamá desde el principio. Te comprometiste y te casaste con ella por interés. Si es verdad que lo trabajaste y lo multiplicaste, pero sin él, seguramente habrías seguido siendo un pobre muerto de hambre. Eduardo se puso una mano en el pecho y cerró sus ojos. —Te exijo que… —¿Exijirme que?. Gritó Ricardo con toda su fuerza—¿Qué puedes exigirme? !Que esperas Vamos, llama de una vez a los bancos! O nunca volverás a verme, te lo juro. —No… Ricardo… Eres mi hijo… por una vez, obedéceme… Es por tu… —¡Cállate, maldito viejo decrépito?. Exclamó Ricardo—¿ Por qué no te mueres de una buena vez? Al fin y al cabo, has sido un padre muy patético¡ Muérete! . A ver si yo al fin puedo tener mi dinero sin tener que estar dependiendo de ti, desgraciado. —No sabes lo que dices. Susurró Eduardo sintiendo un dolor agudo en su pecho, en su alma. Y apretó con fuerza sus costillas. Parecía que iba a cumplir el deseo de su hijo allí mismo, en ese instante. No, no podía morir. Todavía tenía la pastilla en la mano, si llegaba a otra jarra de agua… Susana dejaba muchas en todos lados, sabiendo que él siempre estaba tomando sus medicamentos. Si, lograba salía al pasillo, a lo mejor encontraba otra. Pero Ricardo le bloqueó la puerta, para impedir que saliera. Lo miró a los ojos. Eran los ojos de Mía oscuros, pero con su misma forma, cejas y pestañas. Había sido el hijo mimado de su esposa, y ella ni se imaginaba el daño que le había hecho. A Mariana la quería, pero idolatraba al mayor. A pesar de que Mariana se había esforzado en obtener las atenciones de su madre siendo una buena chica, siendo tierna, usando los vestidos rosas y de encaje que a su madre le gustaban, nunca había obtenido su aprobación, esta toda había ido dirigida a Ricardo, que desde un principio se creyó especial, superior a su hermana y a su padre sólo porque Mía así se lo había hecho creer, pues ella misma se creía de mejor familia que él. Y tal vez lo era, pero había arruinado la personalidad de su hijo con ese pensamiento. —Hablas de obediencia –farfulló Ricardo— ¿ Pero por qué iba a obedecer a un hombre que todo el tiempo prefirió a un recogido? —No… Nunca hice tal cosa. —¡Siempre!. Fue así. Continúo diciendo Ricardo —. Siempre, siempre Carlos. Lo preferiste aun por encima de mí, que soy tu sangre. Siempre poniéndomelo de ejemplo a seguir, siempre con más privilegios que yo. Eduardo se dobló del dolor, pero Ricardo lo miró sin compasión—¿Crees de veras que me vas a ablandar el corazón? Me sirves más muerto que vivo, papá. A ver si así al fin descanso de ti y de tu constante comparación con el hijo de una muerta de hambre. —Nunca quise… —Sí, sí. Sí quisiste. Cuando te alegrabas por sus logros más que por los míos. Cuando te atreviste a enviarlo a la misma universidad que yo, como si fuéramos iguales. Cuando lo aceptaste en esta maldita casa como si fuera otro m*****o de la familia. Oh, cuánto te odié y cuánto te odio! —Ricardo… —¡Muérete! Ahórrame el trabajo de tener que volver a pedirte algo. Y Y con esas palabras, Ricardo salió del despacho de Eduardo. En el vestíbulo se encontró a Mariana que al parecer venía de hacer compras. Tenía en sus manos latas de pinturas, y cajas con seguramente más pinceles. La ignoró y siguió de largo. —Ricardo. Lo llamó Mariana un poco extrañada por la expresión que él llevaba. Intrigada, dejó las bolsas con sus pinturas en una pequeña mesa y caminó hacia el despacho de su padre, intuyendo que si Ricardo estaba tan molesto, era porque había discutido con él. Pero lo que vio la aterró sobremanera. Eduardo estaba en el suelo. Gritó llamándolo, e incluso lo levantó levemente del suelo. Cuando él no respondió, salió al pasillo y empezó a gritar pidiendo una ambulancia. Todos se pusieron en movimiento, y ella volvió a su padre de inmediato. Lo abrazó fuerte llamándolo, deseando poder darle un poco de su propia vida. Eduardo abrió los ojos y los giró buscándola, llamándola. —Estoy aquí. Susurró ella entre llanto—. Te vas a poner bien, te lo juro, papá. No te mueras. Resiste…Susana. Gritó — La ambulancia, Susana —No. Pidió Eduardo—. Llama a Carlos… —Susanaaaaaaa. Volvió a gritar Mariana desesperada, pues su padre había cerrado los ojos, quedando flácido en sus brazos.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD