Capítulo 17

3624 Words
Efectivamente Carlos se dirigió para la Mansión. San Clemente. Se estacionó al frente y se estuvo allí largos minutos odiándose a sí mismo, criticándose, riñéndose por haber venido. Pero su cuerpo desobediente actuaba por sí solo, así que abrió la puerta del auto y bajó. Se encaminó a la entrada e hizo ademán de tocar el timbre, pero se detuvo. Él tenía llaves, era sólo que había perdido la costumbre de entrar por su cuenta. Entró suavemente, y encontró todo a oscuras. Afortunadamente, se conocía de memoria las salas y los pasillos, y empezó a recorrerlos sin necesidad de encender las luces. ¿Dónde rayos estaba Mariana?. Le preocupaba su estado. Luego de que la vio salir aquella vez en la sala de velación acompañada de Elena, Carlos las había seguido, encontrando a Mariana llorando desgarradoramente, y a Elena intentando consolarla y conteniendo el llanto por ver a su amiga así. Elena lo había visto, y se había quedado en silencio, como intentando trasmitirle un mensaje que él no alcanzó a comprender. Sabía que si ella le había dicho a sus amigas que se fueran era por simple cortesía, pero nadie sabía como él cómo odiaba Mariana la soledad y la oscuridad. Por eso pintaba con colores vivos. Por eso su habitación tenía fucsias, y verdes, y azules, y violetas. Por eso sus accesorios eran siempre de colores vivos, aunque su ropa y sus botas fueran siempre negras. Ella le había contado una vez que cuando su madre vivía, usaba vestiditos de encajes y en tonos pasteles, pero que en el fondo los había odiado. Lo hacía sólo por complacer a su madre, que adoraba esas cosas cursis. Cuando Mía murió, Eduardo había tenido que obligarla a ser ella misma, y no la chica que su madre había querido, y por eso había empezado a vestir casi como una roquera. Pero su estilo se había ido suavizando con el tiempo, ella había madurado, y ahora era más diversa. Sin embargo, esa mujer que adoraba la luz y el color jamás se recluiría en una Mansión oscura y solitaria por propio gusto. Respiró profundo, en medio de la sala del piano, pensando en que a lo mejor ella estaba fuera. Mariana no soportaría este espacio, ella saldría, iría a buscar a algún amigo, como había visto antes que hacía. Así que él no tenía por qué preocuparse por ella. Y entonces escuchó un llanto. —¿Mariana ?. Llamó. Todo se quedó en silencio, y él empezó a buscarla. Miró tras los muebles, los aparadores, en la banqueta del piano. La encontró tras él, acurrucada en un rincón, con las rodillas abrazadas. —¡ Carlos ! ¿ Estás bien? —¿ Qué haces aquí sola y a oscuras?. Él se acercó, y le puso una mano sobre el brazo, sintiéndola helada. —Así me siento. Susurró ella—, sola y a oscuras. —Estás helada. Sal de alli. Pero ella no se movió. Carlos se arrodilló a su lado, mirándola preocupado—. ¿Has estado aquí sola y llorando todo este rato? —Y crees que a Eduardo le gustaría verte así?. Nombrar el nombre de su padre fue un grave error, pues Mariana empezó a llorar. Reprochansose a sí mismo por haber hecho esto, él la abrazó. Toda ella estaba helada, y no estaba vistiendo ropa muy abrigada. Así que metió una mano tras su espalda, y otra bajo sus rodillas y la alzó. Mariana no protestó, sólo rodeó sus hombros mientras él caminaba con ella en sus brazos en medio de la oscuridad. Inhaló su colonia, su aroma esencial, y poco a poco la calma fue entrando a ella, como un rayo de luz que iluminaba todos sus fríos y oscuros rincones. —Nunca me habías llevado en brazos . Susurró ella y Carlos sonrió. —Debiste desmayarte cerca en alguna ocasión. Ella se separó un poco para mirarle la cara, aunque él observaba el camino por donde iban. Subió las escaleras con ella y la llevó a su habitación. Cuando la depositó en la cama, ella no lo soltó. —Mariana… —le pidió él, viéndose atado por sus brazos a ella. —No quiero estar sola. Por favor. Él cerró sus ojos—. Por favor –suplicó Mariana. Y Carlos no tuvo más remedio. —Está bien. Le dijo—. Me quedaré en mi antigua habitación… —No. —¿No? —Quédate aquí. —¿Qué?. Preguntó él, tremendamente sorprendido. —Te prometo que no te molestaré. Sólo dormiremos. Por favor, Carlos. Él sonrió con ironía. Claro. ¿De qué otro modo le permitiría ella quedarse en su habitación? Y no era justo; el tenerla tan cerca ya era una tortura demasiado terrible. Cómo decia su mamá "Será que le quite el tetero al niño Jesús" para que ahora le estuviera sucediendo esto. —Está… bien. Creo. Contestó él tragando saliva. —¡Gracias!. Contestó ella soltándolo, y acomodándose en su cama y en su almohada con una sonrisa satisfecha. Carlos frunció el ceño y miró en derredor. Quiso preguntar: ¿En serio, Mariana? ¿Me vas a hacer pasar por esto? —¿Estuvo todo bonito, verdad? . Susurró ella, refiriéndose al sepelio de su padre y Carlos se sintió mal entonces. Ella lloraba a su papá, y él pensaba en sexo. —Sí, estuvo bonito. —Fue mucha gente. Siguió ella—. Estuvieron los amigos, la gente de la empresa. No reconocí a todos, pero sé que eran ellos. —Sí. Fueron a presentarle sus respetos. Tu padre fue un gran hombre. Mariana guardó silencio por largo rato, y Carlos no lo interrumpió. En cierta manera, esto se parecía mucho al pasado, cuando ambos hablaban tranquilamente, cuando eran amigos. —Carlos… —lo llamó ella, y él contestó con un sonido de su garganta—. Aquello era mentira. Lo dije sólo por quitarme de encima a Elena, pero fue de la boca para afuera, no de corazón. El corazón de Carlos se saltó de repente y la miró fijamente, esperando a que ella dijera más. Pero Mariana cerró sus ojos guardando silencio. —¿Qué cosa fue mentira, Mariana? —No eres invisible para mí. Contestó ella después de un suspiro—. Eres el mejor amigo que he tenido jamás. ¿Cómo ibas a ser invisible? Era mentira. Te ruego que me perdones. Carlos se enderezó en la orilla de la cama y miró la habitación en derredor respirando profundo. —No debiste decirlo, entonces. Dijo, pero ella no contesto—. Haces daño a las personas, y luego te disculpas. No vuelvas a hacer una cosa de esas. Cuando ella no dijo nada, se giró a mirarla, pero Mariana estaba dormida. Quiso reír. Qué escena más extraña. Incluso creyó que era algún sueño suyo loco y febril. Extendió su mano a ella y retiró el cabello de su frente. Notó entonces que éste estaba más largo. Sólo unos centímetros, pero ya se notaba. —¿Se supone que voy a pasar la noche a tu lado, Mariana. Sin tocarte?. Cómo era de esperarse, todo permaneció en silencio. Carlos se puso en pie y se quitó su chaqueta, el cinturón, el reloj y los zapatos. Y se metió en la cama al lado de ella y la miró dormir — Estoy loco. Susurró—. Estoy loco por ti, Mariana. Me obligas a hacer locuras—. Se recostó en la almohada y apoyó su antebrazo sobre su frente mirando el techo. Iba a ser una noche muuuy larga. Mariana abrió sus ojos cuando escuchó su nombre. Alguien la estaba llamando. Luego comprendió que quien la llamaba no gritaba su nombre, sino que lo susurraba, y estaba tras ella, pegado a su cuerpo, abrazándola… Y con una increíble erección mañanera. —¿ Carlos?. Lo llamó ella, con el corazón acelerado, asustada— Carlos despierta. Pero él no despertó, sino que subió la mano hasta uno de sus pechos y la dejó allí. —Mariana… . Volvió a llamarla él—. Mi amor… —Carlos. Gritó ella, y Carlos despertó de un salto. Cuando vio sus ojos aterrados, salió de un solo saltó de la cama y se alejó varios pasos, tropezando con algunas cosas que se hallaban detrás. —Lo… lo siento. Por favor. Discúlpame Mariana. No esperó a que ella dijera nada, simplemente buscó su ropa y salió de la habitación. Mariana se levantó y fue detrás. —Carlos. Lo llamó, pero él no se detuvo. Tuvo que correr tras él, y sólo lo alcanzó en el vestíbulo—. Lo siento –exclamó llamándolo—, fue todo culpa mía. No te vayas… —No debí quedarme. Dijo él—. Siento si te asusté. —¡No! Espera, Carlos. Él abrió la puerta, y tras ella aparecieron Elena, Sofia… y Emma que al ver a Carlos se mostró tremendamente sorprendida. Elena y Sofía entraron mirando a Mariana que lucía la misma ropa de la noche anterior, y estaba visto que también Carlos, que iba a medio vestir. Abatida, Mariana se sentó al pie de las escaleras con deseos de llorar. Debió ser más sutil al despertarlo.¿ Por qué había hecho todo al revés? —¿Qué es todo esto?. Reclamó Emma entre dientes al ver a Carlos salir de la Mansión con la ropa arrugada, y la chaqueta y el reloj en las manos. —No quiero hablar de esto ahora, Emma. Dijo él pasando de largo hacia el jardín de la mansión. —¿Qué?. Preguntó ella, siguiéndolo—. Acabo de verte salir temprano por la mañana de la casa de otra mujer, a medio vestir, y no tengo derecho a preguntar¿ qué está pasando? ¿Es que no te importa lo que yo piense? —Emma… —Oh, Dios, ¿qué está pasando contigo? ¿Eres infiel y descarado como todos los demás hombres? ¿Es eso? —Sí. Tal vez lo soy. Contestó él con voz dura y encaminándose a su auto, que seguía en el mismo sitio en que lo había dejado anoche, cuando tuvo la mala idea de venir a ver cómo estaba Mariana —¿Entonces es eso? ¿Acabas de estar con Mariana?. Carlos apretó sus dientes y se volteó a mirar a Emma —Mira, hablemos luego. Ahora no estoy… —Hablemos ahora . Explícate. ¿Estuviste con Mariana anoche? —No me hagas decir cosas de las que seguramente me arrepentiré luego, Emma. Dijo él y Emma tuvo que dar un paso atrás. Nunca lo había visto así —. No estoy de humor para tener este tipo de discusiones. ¿Me expliqué ya? —¿Y… y cuándo estarás de humor?. Preguntó ella, dolida. —No lo sé. Contestó él, abriendo la puerta de su auto y arrojando la chaqueta y lo demás—. Probablemente nunca. Ya te llamaré. Entró al auto y lo encendió alejándose de ella. Emma lo vio alejarse con deseos de llorar, y luego, con una mirada amenazadora, se encaminó a la mansión. —¿Qué pasó aquí anoche?. Preguntó Elena, sentándose al lado de Mariana en el primer escalón de las escaleras. Mariana tenía la cabeza recostada en las barandas del pasamanos—. No me digas que hiciste alguna locura con Carlos. —¿Tengo la cara de alguien que hizo locuras con un hombre anoche? Elena sonrió. —Definitivamente, no. —Pero él pasó la noche aquí. Comento Sofia acercándose más. —Sí. Fue gentil y me hizo compañía. —Carlos es el hombre más bueno del mundo, en serio. Dijo señaló Sofía . —O el más tonto. Susurró Elena y Mariana le volteó los ojos. —¡Dime, Mariana!. Exclamó Emma, entrando con paso firme al vestíbulo mostrándose furiosa—¿Qué clase de amiga es esa que se acuesta con el novio de su mejor amiga? —No me acosté con Carlos. Le contestó Mariana. Colocandose de pie. —¿Por qué le hablas así? Preguntó Elena, imitando a Mariana —Ustedes dos, váyanse. Tengo que hablar seriamente con Mariana. ¡Porque, como siempre, ella se aprovecha de la situación para sacar ventaja! —No sabes lo que estás diciendo. Le reclamó Elena —¿Acaso tú sí?. Pero claro! Como no fue a Alberto a quien vimos salir de aquí! —Y por qué metes a Alberto en esto. —Emma…. Intervino Mariana con voz suave—, entre Carlos y yo… no pasó nada. Te lo juro. —¿Qué te crees, Mariana? –volvió a decir Emma, entre dientes y con visibles deseos de llorar—. ¿Estás usando la muerte de tu padre para acercarte a él y sólo parecer que necesitas consuelo? —Un momento, Emma. Dijo Elena poniéndole una mano en el hombro un poco duramente. —!No!. Gritó Emma soltandose de Elena—. Ya estoy cansada, cansada de ti Mariana. Porque eres como el dicho no lavas ni dejas lavar. Deja en paz a Carlos. Déjalo ser feliz con la mujer que él escoja. Deja de metértele entre los ojos. Y luego, deja de parecer la víctima! Desde niña, siempre has hecho creer que eres inofensiva, pero yo te conozco. Y lo que te encanta es tener a todos a tus pies, a tu padre, a Carlos. Sobre todo a Carlos. —Emma, basta ya. Gritó Elena —. Mariana acaba de enterrar a su padre. Ten un poco de respeto al menos por su dolor. —Ya sabía yo que te ibas a poner de su parte. Es que no me extraña nada que la defiendas. Siempre te pondrás de parte de ella. ¿No es así, Elena? —No me pongo de parte de nadie. Sólo es sentido de justicia. —¿Justicia? En serio? Ella tuvo toda la vida para tener a Carlos. Pero no, lo rechazó, lo hirió, lo hizo pedazos cada vez que pudo. Y ahora que él por fin se da una oportunidad conmigo, va y lo busca. ¿Es eso justo, Elena? Dimeeee. —No, no es justo. Susurró Mariana. Y las dos mujeres que hasta ahora habían estado discutiendo la miraron. Mariana tenía lágrimas en sus ojos—. No es justo que yo siquiera piense en tener la amistad de Carlos, después de todo lo que le he hecho. Lo siento, Emma. No quería hacerte daño también a ti. Pero no termines con… No te pelees con él. No pasó nada. Te lo juro por mi padre. —Me valen un comino tus juramentos. Dijo Emma. Y Elena y Sofía se mostraron sorprendidas—. Sólo aléjate de él. De una vez y para siempre.—Devuelvete a Europa, desaparécete de su vida. Déjalo en paz. Emma dio media vuelta sin agregar nada más y salió de la mansión. Mariana la observó tirar la puerta, y volvió a sentarse en el escalón de la escalera, en silencio, sin saber qué decir o qué pensar. —Mari.... Empezó a decir Elena, poniendo una mano en su brazo. —No, ella tiene razón. Sonrió Mariana—. Ella tiene tanta razón que me doy asco. Es sólo que… anoche… yo… —No tienes que explicar nada. —Lo necesitaba tanto que no me detuve a pensar en nada mas. Lo necesitaba como al aire. Yo no lo busqué, yo no lo llamé. Él vino aquí. Te lo juro Elena. —Nena… —Y cómo puede una abeja ignorar un panal de miel. —Y si tú tienes sed. Intervino Sofía. Con su acostumbrada voz suave —. Y él es tu miel. ¿Por qué no has volado hacia ese panal ? ¿ Por qué lo dejas ir?. Mariana tragó saliva y cerró sus ojos. —Porque si me uniera a él, lo haría terriblemente infeliz. Por eso. —Yo no lo creo. Ese hombre te ama tanto que… —Por eso mismo. Entre más me ame él, más infeliz será. No podré soportarlo. Carlos conducía a la máxima velocidad permitida pensando, pensando, pensando. La relación con Emma, estaba acabada, eso era evidente. Aunque no había sucedido nada anoche con Mariana, él sí que había tenido toda la intención. Si ella le hubiese dado tan sólo una señal, él le habría saltado encima para devorarla. Casi lo hizo en la mañana. No había pensado en Emma ni una vez, y aunque era demasiado cínico de su parte, tampoco ahora tenía ánimo de escuchar sus reclamos. Sabía que tenía que enfrentarlos, y se los merecería, pero aquí tendrían que terminar las cosas. Lo había intentado, pero no se había enamorado de ella, y mucho menos había podido olvidarse de Mariana. Su teléfono móvil sonó, y al ver que se trataba de Mike, tomó la llamada. —¿Dime?. Dijo él por todo saludo. —Ricardo ya apareció. He hablado con él, y asistirá a la reunión de la lectura del testamento. —Bien. —Así que, te esperamos en la sala de juntas del Grupo Empresarial Global San Clemente esta tarde a las dos. —¿Qué? ¿A mí? ¿ Por qué? —Porque se te menciona en el testamento, por eso. Asistirás o esto se dilatará hasta que todos estén allí. Carlos tragó saliva y se detuvo en un semáforo. —¿Estás seguro de que debo estar? No creo que sea buena idea. No me llevo bien con Ricardo, lo sabes… ni con Mariana. —Es la última voluntad de Eduardo, Carlos. Le recriminó—. Si le tenías un poco de respeto al hombre, asistirás—. Carlos respiró profundo. —Está bien, allí estaré, cuenta con eso. Mike cortó la llamada y Carlos se quedó pensando en lo que aquello podía significar. ¿Por qué estaba él en el testamento de Eduardo?. No creía que le hubiese dejado nada, pues lo había dicho aquella vez cuando tenía diecisiete años y fue presentado ante sus hijos. Ricardo había preguntado si heredaría algo, y Eduardo había contestado diciendo que sus hijos eran él y Mariana. Pero eso no era un no, ¿verdad?. Puso de nuevo el auto en marcha cuando el semáforo volvió a cambiar, sin dejar de preguntarse qué significaba todo aquello. A las dos de la tarde entró a la sala de juntas, y encontró que allí ya estaba Mariana, quien lo miró fijamente por casi un minuto, pero él no fue capaz de sostenerle la mirada. Caminó a Mike y lo saludó estrechando su mano, y noto que Ricardo no había llegado aún. —¿ Y Ricardo? Pregunto Carlos. —Llegará. Está sin dinero, y ha vivido de la caridad de sus amigos todos estos días. Pero los amigos debieron cansarse de mantenerlo, pues me llamó esta mañana para que arreglara su situación. Le conviene estar aquí. Carlos suspiró y se cruzó de brazos, sintiendo aún la mirada de Mariana en su espalda. —Debe tener a todos intrigados que yo esté aquí. —¿Te parece que Mariana esté intrigada?. Él se giró a mirarla, y entonces ella lo esquivó a él. Sonrió. Esto se parecía mucho a la relación que habían tenido en los últimos años, y él ya estaba cansado de todo. Se sorprendió un poco cuando vio entrar a Susana. Mariana, también sorprendida, caminó a ella y la abrazó. Comprendió entonces por qué estaba él aquí. Si Eduardo, con su buen corazón, le había dejado algo a su vieja amiga y administradora de la Mansión, seguramente también a él. Imaginaba que no sería mucho, pero eso expresaría el cariño que le tenía. —¿Qué hace éste aquí?. Gritó Ricardo San Clemente en cuanto entró y lo vio. Carlos hizo una mueca y miró a otro lado con gesto aburrido. —Hola, Ricardo. —No me dirijas la palabra, imbécil. —¿Lo dice el hombre que no se dignó en aparecer en el funeral de su propio padre? —¿Eres tú mi abuelita para que escuche tus sermones? —Tienes un problema con las damas mayores y los sermones. —¡Está bien, señores!. Intervino Mike metiéndose en medio cuando vio que Ricardo tomaba impulso, tal vez para levantar la mano y golpear—.¡ Estamos en una reunión importante, así que exijo de ambos compostura! . Mike tendió su mano y los invitó a sentarse. Carlos lo hizo lo más lejos posible de la cabeza de la mesa, y Susana lo imitó, tal vez sintiéndose intimidada por todos allí. Mariana permaneció en silencio, y sólo miró a Ricardo con una expresión de reproche. Éste no hizo caso de nada, y simplemente se sentó cómodamente en su sillón. Mike empezó presentando los abogados que le acompañaban, todos dieron testimonio de que en el momento en que Eduardo había redactado y firmado este testamento, se hallaba en plena función de sus facultades mentales. Además, presentó y explicó el gravamen que dictaba que, si alguno de los herederos iniciaba una pugna o pleito por el resultado del testamento contra los demás herederos, perdería su derecho sobre lo testado, y se atendría a recibir lo estrictamente asignado por la ley. El testamento se presentó como inexpugnable, y Mike sacó de una carpeta los documentos, que se veían firmados y sellados con todo el rigor de la ley. —Esto –empezó a decir Mike—, más que un testamento, es una carta de Eduardo para sus hijos. A todos sus hijos –dijo, mirando también a Carlos y éste frunció el ceño confundido—. Está en sus propias palabras, y cada parte es legal y sustentable, así que la leeré, ojalá sin interrupciones –ahora miró a Ricardo y empezó a dar lectura al testamento.
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