¿OBSESIÓN?

3802 Words
Veo cómo el profesor se ha quedado estupefacto ante lo que sus ojos leen. Creo que no sabe que debería decir ante esta situación poco convencional. Seguramente no todos los días recibía alumnos en su oficina indicándole que no entregaron su trabajo porque enfermaron un día antes de la exposición y tuvieron que ir al médico solo para asegurase de que todo estaba bien, pues dicho alumno tiene sida. El día anterior luego de recibir la llamada de Luis, me puse a pensar que tal vez fui muy injusta con él. ¡Vamos!  El chico solo quería conocer y ser amigo de la chica nueva, además, no tenía la culpa de su mal humor y resentimiento por la vida. Y por eso estoy frente al profesor de Ciencias de la Salud, mirándolo leer mi nota médica, motivo por el que falté el día de la exposición. Él levanta la mirada finalmente hacia mi rostro. El profesor tiene el cabello n***o y alborotado, unos ojos cafés y pequeños, tez blanca además es muy delgado. —¿Cree que pueda darnos otra oportunidad? —le pregunto dándole la oportunidad de escapar de tener que preguntarme si estoy bien o qué sé yo se puede decirle a alguien cuando te enteras de que tiene sida—. Si no es posible a mí, entonces a mi compañero, él no tiene la culpa de haber sido puesto en el equipo de alguien con una condición de salud delicada o ¿sí? —Está bien, pero me darán una buena exposición. Y esta será la última vez que no cumple con un trabajo en mi clase, señorita. Y esta concesión es solo porque no sabía que, en mi clase, si usted está en un equipo su falta de trabajo perjudica a los demás. —El profesor se levanta de su escritorio, me entrega de nueva cuenta mi nota médica, asiente y señala hacia la puerta. Él ha terminado de hablar conmigo. Salgo del salón de profesores y fuera del edificio está Luis esperándome. Me acerco a sus espaldas y toco su hombro. Se gira y me mira expectante… —¿Qué te dijo? ¿Nos dará otra oportunidad? —me pregunta mientras que caminamos rumbo al aula. —Sí. Luis parece sorprendido. No puede creer que el profesor, que al parecer es muy estricto, haya cedido a mi petición. —¿Cómo lo hiciste? —Le entregué mi nota médica. —Y le aseguré—: En verdad estuve enferma, Luis. —Lo sé, te creo es solo que es extraño. El semestre pasado un compañero enfermó de influenza y no le permitió exponer de nuevo, el equipo entero tuvo mala nota. —Supongo que lo he tomado en un buen momento. Ambos entramos al aula, tenemos, al parecer, una hora libre por lo que está medio vacía. Busco con la mirada si el lugar en el que hace unos días me senté está de nuevo desocupado. Lo está, pero Luis ya se encuentra sentado a un lado. Por lo que supongo esos serán nuestros sitios habituales. Así que resignándome a tenerlo de vecino voy hacia allá y me siento. David, el chico que lee y le gusta a Abigail, entra junto con los otros tres chicos de lo que no recuerdo su nombre, ellos toman asiento en la fila frente a mí y Luis. Ellos ríen y hablan del partido de futbol que se transmitió la noche anterior por televisión. Es un alivio para mí, ver que no intentan hablar conmigo, así que más tranquila saco mi cuaderno y comienzo a realizar una lista de tareas: Dejar solicitudes de empleo, ya que no me fiaba de que mi tío me empleara en uno de los restaurantes que administra pues mi madre no está muy a gusto con mi decisión de trabajar; ocuparme del lavado de ropa de las tres; planchar los uniformes de mi madre; obligar a Abigail a hacer las compras del supermercado… —¡Vaya que vida tan ocupada! El chico sentado frente a mí y que hasta hace unos minutos hablaba efusivamente de cómo, su portero favorito, había hecho un paradón, se encontraba ahora leyendo mi lista de tareas. Iba a responderle muy groseramente por inmiscuirse en mis asuntos cuando mi celular comienza a vibrar en el bolsillo de mi suéter. Ignoro al chico de ojos verdes y piel tostada y respondo sin mirar el contacto. —Hola. —Alondra no me cuelgues. Es Esteban, miro el identificador de llamadas y es un numero desconocido. —Esteban, estoy en clase. El chico de ojos verdes me mira y levanta las cejas. Ruedo los ojos. —Por favor, seré breve. Sé que no soy correspondido, pero no tenías porque ser conmigo de esa manera. Ante todo, eres mi mejor amiga y siempre lo serás, no importa qué pase mañana. —Lo sé, es solo que es difícil, solo quiero lo mejor para ti —digo lo último en un susurro. Esteban aguarda en silencio—. ¿Podemos hablar más tarde? —¿Cómo te está va en tu nueva escuela? —él insiste en no terminar la llamada. —Genial, soy la chica nerd del grupo. —¡La chica presumida! —el chico de ojos verdes grita. Entrecierro los ojos. Esteban ríe. —¿Los depredadores están al acecho? —No, en realidad, es inofensivo. —Y no miento el chico de ojos verdes está colocándose gloss transparente en los labios. Lo cual me sorprende, pues realmente no demostraba su verdadera sexualidad a una simple vista. Nunca lo hubiera imaginado. Luego, ojos verdes, comienza a coquetear con su amigo de al lado. —Bueno, ahora tienes a una mejor amiga —Esteban suelta una risa burlona. —¿Oye, chica es guapo tu novio? —pregunta mi nuevo supuesto mejor amiga. —No es mi novio. Es mi mejor amigo. —¿Es guapo? —Sí. —¿Me consideras guapo? —Esteban me pregunta. —Dile que me llamo Fernando —dice ojos verdes. —Dile tú. Le paso mi celular y me levanto para ir al sanitario antes de que el profesor llegue. —Dile a Esteban que me llame a la hora de siempre. Mientras voy saliendo del salón miro hacia Fernando, pero es Luis quien llama mi atención él está mirándome. Desvió la mirada y salgo a tomar un respiro. Mi corazón todavía late muy rápido por la sorpresa que me ha dado Esteban. Debí haber supuesto que un bloqueo a su número telefonico no lo detendría. Regreso justo a tiempo antes de que el profesor de matemáticas entre. Pero cuando llego a mi lugar… una chica de cabello rizado y piel morena está hablando con Luis y además, está sentada en mi lugar. —Vamos, Luis ya no estés molesto conmigo. ¿Quieres? ¡Bebé, por favor perdóname! Lo primero que viene a mi mente es que ni Juana fue tan rogona con Rogelio. —¡Oye, chica! ¿Este, sí es tu novio? —me pregunta Fernando enseñándome una foto de mi celular. —Ex… —respondo. La foto que está mirando fue la del cumpleaños de Rogelio, en el antro popular del centro de la ciudad de Guadalajara. Él está detrás de mí abrazándome cariñosamente y mordiendo mí lóbulo. La guardé porque sin quererlo Esteban fue captado en ese momento tropezando con un escalón, él llevaba el pastel de Rogelio en las manos. Recordarlo totalmente embarrado de pastel siempre sacaba una sonrisa, por lo que al ver la foto y recordar el momento sonreí. —Seguro no terminaron mal para sacarte esa sonrisa tan dulce y bonita. —En realidad, todo terminó muy mal, solo la he guardado porque Esteban está aquí —señalo a Esteban detrás de nosotros. —¡Oh, por Dios! ¡Tiró el pastel! Seguro lo hizo al propósito —dijo alegremente. —No, en verdad lo tiró porque estaba demasiado ebrio. Sin ningún pudor Fernando continúa mirando las fotos de mi galería. Miro a la chica que está susurrándole a Luis y que no se ha movido de mi lugar, aun sabiendo que me pertenece. —Disculpa, ¿me permites mi lugar? Ella me mira de arriba abajo, luego se pone de pie y le ordena a Luis con voz gangosa: —Llámame, bebé. Luis no responde, ni siquiera levanta la mirada de su cuaderno. Él está decorando un grafiti. El profesor en turno carece de autoridad por lo que todo aquí es un desastre, todos hablan y ríen sin poner atención a lo que el profesor intenta explicar, rendido, comienza a escribir en el pizarrón. —Tenemos que terminar el trabajo de Ciencias. ¿Tu casa o la mía? —me dice Luis. —No hay necesidad de hacerlo juntos, ocúpate de lo que te ha tocado y yo haré lo mío más tarde te enviaré por correo mis diapositivas para que unas el trabajo en una sola presentación solo dime que parámetros utilizarás. —¡Claro! Como la última vez que dijiste que lo harías. No, será mejor que lo hagamos juntos me llevo o me quedo con todo y lo traigo mañana para la exposición. No quise debatirle pues tenía razón, yo había fallado en parte porque nunca tuve la intención de hacer el trabajo en un principio. Ahora, sí iba a hacerlo, sin embargo, mi sentido del honor me dicta que debía ceder a sus demandas, por cómo casi le arruino su maravilloso promedio perfecto. —Tu casa —por ningún motivo lo llevaré a la mía. —Al termino de clases, vendré por ti. Me dice, de pronto guarda sus cosas y se va. —Está en el equipo de atletismo, pronto tendrán competencia por lo que, para él, entregar todos sus trabajos y mantener un buen promedio, es importante —Fernando me informa, al ver el desconcierto en mi rostro. —Claro. Para cuando terminan las clases, Luis ya ha terminado su entrenamiento y me espera de pie fuera del aula. Con un asentimiento y un silencio cómodo, entre los dos, caminamos fuera del plantel. —Disculpa, pero debo esperar a mi hermana —me detengo a un lado de la puerta y miro a todas artes buscando a Abigail. —No te preocupes, David me dijo que la invitará a comer un helado. —¡Oh! Entonces, solamente déjame enviarle un mensaje. Luis caminaba un paso por delante de mí, ya sea porque tenía una sacada grande o porque yo caminaba realmente lento. Después de la enfermedad estomacal que había sufrido por un par de días todavía me siento un poco débil. —¿Qué te parece si tomamos un taxi para ahorrarnos cuarenta minutos de camino? Asiento, llevaba el dinero suficiente como para compartir el gasto. Sentados en la parte trasera del coche demasiado juntos para mi gusto, todavía permanecemos en silencio. No conocía la ciudad así que me encontraba totalmente perdida a este punto. Cuando el taxi se detiene, Luis paga al conductor antes de salir del carro. Luego me tiende la mano para ayudarme a salir, sin embargo, no deseo comprometerme a nada por lo que le paso mi bolso de libros en la mano. Sin decir nada al respecto carga con ella un momento. Su casa estaba demasiado lejos de la escuela por lo que me hizo preguntarme, ¿Por qué asistía a allí si le quedaba lejos? Seguramente podía asistir a una más cercana o a una particular. Su casa era más grande que la de mi tía y a leguas gritaba a familia adinerada. Abre la puerta y me hace entrar. Nos encontramos reunidos en su habitación, al parecer, sus padres no se encuentran a esta hora del día y la joven del servicio desaparece una vez que él le dio indicaciones para que le prepara unos emparedados. —Lo siento, no te pregunté qué deseas comer. —No te preocupes, estoy bien. Las paredes de la habitación de Luis están pintadas de blanco y adornadas con diversos posters de sus bandas favoritas. Al darme cuenta de que él estaba esperando a que me siente o pregunte sobre en dónde comenzaríamos a trabajar le pregunto: —¿Y ahora? —Descansemos un poco, luego iremos al comedor donde haremos las diapositivas en mi laptop —dice y luego toma asiento en el piso justo en la parte alfombrada de su habitación. —Pensé que la idea de tomar un taxi era para ahorrar tiempo. —Sí lo fue, pero nunca comienzo algo con el estómago vacío. Me siento a su lado y saco un cuaderno y comienzo a anotar los temas de la exposición. —¿De dónde eres? —Para ser honesta siento que se ha tardado demasiado en abordar su interrogatorio que sé, lo ha estado carcomiendo. —¿Qué hizo tu novia para tenerte tan molesto? —le pregunto ignorando su pregunta. —Estaba saliendo con otro chico del último año al mismo tiempo que conmigo. —Guadalajara, no exactamente la ciudad sino de una localidad abandonada en medio de la nada. Ambos reímos. —De verdad tenían en tu escuela un proyector o solo lo dijiste para no parecer menos interesante. —Mi ex lo dejó caer para no exponer su tema, el cual no había hecho. —¿Por qué terminaste con tu ex? En este momento me pregunto si hablar mal de Rogelio cuando ya está muerto sería correcto. Tampoco deseaba mentir. —Ninguno de los dos quería de verdad una relación. Miento o tal vez no. La chica del servicio toca la puerta y Luis le concede el paso, ella trae en una bandeja emparedados y una jarra de agua fresca. Luis se pone de pie y la recibe y la joven sale enseguida. Luis se sienta y coloca entre los dos, la charola que le han traído. —Adelante —dice. Tomo uno de los emparedados y comienzo a masticar lentamente, no me había dado cuenta de que tenía hambre hasta que soy el primer mordisco.   Estamos terminando los últimos retoques de la exposición cuando los padres de Luis llegan. Su madre es alta y delgada y tiene el cabello rubio. Su padre es un hombre más bajo que su madre y tiene el cabello corto y n***o, también una sonrisa encantadora y dulce como su hijo. —¡Buenas noches! —¡Buenas noches! —respondo cohibida. —Les presento a Alondra ella es una nueva compañera de la escuela —Luis dice sin mirarlos y atento a lo que está haciendo en la computadora. Por fortuna, no estoy a su lado sino del otro lado de la mesa envolviendo en papel de colores los condones, que la chica del servicio nos hizo favor de ir a comprar, como si fueran un pequeño obsequio. Los pensamos dar al final de la exposición. Su padre se acerca y mira el pequeño trozo de papel atado a los ya están envueltos con la leyenda: «Sin gorrito no hay fiesta». —Mucho gusto señorita —dice el señor riendo por lo bajo, cuando mis mejillas se colorean por la vergüenza.   Cuando su madre sugiere que me quede a cenar con ellos, los rechazo amablemente, no tengo la intención de conocer ni entrometerme en la vida de Luis. —Te llevaré a tu casa —me dice Luis luego de que limpiamos nuestro desastre despejando el comedor. —Ya es muy tarde tomaré un taxi —pero él no me escucha y pide prestado el auto de su padre. No sabía que él era mayor de edad. Le indico donde vivo y cuando estamos arriba del auto el pone en GPS para recibir las instrucciones de la ruta más conveniente a mi casa. —¿Realmente sabes manejar? —le pregunto antes de que encendiera el auto. —Sí, solo me subo a las banquetas cuando giro la esquina, a veces se detiene el auto cuando paso el tope y… —¡Olvídalo, caminaré!   —Es una broma —dice alegremente. Durante el camino a mi casa, la suave música clásica nos acompaña, por lo que ninguno de los dos habla de nada. Cuando finalmente llegamos, él se toma el tiempo para salir del auto e intentar abrirme la puerta, pero al no esperar su acción de caballería me he bajado del coche sin esperarlo. Cuelgo mi mochila al hombro y le doy las gracias por traerme de vuelta. —Por favor, no faltes mañana —me pide suplicante. Y yo le sonrió. La puerta de la entrada de mi casa se abre, es mi madre con un semblante entre preocupado y sombrío. —¡Alondra! Son las once de la noche. ¿Por qué a esta hora? —Disculpe señora, soy Luis compañero de Alondra y estuvimos en mi casa preparando una exposición para mañana. Lamento si olvidamos avisarle que tardaríamos más de la cuenta, si hay algún problema, pero puede llamar a mi madre y preguntarle a qué hora hemos terminado. Luis intercede por mí, lo que me parece una tontería, realmente me siento ofendida por el reproche de mi madre. Me duele que ella piense que puedo ir por el mundo coqueteando con muchachos y jugando con ellos o peor aún, que soy capaz de jugar con sus sentimientos cuando no tengo futuro. —No muchacho, está bien. Te agradezco que hayas traído a mi hija de vuelta. —Gracias, Luis —le digo.  Doy medía vuelta y entro a la casa. Escucho a mi madre despedirse de Luis y luego entra detrás de mí. —¡Alondra! Me giro hacia ella molesta, dolida. —Ya lo escuchaste, estábamos haciendo un trabajo, nada malo ni comprometedor. Me duele que pienses que estoy perdiendo mi corto tiempo de vida contagiando a muchachos felices con largos y prometedores futuros —lo último lo digo entre lágrimas. Mi tía sale de la cocina con u delantal puesto y las manos mojadas, seguramente han terminado la cena. —No es eso, simplemente que has llegado muy tarde, no conocemos la ciudad, y yo no conozco a tus compañeros de clase. No es como si estuvieras con Esteban y, además, él te ha llamado más de siete veces. No le has respondido el celular y tampoco a tu hermana. —Abigail sabía con quién estaba y su amigo David, supongo que conoce la dirección de la casa de Luis o su teléfono. Olvidé subirle el volumen a mi celular luego de las clases. Y no lo he revisado porque estaba más preocupada en terminar hoy la dichosa exposición. —Pero tenías que… —Honestamente no sé de qué te quejas. Querías que hiciera mi vida normal, lo hago, salgo de casa a perder mi tiempo en hacer tareas y tú me reprochas como si hubiera cometido un pecado. —No me culpes por preocuparme por que son las once de la noche y no has llegado a casa. ¡Soy tu madre ese es mi trabajo! —¡Pues eres un fracaso! —la hiero, porque a veces la culpo, si ella fuera de la clase de madres prohibitivas y menos liberales, no me hubiera dicho «Anda ten sexo, no pasa nada mientras que no traigas otra boca que mantener». Entonces yo, temerosa, hubiera tenido un pensamiento de temor o prudencia antes de abrirle las piernas a Rogelio. Y tal vez y solo tal vez, él me hubiera dejado antes de la dichosa fiesta por ser una novia aburrida, antes de lanzarme a sus amigos como un bulto de carne del que se sentía satisfecho y empalagado. Ella me mira con horror y la dura verdad es que no siento remordimiento. —Alondra… —Fuiste permisiva, te preocupaste porque no llevara a tu mesa otra boca que mantener, pero olvidaste todo lo demás y aunque fue mi decisión y mi culpa, en su mayoría, tú también tienes tu grado de culpabilidad. Y no es justo que me mires como alguien que no tiene conciencia de sus actos, no es justo que pienses que sería capaz de hacerle daño a alguien. No lo hice con el chico que me ha amado de verdad desde que era un niño, no comenzaré con un chico que no tiene ni una idea de nada. Doy media vuelta y paso de largo hacia las escaleras subo hasta azotea y entro a nuestro pequeño departamento, Abigail está haciendo tarea en la pequeña mesa de cuatro, levanta la vista y frunce el ceño. No le digo nada, camino hasta nuestra habitación y me encierro. Y por supuesto, no llamo ni respondo las llamadas de Esteban.            La exposición fue todo un éxito, la información que dimos fue la más completa de todas, y ¿cómo no? la tenía a la mano y vivía con las consecuencias a diario. —Alondra, hoy habrá una fiesta, estás invitada, por supuesto, pero necesito a alguien que me acompañe a comprar algunas cosas, estos jóvenes no pueden y eres mi única esperanza… —Fernando me mira suplicante. —Y es esa la verdadera razón por la que me has invitado, ¿verdad? —¡Claro que no! —Lo siento, mi madre y yo discutimos porque llegue ayer a casa muy tarde, no quiero otra discusión hoy, y no puedo llamarla para avisarle que iré a una fiesta porque no le hablo. Luis que estaba jugando con su celular levanta la vista hacia mí. —¡Creí que se calmaría con mi explicación! —exclama. —¡Olvídalo, Luis! La discusión no fue por eso. —Fue porque tu amigo estuvo llamándote, ¿no? —me dice Fernando, lo que me hace levantar la vista de mi lista de deberes, los cuales nunca hago porque soy pésima con el orden—. Ayer me llamó preguntando por ti. Le dije que lo último que supe de ti era que irías a casa de Luis a hacer una tarea. Me pareció tan tierno que, aunque está lejos, todavía se preocupa por ti y te cuida. —¿Por eso me llamaste anoche? —Luis le pregunta a Fernando. —Sí, me envió de espía. —¡Vaya! ¡Qué rápido cambia tu lealtad, y por un completo desconocido! ¡Nada más que eso! —¡Oye no es un desconocido, somos amigos en f*******:! Abro los ojos enormemente, Esteban se había hecho amigo de Fernando solo para estar al tanto de mí… —Lo que hace ese chico no es tierno, ni romántico. Es obsesivo, patético y muy enfermo. ¡Por Dios! Es como si estuviera vigilándola y celándola. —Luis reprende a Fernando y luego me mira a mí—: ¿Segura que solamente es o era tu amigo? Porque si es así, comenzaría a preguntarme si acaso él está bien de sus facultades mentales.   
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