Estoy en casa lavando la ropa, decidí no ir a la fiesta de Fernando, porque eso hubiera significado hablar con mi madre. Abigail tampoco asistió y para mí, era evidente que sí quería ir. Así que Abigail permanece encerrada en nuestra habitación, no ha querido hablar conmigo desde que llegamos y para ser honesta yo tampoco quiero hacerlo ni escuchar sus lamentos. Termino de hacer el tendido y regreso dentro de la casa, allí se encuentra David sentado en el sofá con mi hermana platicando.
—Buenas noches, Alondra —me saluda cuando me ve entrar.
Paro en seco mis pasos y lo miro a la cara, luego a Abigail.
—¿Qué haces aquí?
Mi hermana salta de inmediato a defenderlo como si él lo necesitara.
—Oye, vino a verme. ¿Podrías ser menos grosera?
Quiero decirle que no podré. Sin embargo, guardo silencio.
—Sí, ya sé que vino a verte. Pero no es correcto que esté aquí.
David baja la mirada y se mantiene en silencio.
—¿Tú me estás diciendo a mí lo que es correcto?
—Abigail, esta no es nuestra casa, y él ha tenido que cruzar la casa principal para llegar hasta acá. Y ni siquiera sabes si mi tía permite esta clase de visitas, así que es mejor que acompañes a tu amigo…
—¡Novio, él es mi novio! —me exclama.
—¡A tu novio, al que acabas de conocer hace unos días, a la puerta!
—No haré tal cosa.
Mi hermana de pronto está de pie frente a mí de manera retadora. Por lo que David se puso de pie también y nos detuvo:
—¡Chicas, tranquilas! No discutan, ya me iba, ¿por qué no me acompañas, Abigail?
Abigail lo mira a la cara y sus mejillas se tiñen de rosa, el enojo se le ha ido. Y ahora está avergonzada.
—Lo siento, por favor disculpa a la grosera que es mi hermana.
—No, ella tiene razón, tal vez deberías hablar con tu familia y preguntar si puedes recibir este tipo de visitas.
Él parece más sensato que ella y eso me parece bien.
Me paso de largo hasta la habitación, es evidente que él captó el mensaje mejor que mi hermana por lo que mi presencia ya no es necesaria.
Mi celular comienza a vibrar, veo la pantalla y al parecer es Esteban el número aparece como desconocido. Lo dejo sobre la cama y tomo el uniforme de trabajo de mi madre que he lavado esta tarde y que, además, ya está seco por lo que comienzo a plancharlo. Estoy por terminar de quitar las últimas arrugas cuando mi teléfono vibra solamente una vez, por lo que sé, es un mensaje.
«¿Qué te he hecho para que me ignores?».
Es Esteban.
Pero no respondo, no quiero hacerlo porque me sienta sola, o porque necesite un hombro para llorar, peor aún sería si lo hiciera por la necesidad de su cariño incondicional. Esteban me amaba de una manera tan única y excepcional por lo que no podía seguir con él. Sería alargar su agonía o su obsesión, como decía Luis.
Termino el planchado y luego voy a la cocina, busco en el refrigerador el bote de leche, y me sirvo en un vaso. Esa es mi cena, leche con un par de píldoras. Apago la luz de la cocina y me voy a la cama, no quiero ver a mi madre cuando llegue y no quiero discutir con Abigail luego de que regrese.
El sábado por la mañana mi madre me levanta para decirme lo que debo comprar para él día. Me pide que ayude a mi tía con la limpieza de los patios de la casa. No sé por qué Abigail no ayudará, hasta que mi madre menciona que tiene que ir al museo y, ya que no me dijo que fuera con ella, supongo que será acompañada por David.
Al terminar de realizar mis deberes, me recuesto en la cama para pasar la tarde; pongo música clásica para escucharla mientras leo. Sin embargo, me veo interrumpida con otro mensaje, en esta ocasión de Luis.
«Hola, ¿has hecho ya las ecuaciones de mate?».
Golpeo mi frente con el libro que tengo en las manos.
«No, soy un asco en mate».
«Igual, ¿podemos comparar resultados cuando termines?».
«Ni siquiera sé cómo empezarlos. No los entregaré».
«Ja ja ja, tal vez si le pedimos a Fernando una clase exprés podamos salir del apuro. No puedo bajar mi promedio o mi padre me quitará el coche los únicos días que puedo tocarlo, los fines de semana».
«¿Fernando es bueno en mate?».
«Así como lo ves… es el mejor de la clase».
«Ok, hagámoslo por el bien de tu vanidad».
«Voy a llamarlo».
Dos horas más tarde estamos reuniéndonos en casa de Fernando, le he enviado un mensaje a mi madre para avisarle en donde estaré y porque, además le envío mi ubicación y los teléfonos móviles de Luis y Fernando. Lo cual es una completa exageración y un sarcasmo de mi parte. Ella solo me envía como respuesta un «Ok».
Resulta que Fernando es un buen maestro, excelente diría yo, con gran paciencia me ha explicado los ejercicios y como nunca antes los he podido resolver sin ningún problema. Y cuando terminamos de hacer la tarea, nos invita a comer. Es lindo verlo cocinar, aunque, le intentamos ayudar, él no lo permite. La comida es deliciosa nos ha hecho filete con papas fritas, ensalada y crema de espinacas.
Y mientras comemos Fernando me platica su historia, Luis simplemente se mantiene asintiendo en las partes que conoce y ríe en otras. Pero nunca interrumpe a Fernando, quién también resulta un buen orador. Lo que me hace pensar que le encanta estar bajo los reflectores. Vive con su madre, su padre los abandonó cuando se enteró de sus preferencias sexuales, eso había sido cuando él tenía catorce y lo descubrió con su supuesto mejor amigo, tomado de la mano y a punto de besarse a la vuelta de la esquina de su casa, a Fernando no le había quedado otra alternativa que aceptar su sexualidad y confesárselo a sus padres.
—Y como mi madre me acepta y apoya, mi padre dejó a mi madre. No le guardo rencor, sin emargo, si le tengo mucho sentimiento como de dolor, ¿me entiendes? —me dice con la voz amortiguada y los ojos brillosos.
Tomo su mano izquierda que descansa sobre la mesa a mi lado y le doy un apretón de reconocimiento por su valor de luchar por quien es.
—¿Te sientes traicionado? —le pregunto.
—Sí. Podría decirse que sí.
Conozco su sentimiento, la discriminación por ser distinto o tener cierta condición por parte de las personas a las que has conocido toda tu vida y compartido un millón de experiencias, duele, no solo en el corazón, también en el alma.
—¿Y cuál es tu historia, Alondra? —me pregunta él después de soltar un largo suspiro. Yo niego con la cabeza y chasqueo la lengua.
—¿Cuál es la de Luis? —cuestiono al susodicho a mi lado.
—La mía es simple. No tengo una familia disfuncional, sí, una ex infiel, pero ya la he superado. Supongo que no estaba lo suficientemente enamorado. Y… Lo siento, creo que ese es todo el drama de mi vida. Ahora suelta la tuya, Alondra.
—Sí, Alondra. Muero de ganas por saber. ¿Por qué se trasladaron a la ciudad?
—¿No te lo ha dicho Esteban? —pregunto de vuelta.
—No, nena. No únicamente hablamos de ti.
Los tres reímos porque sabemos que está mintiendo.
Luis me arroja su servilleta a la cara y me dice sonriente:
—Anda, dinos ya. ¿A quién asesinaste?
Miro a ambos, realmente no sé que podría decirles para mantenerlos tranquilos y no inquietos preguntándome.
—Mi novio y yo acabábamos de terminar cuando él se suicidó y… entré en depresión.
Dicen que cuando uno miente debe hacerlo con verdades a medias.
—¡Oh! Ahora entiendo la preocupación de tu amigo —dice Fernando con una mano en el pecho.
—¿Por qué lo hizo? —Luis me cuestiona, él tiene el ceño fruncido.
—Nadie lo sabe.
El lunes por la mañana David está esperando a Abigail en la entrada del metro, ella está feliz por eso. El sábado, llegó a la casa luego del museo con un enorme peluche en forma de oso, que David le había comprado camino a casa. Se veía muy ilusionada y su alegría llena de luz, contagió y cambió el humor de mi madre. Por lo que el domingo, ella me llamó para platicar dentro de su habitación.
Me pidió disculpas por su desatención y exceso de confianza, me dijo que no había sido mi culpa que me involucrara con un muchacho que no tenía ningún escrúpulo para prestar a su novia a sus amigos; me dijo que ella es quien falló, al no prestarme atención y no haberme aconsejado mejor. Fue entonces que me di cuenta de que en realidad ella se achacaba toda la culpa por mi situación, yo fui muy cruel con ella. Y lo único que pude hacer por mi madre en ese momento, en el que estaba llorando como nunca lo hizo, o al menos, nunca la vi que lo hiciera ni siquiera tras la muerte de mi padre, fue abrazarla y acariciar su cabello como hacía con nosotras cuando nos daba consuelo. Acepté su culpa, pero también qué es una humana que no nació sabiendo ser madre y que, así como yo me equivoqué, ella también tenía derecho a equivocarse e intentar estar a mi lado para sostenerme y ayudarme a continuar.
Así que una vez que el contenido de la caja de pandora fue expuesto, admirado y valorado, lo devolvimos a la misma y cerramos para pasar la página; vivir y estar bien con las personas que amas es la mejor manera de pasar los últimos años de tu vida.
—¡Hola, Alondra! —David me saluda con una sonrisa en el rostro y mi hermana en sus brazos. Respondo con un asentimiento de cabeza y continúo bajando por las escaleras para entrar a la estación, dejando un momento a los tortolitos.
Sé que intenta llevar la fiesta en paz conmigo, y no es que no me simpatice. Se nota que es un buen chico con sanas intenciones; pues hasta le había pedido permiso a mi madre para salir con Abigail, por eso de que es un año y medio mayor y pronto cumpliría la mayoría de edad. Es únicamente que, no puedo dejar de preguntarme, qué pasaría si él se enterara de mi enfermedad, ¿rechazaría a Abigail?, ¿se lo diría a toda la escuela y entonces tendríamos que cambiarnos de residencia nuevamente?
Ellos me alcanzan en el andén. Ahora ya no es tan difícil abordar el tren, pues le hemos encontrado la maña. Y hoy contamos con la fuerza de David para empujarnos adentro a la fuerza. Abigail y yo nos reímos cuando nos miramos a la cara dentro de la lata de sardinas que era el vagón, recordando nuestra odisea el primer día. David pregunta inocentemente qué pasa, y nuevamente Abigail se entretiene narrándole nuestro primer viaje en metro.
A las once de la mañana obtengo mi primera nota perfecta en matemáticas en toda vida desde que tengo uso de razón. No es la calificación de un examen, es una simple tarea. Sin embargo, me siento orgullosa, triste, y feliz al mismo tiempo. Entonces comienzo a reír, primero se forma una pequeña sonrisa en mis labios, luego comienza a crecer hasta convertirse en una carcajada limpia.
Los chicos me miran, Fernando, Luis, David; y me da más risa, ellos están sentados a mi alrededor. Mi lugar es una esquina, Fernando al frente, David en la segunda fila a su izquierda, Luis a mi izquierda detrás de David, a mis espaldas está la pared al igual que a la derecha. Entonces parecen ser un fuerte seguro. No puedo evitarlo y rio tanto que me duele el estómago y me retuerzo en la silla. Ellos me miran anonadados.
—¿Qué te pasa, nena? Cuéntame el chiste —dice Fernando. Pero no puedo parar de reír, ahora de tristeza, me siento tan desolada.
Por todo, por Abigail y David, al verlos me doy cuenta de lo que he perdido, la oportunidad de disfrutar las mieles de la juventud, he perdido la oportunidad de sufrir un corazón roto por un mal amor, porque la noticia de mi enfermedad opacó la mala conducta de Rogelio, lloro por las oportunidades que he perdido. No me casaré, no tendré familia, ni envejeceré, mi madre me enterrará y no yo a ella como lo marca la ley de la vida. Mi hermana se quedará sola al final y no sé si tendrá a un David en ese momento de su vida.
Fernando está abrazándome mientras lloro. Sus brazos me sostienen y su pecho guarda mis lamentos.
—¡Tranquila, nena! Estarás bien —me susurra con ternura. Me recuerda a Esteban.
Me doy cuenta de cuánto extraño a mi amigo, he intentado no ser egoísta, no hablarle cuando mis dedos se queman de deseo para marcar su número. No quiero que lloré por mí, no quiero ser su amor imposible por el que pierda un millón de oportunidades. Pero la realidad es que lo necesito, porque me conoce, es el árbol que me brinda sombra cuando la luz es cegadora, cuando estoy sedienta de cariño y comprensión, es el que me brinda paz y fuerza. Lloro por él.
—¿Qué le pasa? —escucho a la profesora de filosofía preguntar a los chicos.
—Creo que tiene una crisis nerviosa —dice Fernando.
—Llamaré a su hermana —Davidse ofrece de inmediato.
—¿Fernando puedes ayudarla salir del salón?, tal vez necesita un poco de aire —dice la profesora urgida por continuar con su clase.
Fernando me ayuda a salir. No puedo dejar de llorar. Luis también sale detrás de nosotros, diciendo que irá a buscarme agua. Vamos al jardín detrás de los edificios. Me dejo caer al piso y sigo llorando. Luis sujeta una de mis manos.
—Si no dejas de llorar llamaré a Esteban —me amenaza Fernando—. Llevas tanta tristeza en esas lágrimas que me la has contagiado.
—¡Cállate, tonto! Déjala llorar, es lo que necesita —lo regaña Luis y luego me arrebata de los brazos de Fernando.
Luis huele a Armani, su perfume parece tranquilizarme. Por lo que entierro mi rostro un poco más a su pecho. Mi hermana nos encuentra todavía sentados en el pasto viene con David a su lado.
—¿Estás bien?
—Sí, solo tuve una maldita crisis —le respondo con voz gangosa mientras limpio mi nariz.
—¿Quieres que nos vayamos a casa? —me ofrece mi hermana, pero noto su tono de voz y sé que cada palabra le ha pesado demasiado. Ella quiere quedarse en la escuela, con sus nuevos amigos y su nuevo novio.
No la culpo.
Niego con la cabeza y comienzo a levantarme.
—No te preocupes, puedo llegar a casa yo sola.
Ella asiente, un poco dudosa y con una mirada de arrepentimiento. Sabe que la descubrí.
—Yo la acompañaré, además sociales me aburre y hace mucho que no me voy de pinta —Luis se coloca a mi lado y me empuja ligeramente alejándome de mi hermana—. Vayamos por nuestras cosas.
Durante el trayecto a mi casa él no me hace preguntas, ni me trata como a alguien que tiene que ser ayudado, no me abraza ni me toca. Y se lo agradezco mentalmente porque sería incómodo y vergonzoso. No me ha pedido que tomemos un taxi o autobús para llegar a la estación del metro, vamos a pie. Ambos sabemos o estamos de acuerdo, mentalmente, en que tal vez caminar me despejará la mente.
Y cuando vamos dentro del metro me siento aliviada, un gran peso se me ha quitado de encima. El haber vaciado la carga emocional fue de utilidad, después de todo.
Cuando estamos por llegar a mi casa, Luis al fin me pregunta.
—¿Ya quieres llegar o te gustaría que fuéramos a tomar un café?
Lo miro, no me había dado cuenta del tipo de ropa que llevaba puesta, unos Jeans negros, playera verde militar, lleva puestas unas botas de marca, y su mochila es de color rojo, no se ve sucia, como suele llevarla Esteban. Su cabello bien peinado y siempre parece pulcramente limpio, sin inicios de barba.
—Creo que algo de cafeína me caería bien —le respondo.
Vamos a un café cercano a tan solo tres calles de mi casa.
El café es un establecimiento pequeño, con pocas mesas dentro y una bonita terraza en la segunda planta. Decidimos sentarnos en la terraza. Él ordena su café y yo el mío y luego de que la mesera se retira, seguimos en silencio.
Luis, está mirando pasar a la gente de la acera de enfrente. Él tiene un bonito perfil, no tan perfecto, pero tampoco feo. Es de orejas pequeñas y tiene una cicatriz a penas visible en la barbilla del lado izquierdo. Afortunadamente, las bebidas calientes llegan cuando he terminado mi escrutinio.
—¿Quién toma café caliente a la una de la tarde bajo el sol? —le preguntó luego de darle un sorbo. Él me mira por fin y responde.
—Dicen que en los países árabes y obviamente tú y yo.
Sonrío.
—Gracias, no tenías que acompañarme.
—No importa. Realmente quería librarme de las clases.
—¿Qué harás llegando a tu casa? —le pregunto con sincero interés. ¿Qué hacía él en sus tiempos libres?
—Pues… Tal vez jugar un poco de PlayStation, hacer la tarea… No sé, a lo mejor dormir un poco. Y ¿tú?
—Hablaré con Esteban.
Luis endereza su espalda y levanta ligeramente la barbilla.
—¿Por eso llorabas? ¿Te enojaste con tu amigo?
Muerdo mi labio inferior y bajo la mirada…
—No, es solo que…
—¿Qué?
Él se recarga en la mesa inclinándose un poco hacia mí para intentar escuchar mejor mis susurros.
—Está enamorado de mí.
—¿Lo sospechas o realmente te lo dijo?
—Me lo dijo. Y yo no quiero hacerle ilusiones. Ni daño. Pero lo extraño mucho —lo confieso al fin.
—Bueno, sí de verdad te quiere a él no le importará guardarse sus sentimientos por ti, si no quieres saber de ellos.
—¿Crees que debería volver a hablarle?
—Sí de verdad es tu mejor amigo eso es lo que él será para ti. Pienso que tus dudas son innecesarias.
—Hace unos días dudaste de su salud mental.
—¡Quien se enamora, pierde la cordura, Alondra!
Él me hace sonreír. Ahora más tranquila bebo de mi café. No volvemos a entablar conversación, sin embargo, no importa. El silencio era reconfortante. Más tarde me acompaña a casa y solo se despide con un asentimiento de cabeza.
«Lo siento».
Le escribo a Esteban una vez estoy en mi recámara. Luego, me cambio de ropa.
«Te extrañé, no vuelvas a hacer eso».
Sonrío.
«Nunca más».
«Háblame de tu vida allá».
Y es así que Esteban y yo volvemos a ser amigos.
Más tarde, por la noche, mi hermana no le comenta a mi madre sobre mi episodio, se lo agradezco en silencio. Ya no quiero preocuparla. Abigail le dice a mi madre que pronto será el cumpleaños de David y le organizará una fiesta sorpresa con la ayuda de sus amigos.
Por supuesto yo no sé nada de esa dichosa fiesta, pero mi hermana ya me ha contemplado para ayudarle con los preparativos.