Hoy es el primer día de clases y ya tengo ganas de faltar. Mi madre había decidido que nos quedaríamos en la escuela más cercana a la casa de mi tía María, solamente tenemos que tomar un autobús a la estación del metro y hacer un recorrido de cuatro estaciones más. De ahí se puede llegar perfectamente a la escuela caminando.
Con lo que Abigail y yo no contamos es que el metro en un horario de las 6:30 am es casi imposible subirse a él. En el primer intento ni siquiera llegamos a las puertas, en el segundo intento me es imposible acercarme mientras que, Abigail, ha quedado atascada entre la puerta y el andén.
—¡Ayudame! —me grita asustada cuando no puede moverse para atrás o para adelante y el sonido de alarma del cierre de las puertas suena.
Intento hacer a un lado al tipo que se encuentra frente a mi para alcanzar a Abigail, pero su enorme cuerpo es como una roca inamovible. Finalmente, una mujer desde adentro la empuja hacia fuera nuevamente.
En el tercer intento únicamente nos quedamos mirando como otros se amontonan y se empujan para entrar al metro. Conforme más tarde se hace más gente llega. En el cuarto me decido a simplemente actuar como lo hacen los demás. Sin compasión, a empujones y groseras protestas. Tomo de la mano a Abigail, y cuando el metro llega solamente le doy una mirada de advertencia que dice: «A toda costa subimos a este».
El sudor resbala por mi frente, el aire me falta, ya ni siquiera sé si es porque aquí todo está demasiado apretado o porque alguien decidió no tomar un baño esta mañana y mi instinto de supervivencia ha decidido actuar no respirando. Al intentar bajar la gente que ha subido en la estación anterior nos empuja todavía más hacia adentro. A estás alturas tengo el deseo de gritar: ¡Ey a un lado tengo sida! Un hombre se compadece de nuestros fallidos intentos por querer salir así que simplemente nos deja pasar por delante de él.
La primera clase comenzaba a las 7:45 am y noto con pesar que no llegaremos. Corremos por las calles a toda prisa en un intento de llegar lo antes de que la segunda clase comience.
La escuela es más grande que la nuestra consta de dos edificios, Abigail, ve su horario y luego señala su edificio, le asiento. Caminamos hacia donde le ha tocado a ella.
—¿Qué haces? —me pregunta extrañada, pero no deja de caminar.
—Te acompaño.
Ella suelta una risita, nerviosa o tal vez de irritación, no lo spe necesito mirar sus rostro para saber cuales son sus sentimientos porque su risa de nerviosa y de irritada es la misma.
—¿Por qué?
—Solo quiero estar segura de donde estarás —le respondo sin mirarla, todavía.
—Mentirosa, vas a faltar.
Niego con la cabeza. Le señalo su aula, y le digo adiós con la mano.
—Nos vemos en la entrada luego de las clases —le ordeno antes de dar media vuelta para buscar mi salón.
Al llegar al otro edificio, me doy cuenta de que mi madre tenía razón, ninguno de los chicos aquí te mira, por lo que pasar desapercibido no será tan difícil y eso comienza a gustarme.
El profesor todavía se encuentra dando clase por lo que espero a que concluya para poder entrar. Mientras tanto observo como alumnos entran y salen de las aulas. Saco mi celular de mi mochila y rápidamente busco entre mis fotos algunas de mis antiguos compañeros. Todavía tengo una de Rogelio y yo, le he guardado porque era de cuando apenas comenzábamos a andar y él era todo lindo, así me recuerdo que las personas, o, al menos la mayoría es gente egoísta que no se tentará el corazón para hacerte daño con tal de obtener lo que quiere.
Paso la siguiente fotografía y allí esta Esteban, mi hermana y yo en una navidad hace dos años. Él está mirándome mientras que mi hermana y yo vemos hacia la cámara poniendo los labios como dice Esteban: «Labios de caballito de mar»…
Ese día se veía guapísimo, pero como amiga siempre buscaba la manera burlarme de su atuendo. Suspiro pesadamente antes de darme cuenta de que él profesor ya ha salido y que los alumnos ahora están saliendo para respirar un poco de aire antes de la siguiente clase. Espero paciente a que la profesora que ha llegado en menos de un minuto salude y ordene que todos entren al aula. Ella me mira un poco extrañada, supongo porque es extraño que alguien llegue a mediados de semestre.
—Profesora, mi nombre es Alondra y soy de nuevo ingreso —le informo entrando con ella al aula.
—Hola, Alondra. Soy tu profesora de Sociales… toma asiento en cualquier lugar.
Miro hacia donde mis compañeros están sentados, realmente nadie me mira y eso es un alivio, están más ocupados en prepararse para la clase. Veo al final del salón un asiento desocupado, y finalmente camino hacia allá. Tomo asiento y saco mi cuaderno y bolígrafo. La clase transcurre sin problemas. Y mientras la profesora habla, yo me siento aliviada y a la vez extraña de no encontrarme con las miradas de envidia o acusadoras de Juana. Me pregunto qué estará pasando con los demás chicos.
La siguiente clase que me toca es Ciencias de la salud, para mi maldita desgracia el tema son las enfermedades venéreas. En grupos de cinco debemos, debemos prepara una clase. Los chicos que ya se conoces obviamente se eligen entre sí por lo que quedo relegada a trabajar solo o a que el profesor decida integrarme a cualquiera de los grupos. Cuando el profesor se percata de que soy la única sin equipo, se acerca a mí.
—No te recuerdo, ¿eres nueva?
—Sí, profesor.
—Bien, bien. ¿No tienes equipo, ¿verdad?
Niego con la cabeza, el asiente y comienza a observar a cada equipo desde su posición cavilando en donde debe asignarme. De pronto, un chico toca la puerta del aula.
—Lo siento profe, estaba entrenando para la carrera del viernes.
El joven le muestra un papel que supongo es un permiso.
—Pasa Luis y ven acá —le ordena y luego se dirige a mi—. ¿Cuál es tu nombre?
Me pregunta, para anotarlo en su libreta.
—Alondra Olguín Escobedo.
—Alondra, Luis será tu compañero de equipo. Expondrán…
—Sida —le sugiero en voz alta. El profesor me mira y el chico que estaba ya a su lado también.
—Por mi está bien. Gracias por preguntar —dice el chico mirándome a los ojos el tiene una sonrisa divertida en los labios. El profesor rueda los ojos y niega con la cabeza.
—Ok. VIH será. Más vale que lo hagan bien.
Nos advierte y luego da media vuelta y se retira. El joven arrastra una butaca y se sienta frente a mi antes de presentarse.
—Hola, compañera. Me llamo Luis y ¿tú?
—Alondra.
—Mucho gusto Alondra. ¿De qué escuela vienes y por qué te has cambiado?
El joven que finge ser agradable y amable claramente se nota que tiene dobles intenciones. No le respondo, no quiero ser su amiga, solo quiero que termine la clase. Saco mi móvil y comienzo a buscar información del tema.
—¿Sabes dibujar? —le pregunto a cambio.
—¿Para qué?
—Para las imágenes.
El frunce el ceño.
—Utilizamos proyector para las exposiciones. ¿En tu escuela no tenían? —se burla.
El título de la exposición queda a medias al levantar mi mirada del cuaderno hacia él. El tono burlón no pasa desapercibido para mí. Sé que tengo un acento raro para los citadinos.
—¿Monterrey? —me pregunta con una sonrisa en la boca y apuntándome con el dedo índice, sabe que se ha equivocado, que ha sido ofensivo.
—Se descompuso y creo que a nadie le importo si se reponía o no—miento. Rogelio no quería exponer por lo que simplemente lo había dejado caer fingiendo que se había tropezado.
—Lo siento, no quise ofender haciéndote menos, ni nada.
—Te tocan las diapositivas.
El timbre que anuncia el final de la clase suena y yo he tenido suficiente por el día de hoy. Así que comienzo a guardar mis cosas, pienso en buscar a Abigail y decirle que vendré por ella al final de las clases.
—Oye y tú ¿qué harás?
—Te daré la información y conseguiré preservativos para todos.
Luis sonríe. Me levanto y rodeo su lugar.
—Todavía no terminan las clases.
No me interesa responderle. Así que me dirijo hacia la salida del aula sin mirar a nadie. Luis me alcanza y comienza a caminar a mi lado.
—Oye, aquí las cosas no funcionan así. Sí hago el trabajo de las diapositivas yo solo, el profesor pensará que solo uno de los dos trabajó y nos pondrá marca reprobatoria en la exposición, la cual equivale el 50% de la calificación final. Reprobaremos la materia.
—Dame tu correo, te enviaré la información haré mi parte y listo. Sí falta algo te encargas tú.
—Dame tu numero te marco y te lo mando.
Lo miro de arriba abajo, es un chico más alto que Esteban, pero más delgado, su cabello es rubio oscuro, y sus ojos era de un tono miel. Era atractivo. Le doy mi teléfono para que se marque así mismo.
—Te enviaré mi correo para que me envíes tu información. La exposición es en dos días.
—De acuerdo.
Doy media vuelta y me alejo del chico tonto. Le envío un mensaje a Abigail informándole que la veré en la puerta a las dos de la tarde. Salgo del plantel y camino hacia el metro, había visto esa mañana un parque camino a la escuela.
Cuando llego, saco mi teléfono y me veo tentada a llamar a Esteban, pudiera que no tengo su número registrado pero eso no significaba que no lo tuviera memorizado. Sin embargo no lo hago, marco a Alonso en su lugar.
—¿Alondra?
—Hola, ¿cómo estás?
—Bien, ¿y tú?
—Aquí extrañando mi hogar.
—Puff, Esteban me dijo que te fuiste sin despedirte de él.
—Sí, él iba a ponerse sentimental.
Alonso ríe.
—Sí, lo hizo. Estaba, como loco.
—Y ¿cómo está ahora?
—Lo superará.
Alonso y yo nunca fuimos amigos, éramos más como conocidos, y nuestro único lazo fue Rogelio, ahora, entre tanto que hemos pasado por la misma causa hemos entablado una ligera amistad. Tal vez estábamos demasiado solos. Platicamos de cosas del día y luego terminamos la llamada con un te llamaré pronto. Le encargo que Esteban no haga nada estúpido en mi ausencia y él promete cuidar de él.
Me tumbo en el césped para pasar el tiempo en espera de que Alondra salga de clases, y es una hora después cuando la alerta de una notificación llega a mi número. Es Luis, me ha enviado su correo, con emojis de caritas felices y un corazón. Lo que me hace pensar que realmente es un idiota, pero un idiota feliz.
A las dos de la tarde llego a la escuela y Abigail ya está esperándome en la puerta.
—Te saltaste las clases.
—Sí.
—Prometiste a mamá que estudiarías.
—Lo haré —respondo confiada.
El viaje de regreso es menos complicado, no hay muchos pasajeros en el metro por lo que hasta logramos sentarnos durante dos estaciones antes de llegar a la nuestra. No me había dado cuenta que del otro lado del vagón estaba Luis junto a otros chicos. Es cuando mi hermana y yo nos levantamos que me siento una mirada pesada sobre mí. Giro mi rostro a la izquierda y lo veo, recargado en la última puerta mirando hacia mí. Me guiña un ojo y vuelve a sonreír. Levanto una ceja y desvío mi mirada al frente.
Abigail se ha dado cuenta.
—¿Lo conoces?
—Por desgracia, sí. Es mi compañero de equipo para el trabajo de Ciencias de la salud.
—Su amigo es lindo. También él claro.
—El típico chico popular, ya tuve suficiente de esos.
—Sí. Tienes razón pero su amigo lee.
Llegamos a nuestra estación, y bajamos del vagón tranquilamente. Los gritos de los amigos de Luis se escuchan detrás de nosotras a unos metros de distancia, ella y yo nos hacemos una seña. Abigail es quien medio gira su rostro para ver por el rabillo del ojo si son ellos u otros chicos.
—Son ellos.
Salimos fuera de la estación y caminamos a la parada del autobús, ellos también lo hacen.
—¿Es tu hermana? —Luis me pregunta, está detrás de mi, por lo que giro mi rostro para verlo a la cara antes de responder.
—Sí, ¿por?
—Mi amigo quiere conocerla —él señala al chico que lee libros. Miró a Abigail y asu vez ella también. Sé que el chico le ha gustado y ya he arruinado demasiado su vida. Se suponía que este cambio era para mejorar y llevar una vida lo más normal posible. Y una vida normal era actuar despreocupadamente con moderación, por supuesto.
—Abigail, te presento a Luis, un compañero de clase.
Y es así que terminamos en un parque mirando a los chicos jugar al baloncesto. Ninguno de ellos lo hacía como Rogelio, él realmente tenía un talento deportivo. Luis realiza alguno que otro movimiento que marca una diferencia con el equipo contrario. Y mientras que observo mi hermana está conociendo al chico que lee a dos gradas más arriba de mí.
El primer tiempo del partido concluye con el equipo de Luis ganando por un punto. Él y sus tres amigos se aproximan a donde me encuentro cuidando de sus cosas sin quererlo realmente, pero al esperar a Abigail me he visto obligada a convivir con ellos.
—¡Parece ser que nuestra porrista oficial viene con animo vivo y contagioso! —dice David un chico pelirojo con dientes chuecos y que parecía ser el más bromista de todos, siempre hablando sarcásticamente. Ni siquiera lo miro.
—Déjala en paz, a ella no le gusta el baloncesto —dice Luis. Me abstengo a responderle que ni siquiera me conoce para decirlo.
—¡Oh, vamos si es el mejor deporte del mundo! ¿Cómo puede no gustarle? —David se sienta a mi lado y me dice—: ¿Verdad, amiga, que te gusta el baloncesto?
—Sí me gusta, lo que no me gusta es cómo juega Luis, lo hace peor que un niño de seis. ¿Si quiera sabe mantener el balón en sus manos dos minutos sin que se la hayan arrebatado?
Sus amigos sueltan una carcajada burlona y yo miro a los chicos del equipo contrario.
—Sabía que no te agradaba, pero esto ya es demasiado.
Le miro un momento, no deseaba un novio porque para empezar no podía tenerlo, no quería un amigo que se encariñara conmigo como para confundir el amor fraternal con el del amor de pareja.
—No es nada personal simplemente no sabes jugar.
El tiempo de se termina y los chicos vuelve a jugar. En esta ocasión Luis, realiza más movimientos impresionantes, pero nada que el merezca mi atención o asombro.
Una llamada entra a mi teléfono, es mi tía María
—Alondra, es tarde ya y no han regresado a casa. Sucedió algo malo —Miro hacia Abigail que al percatarse mi mirada se despidió e David.
Llegamos a ca una hora después a la casa. Mi tía está sirviendo la cena a sus hijos, pero al vernos nos indica que tomemos asiento. Mi madre ha ido a una entrevista de trabajo.
—¿Cómo les fue en su nueva escuela?
—Muy bien, tía, gracias por preguntar —Abigail responde por ambas, no hay necesidad de que explique nada.
Mi madre llega poco después del anochecer con una buena noticia. Se había quedado con el puesto, de secretaria. Para celebrarlo, cenamos fuera.
A la mañana siguiente me encuentro vomitando la cena y sintiéndome terrible del estómago. La cena me había caído bastante mal. Por lo que no asistí a la escuela. Mi madre me había ordenado ir con el médico. Prometiéndole que iría más tarde volví a la cama u no desperté hasta que el sonido de las voces de varias personas, se escuchaban afuera de la habitación. Así que me levanto y abro un poco la puerta y encuentro a Abigail con los amigos de Luis conversando muy amenamente.
Me cambio de ropa y salgo de mi habitación.
—¡Alondra! —Luis me llama cuando me ve entrar a la estancia.
—Buenas tardes a todos pero necesito que salgan ahora mismo de esta casa.
Los chicos me miran sin poder creer que los esté corriendo.
—Alondra, ¿qué haces? —Abigail me pregunta apenada por haber corrido a sus invitados.
—Abigail, no es correcto que traigas a chicos a tu casa y más si es sin permiso de los dueños, en este caso mi tía o su esposo.
—Pero si no estamos haciendo nada malo.
—Sí pero apenas y los conocemos.
—Está bien, está bien, Alondra no te enojes con ella, nosotros insistimos para que nos invitara a beber agua. Pero si te estamos causando un problema Alondra nos iremos.
—Por favor —le piso.
Abigail me mira con odio. Sale detrás de sus nuevos amigos para conducirlos hasta la puerta. Suspiro de alivio al ver que finalmente, se han ido.
Al llegar Alondra me mira con reproche.
—Alondra, no tenemos permiso de traer chicos a casa y lo sabes.
—Como su nunca hubieras metido a Esteban hasta tu alcoba.
—Era nuestro amigo desde siempre.
Abigail se rinde finalmente tomando asiento a mi lado.
—Luis parecía preocupado cuando le dije porque no habías ido a la escuela.
—No sé porque, apenas y lo conozco. Creo que solo está jugando a algo. Ya sabes apuesta de chicos. Solo ten cuidado con el chico que lee.
—No todos los chicos son Rogelio.
—¿Y cómo para qué quiero su amistad?
Abigail se encoje de brazos.
Mi madre llega por fin de su primer día de trabajo y yo apenas he podido retener el agua. Me llama la atención por no haber ido al doctor y es lo único que puedo hacer. La escucho.
Al dia siguiente todavía estoy en cama. La doctora viene a verme a primera hora, me receta algunos medicamentos.
Me encuentro sentada en el sofá mirando la televisión cuando mi teléfono suena al ver la pantalla me percato de que es Luis, es entonces que recuerdo la exposición. Abro el mensaje y es Luis:
Le dije al profesar que estabas enferma y que por eso no presentarías la exposición. No le ha importado y nos ha puesto a ambos cero.