ESTEBAN

2980 Words
En el último mes me había sentido cansada y había perdido peso, diez kg en menos de dos semanas, la descompensación me había traído como consecuencia que me sintiera así. Ahora tenía que tomar más medicamentos. Tal vez era la presión que tenía porque el examen de admisión a la universidad se acercaba y estaba aterrada, porque si lograba obtener un lugar en la escuela, tendría que seguir adelante con mi vida y eso también me aterraba. Todavía no sé qué es lo que deseo hacer en mi vida o cuál es el sueño que quiero cumplir antes de morir. No, no he escrito nada en mi hoja de deseos por cumplir. Sin embargo, Fernando nos ha hecho hacer alguna otra cosa que según él debo vivir. Como acampar en medio de la nada, salir a bailar a un antro gay, visitar algunos lugares arqueológicos, cenar en un restaurante super elegantísimo, hasta me llevo en limosina. Sí, Fernando fue mi galan por esa noche, casi romántica. Él era un amigo genial. Supongo que era algo tonto, pero me quiere y desea lo mejor para mí. En cuanto a Luis, todavía me mira con ojos de cachorro a medio morir; pero ya no insiste en una reconciliación. Hoy es el bautismo del hijo de una compañera de trabajo de mi madre y ella ha invitado a varios compañeros de trabajo incluyéndola a ella. Pero yo no me siento tan bien para salir. —¿Alondra, ya estás lista? —mi madre entra a mi habitación cuando yo apenas estoy intentando ponerme un suéter. Suspiro, cansada y termino de ponerme la prenda antes de responder: —No, mamá. La verdad no tengo ganas de ir. Tengo mucho sueño —Ella se me acerca y me toca la frente. Me siento en la cama y cierro los ojos, la mano de mi madre se siente muy fresca. —Creo que tienes fiebre. ¿Te duele la garganta? —me hace una seña para que abra bien grande la boca. —No —respondo luego de que me examina. —¿El estómago? Me quedo pensando un poco antes de responder. —Anoche tenía un poco de malestar. —Haré una cita con tu doctor. —No mamá. No me siento tan mal. Solo estoy cansada. ¿Por qué no van tú y Abigail? —No, Alondra… Mamá, llama al médico si te da una cita para hoy no vas a esa fiesta y me llevas al doctor, pero si no te da cita entonces, quiero que vayas a esa fiesta y te diviertas. —Veremos. Mi madre llama al consultorio, pero no obtiene la cita para hoy, sino para el día siguiente. Cuando me informa que no iré al doctor, me quito la ropa que me había puesto y vuelvo a ponerme el pijama. Me acuesto en la cama antes de tomar algo para la fiebre. Aunque mi madre no quiere irse le digo que estaré bien. Cuando ellas se han ido, acomodo mi almohada, cierro los ojos y vuelvo a dormir. Cuando despierto mi madre está a mi alrededor, me siento sedienta y cansada. Ella me dice que sigo con tengo fiebre. Bebo un poco de té y vuelvo a dormir. Al siguiente día, el médico fue a mi casa, me ajusta el medicamento y me dice que estaré bien. Los chicos han venido a verme, pero no los recibo porque me siento indispuesta y yo solo deseo dormir. Al quinto día ya me siento bien, por lo que vuelvo a la escuela. —Te extrañe —me dice Fernando. —Yo también —le dije de vuelta abrazándolo. —¿Cómo te sientes? —Luis también me abraza. —Bien, gracias por preguntar. Por cierto, Luis… ¿Cómo te fue en la competencia? —le pregunto se supone que fue hace dos días. Él se había preparado muy duro para ganar. —Segundo lugar —responde torciendo los labios. —Bueno, supongo que en la siguiente podrás ser primer lugar. —Sí, bueno… renuncié. —Pero, ¿por qué? —Estoy en el equipo, porque mis padres así lo quisieron. No porque yo así lo decidiera. No me gusta el deporte. —Podrían darte una beca deportista —le dice Fernando. —No la necesito, mi padre puede costear cualquier escuela. Es solo que mi madre siempre ha presumido de su hijo modelo. —Creo que tu madre te ama seas modelo o no. Hasta te quería casar con Sandra. —No me lo recuerdes, Fernando. Reímos ante la broma. A la hora de la salida esperamos a que Abigail se una a nosotros cuando de pronto, alguien cubre mis ojos con las manos. Las manos son gruesas, las todo con las mías, conozco esas manos. Miles de veces ha sujetado las mías, miles de veces me han sostenido y ayudado a levantarme. Esas manos grandes y rasposas, de piel caliente y reconfortantes. Esas manos que hace unos meses me salvaron de cometer una locura son de Esteban. —¡Esteban! —¡No puede ser! ¿Cómo lo has sabido? —él me pregunta al mismo tiempo que me libera y yo doy medio giro para encontrarme con su pecho fornido, más fornido que el de Luis. No respondo a su pregunta. Lo único que hago es abrazarlo. No me había dado cuenta de cuánto lo había extrañado hasta este momento, entierro mi rostro en su pecho, como siempre lo hacia cuando me consolaba. Siento sus labios mi coronilla. Luego su voz en mi oído. —Alondra, Alondra, estoy aquí. Y siento como esa simple frase implica más, pero no sé lo que es. —¿Cuándo llegaste? —Está mañana. Nos soltamos y me mira con una gran sonrisa la cual le devuelvo. —¡Hola, Esteban! —Fernando se acerca a nosotros y lo saluda como si lo conociera desde siempre. Ambos de hecho se llevan muy bien. Luis, tiene cara de pocos amigos, no se acerca para presentarlos, David se acerca y saluda a Esteban. —Abigail, habla mucho de ti. —Espero que lo haya hecho bien. Mi hermana que va llegando le grita y corre hacia él para abrazarlo. Y ya que ha terminado de saludar a mi hermana se gira para ver a Luis, su sonrisa se borra. No dice nada, pero su mirada lo dice todo. “No te quiero cerca de ella”. Lejos de que Luis, intente llevar las cosas en paz, levanta la ceja, como si estuviera retándolo, lo cual provoca la risa de Esteban. Era obvio que Esteban no tiene miedo. Es más alto y fornido que Luis. —Me voy. ¿Fernando te llevo? —dice Luis, con tono enojado. —Sí, claro —responde Fernando y luego se gira hacia Esteban—. No te irás pronto, ¿verdad? —le pregunta a Esteban. —No. Podemos vernos mañana. —Por supuesto. Llámame, Alondra. Le digo que sí, Fernando parecía deslumbrado con mi amigo. Luis se da media vuelta y comienza a caminar, Fernando al ver que estaba apunto de ser abandonado, dice adiós con la mano y corre detrás de Luis. —Vamos a casa. ¿Te estás hospedando en algún lugar? —mi hermana le pregunta. —No, en realidad pensé que podrías decirme de algún hotel —dice un con las mejillas sonrijadas—. Lo confieso de la terminal de autobuses, me vine directamente hacia acá. —No importa, te quedarás con nosotras. Nos vamos a casa trae tan solo una maleta. En el trayecto nos dice que ha venido porque presentará el examen de admisión este domingo. Al llegar a casa todo es gritos, risas. Cuando mamá llega a casa me doy cuenta de que ella sabía que él estaría unos días en la ciudad. Sólo que estaba guardando el secreto. Era una sorpresa y una muy buena. Por la tarde nos sentamos a ver peliculas, abrazados como siempre lo hacíamos. Era tan genial tenerlo a mi lado que, no quería que se fuera, nunca. A la hora de dormir le pase una de mis almohadas y le dimos una manta se quedó en la sala. Pero luego de dos horas de dar vueltas en mi cama, no puedo dormir. Así que voy al refrigerador y busco el envase de la leche. Cuando voy de regreso a la cama lo encuentro sentado en el sofá que sirve de cama y me hace una seña para que me siente a su lado. —No puedes dormir —afirma. —Sí. ¿Quiere? —Le ofrezco mi vaso con leche. Él niega, levanta las mantas y me mete dentro de ellas. Llevo su playera, la que robe una vez, me doy cuenta de mi error cuando él lo nota. Está serio mirándola. —¿Esa es mi playera? Rio, me tapo con un cojín el rostro, porque su cara de asombro e incredulidad es todo un poema. Me abraza y me recuesta con él en el sofá, nos cobija. Él está detrás de mí. Las piernas que tenía frías al verme levantado de la casa sin pantalón comienzan a calentarse. Él me pasa un pie encima. Estamos calientitos y el estar en sus brazos me provoca tranquilidad y seguridad por lo que pronto me quedo dormida. Por la mañana él ya nos ha preparado café para cuando nos levantamos. —¿Entonces… tú y Luis ya no están juntos? —No. Solo somos… amigos. —Amigos con derechos o simplemente amigos. Esteban y yo estamos en el techo del departamento acomodando la antena, después nos sentamos para mirar el panorama, pero en realidad era para tener un tiempo juntos a solas como amigos. —Sólo amigos. Del bolsillo de su chaqueta saca un paquete de dulces de leche, tradicionales de nuestro pueblo. Abre la bolsa y comenzamos a comerlos. —Disculpa mi insistencia, pero no crees que tal vez está esperando el momento para acercase a ti de nuevo. Ya sabes de otra manera. —No lo creo. Y si es así, se encontrara con la misma respuesta: No. —¡Es un imbécil! No puedo creer que te haya hecho esto. Casi le creí cuando Fernando y tú decían que sus sentimientos eran verdaderos. —Bueno, no eran tan profundos. Supongo. —Niño estúpido. Tanto que hizo y todo para que lo echara a perder con su calentura. —Sí. Lo bueno que fue ahora y no ya pasado mucho tiempo. Dolió menos. Todavía creía en que esa relación era una mala idea. Esteban me arrebata la bolsita de dulces y toma tres. El resto me los da. —¿Cuándo te irás? —El martes. —No quiero que te vayas. Quédate conmigo. —No lo dices enserio. Nunca me soportas más de un día. —Tal vez con la distancia he aprendido a valorarte. —Hoy por la noche tendrás ganas de echarme de tu casa. Me acercó más a él, por lo que él aprovecha para pasar su brazo por mis hombros y atraerme un poco más. —Nunca te querré lejos. —Si de verdad quieres que me quede, lo haré, Alondra. Puedo hacerlo. Nuestras iradas se encuentran y sé que es verdad. Es increíble lo fácil que podemos estar juntos, lo bien con entendemos y lo mucho que nos queremos. —Tengo miedo de pedírtelo. —¿Por qué? —me pregunta extrañado. —Porque sé que nunca me dejarás, porque eres a la única persona que le confiaría mi vida ciegamente. —Pero nunca me has confiado tu corazón. Y eso duele. —Y aun cuando te duele, si te lo pido… sé que te quedarás. Por eso tengo miedo. Porque te mantendría a mi lado por puro egoismo. No quiero hacerte daño. —Estar lejos de ti me hace más daño. Nunca te he pedido nada, Alondra. Solo que me dejes estar a tu lado. —Esteban… —Está bien, ¿puedo pedir otra cosa? —¡Eres imposible! —¿Puedo? —Dime. —Déjame besarte aunque sea solo una vez. —Esteban. —Por favor, no hay nada en este mundo que no quiera más que besarte. Y sería tan fácil estrecharte entre mis brazos y robarte el beso, pero no quiero robartelo. Quiero tu consentimiento aunque luego hagamos como si nunca sucedió. Podría moriri tranquilo en cualquier momento si haces mi sueño realidad. —¿Por qué querrías un beso mio? Ya me has dado uno. —Sí pero no vale. Porque tu no sabías lo mucho que siento por ti. Y lo quiero porque toda mi vida he soñado con besarte así. Bajo el cielo azul y un brillante sol. Porque eres la luz que da felicidad a mi vida. Porque sé que si me voy ahora y resulta que enfermas y mueres y yo no alcanzo a verte, moriré de tristeza y pensaré.Y pensaré: ¿Porque nunca la besé.? ¿Puedes hacer eso por mi, Alondra? —Sí, creo que sí. ¿Ahora? —Bajo la luz del sol y un cielo azul brillante. Sí. Y lamo mis labios, Esteban toma mi rostro con ambas manos. Suelto una risa tonta. Estoy nerviosa, siento mariposas en el estómago. Nos acercamos un poco más, muy lentamente. Y cuando nuestros labios se rozan la sonrisa en mis labios se desvanece. Espero un beso apasionado sin embargo lo que obtengo es un beso dulce lleno de tantos sentimientos. No es profundo. Cuando se aleja todavía estoy temblando, pero mi corazón está lleno y me doy cuenta de que yo también lo amo, de una manera pura, de una forma inocente. Él es mi primer verdadero amor. ahora me doy cuenta. Es ese amor infantil que te llena el corazón de un montón de sentimientos raros y que no aceptas porque te da vergüenza entonces eso que te provoca se disfraza de camarería, de amistad. Pero que al final es intenso y dulce, es apasionado e infantil. Lo abrazo y lo hago más fuerte que nunca. Él se acerca a mi oído y me susurra. —Te amo. Y no puedo evitarlo, le digo la verdad. Después del beso, nos miramos a los ojos. Y sabemos que estaremos bien. Él rompe la magia acercándome de nuevo a su pecho, donde me da un beso en la coronilla. Y con eso me toma de la mano y me arrastra a las escaleras. Mamá ha preparado el almuerzo. Pero apenas me siento mi tía nos dice que Fernando está abajo con David. Abigail baja por ellos. Mi madre está apunto de levantarse y prepara más comida para los chicos, pero es Esteban quien dice que él cocinará. —¡Oh! No hagas eso Esteban o Fernando quedará prendado de ti, irremediablemente. Le gusta cocinar. Fernando se quedo quieto y regreso sus pasos hasta su silla junto a mí. En ese momento Abigail llega con David, Fernando y Luis. Algo que me sorprende. Mi madre me mira y yo niego con la cabeza. Mi respuesta es: “No sé”. Mi mamá no le dice nada a Luis, pues con la noticia de que esteban había golpeado a Alonso por defender a Ofelia no quería que él de nuevo se metiera en problemas por mí. Así que se guarda sus pensamientos en cuanto a Luis por el momento. —¡Buenos días! —Los chicos saludan a mi madre luego a Esteban y por último a mí, incluso Luis saluda a Esteban. No sé si realmente lo hace por su buena educación, aunque ayer no lo hizo o fue por mi madre. Se sientan a la mesa, aunque quedamos apretados. Esteban, se enfrasca en una platica con Fernando mientras que Luis me sonríe del otro lado de la mesa. Por alguna razón estoy nerviosa y me sonrojo por su atención, pero no es porque él me cause sensaciones bonitas, sino porque siento que él está coqueteando conmigo mientras que estoy con Esteban a un lado solo para darle celos, provocarle o que se yo. Me sonrojo porque no quiero que Esteban piense que realmente sigo saliendo con Luis. Esteban no mira en su dirección tampoco en el mío. Lo que hace es mantener la mirada en Fernando, y de alguna manera desvía un segundo esa mirada para mirar mi mano al lado de la suya en la mesa y entonces la toma. Su mano encierra la mía. Sé que él ha sentido mi incomodidad por eso ha buscado mi mano. Con eso él me dice, sin palabras como siempre lo hace que “todo estará bien”. Esteban no le seguirá el juego a Luis, no solo me da la seguridad con ese gesto que no pasa desapercibido para nadie, también porque es más maduro que Luis y no le gustan las medias tintas. Es directo si tiene algo que decir y si no tiene palabras para hacerlo en voz alta simplemente no dirá nada. Me toma de la mano como ya dije antes la esconde de la vista de todos por debajo de la mesa. Eso es suficiente para decir que nuestra amistad no es de la incumbencia de nadie. No le importa pelear a la chica que le gusta con otro pretendiente porque sabe que no hay nada que pelear. Lo nuestro es nuestro y Luis puede irse al diablo. Cuando terminamos el almuerzo, decidimos ir a dar una vuelta Fernando quiere que visitemos la ciudad. Al final quedamos que por la noche iríamos a bailar. —¡Fernando, somos menores de edad! —mi hermana está enojada porque realmente no pasaría como mayor, aunque se pusiera tacones y mucho maquillaje. —No te preocupes, linda. El chico de la entrada es mi amigo. Fernando le pidió permiso a mi madre. Ella para asombro de todos confiaba en él. Esa noche iríamos a bailar.
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