NO CORRESPONDIDO

3811 Words
Son las seis de la tarde cuando Esteban entra a mi habitación, como lo prometió, ha vuelto para ayudarme con los trabajos escolares. Apenas levanto la mirada del computador para observarle entrar con su viejo y sucio morral. Todavía no puedo creer lo que Abigail me había dicho esta mañana. Esteban no podía estar enamorado de mí. Nos conocemos desde el prescolar. Él era el niño que solía jalarme las trenzas. En la primaria se burlaba de mí por no poderme aprender las tablas de multiplicar. En la secundaria nos burlábamos de nuestro acné y cuando tuve mi primer período saliendo de la escuela secundaria, él fue quien me avisó que había manchado mi falda y me prestó su suéter. Fue vergonzoso que, él chico que siempre me molestaba en la escuela y que en casa o en la calle jugaba con mi hermana y conmigo y no era tan malo, estuviera siendo amable y atento frente a sus amigos, e incluso, los había amenazado si decían algo al respecto. —Hola —me saluda sentándose en mi cama. —Te dije que no vinieras —mi tono ha sonado más grosero de lo que pretendía. Él deja las últimas hojas que he imprimido de mi trabajo de historia. Y luego me mira. Intento ignorarlo continuando con mi trabajo de teclear un montón de parafraseo. Pero él mantiene su mirada fija y eso me pone más sensible que nunca. —Abigail dice que estás enamorado de mí —lo escucho reír. Lo cual, me causa un alivio. Mis ojos buscan los suyos. Él está mirándome muy serio, como si nunca hubiera soltado una risa alegre y de burla hace unos momentos. Entonces me doy cuenta, él ha estado fingiendo ser mi amigo. —Esteban… —mi corazón late muy deprisa. Él se pone de pie y se acerca a mi escritorio. —¿Qué te falta? —Aunque su pregunta me desconcierta le respondo. —Todo. —Al parecer, era más fácil para ambos ignorar sus sentimientos hacia mí. No puedo creerlo, me niego a creerlo. ÉL toma mi libro de geografía y comienza a subrayar la lectura de la semana. Al poco rato, el silencio comienza ahogarnos por lo que él saca su celular y pone música. Le gusta la música clásica. Lo miro desde mi escritorio, donde se supone que estoy haciendo un resumen. Sin embargo, mis ojos lo buscan una y otra vez. Noto su cabello un poco húmedo, lo que me hace inhalar un poco más fuerte. Él se ha dado un baño antes de venir a mi casa. Su loción es suave, pero varonil. Es raro darse cuenta de lo acostumbrada que estoy a él que, su perfume, es como un eco en mis sentidos. Sus manos son grandes y gruesas, su perfil no es perfecto, tiene una ligera inclinación en su nariz. Recuerdo que se la rompió en primero al pelearse con un chico de tercero, luego de un partido de americano. —¿Puedes dejar de mirarme? Parpadeo… —¿Qué? —Has estado mirándome como una boba desde hace cinco minutos. Solo olvídate de lo que esa loca de Abigail te dijo. —No es cierto —siento mi cara arder—. Solo estoy acomodando mis ideas y me he quedado mirando a la nada. No es mi culpa que estés frente a mí. Pero apesto a mentira y él lo sabe. Se pone en pie, deja todo a un lado y camina de nuevo a mi escritorio como lo hizo antes, pone sus manos sobre la mesa y se inclina para que su rostro, o, al menos, nuestros ojos se queden a la misma altura. Y lo sé, él lo va a decir, en voz alta y con su rico tono de voz ronco. Por lo que me pongo de pie cortando nuestro contacto visual. El viejo mueble nos separa. —¡No! —le medio grito. —Alondra… —¡Esteban! No… lo… hagas. Me pregunto ¿por qué no podía ver que si me confesaba sus sentimientos todo cambiaria entre los dos? —Te he amado desde siempre. Caigo sentada en la silla detrás de mí. Lo ha arruinado, todo lo ha arruinado. —¡Vete! —le ordeno con odio, lo cual no esperaba Esteban. Puedo ver el dolor en sus bonitos ojos dulces—. No te quiero. No de esa manera y no necesito que me quieras ni tu ni nadie. ¡Lárgate con tu madre! Y no vuelvas nunca más. Pero él no lo hace. Se queda de pie con su boca en una línea sus puños a los costados y con su mirada dolida. —¿Por qué? ¿Por qué nunca fui suficiente para ti? ¿Por qué nunca te fijaste en mí? Me echas de tu vida y, sin embargo, sabes que si te hubieras quedado conmigo no estarías en este problema. —No sé de qué hablas. Tu nunca me hablaste de tus sentimientos y lo siento Esteban, pero tampoco te vi de esa manera. Lo supe cuando nos besamos aquella vez. Eres como un hermano para mí. Ya deberías saberlo. —Eres tan tonta. No importa, la verdad es que no importa ya. Tu nunca me querrás de esa manera. Aunque sea la única persona que más te ame, ¿no es así? Y me duele el corazón. Porque lo que dice es verdad, no puedo amarlo y no porque sea algo imposible. Esteban es un joven apuesto, noble, de buenos y sanos sentimientos. Nunca se molesta a menos que de verdad la bomba estalle en sus narices como ahora. No puedo amarlo porque él no se merece a una chica con sida que no tiene nada que ofrecerle. Solo le causaría problemas y más dolor después. Mi silencio habla por mí y veo la decepción en su rostro. —Vete, Esteban. Esteban se da media vuelta y se marcha con toda su seguridad y fortaleza. Siento como una parte de mi alma se va con él. Y suelto a llorar. Mamá entra a mi habitación una hora después de que Esteban se ha ido. He guardado todo lo que me trajo. Y yo no me he movido de la silla, esta vez mirando hacia la ventana. —Alondra, es la hora de la cena —me habla suavemente. Ella está de pie detrás de mí. —No tengo hambre —le respondo con voz entrecortada y sorbiéndome la nariz. —Mañana tenemos la cita con la doctora Torres. —¿Cuándo nos iremos de aquí? —me giro para verla a la cara y es cuando nota que he estado llorando, pero a quien quiero engañar, ella ya lo sabía. —¡Alondra… hija! ¿Qué ha pasado? —Esteban me lo dijo. ¡Es un idiota! —me lamento. Mis manos cubren mi rostro en signo claro de desesperación. —¿Por qué es un idiota, Alondra? —No debió decirme nada. Ahora ya no podremos ser amigos. —¿De qué hablas? ¿Por qué? —¡De lo que él siente por mí, mama! —¡Alondra! El chico siempre te ha querido y nunca fue un problema, ¿por qué ahora sí lo es? —Porque yo lo sé y nunca podré corresponderle. Mi madre peina mis cabellos. —¿Te hubiera gustado corresponder? —No, yo no lo quiero, no lo veo de esa manera. —¿Entonces? —No quiero que sufra viéndome convertirme en una carga para ti. No quiero que pase sus días a mi lado cuando podría ir con sus amigos a fiestas y no sé tal vez conocer a una chica bonita. ¿No te das cuenta de que mi presencia en su vida no le ayuda en nada? La gente nos mira horrible. ¿Y si piensan que él fue o es algo más que un amigo y lo tratan mal por mi culpa? Nunca me perdonaría que el fuera rechazado solo por ser mi amigo. Mira como rechazan a Abigail solo porque es mi hermana y respiro el mismo aire que ella en una habitación. —Pero no pensabas eso antes de que él te dijera que te ama, ¿no es así? —Mi novio se acaba de suicidar, tengo sida y… ¿quieres que tenga una relación con él? —No. No quiero que tengas una relación con él, Alondra. Sería injusto. —¡Exacto! No entiendo tu punto. —Lo que te estoy diciendo es que Esteban siempre te ha querido y está resignado a ser solo tu amigo. —Entonces, ¿por qué me lo dijo? —Porque no hay diferencia. Antes fue un amor platónico un amor dulce y puro, ahora es imposible. Él sabe que nunca lo amarás de esa manera, él sabe que tener algo más que una amistad contigo no llevará a nada. Nunca tendrían un noviazgo normal y sobre todo sabe que nunca lo arriesgarías. No quiero que le hagas daño, Alondra. Sin embargo, si te lo ha dicho es porque quiere que lo sepas. No quiere verte partir y luego arrepentirse porque nunca te dijo lo que sentía. —No quiero volver a verlo. Mi madre suspira pesadamente antes de darme la razón. —Tal vez sea lo mejor. —Cancela la cita con la doctora, será mejor ir cuando estemos con mi tía. —Tienes razón.   Ha pasado una semana desde que Esteban se fue de mi casa con el corazón roto. No ha habido llamadas telefónicas, ni visitas de su parte. Yo tampoco lo he buscado. No quiero volver a verlo, deseo con toda el alma que me olvide y que sea feliz. Me duele esto, sin embargo, sé que es lo mejor para él. No me había dado de lo mucho que mi amistad le estaba afectando hasta su confesión. Tal vez estaba siendo un poco egoísta, pero ya no más, no de esa forma. Alonso es el único con el que hablo, de hecho, es el quien me ha estado pasando las tareas. Me ha dicho que su madre ha conseguido trabajo de limpieza en una oficina y él ahora está trabajando como cargador en el marcado, lo despidieron cuando se supo que él había llamado a la reportera y al esposo de la bruja chismosa. Su padre no ha vuelto desde que salió huyendo. Su situación es tan precaria como la nuestra, pues también ha sufrido discriminación. Pero ha tenido la suerte de tener a unos patrones que no les importa lo que la gente piense. En cambio, mi madre nos ha apresurado para empacar todo. Abigail a logrado vender algunos muebles y hoy fue al mercado a vender algunas cosas de medio uso y que según todavía tienen algún valor. Yo me he mantenido encerrada en la casa. Mi madre no quiere que salga sola, teme que alguien me ofenda o me haga algo. Así que soy la empacadora oficial. Dos toques se escuchan en la puerta de mi habitación antes de que se abra. Allí está Esteban. Siento un hueco en el estómago. —No me has llamado. ¿Tan insignificante fue mi amistad para ti? —me reclama, todavía se nota muy afectado, al igual que yo. —No. Simplemente no quiero cargar con el remordimiento de no poder devolverte los sentimientos. Olvídame ¿quieres? —No me importa lo que la gente piense. No me importa si no me amas, yo siempre me he conformado con ser tu amigo. —Pero ya no quiero ser tu amiga. Es más nunca he sido una buena amiga. Nunca te ayudado en nada. Siempre me siento a tu lado en matemáticas porque soy muy mala con ellas. Cuando necesito que me defiendan te llamo. Te pido dinero prestado y nunca te lo devuelvo. Y jamás te llamo el día de tu cumpleaños. Esteban, soy una abusiva, ¿no te das cuenta? —Yo rompí tus discos de Aerosmith, no te devolví tu bufanda porque está mejor bajo mi almohada —abro la boca por el asombro—. Tomé prestada tu cámara y le rompí el lente. Nunca te lo dije. Y sé que guardas dinero en la caja de zapatos que está en tu armario, así que cuando necesito me cobro lo que te he prestado antes. Miro a la repisa, donde está la caja de mi cámara fotográfica, luego a él. —Esteban, me voy en dos días. —Lo sé. —No volveré, te agradezco todo lo que has hecho por mí. Nunca olvidaré lo bueno que has sido conmigo. Pero ya no quiero tu amistad. —Porque te vas a morir. —No, porque no quiero que pierdas el tiempo suspirando por una chica que no te ama. Como tu amiga estoy en el derecho y el deber de hacer algo por ti. —No digas tonterías. —Mi mamá nunca te dirá a donde nos vamos. No quiero tus llamadas ni tus correos electrónicos. Quiero que continues tu vida. Y ya. Esteban se acerca y me abraza, con esa fuerza suya que te contagia de energía. Él solloza. —Siempre serás mi primer amor —me susurra en el oído, como su confesara un secreto. —Siempre serás mi mejor amigo.   Le pedí a mi madre que nos fuéramos un día antes de lo predicho, muy de madrugada. Lo hice porque no quería ver a Esteban y mi madre acepto porque las despedidas la matan y no quiere ver a Patricia, su única mejor amiga. Habíamos empacado todo por la tarde y parte de la noche. La mejor amiga de mi hermana, Lupita, estaba con ella hablando y abrazándose. Luego llegó Paco, el novio de Lupita. —Creí que nos iríamos de incognito —digo. —El hecho de que tú no tengas amigos no quiere decir que yo no los tenga. Además, es por ti que nos vamos de casa —Abigail me responde desde los brazos de Paco. Subo la última maleta a la camioneta, mi mamá había mandado a componerla con el dinero de su liquidación, era de mi padre, pero una vez que se descompuso después de su muerte, mi madre no tenía dinero para componerla o tampoco quería venderla. —Sé un poco más comprensiva con tu hermana. —Esteban sale a correr a las siete y siempre pasa por aquí, mamá. Mamá mira su reloj de pulsera. —Son las seis con treinta. —Reprende con tono bajo, luego se dedica a buscar una estación de radio. Estoy nerviosa, tengo un presentimiento horrible, así que miro por el espejo de la ventanilla y lo veo… a Esteban dando la vuelta a la calle, viene hacia nosotras, pero está mirando su celular por lo que no nos ha visto todavía. Abro la puerta de la camioneta y le digo a Alondra: —¡Alondra ahí viene Esteban! Alondra me mira y mi madre busca por el retrovisor. Enseguida la escucho encender la camioneta. Alondra abraza de nuevo a Lupita y luego a su novio, y por último se sube deprisa a la camioneta. Miro por el espejo que Esteban levanta la vista y mira la camioneta. Tan quieto como si fuera una estatua, y después, echa a correr justo cuando mi madre arranca. —¡Eres una maldita! ¿Por qué no le dijiste? —mi hermana me reclama. —Porque es un tonto llorón —mi madre truena los labios y niega con la cabeza. Ella está llorando. Ha sido la última de su familia en irse del pueblo, y aquí ella tenía todos los recuerdos de su esposo, su único amor. —¡Maldita y cobarde! —Alondra está más que molesta. Miro de nuevo el espejo. Ya hemos dado algunas vueltas y estamos saliendo ahora por la carretera, pero yo todavía siento como si él estuviera detrás de mi llamándome. Me duele el estomago y quiero llorar, sin embargo, me aguanto las ganas porque hoy todas hemos perdido nuestro hogar y ha sido culpa mía. Merezco cada gramo de dolor que siento en el corazón. El teléfono de mi hermana comienza a vibrar y sé que es Esteban. Hace unas horas bloquee su número y borré sus contactos de mi celular. —Dice que eres cruel y mala. Dice mi hermana que está mensajeándose con él. Le arrebato el teléfono y bloqueo su numero y lo borro de su lista de contactos. —¡Oye! ¿Qué haces? —Lo elimino de nuestras vidas —le respondo antes de lanzar el teléfono a sus piernas. —¡Eres una estúpida, él también era mi amigo! Me reclama. —No, era el mío. —Ni siquiera porque te salvo la vida, pudiste decirle adiós. ¿Qué te dará derecho a sentirte superior? ¿Qué te da derecho a arruinar la vida de todos? —¿Cómo es eso que te salvó la vida? —Mi madre pregunta. —Tu hija se iba a suicidar, tirándose de un puente. Miro a mi hermana, ella me ha traicionado. Mi madre no despega la mirada de la carretera, pero se nota a leguas que está conmocionada. —Eres una tonta ¿cómo le has dicho esto ahora? —le pregunto a Abigail. —Cuando lleguemos a casa hablaremos muy seriamente, mientras tanto me apagan esos celulares y guardan silencio. No las quiero escuchar hablar. ¿Entendido? Las dos asentimos. Durante el viaje solo hicimos dos paradas una en un restaurante para almorzar y la segunda en una gasolinera. Siete horas después estábamos entrando la ciudad. Mi hermana miraba los grandes edificios. —Alondra, llama a tu tía y dile que hemos llegado a la ciudad. Que te mande su ubicación. Miro a mi hermana y ella está llorando. —Lo siento. —Yo también, no te odio ni nada. Pero a veces me pregunto, cómo pudiste ser tan idiota. —Yo también me pregunto lo mismo. Pero ya no estés triste. Conocerás a chicos lindos por aquí. Y nuevos. —Por esa parte tienes razón, los de allá los conozco desde el prescolar —ambas soltamos a reír.   Cuando llegamos a casa de mi tía María, ella nos da la bienvenida con un fuerte abrazo. Nos hace entrar a la casa mientras que su esposo e hijos descargan la camioneta. No traemos muchas cosas con nosotras, pero eran voluminosas las maletas de ropa. La casa de mi tía consta de tres plantas en la azotea había un pequeño departamento de dos habitaciones, una estancia, baño y una pequeña cocina. Es pequeño pero acogedor lo cual valoramos ya que es independiente a la casa de mi tía dándonos nuestra propia privacidad. Mi hermana ya se ha apropiado del closet para cuando termino de subir las últimas maletas. Mi madre ha estado con su hermana platicando mientras se deja consentir con una buena comida. Nosotras, mi hermana y yo, habíamos estado comiendo comida de empaque y golosinas durante el camino por lo que no teníamos hambre. Ella y yo estábamos más ansiosas por terminar de ordenar todo antes del anochecer. —No me dejarás espacio —le digo a Abigail. —No lo mereces, llama al pobre de Esteban. —No lo haré. Es un tonto. —¿Puedes culparlo de sentir lo que siente? Tú has sido la idiota que en lugar de fijarte en él lo hiciste con un idiota que te arruinó la vida. —Él nunca insinuó nada. ¿Cómo iba a saber? Además, él nunca me gustó de esa manera. Lo llamaré cuando su madre le cuente a la mía que me ha superado. —Pobrecito, con su carita de inocente. ¿Cuánto crees que corrió detrás de nosotras antes de darse por vencido? —ella de pronto está burlándose de Esteban. —No te burles, puede que alguien te haga correr esa misma distancia —le digo. —Pues deberían hacerte correr a ti. Fuiste tú quien lo hizo correr. Le arrojo la almohada en la cabeza para dar por terminada la conversación. Son las ocho de la noche cuando logramos terminar de acomodar la ropa dentro de los armarios. Mi madre nos encuentra tendiendo las camas. —Alondra, necesitamos hablar. Me siento a un lado de ella en el pequeño sofá de la estancia. —Sí, mamá. —¿Qué fue eso que dijo Abigail esta mañana? —Nada. —Alondra, sabes que ella me lo dirá si se lo pregunto, pero quiero que tú me lo digas. Decirle a tu madre que intentaste quitarte la vida es lo más difícil del mundo. Ella ha llorado y me ha hecho jurar que pase lo que pase nunca lo hare.   Mi tía María, ya tiene todo listo para nuestra llegada. El médico de cabecera para mí, hasta tiene la información de algunas escuelas para nosotras. Mi tía tiene una florería y su esposo es el administrador de una cadena de restaurantes. Mis primos que, apenas, son unos niños de doce y diez años son unos niños encantadores. La última vez que los había visto eran más pequeñitos.   Al día siguiente visitamos las escuelas y decidimos que la más cercana seria la nuestra. Y por la tarde hemos visitado a doctor. Me ha explicado algunas cosas entre ellas cómo debo cuidarme, para qué es cada medicamento recetado y cómo debo tomarlo. En pocas palabras me explica como deberá ser el control y seguimiento de la enfermedad. Me siento frustrada, porque ahora soy muy vulnerable, pero también pienso en que esto es una tontería, alargar la agonía en lugar de vivir en verdad la vida, como lo había dicho mi madre. Tengo ganas de gritar, de salir corriendo de aquí, de ver el atardecer, de cerrar los ojos y soñar, soñar con mi padre con días más felices en donde todo era más fácil. Mi madre y yo salimos del doctor quince minutos después. —¡Bueno! Esto ha sido más fácil de lo que pensabas ¿no lo crees? —Mamá, ¿cómo pagaremos mis medicamentos? Todavía no tienes trabajo y faltan tantas cosas por ejemplo la escuela de Abigail y… —Y la tuya. —¡Mamá! —Alondra, mucha gente vive con enfermedades… —Pero esta no… —Shhh… Viven con enfermedades, algunos con enfermedades terminales y continúan sus vidas con la mayor normalidad posible. A eso se le llama vivir. No te rindas Alondra. —Yo no puedo tener una vida normal y… —Pensé que deseabas ser periodista. —Sí, quería… está bien. ¿Cómo pagaremos todo? —Bueno tu tío me consiguió empleo en uno de los restaurantes. Sí quieres puedes pedirle trabajo para los fines de semana y así me ayudas con algunos de tus gastos personales. ¿Te agrada la idea? —Sí. Me gusta. —Ahora vayamos a ver las escuelas.   
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