—¡Alondra! —Esteban se acerca corriendo al vernos a mi madre, hermana y a mí llegar a la escuela.
—¿Qué está pasando, Esteban? —Mi madre le pregunta, había desconcierto en su rostro y también tristeza.
—Bueno… este… —Él me mira buscando mi permiso para hablar con la verdad, no sabe si ya le he dicho a mi madre.
Pero es Abigail, que está aferrada a su brazo derecho, la que le susurra diciéndole lo que pasa:
—Lo saben, mamá. La escuela entera lo sabe.
Los ojos de mi madre evalúan el panorama.
—Creo que será mejor que se vayan, un grupo de padres está discutiendo con el director. Cuando sepa algo, les informaré —promete mi amigo.
—¿Y los demás? —pregunto.
—Alonso fue interceptado por una reportera, una no muy amable, él simplemente la mando al diablo y se fue de aquí. Juana está con la madre de Rogelio arreglando todo lo de su funeral. Su padre está molesto, aunque a ella no le importa. A Ofelia se la han llevado a casa de su prima. Y de los demás, no sé nada.
Un grupo de padres nos observaban a lo lejos, sus miradas crudas y cuchicheos no eran ni un poco disimulados. Ellos están juzgándome.
—Alondra, Esteban tiene razón. Será mejor que nos vayamos ahora —mi madre habla con un poco cohibida.
—¡Pero yo tengo una exposición, mamá!
—Abigail, tu profesor lo comprenderá. En este momento esos padres tienen miedo y pueden enardecerse fácilmente, y dañarte.
Mi hermana está molesta. Sin embargo, traga su enojo y comienza a regresar por dónde venimos caminando.
Cuando llegamos a casa, tengo la impresión de que mamá está al borde de las lágrimas. Y apenas cerramos la puerta cuando el teléfono local comienza a sonar. Mi madre corre a responder. Abigail avienta la mochila y con el tubo de carteles que había preparado días anteriores para su exposición.
—Esto afectará a mi promedio —me reclama.
No le respondo, no era mi culpa o tal vez sí. Cuelgo mi bolso y voy a la cocina. Mi madre está escuchando lo que le dicen del otro lado de la línea, su semblante es sin emociones.
—Sí, sí comprendo. Entonces ¿qué pasará con mi hija Abigail?
—…
—Por supuesto. Claro ¿si llevo la prueba negativa de mi hija podrá asistir sin ningún problema?
—…
—Gracias, profesor Vásquez.
Ella corta la llamada y se gira completamente para mirarme a la cara.
—El director dice que los sucesos están muy recientes. Por lo que todo tu grupo no asistirá a clases por una semana. Para que los directivos y la junta de padres de familia puedan llegar a un acuerdo en cuanto a ustedes.
—Llegar a un acuerdo ¿acerca de qué? Ellos no pueden expulsarnos, si eso es lo que ha insinuado. Aunque no importa, la verdad es que no quiero volver a la escuela.
—¿De qué estás hablando?
—Mamá, no tiene sentido que vaya a la escuela si he de morir en unos años, ¿para qué?
—¿Así? ¿Y qué piensas hacer entonces?
—Voy a buscar trabajo, ayudarte a pagar las cuentas y tal vez ahorrar dinero para mi funeral.
—¡Basta, Alondra! ¡No quiero que vuelvas hablar de esa forma!
—Lo siento. Aunque sabes que tengo razón.
—Alondra, sé que esto es difícil, pero te prometo que solamente será al principio. Llegará un momento en que harás tu vida normal, como siempre.
Y no puedo evitar soltar a llorar.
—¿Y para qué? ¿Qué sentido tiene?
—Aprovecha el tiempo que tienes, vive Alondra. Ten una vida satisfactoria sea corta o larga. Hija, nadie tiene la vida comprada y creo que lo que todos deberíamos de hacer es vivir bien, cada día de nuestras vidas.
No puedo aceptar sus palabras, sin embargo, es mi madre y no quiero hacerle más daño.
—Solamente déjame trabajar por las tardes, déjame ayudarte.
Ella me mira en silencio por un par de minutos.
—Si prometes que no bajarás tu promedio, todavía más.
—Lo prometo.
Abigail llega en ese momento, pasa entre nosotras directamente al refrigerador. Todavía se ve molesta. Saca un bote de jugo de naranja y luego toma un vaso. Vierte el líquido y lo bebe antes de preguntarle a nuestra madre:
—¿Quién era, mamá?
Mamá la mira un momento antes de suspirar y alejar su mirada a otra parte. Se nota cansada, pienso que, a Abigail, no le gustará escuchar la respuesta.
—El director. Necesitamos hacerte una prueba.
—Y a mí ¿por qué? —chilla con indignación.
—Para que puedas asistir a clases sin problemas.
Mi hermana me mira con odio, no obstante, mantiene la boca cerrada, simplemente, sale de la cocina y se encierra en su habitación. Me siento mal, por causarle tantos problemas. Mi madre solo niega con la cabeza.
—Me tengo que ir a trabajar. ¿Puedes sacar una cita con la doctora Torres para tu hermana?
—Sí.
—Bien. Las veo esta noche. Compra la comida y regresa a casa sin ninguna desviación.
—Iré al funeral de Rogelio —le digo tardíamente—, solamente un rato.
—¿Con quién? —Ella camina hasta la salida de la casa para tomar su abrigo y su bolso. Yo la sigo.
—Tal vez Esteban quiera acompañarme.
—Está bien. Regresen temprano —Ella se acerca y me da un beso en la frente. Hace mucho tiempo que ella no se despedía de mí así. Tal vez desde que cumplí catorce y me negué a que me consintiera como a un bebé. Ahora quiero muchos de sus besos y abrazos.
La tarde es fría, mi suéter n***o de tejido grueso no es muy acogedor. Esteban ha recuperado su abrigo y, por lo tanto, va más abrigado que yo. A esta hora, siete de la noche, no hay mucha gente por este rumbo. Por lo que me sujeto muy fuerte de su brazo, pegando mi cuerpo al suyo. Llevo un ramo de flores para Rogelio, nunca le pregunté cuáles eran sus favoritas. Así que supongo él no debería molestarle que eligiera las orquídeas, que son las que me gustan.
—¿Crees que me expulsen de la escuela?
—Es muy probable, aunque no deberían… estarían violando tus derechos. Sin embargo, la presión social que los demás padres de familia ejerzan sobre el director, puede ser demasiada. Pensé que ya no quieres ir a la escuela.
—No lo hago.
Llegamos a la casa de Rogelio, hay personas vestidas de n***o en la calle, un par de señores están fumando, uno de ellos es su tío. Él me conoce, por lo que me saluda con un asentimiento de cabeza y me señala la puerta abierta, para que entre.
Una vez dentro, nos dirigimos directamente a la madre de Rogelio que parece destrozada, Juana está a su lado. No me molesta, ya que Rogelio perdió su encanto cuando terminamos.
—Señora Laura… —la saludo. Ella levanta la vista y parpadea unos momentos antes de mirar a Juana. La situación es incómoda para ella. Y por un momento creí que Juana me diría algo venenoso. Sin embargo, solo se limita a darme una mirada asesina antes de alejarse.
—Lo siento, Alondra, ella…
—No se preocupe.
Ella palmea en el sofá a su lado, por lo que me siento. Esteban se acerca un paso más y con voz suave le dice a Laura:
—Lamento su perdida, señora —ella asiente y sus ojos se llenan de lágrimas. De mi pequeño bolso saco un pañuelo y se lo ofrezco.
—Estoy bien, estoy bien —nos asegura con una mala imitación de lo que sería una sonrisa. Le hago una seña a Esteban para que me deje hablar con ella a solas y de inmediatamente se disculpa antes de retirarse. Ella lo mira desaparecer entre la multitud.
—Siento lo que te hizo mi hijo en el pasillo de la escuela—la miro desconcertada—, Alonso me informó cómo sucedió todo. Él no tenía por qué presionarte a que le dijeras nada.
Asiento. Realmente no sé qué le mencionó.
—Ya no importa, señora. Lamento que él haya tomado esa decisión, pero la verdad es que hace unos días fui detenida por mi hermana y Esteban. Si no hubieran llegado…
—Esto debe ser muy difícil para ti, para todos ustedes. —La señora Laura, era una buena mujer, siempre fue amable conmigo y siempre me hizo sentir de la familia. Ella de pronto dirigió su mirada hacia Juana, luego a mí—. Rogelio me platicó que habían terminado, eso fue hace dos semanas. Así que cuando ella vino y mencionó que era su novia, yo le creí.
—Eso debe ser cierto. Rogelio y yo terminamos luego de la fiesta.
—¿Por qué terminaron?
—Ya no importa —le respondo, pues es cierto. ¿Para qué manchar la memoria de su hijo? ¿Qué caso tenía? Ella era una buena madre, una buena mujer. Simplemente, no lo merecía.
Abrazo a Laura para despedirme de ella, luego me levanto y voy hacia el féretro. No está abierto, tampoco es como si hubiera querido verlo. Dejo las flores sobre la tapa y rezo una plegaria para él. No hay rencor de mi parte. Lo sepultarán por la mañana, yo no pienso en ir. No me atrevería a hacerlo.
Busco con la mirada a Esteban, él se encuentra en una esquina de la habitación observándome. Cuando nuestras miradas se cruzan él comienza su camino hacia mí. Me toma de la mano y me saca de la casa de Rogelio. No obstante, me detengo al salir y giro mi rostro para mirarla una última vez. Ya no tenía ningún sentido volver nunca más. Él ya se había ido.
Cuando llego a la casa encuentro a mi madre sentada en el sofá frente al televisor con el control remoto en su mano intentando encontrar un canal con algo interesante de ver. Son las ocho con treinta, lo cual me parece algo extraño. Mamá debería haber llegado a las once, como siempre.
Esteban está de pie a mi lado.
—Hola, señora.
—Hola, Esteban. ¿Ya cenaron?
Mi madre ama a Esteban como a un hijo, siempre le ofrecía algo de comer, como si no se alimentara lo suficiente. Él era alto, y de cuerpo fornido.
—No, señora. Pero mi mamá me espera para la cena. Ya me voy.
Mi madre asiente y yo solo atino a sentarme en el sofá al lado de Abigail que está enviando mensajes por su móvil.
Cuando Esteban se marcha decido interrogar a mi madre.
—¿Por qué has llegado temprano?
—Ella me mira y luego me dice. Hubo recorte de personal en la maquiladora. Me tocó.
Noto que su voz está amortiguada. No comprendo cómo es que hubo recorte de personal en estos tiempos. En donde por lo regular se contrataba a más personal en esta época; pues la navidad se aproximaba, por lo que había más pedidos de ropa.
—¿Qué fue lo que realmente pasó, mamá?
—La despidieron por tu culpa, ¿qué más podría haber pasado?
Respondió Abigail sin despegar los ojos del televisor. De inmediato miro a mi madre.
—¿Cómo se enteraron?
—Es un pueblo pequeño, Alondra —dice ella con resignación.
—Salió en el Diario —Abigail responde de nuevo. Su móvil vibra y se dedica a responder sus mensajes.
—¿Saben qué? —pregunta mamá—. Salgamos a cenar.
—¡Mamá, te acaban de despedir! —Mi hermana y yo hablamos al mismo tiempo.
—No importa tengo quince años trabajando allí, me liquidarán bien. ¡Vamos, vamos, niñas! Pónganse los abrigos que nos vamos a cenar.
Mi madre se levanta del sofá y camina hasta el vestíbulo para tomar su bolsa y su abrigo, mi hermana y yo la seguimos.
Vamos a un pequeño establecimiento de comida rápida, no muy lejos de casa. Recuerdo que solíamos ir allí desde que era muy pequeña, mi padre todavía vivía. Era un lugar con demasiada afluencia, por lo que teníamos que esperar un rato en la fila antes de, finalmente, poder entrar. Aunque no importaba pues el servicio era muy bueno una vez estabas dentro y la comida era deliciosa.
Nos mantenemos en silencio, mi madre en medio de mi hermana y yo. Muy abrazadas, intentando mantenernos calientes. Cuando llega nuestro turno la dueña sale a recibirnos. Ella nos mira con pesar. Es ahora que recuerdo que su hermano es el profesor Beto.
—Lorena, buenas noches. ¿Cómo estás? —ella dice apartando a mi madre de la fila de comensales. Mi hermana y yo nos miramos una a la otra.
—Bien, Micaela. Gracias por preguntar —mamá se queda en silencio.
Micaela una mujer de cuarenta años, con bonitos ojos azules mira a mi madre con tristeza.
—Lo siento, pero ya sabes cómo es la gente.
Los labios de mi madre se formaron en una línea recta.
—No, Micaela. No sé cómo es la gente. He sido tu clienta por más de quince años. Mi esposo era compañero de trabajo del tuyo —mi madre está a punto del llanto—, no somos grandes amigas, sin embargo, no puedes negarme el servicio. Es inhumano.
Micaela mira a mi madre con dolor y arrepentimiento. Para mi madre este lugar le traía buenos recuerdos de mi padre y cuando se sentía triste ella solía traernos aquí.
—La gente se irá, mi hermano me dijo que si no expulsan a los estudiantes infectados la mayoría de los padres sacará a sus hijos de la escuela. Si te dejo pasar con tu hija… Yo sé que no pasará nada, sin embargo, no toda la gente lo entiende.
Y para mí es suficiente.
—¡Mamá, no importa! ¡Ya vámonos!
Tomo del brazo a mi madre y la arrastro lejos de allí. Mi hermana me mira con dolor y vergüenza. Y yo solo puedo susurrarles:
—Lo siento, lo siento mucho.
No recuerdo cuántas veces me he disculpado por lo que pasó y creo que todavía me faltan muchas veces más. Siento que jamás alcanzaré a reparar el daño.
—No es tu culpa que esas personas sean ignorantes, Alondra. No es culpa tuya.
Aunque yo sé que sí y la mirada acusadora de mi hermana también me lo confirma.
Han pasado tres días del incidente. Mi madre nos levantó muy temprano a mi hermana y a mí. Hoy habrá junta escolar. Será en el auditorio por lo que pienso que toda la escuela estará presente. Cuando salimos de la casa Esteban está con su madre a punto de tocar el timbre. No sabía que ellos vendrían por nosotros.
—Lorena, ¿cómo estás?
—Bien, Patricia. ¿Y tú?
Y entonces ellas se ponen a platicar. Se conocen desde niñas y han sido, se podría decir, mejores amigas desde los quince. Mi hermana se aferra al brazo de mi madre. Y Esteban a mi mano. Caminamos detrás de ellas.
—¡Tranquila! No pasará nada. Todo saldrá bien. Verás que para el lunes podremos volver a clases.
—Yo no quiero volver a la escuela. Despidieron a mi madre de su trabajo por mi culpa y también nos negaron la entrada en el restaurante de Micaela.
—Sí me dijo mi mamá. Estaba tan indignada que cuando se encontró a Micaela en el super mercado, no pudo evitar decirle unas cuantas cosas.
—¡No inventes! ¿Qué cosas?
—La llamó cretina. Y luego, le cómo había podido discriminar a su más fiel clientela —él estaba riendo. Y yo con él.
—¿Qué hizo ella?
—No sabía dónde meter la cabeza.
Cuando llegamos a la escuela y entramos al auditorio. Siento una fuerte contracción en el estómago, sobre todo, porque en cuanto la gente se percata de mi llegada voltean a verme. Nunca me había dado cuenta de que tan pequeña era la escuela, o mi comunidad, donde todos se conocían mínimo de vista. Bien dice el dicho: «Pueblo chico, infierno grande». El auditorio es para cuatrocientas personas. Y somos doscientos alumnos. Está abarrotado.
El profesor Beto que está al frente cruza el auditorio para llegar hasta nosotras, que estábamos de pie en el pasillo detrás de todos.
—Alondra, hay un asiento en las butacas de enfrente para ti y tu madre.
El profesor señala el lugar vacío, pero también noto que allí están, Ofelia, Juana, Lalo y Alonso, supongo que los demás no se presentarán.
—Gracias, profesor, realmente, prefiero quedarme aquí —habla mi madre entre dientes. Claramente molesta.
—Sí, entiendo.
El profesor da media vuelta y regresa al podio. Un par de minutos más y las luces comienzan a tornarse más suaves. El director toma el micrófono y comienza la junta.
Primero un médico explica lo que es el VIH, después se abre el segmento de preguntas y respuestas. El médico indica que no hay un riesgo real de contagio por parte de los portadores, siempre que no tengamos relaciones sin protección con los alumnos sanos, entre otras recomendaciones.
Me siento cada vez más expuesta. Nunca en mi vida me había sentido tan humillada. Nadie debería de estar al tanto de mi vida s****l, de algo tan personal como ahora mi enfermedad. Sin embargo, sé que lo que siento no es nada de lo que está sintiendo ahora mi madre. Esteban sigue a mi lado y sujetándome la mano. No me había dado cuenta de que seguíamos así, hasta que una mujer de mediana edad, nos taladra con la mirada, justo donde nuestras manos están unidas.
No soporto su mirada acusadora, sé que está pensando que soy un peligro para los muchachos. No puedo evitar soltar la mano de Esteban lo más disimuladamente que puedo. Y no por mí, claro, que ya tengo mi propia fama.
Esteban miró hacia mi rostro en cuanto se percató que lo soltaba.
—¿Qué?
—Nos miran.
—Si no les gusta, que no miren.
Esteban sujeta más fuerte mi mano y no deja de mirar al frente. Lo que me hace sonreír. El discurso del médico concluye con aplausos, el público parece dividido entre los que no se sienten amenazados y a los que no les importa el asunto. Al final, una mujer que al parecer pertenece a la junta de padres de familia, sube al podio lleva consigo unas hojas.
Le pide al director le conceda unas palabras.
—Buenas noches, padres de familia y alumnado. Lamento profundamente que nos hayan hecho venir por una situación tan penosa, como lo es el caso de un grupo de estudiantes que, debido a su baja moral, han adquirido tan horrible enfermedad. No estamos aquí para tratar la buena educación que evidentemente no recibieron de sus hogares —Esteban y yo nos miramos, era evidente que esto era un insulto que intentaba ser velado y que fracasaba totalmente—. Si no por el riesgo que corren nuestros hijos para ser influenciados por este grupo de chicos promiscuos, que se drogan y que tienen relaciones entre sí, sin ningún pudor en la misma habitación. No toleraré, y hablo por la mayoría de los padres aquí presentes, que nuestros hijos estudien en la misma escuela que estos chicos. ¡No los queremos aquí! No es por su enfermedad, sino por su mala influencia y conducta inmoral.
—¡Vámonos, ahora! —ordena mi madre. Y yo me siento destrozada. Las palabras de esa mujer fueron horribles.
Salimos del auditorio caminando deprisa pues mi madre nos jalaba de la mano a mi hermana y a mí. Esteban y su madre iban caminando detrás de nosotros.
—¡Alondra! —giro mi cabeza para encontrar a lo lejos a Alonso llamándome, caminando al lado de Juana que lloraba desconsoladamente y su padre sujetándola por los hombros, Lalo y su madre más atrás. Ofelia venía siendo arrastrada de los cabellos por su madre.
Al parecer, mi madre no había sido la única en considerar marcharse al escuchar a la horrible mujer.
Apago la estufa y tomo un plato para servir el huevo con jamón que he cocinado. Era sábado, mi hermana y yo no hemos ido a la escuela en una semana. Dicen que tal vez ella pueda volver el lunes. Hoy era sábado y Esteban había llegado a las ocho de la mañana solo para pasarme las tareas y apuntes. Él llevará mis trabajos a los profesores hasta que el cuerpo estudiantil decida la fecha en que podamos volver.
Pongo el plato frente a Esteban, pero él me ignora. Está muy entretenido leyendo las noticias del periódico que tiene en las manos.
—¡Ya está el desayuno! —le hablo con voz autoritaria.
—¡Alondra, debes leer esto! —Esteban me muestra una página del periódico, dice:
«Presidenta del consejo de los padres de familia de la preparatoria número 15, en la que hace unas semanas se desató la polémica de un grupo de estudiantes que resulto positivo a la prueba de VIH luego de que en una fiesta realizaran una orgia, es encontrada por esposo saliendo de un hotel por la carretera número 12. Cabe mencionar que la mujer luchó con uñas y dientes en un emotivo discurso que fue ofensivo y lleno de frases discriminatorias en contra del grupo de jóvenes afectados, para que estos fueran expulsados de la institución por ser un peligro moral y físico para el resto de estudiantes.
El esposo de la mujer, entró al hotel treinta minutos después de que ella entrara con su amante. La mujer fue sacada del Hotel desnuda con tan solo una toalla cubriendo»…
—¡Vaya! ¿Quién era el amante?
Esteban busca rápidamente la identidad del hombre.
—¡El sobrino del esposo! —Ambos soltamos una carcajada—. El primo de Alonso trabaja de guardia en ese hotel. Seguro que fueron ellos los que llamaron a la reportera.
—No lo dudes.
Me acerqué un poco más hacia él, le hice la señal para que bajara la cabeza más hacia mí para que escuchara lo que tenía que decirle.
—Anoche mi madre habló con su hermana.
—¿Cuál?
—La que vive en la ciudad de México. Mercedes.
—¡Oh! Y, ¿qué pasó?
—Le platicó todo. Y hablaron por un buen rato. Mi mamá quiere que nos vayamos para allá. Dice que teme no conseguir un trabajo pronto y, además, no soporta el cómo nos mira toda la gente. Las vecinas apenas y le devuelven el saludo. La está pasando muy mal. Y ni se diga de Abigail.
Esteban está sumido en sus pensamientos. Lo dejo estar. No sabía cuándo nos iríamos, pero mi madre ya estaba haciendo planeando nuestra partida.
—¿Tú te quieres ir? —me pregunta. Levanto la mirada de mi plato hasta sus ojos. Él tiene los ojos grandes y de un bonito color miel. Esteban ha sido mi amigo desde siempre. Sé que lo extrañaré, que me sentiré pérdida sin él. Al menos, hasta que me acostumbre a estar sola.
—Si no lo hacemos Abigail nunca tendrá una vida normal.
—El que te cambies de casa no significará que la enfermedad desaparecerá.
—No, por supuesto que no. Pero si somos honestos. ¿Crees que la gente lo olvidará tan fácilmente? ¿Crees que no despreciarán a Abigail por mi condición? ¿Crees que algún chico se acercará a ella sin pensar que tal ya la contagié de alguna manera?
—No.
Esteban me abraza. Fuerte, muy fuerte. Él es alto, y sus hombros son anchos y sus brazos protectores. Era como un enorme árbol que siempre transmitía, fuerza y esperanza. Lo amo tanto. Y voy a extrañarlo.
Mi madre entra en ese instante. No siento vergüenza ni nada, estábamos tan acostumbrados a siempre estar juntos… Además, luego de aquel beso de cuando éramos niños perdimos la vergüenza.
—Esteban, ¿qué te trae por aquí? — mi madre pregunta tomando asiento frente a nosotros. Inmediatamente nos soltamos y me pongo en pie para prepararle un café. Alondra se une enseguida.
—Traigo los apuntes y tareas para alondra. Tiene que hacerla entre hoy y mañana para entregarla el lunes. Así que estoy aquí para ayudarla.
—Puff ¿y la mía? —pregunta Abigail.
—También está aquí. —Esteban levanta del piso su viejo bolso, o morral lo llamaría mi madre y lo abre para mostrarle a Abigail las libretas de su mejor amiga.
—¡Esteban, ya tira a la basura esa cosa espantosa! —mi hermana lo bromea.
Mi madre le jala la oreja a mi hermana y yo sonrió. Es la primera vez que reímos desde que todo se descubrió. Le doy a mi madre su café, tibio, porque así le gusta y a mi hermana le sirvo un vaso con leche.
—¿Es cierto que se van del pueblo? —Esteban le pregunta a mi madre.
Mi hermana hace un puchero, de nuevo se ha puesto triste. Mi madre tiene un semblante más resignado que nada. Y yo solo le tomo la mano a Esteban y la aprieto. Sé que él también se verá afectado.
—Así es. Creo que es lo mejor para nosotras.
—Entiendo.
—¡Vamos, Esteban! Ya deja de hacerte el fuerte y dile a Alondra cuánto lloraras por ella —mi hermana dice con tono de burla. Solo ruedo los ojos y le arrojo un trozo de huevo a la cara. Mi hermana está a punto de regresarme el golpe cuando mi madre nos llama la atención.
—¡Ey! Nada de desperdiciar la comida, niñas.
Ambas reímos. Es en ese instante que giro mi rostro para ver a Esteban que me doy cuenta de que no ha dicho nada. Él está mirando su plato con el ceño fruncido.
—¿Qué te pasa? —le pregunto, Esteban parpadea saliendo, supongo, de sus cavilaciones.
—Nada. Acabo de recordar que mi madre me quiere de vuelta para el almuerzo.
—¡Dijiste que ibas a ayudarme!
—Sí, adelanta lo más que puedas, vendré está tarde ayudarte. Lo prometo.
Me dice, pero yo realmente lo dudo. Pienso que él desea escapar de pasar el sábado encerrado conmigo. Él realmente no merecía estar aquí. Así que lo dejo marchar.
—Está bien. Ven hasta mañana, si quieres.
Esteban saca los cuadernos y los coloca sobre la mesa. Mi hermana toma el suyo y mi madre mira su café.
—No, vendré más tarde.
Esteban se acerca y besa mi frente, luego les dice adiós con la mano a mi hermana y mi madre.
Me siento de nuevo y comienzo a comer, pero siento la mirada intensa de mi madre. Levanto la mirada para encontrarme no solo con los ojos de mi madre, sino también los de mi hermana sobre mí.
—¿Qué? —pregunto inocentemente.
—¡Ay! No, por favor —dice mi hermana, soltando una risa que parecía incrédula.
—No por favor ¿qué? —la cuestiono de nuevo.
Mi madre y Abigail se miran a la cara y ambas mueven la cabeza de un lado a otro en signo de negación.
—¿Qué? —Vuelvo a preguntar.
—Nada, Alondra. Ya no importa.
Mi madre se pone en pie. Y toma la taza de café para llevarla al fregadero. Ignorándome por completo. Miro a mi hermana y ella ahora está ojeando el cuaderno de su amiga.
—Ya te lo dije, pero tú no lo quieres ver, ni escuchar. Así que como mi madre dijo antes. Ya no importa.
Yo no hago nada más que mirarla, cuando levanta de nuevo la mirada ella rueda los ojos y me mata con solo una frase.
—Esteban de verdad siempre ha estado enamorado de ti.