Mi trabajo como encargada de las bebidas en la fiesta de cumpleaños de David es que las tinas con hielo no se queden sin cerveza, pero, sobre todo cuidar de que algunos invitados no saqueen la bodega de alcohol y la privaticen, para un pequeño grupo de invitados.
Y ya que no bebo, a mi hermana se le ocurrió ponerme de custodio. No está mal serlo pues de esa manera no me comprometo a ser amable, servicial y habladora con los invitados. No conozco a nadie y, además, estoy tan amargada que ya no sé fingir que no odio al mundo.
—¡Oye, Alondra! ¡Pásame una cerveza! —grita un chico de primero. No tengo idea de cómo es que sabe mi nombre. Sin embargo, tiene un rostro amable y feliz, es de ese tipo de persona que te agrada a primera vista.
Suspiro antes de agacharme para sacar una lata de la tina, la limpio con un trapo que se supone debería estar seco y estiro mi brazo para pasársela. Sí, así de dulce y servicial.
El chico larguirucho y vestido de n***o con los pelos parados y teñidos de colores, me sonríe, feliz porque no le he cuestionado por pedir su cuarta lata de cerveza en menos de una hora. De todos modos ¿a quién le importa cuánto ha bebido? Mi hermana no está aquí mirándome y diciéndome que todavía faltan invitados y que, cada uno, solo tiene derecho a tres cervezas. El chico larguirucho me ofrece su muñeca para que le ponga su tercera marca, pero yo únicamente agito la mano para que se largue y me deje sentar. Sí, ya le he regalado dos.
Él desaparece de mi vista, aunque sé que, dentro de quince minutos, regresará por otra.
Pienso que, entre más rápido larguirucho se acabe las cervezas, más rápido me iré a casa. Aunque eso sería imposible tengo 24 cartones de cerveza, diez botellas de tequila, cinco de Brandy y sabrá Dios qué más ha guardado mi hermana en la bodega improvisada detrás de mí, en un pequeño cuarto donde el padre de David guarda algunas herramientas de carpintería. Con la llave colgando de mi cuello me siento muy importante. Entonces, mi plan es emborrachar a larguirucho y ver hasta dónde llega su resistencia al alcohol.
—Creo que si tu hermana se da cuenta de que tienes a tus bebedores preferenciales se molestará contigo —David ha llegado por mi espalda, giro la cabeza para verle tomando una lata de lo más profundo de la tina.
—¿Dónde la has dejado? —le pregunto mientras la busco con la mirada.
Honestamente, la fiesta con tanto alcohol estaba destinada a salirse de control en cualquier momento. No quería decirlo, pero luego de lo sucedido en la fiesta de Ofelia no confío en nadie, tu mejor amigo o hasta tu novio, podrían traicionarte induciéndote a hacer cosas que nunca harías de no estar borracha o medio drogada.
—Fue al tocador —dice señalando dentro de la casa. Estábamos en el patio, su casa o mejor dicho el terreno era muy grande, lo escuché decir que su padre solía rentarlo para fiestas cuando no vivían allí—. ¿Ya llegó Luis?
—No. No lo sé, en realidad.
Un par de chicas se acercan saludan y felicitan a David, con tan solo verlas siento que están pegadas una con la otra, pues no se sueltan. Entre mis adentros me rio, enseguida noto a un grupo de chicos que las están mirando morbosamente. Las chicas van bien vestidas, nada coquetas, simplemente normal. Sin embargo, veo a los chicos susurrarse, mirarlas y reírse.
—¿Disculpa, me regalas una cerveza? —pregunta la chica más bajita, ella es de tez morena y si acaso mide como de 1.5. Ella parece ser amable.
—¡Que sean dos! —dice la más alta.
—Claro, solamente les digo que si no quieren llamar la atención de esos chicos de allá atrás no beban demasiado. Parece que están planeando algo.
Las chicas miran hacia donde les he señalado con el ceño fruncido. Toman sus bebidas y me muestran su brazo para que los marque. Lo hago con el sello rojo, tengo dos, uno para marcar a quienes no debo regalar más de tres cervezas y el n***o que para mí significa que tienen la carta abierta.
—¿Dos sellos? —cuestiona David con las cejas levantadas, por supuesto él escucho lo que les dije al par de chicas. Lo miro y tomo su brazo y lo sello con el color rojo. Es su primera marca.
—Solamente tienes derecho a tres marcas, tres cervezas.
El chico larguirucho se acerca tambaleante, ni siquiera toma en cuenta a David.
—¡Alondra! —me dice riendo y me muestra su brazo sellado con n***o. Sé lo que necesita así que simplemente le paso la cerveza y manoteo para que se largue. El chico da media vuelta muy contento.
—¿Puedo preguntarte algo? —David tiene el ceño fruncido.
—Claro.
—¿Por qué no te agrado?
—¿Quién te ha dicho que no?
—Pues… ¡Me has colocado el sello rojo!
—Estás saliendo con mi hermana, están en una fiesta donde hay alcohol para echar hasta por la ventana y, aunque, yo no interfiero en sus asuntos como pareja, no significa que no la cuidaré. Sin embargo, si le haces algún daño o en algún momento te comportas como un idiota, te romperé tu bonita dentadura. Eso te lo prometo.
David intenta no reírse y asiente solemnemente.
—Intentaré no comportarme como un idiota, aunque no te aseguro que jamás pelearemos.
—Únicamente te pido que seas siempre honesto con ella, y que jamás juegues con su corazón.
—De acuerdo, ser honesto y no jugar con su corazón. Me parece lo justo.
—Ok.
Doy por finalizada la conversación y me siento de nuevo a mirar el desarrollo de la fiesta.
David se queda a mi lado, recibiendo las felicitaciones de sus amigos de vez en cuando él me da algunas miradas desconfiadas.
Luis y Fernando llegan más tarde con el pastel. Felicitan a David y bromean con mi hermana. El par de chicas bailan y se divierten con otro par de chicos, el grupo de morbosos se notan molestos y aburridos, ya que una vez que agotaron sus sellos, no les he dado más cerveza. Larguirucho está a mi lado sentado en el piso durmiendo, después de su octava cerveza ha quedado fuera. Le saco una foto y se la envío a Esteban con la leyenda:
«Los chicos son chicos en donde sea».
«¿Lo dices porque me sabes algo o me escribes al tanteo?».
Sonrío.
—¡Oh, cariño! Estás muerta de aburrimiento —Fernando y Luis se acercan y sacan una cerveza cada quien de la tina.
—No, para nada —respondo a Fernando, mientras que limpio su lata. Y le pongo un sello n***o a su brazo.
—¡Es Mickey! —Fernando le muestra su brazo a Luis.
—¡Odio a Mickey! ¿No tienes otro? —me pregunta Luis, dándome su brazo.
—Claro —y le pongo el rojo.
Más tarde Luis está mirándome con odio, mientras me ayuda a vaciar más latas de cerveza en las tinas. Fernando está sentado bebiendo su sexta cerveza al lado de larguirucho sirviéndole de apoyo para no caerse. Y Abigail no ha parado de bailar con David.
Bostezo, estoy cansada y aburrida.
Fernando se pone de pie y me dice:
—¡Vamos par de amargados, vayan a bailar un poco! Yo me encargo de las bebidas.
Lo miro con los ojos entrecerrados. Tomo una lata de cerveza y sello mi brazo con el color rojo, luego tomo la mano de Luis y lo arrastro a la pista de baile. Sé lo que Fernando hará, por lo que le doy la espalda a la zona de bebidas mientras finjo bailar, abro la lata y le doy de beber en la boca a Luis. Un poco más feliz, él me sonríe con agradecimiento.
—Sabes lo que Fernando está haciendo justo ahora detrás de ti, ¿verdad?
—Yo solamente sé que no sé nada. —Cierro los ojos y me concentro en continuar bailando. Me dejo llevar, porque siempre me gustó bailar.
Cuando la canción termina, Luis está de pie, completamente estático mirándome anonadado.
—¿Qué? —lo cuestiono.
—Nada… No sabía que sabías bailar.
—¿Cómo ibas a saberlo si no me conoces?
Le pregunto. Y le doy lo último que queda de mi cerveza.
—No le has dado ni un trago.
Levanto los hombros en respuesta. Y continúo bailando.
Mi hermana está platicando con David, que no se ha separado de ella. Me duelen los pies y no he dejado de bostezar en los últimos cinco minutos. Fernando continua a cargo de las bebidas. Pronto el chico descubrió el gran poder y responsabilidad del cargo. Por lo que para no sentirse mal por violar la ley de Abigail de las tres cervezas ha comenzado a cobrar una cuota de recuperación de daños. Ahora, de los bolsillos de su pantalón sobresalen los billetes de baja denominación.
—¿Quieres que te lleve a casa? Ya me voy. —Luis se ofrece.
—No, gracias. Tengo que esperar a Abigail, mi mamá me mataría si no llego con ella.
—Tal vez quiera que David la lleve.
Miro hacia ellos, Luis tiene razón. Por lo que me levanto y me dirijo al par de amantes empedernidos.
—Abigail, ¿cuánto tiempo más estaremos aquí?
Luis llega y se coloca a un lado.
—¿Qué hora es? —pregunta a David.
—Las once y media.
La fiesta la habíamos iniciado a las cinco.
—Las fiestas las terminamos a la una —dice David.
Abigail me mira esperanzada.
—Tal vez si le pides permiso a tu madre, Abigail, puedas quedarte un rato más, yo ya me voy y puedo llevar a Alondra a casa.
Luis únicamente ha bebido cuatro cervezas contando la mía, las otras dos que me correspondían se las he metido a larguirucho adormilado en los bolsillos de la chaqueta para que pase la resaca con mejor humor en cuanto despierte.
Abigail, saca su móvil y comienza a mensajearse con mi madre.
Giro mi cuello y paso mi peso de un pie a otro, estoy cansada y he comenzado a estresarme, creo que todos esperamos la respuesta de Lorena, para seguir con lo nuestro.
—Mamá ha preguntado que cuánto ha bebido David —Abigail me mira.
—Tres, le respondo de inmediato.
Ella continúa mensajeando con mamá y después de cinco minutos Abigail me da luz verde para largarme al fin.
Sentada en el auto de Luis cierro los ojos y suspiro. Luego lo escucho poner música jazz antes de encender el auto. No me doy cuenta cuando me quedo dormida, él me despierta sacudiendo ligeramente mi hombro.
—Ya llegamos, Alondra. —Abro los ojos y los tallo con mis manos antes de tomar mi bolsa. Luis ya está fuera del auto abriendo mi puerta. Había olvidado que el chico fue educado a la antigua.
—¡Dios mío! Creo que voy a vomitar.
—¡Pero si no has bebido alcohol! —él replica.
—No, parece que me he mareado sin razón.
Cierra la puerta del coche y me recargo en ella un momento, y cierro los ojos. Yo era de esa clase de personas que si se duerme en un coche en movimiento se marea y se le revuelve el estómago.
—¿Ya estás mejor?
Abro los ojos y asiento. Él está frente a mí. Lleva una chaqueta de piel negra, pantalón oscuro y camisa gris. Su cabello está bien peinado hacia atrás, pareciera que su fijador de cabello es mágico porque ni un pelo está fuera de lugar. De repente lo veo dar un paso hacia mí. Mis ojos parpadean, estoy confundida; por lo que levanto un poco la cabeza antes de sentir como toma mi rostro entre sus manos. Él me ignora cuando pronuncio su nombre y la palma de mis manos empujan levemente su pecho, por supuesto él no me hace caso. Porque tiene fija la mirada en mis labios, porque tiene un objetivo y tal vez yo he sido poco convincente. Luis se acerca tan rápido que no me da oportunidad a nada. Luis está besándome.
El beso no es apasionado ni siquiera invasivo. Él simplemente roza sus labios con los míos de manera casta casi dulce, me he quedado sin poder moverme. No lo esperaba. Luis nunca me trato diferente que como lo haría un amigo… es ahí que caigo en la cuenta de que el único chico al que puedo llamar amigo está enamorado de mí.
Luis se aleja lentamente, sus ojos brillan con emoción. Sus pulgares acarician mis mejillas y yo todavía no puedo moverme, estoy demasiado asustada e impresionada. Entonces vuelve a hacer aquel movimiento audaz de besarme por segunda vez. En esta ocasión Luis no se conforma con el roce de nuestros labios, él realmente me besa, muerde mi labio inferior provocando que abra mi boca. Siento el ligero sabor a cerveza en su saliva, la calidez de su lengua queriendo bailar con la mía que no se mueve, pero la ternura y deseo con la que sus labios cálidos juegan con los míos termina por desarmarme. Nunca creí que pudiera tener la oportunidad de volver a ser besada, y una lágrima resbala por mi mejilla, porque, aunque, no tengo sentimientos por él, me gusta, realmente me gusta. Y, aunque, solamente me gusta puedo darme cuenta del verdadero valor de un beso.
Me atrae más fuerte contra su pecho, sus brazos me rodean y siento cada fibra de mi ser vibrar y sentirse vivo de nuevo. Mi corazón late fuerte muy, muy fuerte. Y no puedo evitar sollozar. En el instante en que me escucha se detiene y, la magia se desvanece poco a poco. Nos separamos lentamente cuando afloja su agarre, estoy hecha un mar de llanto. De nuevo mi corazón abre las viejas heridas.
—¡Alondra, no llores! Discúlpame si me he sobrepasado.
Lo paso, por un lado, y camino rápidamente hacia la puerta, comienzo a buscar en mi bolsa las llaves de la puerta, no obstante, mis manos están temblorosas y no las encuentro tan fácilmente y cuando lo hago y logro sacarlas del bolso se me rebelan. Me agacho y las levanto. Intento encontrar la llave de la puerta principal. Es evidente mi nerviosismo porque Luis me gira y me abraza.
—Tranquila, tranquila. No pasa nada. No pasa nada. Nada más ha sido un beso, eso es todo.
Intenta tranquilizarme, sin ningún resultado, sigo en ese terrible estado nervioso a punto de la histeria.
—¿Qué te ha pasado, Alondra?
Escucharlo decir eso, me hace detenerme en seco y como una avalancha los recuerdos llegan a mi mente. Comienzo a recordar lo que pasó aquella noche en esa fiesta, cuando me contagie de Sida.
Ese día Rogelio pasó por mí a mi casa. Le dijo a mi madre que la fiesta era sus parientes en un rancho a las afueras del pueblo. Por lo que su madre había sugerido que le pidiera permiso para quedarme con ellos en el rancho a dormir. Pero que, si quería que me trajera a media noche podía hacerlo sin problema. La carretera rumbo al rancho «Los cascanueces», era solitaria y peligrosa por lo que mi madre dio permiso para quedarme esa noche en el rancho de Rogelio. Lo que era una total mentira. La fiesta era en la casa de mi amiga Ofelia a quince minutos de la mía en coche.
Todo iba muy bien, hasta que Alonso saco una bolsita de cocaína y la repartió entre varios de los chicos que estaban allí. Luego, más tarde, sacó la marihuana. Había fumado antes en la casa de Rogelio, y no me había sentido mal ni nada, así que no le vi nada de malo hacerlo nuevamente. Sin embargo, con lo que nunca conté fue que Rogelio me haría beber tequila más tarde, y ese momento fue mi perdición. Nunca imagine que mi novio mi propio novio me traicionaría dejándome hacer cosas con otros chicos estando en tan mal estado, sin embargo, estaba equivocada en eso también; porque en realidad, la historia de la que yo me avergonzaba por haber actuado de manera tan inmoral, no era la verdadera.
La última bebida que Rogelio me dio contenía algo más. Lo pude sentir casi de inmediato. Rogelio comenzó a reír a carcajadas cuando se lo hice saber. Después de eso ya no recordaba nada. Hasta ahora.
—Rogelio, me siento extraña.
Rogelio comienza a reírse de mí.
—No seas tonta, bebé. Ven vamos a divertirnos.
Rogelio me echa un brazo por los hombros y me conduce al piso de arriba. Tropiezo un par de veces antes de llegar finalmente sana y salva al final de las escaleras. Luego de besar mi coronilla continúa llevándome, las piernas me tiemblan y siento que no puedo sostenerme sin ayuda.
Abre una puerta que tiene el nombre de Ofelia con letras grandes y de colores. Está oscura y el camino solamente es alumbrado por la luz de la calle que entra por la ventana. Rogelio me arrastra hacia la cama, me dejo caer en ella totalmente sin la fuerza suficiente para moverme. No puedo. Mi mente comienza a tambalearse entre el aquí y el ahora. Cierro los ojos y los abro nuevamente cuando siento a Rogelio penetrarme. Está sobre mí, está siendo rudo porque me duele, pero no le digo nada porque no puedo ni hablar. Vuelvo a cerrar los ojos.
Escucho voces, y gemidos. Abro los ojos, tengo frío y hay un grupo de chicos alrededor de la cama mirándome, miro hacia abajo y me veo desnuda, me encojo y abrazo mis piernas intentando cubrir mi desnudez. Miro a la pareja de al lado, es Ofelia con Alonso, están teniendo relaciones frente a otras personas.
—¡Rogelio!
Llamo a mi novio, intento levantarme, sin embargo, mi cuerpo se niega a responderme. Caigo de nuevo a la cama, Rogelio se acerca y yo intento sujetarlo con fuerza para levantarme.
Rogelio cree que quiero que se monte de nuevo en mí. Me muerde el cuello y luego llama a Eduardo.
—¡Eduardo, deja de masturbarte y ven acá! Alondra todavía está caliente y mi amiguito está cansado. ¿Por qué no me ayudas con mi chica, amigo?
Veo a Eduardo posarse frente a mí, no se piensa dos veces las palabras de Rogelio. De inmediato se ha bajado los pantalones.
En otro momento el rostro que identifico es el de Alonso. Comienzo a llorar, y él se acerca y susurra en mi oído:
—¡Tranquila! Ya casi acabo. Siempre me has gustado…
Cuando desperté al otro día, Rogelio estaba detrás de mí abrazándome, protectoramente.
—¿Alondra?
La voz de Luis me trae de nuevo a la actualidad. Lo miro a los ojos empañados en lágrimas. Doy un paso atrás. Y le digo:
—Gracias, por traerme a casa. Pero no vuelvas a besarme o a insinuarte. No estoy interesada en una relación romántica con nadie, no me gustas y tampoco me gustarás en el futuro. Así que mantén tus manos lejos de mi y tus pensamientos sobre mí para ti mismo.
Doy media vuelta, encuentro la llave y abro la puerta y sin mirar atrás entro y cierro dejándome caer al piso. Muerdo mi mano fuertemente para amortiguar mis gritos de agonía.