No sé por cuánto tiempo he estado aquí sentada en el piso en medio de la oscura noche. Pero cuando escucho el ruido del motor del coche de Luis arrancar e irse, me levanto y subo las escaleras que llevan a nuestro pequeño departamento.
—¿Alondra?
Escucho la voz de mi madre llamándome desde su habitación, me acerco y entre abro la puerta por donde asomo la cabeza y desde allí le respondo.
—Sí, mamá. Me voy a la cama, ¿necesitas algo?
—No. Esperaré a Abigail.
Ella no ve mi rostro debido a la oscuridad de su habitación.
—De acuerdo. Hasta mañana.
Me voy a mi habitación, me siento en la cama y cuando vuelvo a recordar esa noche, me siento asqueada y sucia. Y pensar que Rogelio me hizo pensar que todo había sido consensual. Que yo había aceptado experimentar con otros chicos. Le había creído como una estúpida. Porque, a pesar de todo, confiaba en él. Nunca lo creía capaz de hacer algo tan horrible como lo que nos hicieron a mí y a las otras chicas. Rogelio era el chico hermoso y popular, el chico que toda niña en la escuela quería tener por novio. No tenía ninguna necesidad de drogar a nadie para obtener el sexo que quisiera, ni siquiera yo me negaba a tener sexo con él. Entonces… ¿Por qué me hizo eso a mí? ¿Por qué actuó de una manera tan vil?
Saco el móvil de mi bolso y busco el contacto de Ofelia.
Ella no fue una amiga íntima, pero sí, una buena compañera de juergas. Ofelia era una chica de cabello castaño, piel morena, pero con bonitas facciones que la calificaban como una belleza exótica, con sus enormes ojos oscuros. Nunca hubo una mala relación entre nosotras hasta ese día, en donde se acostó con Rogelio y yo con Alonso. Ellos eran amigos, ellos eran nuestros novios.
Es media noche y no sé si ella me responderá, sin embargo, necesito saber si sabía lo que estaba pasando, o si también la habían drogado. Al cuarto toque, su voz interrumpe el silencio.
—¿Alondra? —pregunta. Obviamente tiene mi número registrado.
—Ofelia, ¿cómo estás?
—Bien.
—Siento molestarte a esta hora, pero… —guardo silencio porque realmente me siento confundida y más asustada que nunca—, ese día de la fiesta… yo… no recordaba exactamente qué sucedió. Rogelio me dijo que había aceptado participar en... en eso y ahora me han venido recuerdos que no concuerdan con lo que dijo.
—Yo tampoco recuerdo mucho. ¡Pero sé que tampoco aceptaría participar en... eso. ¡Y mis padres no me creen! Alondra, ¡fue mi primera vez y ahora estoy embarazada!
—¿Qué dice Alonso?
—No lo sabe. Nadie lo sabe, pero no podré ocultarlo por siempre. Además, mis padres me tienen encerrada en casa de mi prima y estoy asustada, no tengo saldo en mi teléfono. Me lo han dejado porque ellos me llaman. Mi prima no tiene línea telefónica. Ésta maldita casa, está en medio de la nada. ¿Has ido al médico? ¿Te han dado medicamentos para…? Ya sabes…
—Para el VIH.
—Sí.
—Los tomo. Los antirretrovirales. ¿Qué harás?
—En dos meses cumplo 18 voy a fugarme de aquí. No quiero tener al niño, estará enfermo y yo moriré… ¿Quién lo cuidará?
No sé qué decir.
—¿Quieres que llame a Alonso y le diga?
—¿Sigues teniendo contacto con Alonso?
Muerdo mi labio inferior, después de lo que pasó no debería hablar con él, era el amigo de mi novio, no éramos cercanos y sin embargo esa noche y lo que vino después nos unió, en el sentido de que ahora íbamos en el mismo maldito barco del desprecio social y una enfermedad inminente.
—Habla con Esteban —le miento. Ella debe estar emocionalmente peor que yo. No quiero darle malas ideas, es obvio que necesitará a Alonso.
—Puedo decirle a Esteban.
—¿Sabes lo que me dijo Eduardo?
—No.
—Alondra, ¿te das cuenta de que tal vez Alonso es el único que puede ayudarme?
—Sí, supongo. —Estoy confundida, no sé por qué me dice eso. Pienso que tal vez ella cree que me gusta.
—Ofelia estoy en la ciudad, tu novio nunca me ha gustado y ya te dije que no recuerdo exactamente cómo sucedieron las cosas solo que Rogelio me dio de beber algo y luego él me llevo a tu habitación.
—Rogelio le debía dinero a Alonso, y no tenía cómo pagarle. Así que él dijo: "¡Págame con tu novia!" Y Rogelio le respondió, que valías más de lo que él le debía. Fue cuando Alonso propuso el intercambio de parejas, para emparejar el asunto con mi virginidad.
—Lo planearon.
Sinto mi cabeza dar vueltas.
—Sí.
—¿Cuándo te dijo eso Eduardo?
—El día de la junta estudiantil, estaba sentado a mi lado, él me pidió perdón por no advertirnos, por… participar.
—¿Qué hay de las otras parejas?
—Participaron libremente. Es por eso que estaban seguros de que no denunciaríamos, las otras chicas dirían que todo fue consensual.
—A menos que quieran limpiar su nombre y digan lo contrario.
—¿De verás quieres denunciar a la única persona que puede ayudarme?
Ella tenía razón no puedo denunciar a Alonso.
—¿Quieres que no lo haga?
—Dime, ¿tu madre te odia?
—No.
—Necesito ayuda, necesito medicamentos y necesito abortar. Denúncialo, si quieres. Pero ¿puedes ayudarme tú?
No, no puedo. Me siento tan asqueada y además no quiero saber nada de ella, de Alonso de nadie de ninguno de los involucrados. Limpio mis lágrimas, limpio mi nariz con la manga del suéter.
—¡Ayúdame!
—Llamaré a Alonso y lo amenazaré con denunciarlo si no te ayuda. Eso es lo único que puedo hacer por ti.
—Solo puede llamarme a esta hora, ya que todos están dormidos.
Me quedo largo tiempo mirando la pantalla del teléfono. Mi novio y sus amigos me habían violado. Uno está muerto y todos los demás estamos enfermos y Ofelia en problemas.
Debajo de las sábanas estoy hecha un ovillo, mi madre lleva tres días visitándome y pidiéndome que le diga qué es lo que me pasa. Abigail habló con David y le pidió hiciera que Luis le explicara qué pasó el día que me trajo a casa después de la fiesta.
Todavía me siento sucia, asqueada y sin ganas de vivir, respirar me cuesta trabajo. No respondo a sus cuestionamientos porque tengo un nudo en la garganta. Siento que en cualquier momento soltaré en llanto y no podré parar hasta quedarme seca.
Luis me ha enviado mensajes, Esteban me ha llamado, no les respondo a ninguno de los dos. He dejado que la bateria del celular muera.
Han pasado dos semanas, el día está llovioso, y gracias a Abigail, que se ha contagiado de gripe, estoy agripada yo también, y para destruir mi aburrido día de autocompasión, mi periodo ha comenzado y veo que no hay toallas sanitarias. Por lo que debo bajar y buscar a mi tía. Abigail ha ido a la escuela y mi madre a trabajar, no hay quien me ayude a conseguirlas.
Busco por la casa a mi tía María, pero ella tampoco está. Me niego a entrar a su recámara y buscar entre sus cosas. Por lo que miro por la venta para revisar el clima, es asombroso que ni siquiera haya notado el momento en el que dejó de llover. Miro la hora, son las tres de la tarde, por lo que Abigail debería de estar en casa en cualquier momento. Decido esperarla en la sala de mi tía pues así podré pedirle que vaya a la farmacia apenas entre por la puerta.
Pero ya son las seis de la tarde y Abigail no llega. Me he cambiado dos veces el papel sanitario y siento que en cualquier momento me mancharé o peor aún, al sofá de mi tía. Por lo que subo al departamento y busco algo de dinero entre los bolsillos de la chaqueta de mi madre que está sobre la silla del comedor. Seguro la llevaba ayer, por suerte, encuentro un billete. Con las prisas no me abrigo, simplemente me apresuro a llegar a una farmacia antes de que los cielos arrojen su furia en contra del hombre.
Cuando voy de vuelta a la casa, el cielo se oscurece más si eso es posible, y los rayos alumbran el vecindario y el sonido de los truenos vibran en mi pecho. Comienzo a correr de vuelta. ¡Estoy muriendo de frio! Tan solo llevo una playera, larga y ancha que era de Esteban, y que le robé un día del tentadero de su casa.
Esa vez nos reunimos para ver peliculas de terror. Me había hecho enojar y su playera era nueva y bonita, recuerdo que le costó carísima, porque la compró por internet, además, de que era la playera de un equipo de futbol americano que, según él, había ganado el campeonato ese año, por lo que era de importación. Esto fue hace tres años. Y como no podía usarla en público decidí que sería un buen pijama. Así que es lo único traigo encima, un top debajo y mis pantalones de Chantal y unas sandalias.
El aguacero se deja caer justo cuando estoy a una cuadra de distancia a la casa. No hay donde pueda atajarme del agua por que corro más rápido, cuando me paró frente a la puerta me maldigo por idiota. No saqué las llaves. Toco muy fuerte con la esperanza de que alguien haya llagado ya a la casa. Pero es inútil nadie responde y ha comenzado a caer granizo. Me pego a la pared intentando evitar lo que pueda de la lluvia, de nada serviría regresar a hora a la farmacia.
Ha pasado un buen rato cuando un coche se detiene frente a la casa, no siento mi cuerpo y mis dientes castañean terriblemente. Miró el auto, se parece al sedan Blanco de Luis. La puerta delantera se abre y sale corriendo Fernando que se quita su chaqueta y nos cubre a ambos una vez que está frente a mí. Veo a mi hermana salir del auto también de la parte de atrás, David trae un paraguas con la que la cubre para no mojarse. El coche se estaciona correctamente, y se apaga. Mi hermana abre la puerta de la casa y Fernando me ayuda a entrar.
—Alondra. ¿Qué demonios haces afuera con esta lluvia? —Mi hermana está asustada y furiosa. Luis entra en ese instante a la casa.
—¿Todo está bien?
—Olvidé las llaves. —Le respondo a mi hermana, ignorando que detrás de mí estaba Luis.
Miro a Fernando que está mirándome de forma extraña.
—Gracias, Fer. —Le devuelvo la chaqueta que me ha puesto en los hombros.
—Tus labios están morados —me dice, mientras que sus manos se pasan por mi rostro—. Estás ardiendo en fiebre.
Luis se acerca a mi lado.
—Hola.
Lo miro un momento, y asiento hacia él en forma de saludo.
—Bueno, nosotros ya nos vamos —dice David al ver mi incómodo saludo. Sin embargo, de repente las luces se apagan. Y siento un escalofrío en mi espalda. Los chicos encienden las lámparas de sus celulares. No me había dado cuenta de que la noche ha caído.
—No, ni crean que se van a ir así, está lloviendo horrible y está oscuro —Abigail toma de la mano a David y lo arrastra con ella a escaleras arriba.
—Vamos niña tienes que cambiarte —me ordena Fernando.
Escucho suspirar a Luis quien se adelanta y camina detrás de Abigail y David. La casa está en extrema oscuridad y las luces de las lámparas de los celulares ayudan a alumbrar la cocina. Abigail comienza a buscar las velas dentro de los armarios, junto con David. Voy a ayudarla, pero Fernando me sujeta del brazo e insiste en que me cambie de ropa primero, sin embargo, sin luz es imposible ver. Mi teléfono está sin batería pues no he querido mirar la pantalla para encontrarme con las cientos de llamadas de Esteban o los mensajes de Luis. Este último está de pie al lado del refrigerador alumbrando a todos en general.
Se nota serio, mirando hacia una pared oscura. Así que creo que es mejor que me retire.
—Me cambiaría, pero no tengo con que alumbrarme —le informo a Fernando.
Fernando saca su móvil y me advierte antes de ponerlo en una de mis manos:
—Toma, solo que casi no tiene pila, apresúrate.
Asiento en respuesta y desaparezco de la vista de Luis. En la recámara me dedico a cambiarme rápidamente. Mi madre siempre nos decía que debíamos ducharnos con agua caliente cada vez que nos mojáramos bajo la lluvia, pero, dado que está oscuro, y hay chicos en la casa, no lo hago.
También, estoy nerviosa. Cuando Fernando caminó a mi lado sentí que era Rogelio. La mirada de Luis también me pone los pelos de punta. Y es extraño sentir estas cosas porque antes de que recordará lo que había pasado con mi ex, no sentía este tipo de aberración por el sexo masculino.
Cambié mi ropa y salí de nuevo a la sala, aunque no deseaba ver a nadie, tuve que salir a entregarle el teléfono a Fernando. Abigail, por fin había encontrado las velas. Ahora estaban estratégicamente en toda la sala y comedor para alumbrar lo suficientemente toda la habitación. El departamento es de concepto abierto por lo que no es difícil ubicarlos a todos en los diferentes lugares en los que están sentados. Abigail y David, en la cocina preparando emparedados, Fernando en el sofá mirando la revista amarillista de espectáculos de mi madre y Luis se encuentra sentado en el comedor con un frasco de pastillas en la mano.
Allí me doy cuenta del descuido de mi madre. Como yo no había querido comer ni levantarme en los días anteriores, mi madre me hacia desayunar y me llevaba la comida a la cama, luego me daba mis medicamentos casi en la boca solo para asegurarse de que los he tomado. Al parecer hoy había dejado en la mesa del comedor mis pastillas. Por lo que Luis las ha encontrado y ahora las estaba mirando. Cuando me escucha llegar al comedor, levanta la vista y me mira con desconcierto, nerviosismo y al ver mi mirada serena sobre él, le llega el entendimiento.
Echa la cabeza atrás, pestañea y entonces estoy preparada para su desprecio. Miro a Abigail y a David, se notan felices y temo por ella, temo, porque Luis le diga a David y entonces él abandone a mi hermana.
No le digo nada a Luis, no intento justificar el medicamento en mi mesa. Porque e realidad de nada serviría, hace unas semanas hicimos un trabajo juntos acerca del sida, un tema que yo elegí y del que traía la información en la mochila. ¿Por qué otra razón tendría dichas pastillas?
Camino hasta Fernando y le tiendo el celular.
—¡Oh! Alondra, tomate algo para la fiebre o te sentirás peor mañana.
—Sí.— Respondo.
De repente Luis habla claro y fuerte desde su posición.
—¿Por qué dices que se suicidó tu novio, Alondra?
Todos nos quedamos en silencio, incluso Abigail y David que están terminando los emparedados. Giro mi rostro para mirar a Luis.
Y entendí en ese momento, que no podía seguir ocultándolo por más tiempo. Luis, me había besado y si yo no hubiera estado contagiada habríamos tenido un romance, si yo hubiera sido egoísta con él y no me hubiera alejado y me hubiera insinuado tal vez hubiéramos tenido sexo esa noche. Entendí que no podía ocultar mi enfermedad porque no era lo correcto, si no es Luis otro tal vez podría llegar a mi vida, queriendo algo de mí que yo no puedo dar.
Así que respondí honestamente.
—Se suicido, porque se enteró de que tenía Sida.
Un vaso se hizo añicos mi hermana lo ha dejado caer en el momento en que solté la verdad a Luis. El jadeo de Fernando, me indicó que estaba atento a las charlas del grupo. Luis, pestañea y baja la mirada de nuevo a sus manos. Lee de nuevo el medicamento, sabe lo que significa, lo que le estoy diciendo. La luz llega, en ese momento y él se levanta abruptamente de la silla echándola atrás. Y sin mirarme de nuevo sale a toda prisa del departamento.
David está estático, de pronto mira a Abigail y le dice:
—Dijiste que se mató en un accidente en la carretera.
Mis ojos se abren aterrados. Veo cómo mi hermana baja la vista totalmente devastada. Pero en seguida me mira con odio.
—¡Diablos!
Fernando sale corriendo del departamento.
—Nos echaron de la escuela por que mi hermana tiene Sida, perdí a mis amigos porque sus padres pensaban que era peligroso estar conmigo porque mi hermana tiene Sida, perdimos nuestro hogar porque los vecinos no nos querían en su comunidad, cambiamos de casa porque nos echaban de los establecimientos porque no querían atendernos y perder clientes, porque mi hermana... ¿Qué querías que te dijera?
Dice ella entre lágrimas.
—La verdad.
—Ibas a alejarte.
—¿Cómo lo sabes?
Abigail lo miraba dolida.
—Soy tu novio, se supone que debes tenerme confianza.
—Le dije que no te dijera. Perdóname David, pero mis secretos son míos para contar y no de mi hermana.
Me doy media vuelta y regreso a mi habitación.
Sentada en mi cama me doy cuenta de lo que le he hecho a Abigail. Posiblemente he arruinado lo que se supone los mejores años de su vida escolar. Y su relación amorosa con David, un chico que se había metido en su corazón muy rápidamente.
Me levanto y conecto mi teléfono al cargador. Espero unos minutos hasta que este tiene el quince porciento de pila y lo enciendo. Busco el contacto de Esteban, pero entonces recuerdo que no puedo seguir posponiendo esa llamada, por lo que marco el número de Alonso.
—¿Alondra?
Mi hermana entra en ese instante echa un mar de lágrimas, esta furiosa, mas guarda silencio al ver que estoy al teléfono.
—He recordado lo que pasó —le digo a Alonso, y desviando la mirada a mi regazo.
—¿Qué es lo que recuerdas?
—Lo que tú y Rogelio me hicieron, sé que lo planearon todo porque era su moneda de cambio para pagar su droga.
—Alondra…
—Ofelia está embarazada y sus padres la tienen encerrada. Te necesita y si no quieres terminar tus malditos días siendo la Puta de custodios y delincuentes, será mejor que la ayudes.
Corto la llamada y arrojo el teléfono contra la pared. Me recuesto en la cama y cierro los ojos. Quiero dormir y no despertar.
Mi hermana se acerca a la cama y se sienta a mi lado.
—Perdóname —me dice mientras se recuesta a mi lado y me abraza.